Once Comida: un murmullo cotidiano

07-04-2016_Once-Comida


En el primer capítulo de Once comida, Patricio Torres trajo un indio pícaro a la casa de su ex mujer.  El personaje de Torres acababa de quedar sin trabajo y su hijo confesaba repetir de curso por tercera vez. En la ficción, llovía y la casa tenía goteras. Afuera, en la vida real, Chile se inundaba. Adentro, la familia esperaba sentarse a la mesa y tomar once. No era un drama sino una comedia y transcurría en una media hora donde los rituales diarios se construían a partir de las peleas y las declaraciones de amor, el fracaso del padre y las reconciliaciones express. Todo era ligero y familiar. Cercano. El indio pícaro le daba un poco de color local aunque quizás podía leerse como un chiste privado sobre la llegada de Torres a TVN. Mal que mal, el mejor capital de Torres era el aura que construyó sobre sí mismo en Chilevisión, donde se convirtió en el capo cómico de nuestra picaresca: el rey de los piratas, el ejecutor de las imposibles fantasías sexuales del chileno profundo.


¿Tiene sentido verlo ahora como un padre de familia? Mucho. Ahora mismo Once comida es la primera indagación que TVN hace de modo sistemático en la familia chilena desde que dejó de transmitir Los Venegas.  Ahí, Torres es un padre del nuevo siglo (disminuido, hecho bolsa por la vida, carente del respeto de su mujer y sus hijos millennials) pero también es uno de los pocos actores que podían asumir con eficacia la premisa formal de la serie, que va en vivo todos los días antes de 24 Horas Central. Lo mismo corre para Katty Kowaleczko, Valentina Acuña y Diego Boggioni, quienes interpretan al resto de la familia y asumen con eficacia la dificultad técnica que implica el show: usar como material del relato las noticias y temas del día. Acá está el riesgo del programa porque eso implica trabajar con el fuego cruzado de lo que sucede en el país. De hecho, en uno de los episodios de esta semana hubo una peculiar versión familiar del proceso constituyente que se tomó la agenda y por ahí aparecieron citas al fallecimiento de Patricio Aylwin y al desastre de las lluvias del fin de semana pasado.


De este modo el sentido de Once comida depende de su capacidad para editorializar el día de hoy aunque acá la sombra de Los Venegas es larga. A la distancia, Los Venegas podía leerse como una colección de metáforas sobre el Chile de los 90 donde destacaba el hecho que la serie servía para percibir cómo operó el paso del tiempo en nuestra sociedad. Mal que mal, vimos a Jorge Gajardo y Mónica Carrasco criar hijos y nietos, cambiar de trabajo, envejecer con el país hasta convertirse en un algo que al final no nos importaba demasiado pero que cuando desapareció extrañamos con la sensación irreal de nostalgia que nos provocan las viejas fotografías.


Once comida quizás aspira a lo mismo. Aún es pronto para saberlo aunque una posee una histeria, un tono destemplado y una urgencia que le son propias. Sí, hay demasiado de Lisa y Bart de Los Simpson en el perfil de los hijos de Kowaleczko y Torres y le falta harto rodaje para trazar una propia mitología como la de Casado con hijos, pero lo que cuenta es el apuro, la necesidad de conectar con lo que sucede ahora mismo. En ese sentido el éxito de Once comida no tiene que ver los puntos de rating o los comentarios de las redes sociales sino con la posibilidad de asentarse en la memoria de los espectadores como si fuese un espejo cómico de lo que pasa en sus vidas al modo de un murmullo cotidiano, como un ruido de fondo que marca el fin de la tarde.

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Published on April 24, 2016 06:55
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Álvaro Bisama
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