Otra damisela inolvidable
Según venga el juego, el título de la fenomenal novela de Joan Didion, alude a una expresión de tahúres: la protagonista -“Me llamo Maria Wyeth. Se pronuncia mar-ay-a, que quede claro desde el principio”- nació en Reno, Nevada, y allá permaneció hasta los nueve años, cuando su padre, un jugador empedernido, perdió la casa en una partida privada “y de causalidad se acordó de que era propietario de un pueblo, Silver Wells”. El pueblo es la nada misma, razón más que suficiente para que Maria emigrase cuanto antes del lugar: arribó a Nueva York siendo bella y joven, trabajó como modelo y luego se mudó a Hollywood, en donde se casó con un director, dio a luz a una hija enferma y alcanzó a filmar dos películas. Toda esta información es preliminar, puesto que la narración en sí comienza al momento en que los hechos ya están establecidos y Maria, que acaba de practicarse un aborto ilegal a consecuencia de un adulterio, avanza rumbo a la autodestrucción, se diría que muy concienzudamente.
Publicada en 1970, Según venga el juego es una novela perfecta. Ello se debe en gran medida al virtuosismo literario con que Maria, una mujer de 31 años, documenta su paulatino avance hacia el desmoronamiento emocional: los quiebres temporales en el relato, las situaciones no del todo explicadas (acicates permanentes a la sagacidad del lector), la más absoluta falta de autocompasión, la inexistencia de prejuicios, cierto nihilismo asumido, esa aparente ligereza en el narrar que tras de sí esconde diversos estados de brutalidad y miseria, todo conduce a que su voz enternezca, inquiete, intrigue al que lee. Maria, por lo demás, no cree en las recompensas, “sólo en los castigos, repentinos y personales”. De ese modo, en sus divagaciones, “un matrimonio sin amor terminaba en cáncer de cuello de útero y un adulterio equívoco en accidentes infantiles mortales”.
Fiel a las costumbres de su época y de su entorno, Maria fuma marihuana ocasionalmente, ingiere barbitúricos, no se espanta con el hecho de que los hombres golpeen a sus mujeres, bebe más de la cuenta, desayuna por lo general una Coca-Cola y practica el hedonismo propio de su círculo social íntimo, gente de situación acomodada. No obstante, Maria tiene claras las cosas que jamás haría, tanto así que confeccionó una breve lista al respecto: “Nunca: ‘deambularía sola por el Sands o el Caesar’s pasada la medianoche’. Nunca: ‘follaría en una fiesta, practicaría sadomaso a menos que me apeteciera, pediría las pieles prestadas a Abey Lipsey, traficaría’. Nunca: ‘pasearía un yorkshire por Beverly Hills’”.
Nacida en 1934, Joan Didion es una de las autoras más importantes de nuestros tiempos. Todo lo suyo refleja el tinte ilustre de la genialidad. Su obra evoca una incansable peregrinación tras la excelencia y permite apreciar, desde cerca, el cruce osado de fronteras. Maria Wyeth, por su parte, revela ser una de aquellas damas en aprietos insoslayables dentro de la gran tradición literaria estadounidense del siglo XX: junto a personajes de Dorothy Parker, Truman Capote, Carson McCullers o Lucia Berlin, Maria forma parte del distinguidísimo grupo de mujeres que luchan contra la vida y se entregan a ella con igual determinación.
La enfermedad de su hija, el nulo placer que obtiene del desenfreno, los fantasmas que provienen del aborto, la mirada retrospectiva hacia el vacío, en fin, la insipidez y crueldad de la vida misma, acabarán quebrando el temple de Maria Wyeth. O eso, al menos, es lo que sostienen su ex marido y Helene, la supuesta mejor amiga. Sin embargo, hacia el término de la novela, surge un personaje afín en la figura de BZ, el marido de Helene, un tipo despreciable hasta ese momento. Junto a él, Maria protagonizará uno de los desenlaces más conmovedores de la literatura contemporánea.
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