¡Qué importa!
La última cuenta pública sobre el estado de la Nación nos retrotrajo a la primera. En efecto, hace mucho tiempo no veíamos esa mejor versión de Bachelet, esa que conecta con los ciudadanos, que moviliza, entusiasma e incluso a ratos emociona. Sin querer parecer frívolo -cuestión de la que se me acusó últimamente- fue clave la decisión de utilizar el telepromter para la lectura del discurso, lo que contribuyó a generar una atmósfera de mayor fluidez y convicción; la que unida a la benevolencia propia de toda despedida, permitió a la Presidenta tener un desempeño muy por sobre lo esperado.
Ayudó también que la encuesta Adimark mostrara que la Nueva Mayoría sigue con vida. Y aunque esos datos fueron en algo relativizados por los resultados posteriores que entregó el sondeo del CEP, lo que hizo Bachelet fue instalar una retórica de la reivindicación. Fue así que intentó recordarnos aquellos ideales que motivaron su llegada al gobierno, poniendo el énfasis en el sentido profundamente transformador de su legado. Fue esencialmente político, además, porque en varios momentos centró sus dardos contra la derecha y los riesgos que conlleva la posibilidad de que la oposición vuelva al poder y quiera revertir todo lo obrado. Lo hizo directamente y sin eufemismos, intentando concitar el favor ciudadano -ese que le ha sido tan esquivo en su gobierno- en torno a lo que considera los logros que serán valorados con el paso de los años.
Esa temporalidad de largo aliento pareció también conspirar contra el reconocimiento de los errores, la autocrítica y la negación del daño inmediato que esta administración pudiera haberle ocasionado a la causa que tanto dice defender. Poco relevante, a estas alturas, era lo que se hizo bien o mal, qué objetivos se cumplieron y cuáles no. Su propósito fue mostrar cómo esta administración había movido la frontera de lo que otrora se consideraba posible y discutible, desatando un proceso que para muchos resulta irreversible.
Qué importan las dificultades, los fracasos e incluso la incomprensión ciudadana, cuando estamos hablando de la trascendencia y del rol en la historia que tendrá la primera mujer en presidir el Gobierno de Chile, y por dos ocasiones. Qué importa el haber insistido en un diseño político que una y otra vez fracasó, atrincherándose en el voluntarismo, negando la evidencia más flagrante o defraudando a tus más acérrimos partidarios, cuando en 30 años más el reconocimiento transformador será comparable con el de Frei Montalva o Salvador Allende. Qué importa haber abandonado a las fuerzas políticas que sustentaron esta administración, el olvidar el rol aglutinador del gobierno y la propia Presidenta en su calidad de jefa de la coalición, cuando esos partidos políticos poco y nada tuvieron que ver con que Bachelet ganara la última elección.
En definitiva, qué importa estar cerca de entregarle por segunda vez la banda presidencial a Sebastián Piñera, con todo lo que implica y significa, cuando hoy declaramos que Chile cambió y que no habrá vuelta atrás.
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