Dragón

 Mírenla sentada en la escalera drogándose. Se le van los ojos hacia el cielo, hacia las motas de luz. El Dragón se arrastra por sus venas. No importa que droga es, ni el método que usa, a nadie le importa. Hace poco se escapó del SENAME, y quién puede culparla, si todos saben que es una mierda. Corrió cuando nadie la veía, saltó la muralla y desapareció. Los asistentes sociales trataron de ubicarla, pero no se esforzaron más de la cuenta. Hablaron con su abuelo, su único familiar conocido, pero hace años que el caballero no sabía de ella. Pronto dejaron de buscar. Supusieron que se había unido al ejército de jóvenes en situación de calle. Era problema de otra institución. Como si las instituciones funcionaran en Chile.


Pero nadie dijo que necesitara ayuda. Ella estaba tranquila en la escalera, hundida en su desesperación. En los talleres de auto-superación le decían que para lograr el éxito había que esforzarse, que la vida estaba llena de dificultades, que a través de ellos uno se hacía más fuerte. Teorías fáciles de decir cuando se ha tenido una vida fácil. O cuando tienes voluntad de vivir. Ella ya no la tenía, porque a cuál futuro puede aspirar una niña sola, pobre como rata, abandonada como perra, muerta de hambre. Ella era de las que macheteaba unas monedas por un poco de Dragón, y con eso bastaba. No había más futuro.


 Cuando chica tenía sueños, obvio. Tenía la impresión de una infancia tranquila, aunque también puede ser que haya sido tonta. Demasiado metida en la tele. Pero recordaba la casa de sus abuelos y su tienda de relojes, el tiempo marchando por el muro, inexorable. Ella no sabía a donde marchaba. Pero los relojes hacían “tic, tac, tic, tac”, tanto los pequeños como los grandes. Pero su madre entró furiosa un día y los rompió todos. Nunca volvieron a ese lugar.


 Luego los viajes de casa en casa, los tíos buena onda y los pololos de la mamá. Le preguntaban por su papá, pero ella no tenía idea donde estaba. Debe haberse marchado con los relojes, nunca supo donde habrían llegado, porque ya no están. Sus abuelos se habrían congelado en el tiempo, sin el tic tac que ande. Ella sospecha que un reloj también se rompió dentro de ella.


 En un rato más debería volver a buscar al Domador de Dragones. Si uno no tiene nada para pagarle, él siempre acepta un precio distinto. No le importa tener que prestarle su cuerpo mientras reciba algo de calor, pero la última vez el sangrado fue doloroso, y terminó en el hospital.  Allí algunas señoras la trataron bien. Otras no. Aun así siempre volvía a ese hombre de piel seca y lleno de granos, pero sonriente. Trabajaba para los poderes fácticos, un siervo más de las arquitecturas de dominación, pero es esperable de un Domador. Los Dragones necesitan alguien que les indique el camino de la destrucción. Él era esa persona. Al menos era amable.


 Nadie se percató cuando se fue del hospital. Por error o negligencia los procesos de ayuda nunca se activaron. La ironía de siempre. Y mientras ella se deshacía en las calles, los políticos lloraban por la pobreza con vasos de whiskey en las manos. Porque no se pueden hacer reformas, no se puede tener un país digno porque nada debe alterar el mercado. La Economía no se puede tocar. La Economía es tabú. La Economía es sagrada.


 Pero ella no sabe de esas cosas. El Dragón está provocando estragos en su cerebro. Juega con sus emociones, la estrangula desde dentro con su gentil abrazo, robándole lo que le queda de dignidad.


 Mírenla, está caminando por la calle. Pasa fuera de una tienda de relojes. En el reflejo de la vitrina una niña como ella la observa. Ella se da vuelta, y se encuentra a sí misma, de frente, pero ya no es ella. El rostro se ha deformado, como un gusano, un enorme gusano, un agujero en el cráneo, una sonrisa malévola que tiene dientes. Dientes y garras del Dragón, que se lanzan contra la niña hambrientos, hambrientos de ella.


 Huye por la ciudad, pero el Dragón la persigue. Aparece gigantesco de frente, con sus enormes alas y su cuerpo de plata, lanza un rugido terrible, tenebroso y universal. Lanza una mordida y ella la evade. Sigue corriendo, pero aparecen dos más, trecientos, diez mil Dragones. Destruyen la ciudad, el cemento se quiebra, los edificios mueren.


Tadem, nihil rebus

Per aspera ad inferi


 Sólo queda el enorme Dragón con sus dientes del fuego.


Al final nada importa

A través del sufrimiento se llega a la tumba


 Su mordida aniquiló lo último de su identidad.


 Mírenla como yace en la escalera, inconsciente, con su mirada lejana hacia las motas de luz. Su cuerpo no responde, su mente tampoco. Ha abandonado toda esperanza, y su cuerpo se rindió también. Es el fin del camino, pero el reloj niega detenerse.


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Published on August 14, 2016 23:50
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