Alessandra Neymar's Blog, page 5
February 26, 2016
De regreso!
Sí, lo sé, he estado bastante perdida. En realidad, soy consciente del tiempo que llevo sin aparecer y de lo mucho que eso ha podido molestar a algunos de vosotros.
Empezaré comentando que al principio pensé que podría hacer frente a todo, pero no esperé que unos inesperados contratiempos profesionales me sorprendieran en mitad del trabajo. Se supone que debo concentrarme en terminar una saga que para mí es sumamente importante, pero estoy teniendo que dividir mis esfuerzos. Por un lado en escribir la novela y por otro en solucionar todo esto. Nada de lo que tengáis que preocuparos, porque estoy trabajando en remediarlo lo más eficazmente.
Aunque no contaba con que el estrés llamara a la puerta y, como me considero una buena anfitriona, la abrí de par en par. Lo que quiere decir que he estado unas interminables tres semanas regocijándome en todos los padecimientos que el bendito invierno ofrece. Sí, chicos, fiebre, anginas, gastroenteritis… Entre otras cosas jajajaja Así que he capeado este temporal arrastrándome de la cama al sofá y viceversa.
Pero eso no significa que no haya tenido mis momentos. De hecho he vivido con el móvil a mano y a cada cosa que se me ocurría le dedicaba una ronca nota de voz. Tengo más de cien archivos con muy buenas ideas
December 29, 2015
Feliz Año 2016
Las vacaciones están muy bien (¡las adoro!). Pero también tienen su parte negativa. Tomándome como ejemplo: de cuanto más tiempo libre dispongo, más trabajo y más vulnerable soy a los achaques. Así que me tocó constipado, alguna que otra indigestión y una apabullante inspiración con la sigo sorprendida. (Sí, inspiración; montones y montones de frases agolpándose en mi cabeza y luchando por ser las primeras en plasmarse en el papel.) Estoy muy orgullosa de la forma que está tomando esta quinta entrega de BCPR.
Pero no todo ha sido eso. He recibido regalitos que he colocado en la estantería VIP de mi librería (no os hagáis los locos, sabéis que soy una apasionada del manga/anime :P). Por tanto ahora se me junta la inspiración con las ganas de hincarle el diente a mis nuevos mangas. Tendré que dosificarme las horas jajajaja
En fin, me pasaba por aquí para comentaros que hoy sale el último capítulo del relato de Diego Gabbana. Quiero decir “por ahora” porque teniendo en cuenta lo que os ha gustado, mi cabeza ya está maquinando lo siguiente
Relato Diego Gabbana Parte 7
Este capítulo forma parte de una serie de inéditos que relatan la perspectiva de Diego Gabbana a partir de los sucesos acontecidos en Colapso y Desafío. Si cómo lector todavía nos has llegado a la entrega mencionada, abstente de leer para evitar spoilers.
Escena relacionada con la cuarta entrega de la saga BCPR: Desafío.
Canción: The Weeknd – The birds (part II)
Parte 7
Última entrega
Ninguno de los dos mencionó palabra, ni siquiera Eric para preguntarme a dónde demonios nos dirigíamos. De todos modos, no habría sabido darle una respuesta porque estaba demasiado concentrado en no perder el poco sentido común que me quedaba.
Simplemente conduje marcado por esos instintos que ni yo mismo entendía.
Entonces me detuve, cerré los ojos y respiré. No me hacía falta mirar a mi alrededor, mentiría si dijera que no sabía qué puñetas hacía allí. Nos había arrastrado a la casa de retiro que mis abuelos tenían en los alrededores del foro itálico porque mi fuero interno insistía en compartir una intimidad ciega junto a Eric… Y tenía las llaves de aquel lugar guardadas en mi bolsillo.
Quise mirarle y rogarle que me pidiera que le llevara a casa, pero preferí bajarme del coche y me encaminé la casa. A regañadientes admití que no quería despedirme de él aquella noche.
Eric no me quitó ojo en todo el proceso. Inspeccionó el modo en que saqué las llaves y también el pequeño temblor que se me había instalado en los dedos; fue mucho más evidente cuando desbloqueé la cerradura.
Entré dejando la puerta abierta de par en par, esperando que Eric me siguiera. Resoplé, puse los brazos en jarras y miré al techo, un tanto desesperado. La embriaguez había desaparecido completamente, sentía cada uno de mis deseos con una nitidez extraordinaria.
Miré de reojo la puerta. Los minutos que Eric tardó en aparecer se me hicieron eternos, pero cuando lo vi allí plantado, en medio de aquel salón, supe que jamás me toparía con alguien tan fascinante. Mirarle ya no era suficiente. Toda su presencia me empujaba hacia él.
Nos observamos con fijeza. Él con incertidumbre, y yo con una exaltación capaz de robarme el aliento. Lo que sea que significara aquello dejó de importarme a descubrir que yo era el centro de su pensamiento en ese momento.
Me quité la chaqueta sin apartar la vista. Tímido y retraído, Eric esperó a que yo decidiera mientras imitaba mi gesto y se deshacía de su anorak. Me acerqué a él, lentamente, consciente de que su aliento se entrecortaba conforme aumentaba mi cercanía.
Si aquello era amor, lo sabría en cuanto volviera a probar su boca. Porque nunca antes un beso me había proporcionado tal descontrol. Pero confirmarlo podía atrapar a Eric y no estaba seguro de querer eso.
—No podrás huir de mí cuando te encierre en esa habitación. Así que este es un buen momento —rezongué dándole una última oportunidad.
Eric tragó saliva y tomó aire antes de coger mi brazo. Con suavidad, lo enroscó a su cintura y rozó mis labios con los suyos. Cerré los ojos. Ahí estaba de nuevo ese calor pegado a mi boca, robándome el aliento.
