Publicado originalmente en LJA.
El perro, sabiéndose viejo y cansado, me sigue despacio a todas partes y ladra débilmente para que lo suba a mi regazo: en el sillón, en la silla de la oficina, en la cama donde finalmente duermo y me olvido de los días. Si lo ignoro, chilla y provoca la mirada dulce de las colegiales. A veces lo miro a los ojos, un poco grises por las cataratas, antes de subirlo y me pregunto si cuando yo me haga viejo, en unas cuantas décadas, chillaré igual para que alguien...
Published on June 08, 2016 11:41