¿Jaranas con las cubanas? Por Esteban Fernández.
por Esteban Fernández
¿JARANAS CON LAS CUBANAS?
Mucho he hablado de las diferencias del cubano y la cubana, hoy vamos al motivo y a sus orígenes: Observe que mientras nosotros hacemos y aceptamos BROMAS PESADAS, ellas difícilmente entren en ese relajito. Nosotros, los hombres cubanos, estamos acostumbrados desde que nacemos a las burlas de nuestros amigos, y adquirimos "tabla", mientras ellas nunca fueron víctimas de la chacota callejera. Ellas se respetan y exigen respeto. A nosotros, y entre nosotros, nos encanta la coña y la jodedera.
Usted se compraba un pantalón verde chillón y se aparecía al parque con el puesto, y el pueblo entero se mofaba de su pantalón. La muchachita podía ponerse el vestido más feo y estrafalario del pueblo y nadie se burlaba de ella, al contrario.
Entonces, al pasar los años, usted puede ver que los amigos cubanos nos burlamos unos de otros, y el choteo (cosa inconcebible para las esposas cubanas) es una mezcla de ironía y de un inmenso cariño mutuo.
Y si nos pintamos el pelo todos los amigos se ríen de eso, y si no nos pintamos entonces se burlan de nuestras canas. Nos burlamos de "lo viejo que estás, de lo gordo que te has puesto, de lo tacaño que eres para el dinero, de la vestimenta, y hasta de la impotencia".
Y la esposa cubana asustada (porque no entiende esas "gracias") le dice a su marido: "Viejo, ten un poquito más de cuidado y de respeto, a mi no me gustan esas bromitas que tú utilizas con Gilbertico, a mí me parece que un día se van a fajar".
¿Alguna vez usted ha escuchado a una cubana decirle a una amiga burlonamente: "Chica, que fea tú estás, luces como un payaso, ese vestido te queda horrible, pareces un mamarracho"? Jamás en la vida, y si lo hacen se pelean para toda la vida.
Sin embargo, esas son cosas que nosotros se las decimos a los amigos íntimos con toda naturalidad. Y todos se ríen, y nadie se pone bravo. Y sabemos contestar con otra burla, con otra broma, porque eso lo aprendimos en la calle en Cuba desde que nacimos.
Nada molesta más a una cubana que uno trate de "tomarle el pelo". Es totalmente inaudito (para nosotros) que después de estar casado 40 años con una cubana todavía nos diga: "Oye ATREVIDO, no te equivoques conmigo, tú sabes perfectamente bien que a mí no me gustan nada esas jaranitas tuyas".
Un cubano está claro en que puede ponerse el bombín de su tatarabuelo en la cabeza y acto seguido recorrer el mundo entero y nadie le dice nada sobre su viejo bombín, pero también sabe que si se le ocurre ir a comer junto a unos amigos a cualquier restaurante cubano con "el bombín de Barreto" puesto lo van a relajear por largo rato.
La mujer cubana nunca ha sufrido eso, no admite eso, no está acostumbrada a eso. De niñita sólo recibió halagos, cuidados y protección, mientras nosotros ya en el mismo Kindergarten sufrimos las primeras risotadas de nuestros compañeritos de clase cuando descubrieron que teníamos un tremendo hueco en la punta de la media.
Por eso, mientras nosotros unos a otros podemos boncharnos y la "sangre nunca llega al río", ellas, entre sí, no se tocan ni con el pétalo de una rosa. Al contrario, entre ellas todo es "champú de cariño". Y si nos atrevemos a simplemente iniciar un relajito con ellas, a intentar una burlita fuera de lugar, nos paran en seco y nos dicen: "¡Ehhhh, conmigo no te tires, no te lances en un chistecito que a mí no me gustan los pujos ni las gracias pesadas".
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