Una reseña apócrifa
Hace unos cuatro años, SoHo me había encomendado una reseña del “peor libro” que hubiese leído. Tamaña empresa. Motivado (engatusado) por el editor decidí que yo sería el valiente (imprudente) que escogería además un libro costarricense. Única mirando al mar fue la elección. Escribí la reseña y la envié. Al día siguiente se anunciaba que Fernando Contreras era el ganador de un Premio Áncora. Luego él anunció que lo rechazaba. De inmediato se convirtió en héroe nacional. El pánico se apoderó de mí. Con mis antecedentes, si esa reseña se hacía pública yo sería linchado y desterrado. Habría sido muy fácil señalarme y decir, simplemente, que la reseña era un patético intento de desacreditar al autor. Llamé al editor y le rogué que no la publicara. Por suerte me comprendió y no lo hizo. Me dije entonces que algún día la expondría al público. Ya ha pasado algo de tiempo. No creo que esta reseña afecte a nadie que sea capaz de tomarse las pocas un poco deportivamente. Aquí está:
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La carne es débil, y el espíritu peor -parafraseo a Monterroso-, y sí, soy un fácil, así que cuando me proponen hablar del “peor libro que he leído” acepto sin más. Pero ¿cómo escoger el “peor libro”? ¿Qué se esconde tras esa dudosa categoría? Ante la incertidumbre, me asumo tan solo como aquel que lee sin mayores preocupaciones y apenas guiado por su falible gusto.
Pienso en Camilo, en Sagot; veo una imagen de La loca de Gandoca, por cuyo cacofónico título merece ser desterrado al índex de libros prohibidos. La mujer habitada, otra novela de feminismo de cafetín, ecología desechable y diosas africanas. El Tarantino de las letras hispanoamericanas: Bolaño y Los detectives salvajes. Hasta el genial Eco tiene novelas infumables, como Baudolino. Pienso en El principito. No porque tenga algo contra un texto infantil, sino contra aquellos adultos que lo toman en serio y lo citan como libro de cabecera. Ni que fuera Coelho. Pienso en el empachoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, que tanto problema cardiovascular sigue provocando.
“Pero no –me digo–, eso es muy fácil”. Mejor una misión suicida: Única mirando al mar. Bueno, seamos honestos, no sé si es el peor, pero sí de los más aburridos e ingenuos, porque ¿qué tanto se le puede pedir a un libro que apenas ve la luz es adoptado por los programas del Ministerio de Educación de un país iletrado y conservador? Si SoHo hubiese existido hace más de 70 años, habría escrito sobre Mamita Yunai, y si hubiese existido en 1924 en Colombia, La vorágine sería el blanco. Y no creo estar cometiendo ninguna injusticia. Al menos en parte, el mismo Fernando me da la razón, si no, ¿por qué otro motivo habría dedicado tanto esfuerzo a reescribir esta novela, a eliminar el lastre, como él mismo ha afirmado?
Vayamos 20 años atrás, cuando la leí. Única mirando al mar no está mal desde el punto de vista formal, del lenguaje narrativo o incluso de la anécdota. Lo impresentable es la broma pueril, esa tara del costumbrismo tico que de tan evidente se cae. Me resulta imposible aceptar ese tono documental, de denuncia, salpicado de humor básico y de frases de superación. Lo parodiado debió ser el capitalismo, no sus víctimas.
La metáfora de Momboñombo ─que se tira a sí mismo a la basura─ o el chocante optimismo de Única ─que no me trago─ nos sacarían al menos una sonrisa de condescendencia si no fueran tan caricaturescos. ¿Y qué me dicen de la onomástica? El típico intelectual que observa a los marginados de la tierra. ¿Cómo lograr la compasión con personajes que nos mueven a burla? Nunca atendió el autor el consejo del Estagirita. ¿No era suficiente la vida que llevaba Momboñombo como para que fuera necesario tirarlo a la basura? Y cuán fácil resulta hacer chistes contra la Iglesia católica. El Oso Carmuco parece un personaje de El Fogón de doña Chinday la boda entre Única y Momboñombo no es más que un desafortunado intento de parodia.
Debí haber escrito esto hace 20 años, cuando di clases en secundaria por primera vez y tuve que leer esta novela. Debí haber escrito en ese entonces porque yo era otro y la novela era otra. ¿He cambiado yo? Ojalá. ¿Ha cambiado la novela? Ojalá. En todo caso, este ejercicio es guiado por algo tan subjetivo como el gusto. Me dicen que Los peor no está “tan peor” y vale la pena. Esperemos que Carmuco, el cortometraje de Patricia Velásquez sobre este “personaje”, le aporte dignidad. Y quién sabe, puede que las novelas condenadas a varios años de impunidad tengan una segunda oportunidad sobre la tierra.Comentarios
Published on January 10, 2017 07:04
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