Buensalvaje 2 y Austerlitz
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Por mi parte, comparto la reseña que escribí para este segundo número. Sobre la novela Austerlitz, de W.G. Sebald.
La identidad es la memoria es la Historia
Una mañana de 1939, un niño llega a Gales, donde es recogido por un pastor calvinista y su esposa, en cuya casa crecerá en medio de la soledad y la pesadumbre. Años después, para este niño, las razones tras los acontecimientos de su vida no son claros, como tampoco lo serán para los lectores, que tendrán que vagar en medio de la bruma junto con un narrador y un personaje igualmente ubicuos. De este modo, el periplo de Jacques Austerlitz es una mirada melancólica por el siglo xxeuropeo, una travesía solitaria y dolorosa.
Si existe una manifestación literaria que ilustre cabalmente lo ominoso según Freud y el concepto del púnctum tal y como lo explica Barthes, dicha manifestación es sin duda Austerlitz, la última novela de W.G. Sebald. Tal es la sensación de extrañeza, de zozobra; tal la “punzada” que sentimos al repasar sus páginas, al ver sus fotografías, como si algo ahí nos impidiera comprender con certeza aquello que el narrador nos dice que dijo Austerlitz, el protagonista.
Como en una suerte de collage, con un estilo que convierte las extensísimas oraciones subordinadas en la marca personal de su autor, asistimos a la construcción de la memoria, ahí, entre las ruinas de un tiempo y de una historia; buscamos una identidad que de alguna manera fue reprimida. Así, con el rumor del holocausto y la tradición judía de fondo intentamos trazar el nombre propio de un hombre que hasta cierto punto nunca ha sabido quién es o cuál es su lugar en el mundo. Ese hombre bien puede ser el niño de la imagen de portada, hombrecillo que nos interpela con su mirada, vestido (¿disfrazado?) de un modo que solo aumenta nuestra extrañeza y nuestra curiosidad.
Austerlitz comparte con otra novela –La misteriosa llama de la reina Loana– el problema de la memoria y del olvido, pero una de muchas diferencias, consiste en que en la narración de Eco, su protagonista pierde la memoria, pero en la casa de su infancia, merced a todos los objetos que en ella se conservan, es capaz de reconstruir su vida. En cambio, en Austerlitz, su protagonista en realidad nunca ha tenido memoria, que significa decir que nunca ha tenido identidad, pero igual va construyendo una historia personal que le permite comprenderse y comprender su (no) lugar en el mundo. Ambas novelas se conforman de manera fragmentaria, rompecabezas en los cuales se funden la prosa y las imágenes.
La metáfora de Austerlitz es la del viajero, variación del mito del judío errante. Un vagar por diversos lugares de manera algo circunstancial y también poco ordenada. Su búsqueda corresponde al silencio. Su viaje es ominoso. En la sala de espera de la Centraal Station en Amberes, en su despacho londinense de Bloomsbury o en su casa de París conversa sobre arquitectura capitalista, y en sus afirmaciones se va tejiendo una aguda filosofía sobre el mundo y una metafísica de la pérdida:
... de un edificio gigantesco como, por ejemplo, el Palacio de Justicia de Bruselas en la antigua colina del patíbulo, nadie que estuviera en su sano juicio podría afirmar que le gustase. En el mejor de los casos, se admiraba, y en esa admiración había ya una forma de espanto porque de algún modo sabíamos naturalmente que los edificios que crecen hasta lo desmesurado arrojan ya la sombra de su destrucción y han sido concebidos desde el principio con vistas a su existencia ulterior como ruinas... (pp. 22-23).
Jacques Austerlitz también redacta notas, toma fotografías, y todo queda reunido en un diario que luego confiará a nuestro narrador, uno que también resulta un personaje opaco, desdibujado, como si la identidad fuera solamente una suerte de imágenes borrosas y sensaciones ajenas.
La prosa de Sebald es proteica, su estilo complejo. Su sintaxis es un gesto grandilocuente y delicado; su lenguaje problematiza el tiempo y el espacio, pero sobre todo, se convierte en un problema identitario:
Si se puede considerar al idioma como una antigua ciudad, como un laberinto de calles y plazas, con distritos que se remontan muy atrás en el tiempo, con barrios demolidos, saneados y reconstruidos, y con suburbios que se extienden cada vez más hacia el campo, yo parecía alguien que, por una larga ausencia, no se orienta ya en esa aglomeración, que no sabe ya para qué sirve una parada de autobús, qué es un patio trasero, un cruce de calles, un bulevar o un puente. Toda la estructura del idioma, el orden sintáctico de las distintas partes, la puntuación, las conjunciones y, en definitiva, hasta los nombres de las cosas corrientes, todo estaba envuelto en una niebla impenetrable. (p. 126).
Austerlitz, con el gesto melancólico de Sebald y su voluntad de estilo, posee vocación de clásico; una novela extraordinaria que también aparenta ser otra cosa, como todas las grandes novelas.
W. G. Sebald, Austerlitz(6.a ed., trad. M. Sáenz), Colección Compactos, Barcelona: Anagrama, 2012, 302 pp. [Primera edición en alemán, Munich: Carl Hanser Verlag, 2001.]Comentarios
Published on April 25, 2014 10:22
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