En un arrebato de deseo, apreté su cuerpo contra el mío tomando el control de aquel abrazo. Eric jadeó en mi boca al tiempo en que cruzaba sus brazos entorno a mi cuello. Daba igual que movimiento hiciera, aquel adolescente ya me tenía atrapado en él. Lo estúpido era haber tardado tanto tiempo en reconocerlo.
Empezamos a tambalearnos. Al principio pensé en apoyarlo en la pared y continuar perdiéndonos en ese beso, pero después recapacité y me di cuenta de que no podía soportar las ansias por tumbarlo bajo mi cuerpo. Así que acaricié sus nalgas, lo levanté a horcajadas del suelo y me encaminé a la habitación. Caminé de memoria, porque detenerme para ver el camino habría supuesto apartarme de sus labios. Y todavía no estaba dispuesto.
Caí sobre él en la cama. Su pecho se estampaba contra el mío, desbocado. Estaba muy nervioso, pero esa cortedad no hizo más que ensalzar lo que sentía. Le miré, me deleité con cada una de las líneas de su rostro y esquivé sus manos cuando quiso esconderse tras ellas. No me robaría ese instante. Le había advertido, estábamos en la habitación. Una vez allí dentro, sería mío.
—Tiemblas… —siseé acariciando su mejilla—. ¿Por qué? —Eric dejó escapar un suspiro entrecortado cuando una de mis manos comenzó a descender por su pecho. Miró al techo cuando colé mis dedos bajo el jersey. El modo en que su piel se estremeció bajo mi caricia hizo que perdiera la cabeza—. Responde —le insté acercándome a su oído.
—No sé…lo que me espera —tartamudeó. Y ardí en deseos de liberar mi excitación de una vez por todas.
—¿No era esto lo que Luca te hacía? —Me equivoqué al escoger mis palabras, pero supongo que disimulé su efecto al acariciar uno de sus pezones. Eric apretó los dientes e hizo presión sobre mis hombros al tiempo en que arqueaba la espalda. El gesto me dejó mucho más espacio—. ¿O eras tú quien ocupaba mi lugar? —Deslicé mi boca por su cuello hasta llegar a aquella zona tan erógena. La lamí segundos después de sentir un fuerte latigazo de celos.
Pensar que había compartido tal intimidad con otra persona me puso furioso.
—¿Por qué estás tan seguro de que esta no es mi primera vez? —jadeó.
Me detuve de súbito. No era la respuesta que esperaba. ¿Qué insinuaba? ¿Qué nadie le había tocado? ¿Qué me entregaba su pureza? ¿A mí? Sí, definitivamente ambos estábamos locos. Porque ni él me pediría que parara, ni yo tendría el valor de hacerlo.
Regresé a sus labios, pero no le besé.
—No es bueno que una persona como yo te robe este momento —susurré. Creí que su mirada me engulliría.
—Tampoco…que me deje con las ganas. —Continuaba tímido, pero no desaprovechó la oportunidad de responder. Cogió mi rostro entre sus manos—. Deja que yo decida, Diego —suspiró—. Deja que sea yo quien elija a quien quiero como mi primera vez…
Si así lo quería, ahí me tenía. Sería delicado, cogería las ganas violentas que tenía de hacerle el amor y me las tragaría, más que dispuesto a darle una noche que nunca pudiera olvidar. Dispuesto a entregarme a él por completo.
—Relájate… —siseé dejando que mis labios resbalaran por su pecho, esta vez mucho más tierno y sensual. Lo besé notando la tensión bajo su piel—. Procura no contraer los músculos, ¿de acuerdo? —Mis manos acariciaron la cinturilla de su pantalón antes de desabrocharlo. Creí que eso le pondría nervioso y probablemente así era, pero contuvo la rigidez justo como le había pedido—. Eso es… Levanta las caderas. —Eric obedeció sin apartar la vista de mí. Bajé sus pantalones arrastrando con su ropa interior. Le dejé completamente expuesto—. Y ahora… cierra los ojos —dije bajito, ansioso por perderme en aquella parte de su cuerpo.
—Diego… —Esa vez, no hizo caso. Quizás tenía miedo o pensaba que me largaría y le dejaría allí tirado.
Acaricié su pecho hasta llegar a su barbilla. Dibujé el contorno de sus labios con el dedo índice.
—Seguiré estando aquí cuando los abras —musité.
—¿Lo prometes? —Por supuesto.
Eric jadeó. Estrujó la tela del edredón y sacudió sus caderas en cuanto sintió mi boca allí abajo. Me enloqueció que su cuerpo admitiera mi lengua con un escalofrío excitante. Disfruté de aquella sensación unos minutos más antes de acercar un dedo.
Lo moví con tremenda delicadeza.
—¿Duele? —jadeé observando su maravillosa reacción.
—Ah, no… —gimió aún con los ojos cerrados.
Su respiración se descontrolaba, su piel estaba completamente erizada y mi corazón se estrellaba desbocado contra las costillas.
—Respira, Eric —Le pedí obligándome hacer lo mismo.
—Sí… Está… bien —dijo entrecortado al tiempo en que deslizaba mi boca—. Ah… —Volvió a gemir tirando del cuello de mi jersey.
—Tranquilo —suspiré—. Dime qué sientes.
—Es… extraño. —Casi tanto como el tacto de la yema de sus dedos clavándoseme en el cuello.
—¿Te gusta?
—Sí… —Aumenté la presión de aquel dedo. Eric volvió a retorcerse.
—¿Quieres que continúe?
—Sí… —Apreté los dientes al notar el violento latigazo de excitación que me sobrevino.
Jamás había experimentado un frenesí parecido en una situación previa al sexo. Me moría de ganas por entrar en él.
—Abre los ojos, Eric. —Decidí levantar un poco la cabeza para que pudiera verme en cuanto obedeciera. Su mirada resplandeció al toparse con la mía—. Háblame…
—No…puedo. —Tragó saliva consciente de que mis dedos no abandonarían aquella parte de su cuerpo.
¿Por qué era tan sencillo tocarle? ¿Por qué no me costaba hacerlo y me importaba tan poco lo que después pudiera pensar la gente?
