Los dueños de los huesos. Por Charlie Bravo.
Los dueños de los huesos.
(Basado en hechos reales.)
La muerte es parte de la cultura, y hay también una cultura de la muerte, en muchos sitios. La gente se mueve gravemente, en los cementerios, aunque estén de turistas.
Nada como un cementerio de esos de carácter gótico, con arboles con lo que en inglés llaman Spanish Moss, que ni es moho ni es español, pero que no falta en ninguna novela ambientada en el profundo sur americano. O como Père Lachaise, donde los famosos se codean en el más allá con los que no fueron tan famosos en el más acá. O uno de esos cementerios de las colinas de Italia, o los cementerios blancos del Mediterráneo español, o los barridos por el sol y en viento en las islas griegas. O esos de paisaje ondulante y vegetación increíble, donde las tumbas se asoman tímidamente…
No, si a usted le tocó morirse en Cuba, olvídese de la majestuosidad violada y arrasada del cementerio de Colón, si es habanero. Olvídese del limpio cementerio de pueblo, o del camposanto rural con las luces de San Telmo en las noches. Ya se acabó hasta la cultura de la muerte en Cuba. Ya no hay respeto para la muerte, de tanto decir patria o muerte se les ha olvidado la gravitas de la palabra. Mucho menos hay respeto para los muertos.
Hoy me entero que los muertos tienen dueño.
Y que hay quienes ofician de dueños de los huesos.
Curiosamente, hay exiliados que quieren ser enterrados en Cuba. Es la conexión del ser con la tierra, que va más allá de lo psicológico. Es la conexión con la tierra que representó una vez la cultura, o aquellos valores que se transmitían de generación en generación y de familia en familia.
Hay otros que quieren sacar a sus muertos de Cuba.
Si, los hay.
Los hay que quieren dar descanso a sus muertos lejos de la tierra que no parece tener futuro, ni para los muertos.
Pues allá van. Y se encuentran con que hay un familiar comunista que se erige en custodio de la tumba familiar, o de lo que queda de ella –de esos comunistas que les tiraron las puertas en las narices cuando se fueron al exilio y cuyos hijos después se fueron, a cuyos hijos retiraron también la palabra hasta que la restituyó la dadivosidad de los hijos pródigos con el todopoderoso Mr. Dollar.
Allá se encuentran que en medio del cementerio de Colón se queman ataúdes viejos. Se encuentran también con que los huesos sagrados de los antecesores no encontraron descanso, pues algún pariente comunista decidió que podía lucharse un baro vendiéndolos para un ritual de palo de monte. Da lo mismo que si de la tumba familiar, o de la de al lado, si es un abuelito gusano pues que vaya para la nganga de un palero en Guanabacoa, con tal de usar el espacio para enterrar al vecino compañero de juergas que se mató en una borrachera jugando a la ruleta rusa con otros militares.
Da lo mismo. Todo da lo mismo. El soborno se exige, con la misma sonrisa macabra que la de la muerte. Tanto por abrir la puerta, tanto por levantar la losa, tanto por hurgar entre los restos. Tanto por ponerle los huesos en una bolsa.
Los osarios son chicos. Alcohólicos consuetudinarios se ganan el dinero del chispa de tren del día partiendo huesos con un martillo para hacerlos caber en las pequeñas cajas de cemento. Un muerto por caja. O dos. O los que sean. Y si no caben, pues los huesos a un saco, que se venden muy bien el el mercado negro.
Allá llegan, los exiliados, con papeles con todo tipo de sellos, impuestos y gravámenes para transportar los secos huesos y las grises cenizas a donde el exilio los ha llevado. Se encuentran con un revoltijo de osamentas, no se sabe quién es quien, pero si la abuelita no tenia tres piernas, cuarenta y tres costillas y seis brazos! Ahí están, tristes, llorosos y tratando de evitar que las imágenes de la profanación les lleguen al cerebro.
Y aparece el primo comunista. De esta tumba no se va nadie! Esta tumba es de Fidel. Y el anciano exiliado lo deja tendido de un puñetazo, y los dos dientes del primo comunista caen en medio de la confusión de restos humanos en la tumba abierta.
El sepulturero, patidifuso.
El viejo exiliado empuja al primo comunista dentro de la fosa, y amenaza con matarlo de un golpe de pala. Le quitan la pala.
Le suplican que salga del cementerio. Pero no quiere. Quiere morir ahí mismo.
Escupe al primo. Sale.
Se tambalea.
El amigo de su hijo lo sienta en un banco. Se levanta, camina lentamente y se lleva la mano al bolsillo. Se ha llevado al menos dos falanges de unos restos que cree que sean los de sus padres.
Se los llevará de una isla donde ni los muertos reposan.
Charlie Bravo.
(Amabilidad del autor).
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