26/ 06: LAS COMIQUERIAS, Parte 2

La vez pasada llegamos a 1996, momento de quiebre en la historia de los comercios especializados de los EEUU. Es ahí cuando, pinchada la burbuja de la especulación y terminada la Guerra de las Distribuidoras con el categórico triunfo de Diamond, la industria toma conciencia de las terribles consecuencias de la fiesta de 1991-93 y empieza a elaborar algo así como un Plan B, o por lo menos a poner algunos parches para no perder más lectores, para aguantar con los adictos que quedaban mientras se diseñaba un nuevo circuito de comercialización.
El paralelismo con lo que pasaba en Argentina es casi imposible de trazar: mientras el circuito peleaba la Promoción en EEUU, acá la movida, que había arrancado con pilas en el ´94, en el ´96 ponía segunda y en el ´97 estallaba casi con fuerza de boom. En muy poquitos años (1994-1999), Argentina alcanza la nada despreciable cifra de 175 negocios de comics, pero claro, para 2000, cuando en EEUU pasa el temblor, acá ya impactaba la crisis y la cifra empezaba a achicarse, hasta clavar alrededor de los 45 locales, en los oscuros días de 2002. Después vendrá un rebote (con una reconversión bastante notoria de qué se vende y a quién se le vende en las comiquerías) y hoy estamos de nuevo cerca de los 90 ó 100 comercios abocados al comic, o algo así.
Pero la consigna de esta segunda parte era ver cómo subsistió el mercado de comiquerías en EEUU desde 1995-96 hasta hoy. Y la respuesta es: a duras penas. Algunas aguzaron del ingenio: Quimby's Comics, de Chicago, se hizo muy conocida por su apoyo a los fanzines y sus clientes suelen juntarse para comprarlos y venderlos. También invitan a autores para que lean y firmen sus comics. Otras se volcaron abiertamente al manga y el animé que –al igual que en nuestro país- creció muchísimo en EEUU desde fines de los´90. En 2002 se inventó el Free Comic Book Day, para que –regalitos de por medio- la gente que no consumía se acercara aunque sea una vez por año a las comiquerías. Pero la mayoría se aferró a los adictos, los que venían hacía años a comprar la dosis, ahora con menos editoriales, menos títulos en las bateas, sin los hologramas, los brillitos y demás chiches pelotudos que encarecían inncesariamente los productos y con una leve (pero notable) mejora en la calidad. Así, el circuito de comiquerías evitaba –con lo justo- irse al descenso. Ayudaron, además, una etapa bastante próspera en la economía de los EEUU y la irrupción de la internet, que rápidamente le brindó a los adictos que quedaban una forma ágil y eficaz de hacer escuchar sus demandas. El agujero más grosso se había tapado, y con el agua al cuello, pero sin perder más lectores, la industria intentaba salir a flote.
El tema es que esa reconstrucción del circuito de comercialización que se termina de definir en el 2000 desplaza el foco -con mucho criterio- de la comiquería a la librería. Alguien se dio cuenta de que, mientras la industria del comic yanki se iba a pique, en Francia la bande dessinée facturaba como nunca gracias a un dato fundamental: desde mediados de los '80, la inmensa mayoría de las historietas se publicaban en álbumes (no muy distintos a las novelas gráficas y los prestiges americanos) que se vendían en las librerías, junto a toda clase de novelas, cuentos, libros de autoayuda, de historia, etc. Un enorme público de todas las edades y alto nivel económico y cultural consumía estos libros, generalmente con historias completas, una calidad artística sumamente cuidada y un precio que rondaba los u$ 15. Había también series de varios episodios, que aparecían a razón de uno por año, aproximadamente. O incluso sin salir de EEUU... en las librerías yankis se vendían cientos de miles de tomos recopilatorios de Calvin & Hobbes, The Far Side, Garfield, Doonesbury y las otras tiras realmente populares de los diarios.
La nueva política de las editoriales yankis de comics era clara: Conquistar las librerías a como diera lugar. Esa era la meta: Un circuito sin adictos, sin especuladores, acostumbrado a material más diverso, más jugado, más cuidado... y que ni siquiera requería generar contenidos "exclusivos" (como sí requería la comiquería), ya que alcanzaba con reeditar en libros las historietas ya publicadas en comic-books (un dato importantísimo, porque permite amortizar mejor el alto precio por página que se les paga a los autores). Pero esta vez la idea era SUMAR un segundo circuito. Veinte años atrás se habían mandado el hiper-moco de sacrificar al circuito de kioscos para priorizar la comiquería, pero esta vez las comiquerías estaban a salvo. El adicto seguiría teniendo a su disposición la dosis mensual, más o menos barata y bastante descartable, y la comiquería seguiría siendo la encargada de proveérsela. Con las lógicas dificultades, producto de la escasa visibilidad para la gente que no militaba en el ghetto, y del monopolio cada vez más firme en las hegemónicas manos de Diamond, pero con las lecciones aprendidas en la funesta década del ´90.
Hay más elementos para analizar, pero será en un próximo post…
Published on June 26, 2011 13:30
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