—Puedo estar así toda la noche —jugué sabiendo que le tenía completamente encendido entre mis manos.
—Quiero más… —Y tiró de mi jersey.
Había llegado el momento de exponerme a él y no dejaría que se interpusieran mis reservas. Me alejé un poco y me quité la prenda bajo su atenta mirada. En cuanto la solté a un lado me di cuenta de que observaba mi torso desnudo con fascinación. Dudaba en si tocarme o continuar quieto. Pero le pudo el deseo y acarició con suavidad el cinturón de mi pantalón al tiempo en que se incorporaba. Lo desabrochó con lentitud, consciente del punto al que había llegado mi exaltación.
Contuve un gemido mientras él maniobraba. Fue delicado y un tanto torpe, pero asombrosamente erótico. Apreté de nuevo los dientes. Eric no sabía lo mucho que me estaba costando detener mi locura por él. Debía ser precavido si no quería asustarle.
Volvió a dudar. Esta vez se debatía entre si bajarme los pantalones o no. Sabía bien que si lo hacía yo me convertiría en un recuerdo eterno. Jamás dejaría de ser su primera vez. Era de sobra lógico que se lo pensara dos veces. Pero su cuerpo lo tenía bien claro. Sus manos deseaban continuar. Así que las envolví con las mías y las dirigí. Eric se dejó llevar y, en cuanto ya no hubo barreras, agachó la cabeza.
Me hubiera gustado poder encender la luz y deleitarme con su rubor, pero me bastó con el escalofrío que recorrió su cuerpo y que apenas disimuló.
—Sigues temblando… —Acaricié sus brazos y besé la curva de su cuello. Tenía la piel muy caliente.
—Tengo miedo —musitó.
Me detuve. Daba igual las ganas que tuviera de él en ese momento. Si me pedía que parara, sorprendentemente lo haría.
—¿De qué? —Pregunté sin saber que me miraría de aquella forma, como si fuera el centro de su universo.
—De que no vuelvas a mirarme como lo estás haciendo ahora.
<< ¿Por qué, Luca? ¿Cómo pudiste traicionarle?>> Me lancé a su boca con tanta impetuosidad que caímos de nuevo sobre el colchón. Su pecho pegado al mío, sus brazos rodeando mis hombros.
—Voy a hacerlo así. —Me coloqué entre sus piernas y las levanté con delicadeza para poder tener un poco más de espacio a la hora de entrar en él—. Quiero que veas como te miro mientras te hago el amor.
—De… acuerdo —tartamudeó sintiéndome al borde.
Gimió en cuanto hice un poco de presión.
—Mírame, Eric —susurré en sus labios—. No cierres los ojos.
Poco a poco me hundía más y más en él.
Lentamente todo mi mundo… renacía.
Volví a besarle mientras esperaba a que su cuerpo se adaptara al mío. Pero fue él quien movió las caderas y me exigió más. Enredó sus dedos entre mi cabello y apoyó su frente en la mía dejando que su aliento impactara caliente y precipitado en mis labios.
—Ahora mismo me da igual si para ti todo esto es un juego —jadeó.
Esa vez fui yo quien tembló.
—Cállate —suspiré. Cogí sus caderas y le embestí con suavidad. Gimió en mi boca antes de consumirnos en un beso.
Fuimos piel y deseo y locura…Durante toda la noche.
Fui hombre… con él. Y supe que esa era la emoción que había estado buscando como un loco durante toda mi vida.
Mucho más tarde, cuando parecía que el hambre por devorarnos había menguado, Eric se quedó dormido entre mis brazos, olvidándose de sus reservas e ignorando el caos corrosivo que me golpeaba.
Pude observarle sin restricciones. Su cabeza apoyada en mi hombro, su cuerpo desnudo enredado al mío, su dulce boca entreabierta… Quise que el tiempo se detuviera para quedarnos de aquella forma para siempre. Quise poder despertarle y decirle, mirándole a los ojos, que ahora ya no solo deseaba su cuerpo, sino que también quería su corazón.
No debí comprender que me había enamorado de él. Porque ese sentimiento me hizo huir de nuevo.
Dejé la llave de la casa sobre la almohada.
Nos leemos pronto, mafiosos.
Todos los derechos sobre el texto son exclusivos de la autora.
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December 25, 2015
Relato Diego Gabbana Parte 6
Este capítulo forma parte de una serie de inéditos que relatan la perspectiva de Diego Gabbana a partir de los sucesos acontecidos en Colapso y Desafío. Si cómo lector todavía nos has llegado a la entrega mencionada, abstente de leer para evitar spoilers.
Escena relacionada con el capítulo 24 de la cuarta entrega de la saga BCPR: Desafío.
Canción: Banks – Brain
Parte 6
No volví a verle. Bueno, eso no era del todo cierto. Le había visto, apenas un par de veces y de forma fortuita, pero habría preferido lo contrario. Yo le ofrecí indiferencia y él, a cambio, me entregó un silencioso reproche ignorando que me perseguiría constantemente.
Por eso aquellas últimas semanas se hicieron tan difíciles. Había cometido un gran error yendo hasta la casa de Eric y acorralándole en su propio portal con toda la intención de exponerle. Me castigaba continuamente por ello, pero ya no había forma de erradicarlo. Lo había hecho y, aunque me arrepintiera, jamás podría olvidar como Eric pretendió entregarse a mí sin importarle su entorno.
A diferencia de él, yo no lo tenía tan claro. ¿Cómo iba un Gabbana a encamarse con otro tío que, para colmo, era menor? Debía estar enfermo.
Entre el alcohol y la maldita imagen del pequeño de los Albori condenadamente afianzada en mi cabeza, fui dando tumbos con el coche hasta la periferia. La visión que tenía de mí mismo en ese momento era la de un hombre que controlaba al volante y que era perfectamente capaz de maniobrar. Pero cuando un carabinieri se asomó a mi ventanilla y me miró asombrado, supe que probablemente había arrasado con todos los retrovisores de los coches aparcados en la zona.
