Una mujer convertida en azor
La cetrería es el antiguo arte de criar, domesticar y entrenar a un ave de presa. En H de halcón, la memoria que desde un estado muy cercano a la locura escribió Helen Macdonald, el ave es un azor hembra llamada Mabel. De pequeña, Helen sintió una fuerte atracción hacia todo lo relacionado con los pájaros y las aves rapaces. Y a medida que fue creciendo, el asunto se convirtió en manía. La muerte de su padre, un fotógrafo periodístico que de niño se había obsesionado con los aviones de guerra, desencadena en ella una serie de emociones extremas. Empantanada en la oscuridad, Helen adquiere un azor, le da el nombre de Mabel, y comienza el extenuante período de entrenamiento. El libro consiste en un detallado recuento de la experiencia, un viaje de ida y vuelta a los confines de la mente humana y animal.
Hace un par de años, H de halcón produjo mucha admiración entre los críticos y lectores ingleses. La razón del éxito es fácil de presumir: se trata de una obra profunda, hermosa, dramática y bien escrita, y toca un tema, la cetrería, que de alguna u otra forma todavía pesa en el inconsciente colectivo de los británicos. Helen, que durante parte de la narración ejerce como profesora de Historia, se pasea por Cambridge con Mabel agarrada sobre el guante de cuero, y la espectacular imagen, que en otros lugares causaría conmoción pública, pasa bastante desapercibida ante los ojos de los peatones.
Como buena obsesiva, Helen leyó desde muchacha cuanto libro de cetrería cayó en sus manos. Pero hay un escritor en particular que la acompaña durante todo este relato. Se trata de T.H. White, que además de una famosísima novela artúrica, La espada en la piedra, escribió El azor. “Después que lo leí me había preguntado qué tipo de hombre sería White y por qué se había atado a un azor que parecía odiar. Y cuando entrené mi propio azor se abrió un pequeño espacio, como una ventana entre las hojas, a su otra vida, en la que había un hombre herido y un azor que estaba siendo herido, y los vi a ambos con mayor claridad. Como White, yo también quería separarme del mundo, y compartía su deseo de escapar a la naturaleza, un deseo que puede arrancarte hasta el último resquicio de suavidad humana y abandonarte en un mundo de salvaje y cortés desesperación”.
Fascinante es la cantidad de información que provee Macdonald en torno a los azores y a los cuidados que requieren. La línea que separa la excitación sexual y la violencia letal y terrible es muy fina, nos informa la autora. “No basta con poner un par de azores en una jaula grande y dejar que la naturaleza siga su curso. La mayoría de las veces la hembra matará al macho”. Y más adelante: “A los azores no se les puede castigar. Preferirían morir a someterse. La paciencia es mi única arma. Paciencia. Derivada de patior. Que quiere decir sufrir”. Luego están esas minúsculas plumas que el azor tiene entre el pico y el ojo: “son para recoger la sangre de modo que se seque, forme copos y salga volando”. Los humanos tenemos tres fotoreceptores diferentes en los ojos, por medio de los que captamos el rojo, el verde y el azul. Los azores tienen cuatro, es decir, ven colores que no podemos apreciar “y que entran directamente en el espectro ultravioleta”. También ven luz polarizada, perciben como se elevan las corrientes termales del aire y rastrean las líneas magnéticas que recorren la tierra.
“A medida que el azor se amansaba, yo me volvía más salvaje”. La admisión dista de ser exagerada, puesto que en el momento máximo de su locura Helen prácticamente se convierte en azor. H de halcón constituye un testimonio hermoso, feroz y conmovedor, un libro sumamente original que no sólo plantea reflexiones brutales en torno al mundo natural, sino que también se enmarca dentro de una magnífica tradición literaria inglesa, la del paseo al aire libre, claro que en este caso la sangre y los cadáveres despedazados de pollitos, conejos y faisanes cubren buena parte de los paisajes visitados.
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