—Señor Gabbana, no debería… —Le interrumpí de inmediato mientras me bajaba.
Pensé que caminar me resultaría complicado, pero eso por el momento estaba controlado.
—Obviemos que me ha visto, ¿de acuerdo? —Balbuceé estampándole un bonito billete de quinientos euros en el pecho—. Creo que no volveré a coger el coche. —Y él no volvió a protestar.
Así que pude emprender mi camino hacia… No, no tenía ni puñetera idea de donde estaba. Pero tampoco me importó porque lo único que necesitaba era beber hasta perder el conocimiento. Al parecer, podría conseguirlo porque encontré un garito bastante cochambroso al final de aquella maldita calle llena de socavones.
Media hora más tarde mi trasero estaba perfectamente acomodado en un taburete y mis dedos sostenían la cuarta copa. Poco a poco me acercaba a ese estado que tanto deseaba. Estaba seguro que lo conseguiría, hasta que de pronto alguien más entró al local.
Y trajo consigo la peor de las compañías.
Por un momento, Mauro y aquella canción de Fink se armonizaron a la perfección.
—¿Qué coño haces? —Dijo furibundo dando un golpe sobre la madera.
Habría podido disimular mi sobresalto ante aquel ruido sordo si hubiera estado sereno, pero no era el caso.
— ¡Mauro! ¿Cómo tú por aquí? —exclamé y me fue imposible desnudar a Eric con la mirada. Joder, si hubiera venido solo, le habría arrastrado a los lavabos. Y Mauro se dio cuenta—. Vaya y vienes con el pequeño Albori.
Eric se tensó y cogió aire profundamente. No le estaba haciendo gracia verme así. Pero ¿a quién coño le importaba?
—Diego, ¿de qué va todo esto? —continuó mi primo.
—Vamos, divirtámonos. No resulta difícil si te tomas un par de estas. —Señalé mi vaso.
—Joder… Vámonos.
—Mauro, no estoy borracho. —No del todo. Así que si quería pelear conmigo, no tendría problema.
—Eso ya lo veo, pero no te falta mucho —comentó intentando mantener la calma—. Muévete.
— ¿Sabes cuál es la gracia de todo esto? —Me acomodé en el puñetero taburete—. Que a más bebas, más olvidas y es exactamente eso lo que me he propuesto. Así que ser buenos chicos y bebed conmigo o iros a tomar por culo, ¿me habéis oído? —Le amenacé y esa amenaza me dejó un sabor agridulce en la boca.
Porque beber no me devolvería a mi hermano y tampoco me permitiría mirar a Eric como se merecía. Este último fue el siguiente en hablar, desconcertándome.
—No, eres tú quien no nos oye a nosotros. —Su voz disparó todas mis alertas. No resistía—. Levántate de una puta vez.
Y lo hice. Pero con violencia. Me planté frente al Albori dispuesto a cualquier cosa.
—No me da órdenes un puto mocoso —mascullé al tiempo en que Mauro me ponía una mano en el pecho. Él supo leer mis intenciones y quiso indicarme que no me lo pondría fácil.
—Cuidado, Diego —dijo, pero ya no le escuchaba. Porque acababa de perderme en la mirada de Eric y en todas las pretensiones que mostraba.
Me exigía algo que solo él sabía y que yo me moría por compartir. Estaba llegando a mi límite, no me vi capaz de soportar por más tiempo todo aquel calor que me provocaba su cercanía. Quería corromperlo… Quería poseer hasta el último rincón de su mente y su cuerpo.
Pero no debía. Todavía me quedaba algo de humanidad. Así que me detuve y huí de allí por la parte de atrás.
En cuanto la puerta se cerró tras de mí, me incliné hacia delante y apoyé las manos en las rodillas. La bocanada de aire fresco que llenó mis pulmones no fue suficiente. Me ahogaba, me hervía la piel. No podía evitar sentirme vulnerable. ¿Cómo demonios lograba un crío de diecisiete años alterarme de aquella manera? ¿Hacer que todo mi cuerpo y mi mente se perdieran y pasaran a ser de su propiedad? ¿Cómo conseguía que me gustara sentirme tan atrapado por él?
Comencé a caminar. De pronto me notaba completamente sobrio. Ese adormecimiento que me perseguía ya no se debía a la bebida, sino a los deseos irrefrenables que me había despertado aquel maldito niñato.
—Por si no lo sabes, tu casa está en la dirección opuesta. —Esa voz… se clavó en mi pecho engrandeciendo mi tortura.
Tuve un espasmo.
—Puto maricón… —escupí las palabras. Y aunque me arrepentí, esperé y deseé con todas mis fuerzas que ese comentario le hiciera ver que no le convenía una persona tan incapaz de decidir como yo.
Pero de nuevo provoqué una reacción completamente distinta a la esperada. Irascible, Eric se acercó a mí y me soltó un puñetazo. Cuando reaccioné ya estaba en el suelo y saboreaba el regusto a óxido de la sangre en mi boca.
—El maricón puede partirte la cara, capullo —gruñó mientras yo me limpiaba la sangre. Después me levanté de un saltó y borré la distancia que nos separaba.
Eric se estremeció y yo fruncí los labios, ansioso por encontrar una respuesta. Me obligué a caminar.
<<Esto no puede estar pasándome… ¿Qué está ocurriendo?>> Mi cabeza era un maldito caos.
— ¿Ya está? ¿Eso es todo? —se quejó Eric. Me seguía.
<<Basta. Para de una vez. >> Pero ni siquiera estaba seguro de querer eso.
—¿Y qué esperabas? —Me di la vuelta y le observé mordaz—. Dime, Eric, ¿qué esperabas? ¿Qué te besara, a ti? —Comencé a moverme a su alrededor, sabiendo que le intimidaba tanta expectación. Ahora mi siguiente paso dependía de él. Si Eric no retrocedía yo ya no tendría fuerzas para hacerlo—. ¿Yo, un Gabbana? ¿Y después qué? ¿Tal vez…?
—Cállate… —me interrumpió justo a tiempo. Fue listo al no querer escuchar lo que podría hacerle a su cuerpo. No iba a andarme por las ramas, sería explicito. Quería serlo—. ¿Ocultas tu cobardía tras la intimidación? ¿Tú, un Gabbana? No esperaba que fueras tan cretino. —Masculló con rabia.
Ya no pude más. Fui violento y cruel al cogerle del cuello y estamparle contra la pared. Me importó una mierda que se le escapara un quejido de dolor o que me mirara con un poco de miedo. Ignoré sus alarmas y también las mías antes de zambullirme en su ardiente boca.
Me apoderé de ella con osadía y apenas pude controlar la convulsión cuando sentí su lengua dar la bienvenida a la mía tras haber gemido. Eric no dudó en aceptarme. Se aferró a mi cuello mientras yo le rodeaba la cintura en un abrazo posesivo. Jadeaba entre beso y beso, temblaba y eso me volvía más y más loco. Quería más de aquel chico, mucho más. Un simple beso no bastaba. Quería sentir su cuerpo pegado al mío, su piel erizándose bajo mis manos. Quería escucharlo gemir en mi oído mientras sus dedos se clavaban en mi espalda.
Y supe que él me daría todo aquello sin restricciones. Pero ¿hasta dónde estaba dispuesto a llegar? ¿Qué sería capaz de entregarle tras haber saciado mi necesidad de él? ¿Cuánto perdería Eric en el camino si decía adorar también a mis demonios?
No lo sabía. No tenía la respuesta a ninguna de esas preguntas.
—¡Maldita sea! —grité dando un salto hacia atrás—. ¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Qué coño haces conmigo?! —Me llevé las manos a la cabeza y me desquició la sensación que siguió al gesto. Él, con un solo beso, había logrado que sintiera una emoción extraordinaria y totalmente desconocida.
Eric me observó confundido y más adolescente que nunca. No sabía cómo interpretar mi actitud. ¿Rechazo? ¿Obstinación? ¿Locura? Quizás era un poco de todo. Ni yo mismo lo sabía. De lo único que estaba seguro en aquel momento era del extraño calor que hormigueaba en mis labios.
—Diego… —susurró acariciando mi brazo.
<< Aléjate de mí, Eric. Por favor. >>
—Cállate, no me toques —gruñí esquivando su caricia. Allá donde él tocaba mi mente se encargaba de enviarme una descarga—. Me estás volviendo loco. —Que él interpretara eso como le diera la gana.
—¿De qué estás hablando? —Fui un capullo al apartar sus manos de un palmetazo cuando quiso volver a tocarme.
—No te acerques a mí. ¡Déjame en paz, joder! —Y eché a correr en dirección a mi coche.
Ni siquiera recordaba donde estaba, fueron mis instintos los que me guiaron, quizás porque ellos también querían huir. Pero no conté con Eric estaría siguiéndome y se subiría al vehículo al mismo tiempo que yo.
—Baja del coche —mascullé sin aliento.
—No —jadeó él. Su pecho subía y bajaba, le temblaban las manos.
—¡Me cago en la puta! Lárgate de aquí. —Ni con aquella protesta logré que se arrepintiera de lo que podía suceder entre los dos si venía conmigo.
—¡No me bajaré, no dejaré que cometas una locura! —gritó. Y su preciosa mirada verde resplandeció iluminando el interior de aquel coche.
No, no se iría, a menos que yo se lo pidiera con honestidad. Pero alejarlo de mí en ese momento habría sido la peor mentira que me hubiera dado jamás.
Inconscientemente, arranqué y salí de aquella calle sabiendo que Eric me observaba fijamente con una expresión indescifrable.
Última entrega 29 de diciembre.
Todos los derechos sobre el texto son exclusivos de la autora.
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December 22, 2015
Relato Diego Gabbana Parte 5
Este capítulo forma parte de una serie de inéditos que relatan la perspectiva de Diego Gabbana a partir de los sucesos acontecidos en Colapso y Desafío. Si cómo lector todavía nos has llegado a la entrega mencionada, abstente de leer para evitar spoilers.
Escena relacionada con la tercera entrega de la saga BCPR: Colapso.
Canción: Jhené Aiko – Wading
Parte 5
Todo se desmoronaba. Mi tío Fabio y Cristianno muertos, Kathia atrapada, Sarah herida por proteger a mi madre, los Carusso poco a poco más poderosos. Y yo… cayendo más y más profundo en aquel abismo.
Cuando vi aquel jet privado perderse en el horizonte pensé: “¿cuánto tiempo estaré sin ver a mi madre?” Porque aquella era la primera vez que mi familia se separaba sin un tiempo definido.
No había sido buen hijo. Era consciente de que los tormentos que les había hecho pasar a mis padres les había puesto a prueba incontables veces. Pero nunca habían dejado de confiar en mí, ni siquiera cuando más perdido estaba. Jamás fui un chico cariñoso (supongo que ese aspecto caracterizaba más a Valerio) y no esperaba serlo algún día, pero, aun sabiendo eso, ellos nunca dejaron de proporcionarme amor. Aunque no lo dijera con palabras, estaba enormemente agradecido de tener unos padres como ellos. Por eso se hacía mucho más dura la situación.
¿Hasta dónde íbamos a llegar?
Me sentía frustrado, indignado. No encontraba el modo de pensar con claridad. Deseaba la sangre de mis enemigos, pero sabía muy bien que mi rabia haría que también se derramara la de los míos.
Ese día cogí el coche y deambulé sin rumbo, sin tiempo. No me importaba donde comenzaba y terminaba la carretera; probablemente porque lo único que quería era desaparecer, huir bien lejos de mí.
Pero atardeció y caí en la cuenta que llevaba cerca de una hora parado frente a un edificio en viale dei Parioli. Lo que fuera a buscar allí solo mi fuero interno lo sabía.
Esperé. Y después un poco más.
Hasta que apareció él y me miró.
Todo mi cuerpo estalló en un fuerte escalofrío y recordé la noche en que imaginé que Eric me acariciaba. Por un instante, volví a cerrar los ojos y a sentir un reflejo de aquel sombrío placer.
Dejé escapar el aliento conforme Eric se acercaba a mi ventanilla. Torció el gesto y me miró exasperado. Estaba pálido y sus ojos algo enrojecidos. ¿Acaso había llorado?
—¿No eras tú quien decía que me alejara de ti? —El modo bronco en que habló, me encendió de la peor manera.
Podría haberle empujado, quizás insultado y haber salido de allí a toda velocidad, pero la extraña fragilidad que mostraba en ese momento me detuvo.
Su ambigüedad me estaba volviendo loco. No soportaba que fuera tan dulce y al tiempo tan condenadamente erótico. Tragué saliva y, una vez más, apreté los dientes.
Eric se dio cuenta del gesto, observándolo con toda la atención y olvidándose de mantener sus defensas. Pude darme cuenta de la encrucijada en la que se encontraba. Él también tenía sus demonios.
—Ahora soy yo quien quiere que te vayas. —Me lo habría creído si no hubiera mirado mi boca.
Debería haber obedecido, como él había hecho con anterioridad, pero no pude. Yo no era ese chico indulgente de diecisiete años.
Bajé del coche. Eric introdujo la llave en la cerradura del portal. No se daba cuenta de que me acercaba a él, enfurecido. Y yo tampoco me di cuenta de hasta donde llegaba esa furia hasta le arrastré dentro.
Cerré la puerta de un golpe y le empujé contra la pared. Eric se permitió desconcierto, pero luchó por disimularlo. Al menos hasta que me miró a los ojos. Sus pupilas titilaron y adquirieron un extraño brillo.
Rodeé su cuello con una mano mientras la otra le apresaba el antebrazo. El gesto le obligó a echar la cabeza hacia atrás, pero Eric cerró los ojos y yo me acerqué a él. Acaricié su barbilla y la curva de su labio inferior con la punta de mi nariz.
—Me provocas y no te conviene —gemí encargándome de arrinconar su pelvis con la mía.
—¿Por qué? —jadeó dejando que su cuerpo lentamente se abandonara a mis intenciones. Fueran cuales fueran.
Que no le importara lo que pudiera hacerle, el daño que pudiera proporcionarle, me entregó una sensación tan corrosiva como fascinante.
Giré su cuerpo en un movimiento brusco y volví a empujarle contra la pared. Con la misma violencia que la maniobra anterior, apoyé mi pecho contra su espalda enloquecido con la idea de que él sintiera mi excitación completamente pegada a sus caderas. Pero, lejos de asustarse, Eric se estremeció al tiempo en que dejaba que su cabeza descansara en mi hombro. Mordí el lóbulo de su oreja con suavidad.
—¿Es eso lo quieres? —Me hice más fuerte, me propuse que mi cercanía le dejara sin aliento. Desabroché su cinturón—. ¿Quieres convertirme en esta clase de monstruo? —mascullé entre dientes. Tenía el centro de su cuerpo a solo unos centímetros de mis dedos.
Si Eric respondía con una afirmación, destrozaría una parte de mí.
Rogué que se negara, que me empujara lejos de él y terminara con aquel desvarío. Era un simple capricho de mis perversiones, no quería que Eric formara parte de ellas.
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—Sí… —murmuró entrecortado mientras una de sus manos rodeaba mi muslo, invitándome a continuar.
<<Maldita sea…>>
—No me hagas esto, Eric… —susurré sobre su cuello, dejándome devorar por lo que me hacía sentir. Su piel acarició mis labios excitándome con crueldad. No pude evitar el latigazo de deseo que me sobrevino ni tampoco la presión que hice sobre su cuerpo—. No te enamores de alguien como yo.
—Deja que eso lo decida yo, Diego. —Estaba loco… Y yo mucho más.
Estrujé la tela de la cintura de su pantalón y tiré de ella. Eric gimió agitado y me trastornó pensar que podía hacerlo mío en ese instante. No era el único excitado allí.
Me aparté de un salto, negando con la cabeza y sintiendo como mis ojos se dilataban. Había estado al borde de exponer a aquel chico sin importarme hacer que sus heridas fueran un poco más grandes.
—No… —resoplé sin aliento antes de salir de allí.
Tardé unos segundos en subirme al coche y unos pocos más en arrancar. Pero no me fui sin antes volver a mirarle.
A Eric le temblaron las piernas antes de flaquear y arrodillarse en el suelo. Respiraba agitado y no le importó hacerme saber cuan implicado estaba conmigo en cuanto me regaló aquella espectacular mirada.
Aceleré.
Siguiente entrega 24 de diciembre.
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December 19, 2015
Aclaración ^^
¿Qué tal el finde, family?
No acostumbro a publicar un post en pleno fin de semana, pero la verdad es que quería comentar algo y como cabe la posibilidad de que me extienda un pelín, pues me parece mucho más cómodo decirlo por aquí que no por las redes.
La cuestión es que, para mi sorpresa, ayer por la noche descubrí que hay una página en Facebook que se hace llamar Mírame y Dispara Oficial. No entiendo bien porqué “Oficial” cuando la realidad es que la única página que ostenta ese título es la que actualmente todo el mundo sigue: o sea la que yo misma, junto a varias administradoras, gestiono. (Hablando en plata: se me ha quedado la misma cara que la imagen que he asignado al post.)
No pretendo disgustar a nadie con esto, pero si necesitaba decir que me ha parecido algo pretencioso, ya que a mí no se me ha informado de la existencia de dicha página ni de cómo se va a tramitar. En ese espacio se ha asegurado que se informará en primicia de todas las novedades que salgan de la saga. No sería la primera página que lo hiciera (sabéis bien que hay decenas de sitios así por Facebook), pero asegurar una primicia sobre una saga sin que la autora no tenga ni idea empieza a suponer algo totalmente diferente.
Otro detalle que me ha parecido un tanto descarado ha sido el hecho de que esa página se haya promocionado en la mía propia: la verdaderamente oficial. Lo que puede provocar un desfase de información para vosotros, los lectores, que a fin de cuentas sois los únicos que para mí importáis, por encima de cualquier cosa.
Es por eso que me apetecía decir esto. No sé muy bien de dónde nace ni con qué intención. Si hubiera sido un fanpage como tantos otros, en absoluto me habría molestado en pasarme por aquí para dar mi opinión, pero esto cambia cuando se trata de anular el trabajo de tantos meses por lograr una comunidad notable y unida.
Por tanto, sin pretender parecer un tanto soberbia ni desprestigiar a nadie, me gustaría aclarar que mientras mi espacio esté disponible en las redes sociales, ese será el único lugar veraz y oficial dónde encontrar la última información sobre la saga BCPR. Seguir el otro espacio es una verdadera pérdida de tiempo.
Cuenta oficial Mírame y Dispara
Me quedo más tranquila aclarando esto
Y ahora, otra cosilla.
Sé que ayer tendría que haber salido la cuarta parte del Relato de Diego Gabbana. Entono el mea culpa porque tuve una tarde un poco ajetreada. Pero no pienso dejaros si la siguiente entrega.
Veo que está sentando muy bien a todos los lectores y que Diego poco a poco está reuniendo un buen séquito de admiradoras jejejejeje Es precioso, ¿a qué sí?
Confieso que me intimidó un poco lanzar este relato, pero recordé lo mucho que vosotros valoráis mi trabajo y me lancé. Desde luego hacéis que todo mi sacrificio valga la pena.
Bueno… os dejo con la mejor compañía. La cosa se calienta entre Eric y el hermano mayor de Cristianno. Veremos como acaba
Relato Diego Gabbana Parte 4
Este capítulo forma parte de una serie de inéditos que relatan la perspectiva de Diego Gabbana a partir de los sucesos acontecidos en Colapso y Desafío. Si cómo lector todavía nos has llegado a la entrega mencionada, abstente de leer para evitar spoilers.
Escena relacionada con la tercera entrega de la saga BCPR: Colapso.
Canción: Oscar and The wolf – Joaquim
Parte 4
Nunca antes llevar a cabo mi trabajo me supuso tal carga. No mezclaba mis emociones cuando se trataba de actuar como el mafioso que era, pero Eric participó en el ataque a los Mirelli en el puerto y absolutamente todos mis sentidos estaban puestos en él y en el extraño embrujo de sus movimientos.
El procedimiento salió como estaba planeado. Tomamos el embarcadero, Enrico hizo su magistral parte del trabajo y nosotros capturamos a Wang antes de que el cargamento estallara. En apenas unos minutos, uno de nuestros enemigos se convirtió en pasto de las llamas. Pero durante el proceso, Eric me miró y después le atacaron. Le robé la vida a su agresor sabiendo que él observaba toda la saña que desprendió mi cuerpo al matarle.
Recuerdo que después le cogí con furia y le zarandeé pensando que si estaba entre mis brazos jamás debería sentir miedo de nada. Pero recapacité y Mauro lo vio todo.
“No le hagas daño, Diego…” Esas fueron sus palabras, a las cuales respondí con cierta rabia. Odié que él se hubiera dado cuenta de lo que sucedía antes que yo.
“No sé cómo gestionarlo” Le dije y enseguida me arrepentí de admitirlo.
Apenas habían pasado dos días y continuaba con la sensación de aquella mirada verdosa hirviéndome bajo la piel. Quería verle y llevar a cabo mis pruebas para determinar si estaba enfermo o simplemente era una emoción que lentamente se desarrollaba en mi interior. Pero tras decenas de horas recapacité y me di cuenta de que Eric no tenía culpa de lo corrompida que estaba mi mente. Me sentía un traidor. ¿Cómo podía pensar en el amor cuando mi familia se rompía?
Lo mejor era esquivarle, evitar su cercanía. Aquel chico despertaba en mí unos instintos mucho más grandes que el simple deseo de llevarle a la cama, y no quería que formaran parte de mí. No tenía nada que darle, no podría hacerle feliz.
Con todo, creyéndome con las ideas más o menos claras, no era suficiente. No podía acallar esa necesidad que me despertaba. Así que aquella noche decidí salir y evadirme como hasta ahora había hecho: alcohol y quizás sexo a quemarropa.
Me puse la chaqueta, ajusté el arma en la cinturilla de mis vaqueros y me dirigí a la puerta sin saber que tras la madera aparecería su rostro. Eric mostraba un aspecto bastante pueril dentro de aquel anorak, pero cometí el error de contemplar sus hombros y la caída desgarbada de su torso. Desprendía una sensualidad cándida que deseé depravar con todas mis fuerzas.
Apreté los puños y pestañeé con calma. No me gustó que su mirada confiara en mí en ese momento. No debía fiarse…
—¿Te marchabas? —preguntó obligándome a retroceder con pasos cortos. Terminó de entrar en el vestíbulo de mi casa y cerró la puerta tras de sí.
—Así es. —Dudé. Y también tuve un escalofrío.
Eric se guardó las manos en los enormes bolsillos de su anorak y se encogió de hombros.
<<Para, Eric. Lárgate de aquí. >> Pero era obstinado, no se iría.
—Si vas a beber, ¿por qué no lo haces conmigo? —Si no hubiera dejado que su voz descendiera conforme hablaba, probablemente no me habría sentido tan vulnerable.
Torcí el gesto y entrecerré los ojos. No era bueno observarle e imaginármelo desnudo bajo mis manos, a mi meced.
—¿Qué podrías darme tú? —Casi gruñí.
Pero toda esa maldita frustración que sentía se evaporó en cuanto reconocí su lenguaje corporal; un Todo se paseó entre la distancia que nos separaba. Eric no lo diría, pero su cuerpo le traicionó. Él me necesitaba a mí de la misma forma en que yo me negaba a necesitarle a él.
Lentamente, timorato y cabizbajo, se acercó a mí y colocó una mano en mi pecho.
—No te vayas —susurró y lo hizo mirándome con prevención.
En ese instante, cualquier cosa que me hubiera pedido, se la habría dado. Cualquiera.
Acaricié su mano. No pensé demasiado en mis actos y supe que luego me arrepentiría, pero Eric ya había capturado mis dedos y me arrastraba hacia la biblioteca. Me dejé llevar por él, completamente cautivado.
Al entrar, me soltó, cerró la puerta y se acercó al mini bar. Mientras él cogía unos vasos, yo tomé asiento en uno de los taburetes que había en la barra. Me permití observarle con detenimiento aprovechando que estaba de espaldas. Su modo de vestir me estimuló más si cabía. Eric permitía que sus pantalones colgaran de sus caderas de un modo hechizante. Y la forma de sus piernas lo agradecía. Tenía ese estilo desenfadado y urbano que te invitaba a fantasear con la piel que se escondía bajo la tela.
Necesitaba una copa con máxima urgencia, doble al ser posible. Pero Eric optó por servirme un refresco. Habría reído por el gesto si no hubiera estado tan excitado.
Alcé las cejas, incrédulo, antes de pasar mi atención del contenido de aquel vaso a la expresión divertida del Albori.
<<Maldito crío. Para colmo tiene una sonrisa preciosa…>>
—¿Por qué has venido? —Quise saber empleando un tono algo tosco.
Eric tragó saliva mientras mi cabeza cavilaba sobre su presencia. ¿Qué le llevaba a estar allí si Cristianno había muerto…?
—¿Por qué me esquivas? —murmuró y yo agradecí que nos separa la barra de madera.
Sonreí al tiempo en que acariciaba el filo del vaso.
—¿Resulta que ahora tengo que darte explicaciones de mi vida o de la decisiones que tomo?
Eric se mordió el labio, nervioso, y agachó la cabeza.
—No era esa mi intención. —Era el momento de escucharle mandarme a la mierda, pero me equivoqué al pensar que actuaría así. Me di cuenta de que en el fondo apenas le conocía. Que tantos años viéndole en el edificio y eventos no me habían bastado para saber qué clase de chico era.
<<Joder… >>
—Eric, vete —Me levanté de mi asiento—. En serio. —Esa vez fui amable. Y esa amabilidad impulsó a Eric a acercarse a mí.
Salió de detrás de la barra y olvidó respetar una distancia prudencial conmigo.
—No quiero —susurró. Miré su boca y la ligera humedad que acariciaba su labio inferior. Pensé en capturarlo entre mis dientes y saborearlo con la punta de mi lengua.
Apreté la mandíbula.
—Estoy muy corrompido… —Casi gemí. Mi intención fue ser cruel y sin embargo provoqué lo contrario.
Eric se acercó un poco más. Ya podía sentir su aliento acelerado impactando en mi mandíbula. Él esperaba… Me estaba dejando decidir qué hacer sin disimular los deseos que yo le proporcionaba.
Estuve a punto de caer…
—Si no te vas tú, me iré yo —mascullé aun concentrado en sus labios.
—No dejas alternativa… —dijo bajito—. ¿Realmente quieres que me vaya?
—Sí… —Cerró los ojos. Ninguno de los dos deseaba esa respuesta.
—Bien —asintió y prácticamente echó a correr.
Observé la puerta por la que había salido completamente abatido, me llevé las manos a la cabeza y tiré un poco del cabello. Sentía un extraño histerismo que estuve seguro no acallaría ni bebiéndome una destilería.
Me acerqué al mini bar, abrí una botella cualquiera y vertí su contenido en un vaso. Lo ingerí de un trago, ignorando lo cerca que estuve de atragantarme. Pero no fue suficiente.
Cogí ese vaso y la botella y me encerré en mi habitación. Me bebí un par de copas más antes de tumbarme en la cama y notar como me flameaba el cansancio. A esas horas debería haber estado en un bar, tal vez con alguna compañía y medio borracho. Sin embargo el maldito Eric Albori se había propuesto desquiciar mi vida mucho más de lo que ya estaba.
Estrujé la tela de mi jersey y la liberé con un profundo suspiró. Minutos después, incapaz de controlarme a mí mismo, deslicé mis dedos bajo el pantalón. Y cerré los ojos.
Imaginé que era él quien me tocaba.
Siguiente entrega 22 de diciembre.
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December 15, 2015
Relato Diego Gabbana Parte 3
Este capítulo forma parte de una serie de inéditos que relatan la perspectiva de Diego Gabbana a partir de los sucesos acontecidos en Colapso y Desafío. Si cómo lector todavía nos has llegado a la entrega mencionada, abstente de leer para evitar spoilers.
Escena relacionada con la tercera entrega de la saga BCPR: Colapso.
Canción: Blue Foundation – Eyes on fire
Parte 3
Yo fui quien veló por el sueño de Eric. Mauro había recibido una llamada advirtiéndole de problemas con Kathia y decidí sustituirle sin saber que aquel gesto convertiría esa noche en una condenada pesadilla.
—Puedes irte… Estoy bien. —Había farfullado Eric, dándome la espalda. Estaba nervioso.
Seguramente se escondía de mis miradas, pero aquel gesto dejó su espalda desnuda a la vista y provocó que me costara mucho más quitarle ojo de encima.
—Cállate y duerme —le protesté.
Pero Eric, como de costumbre, no obedeció. Su voz volvió a surgir pasados unos minutos.
—Diego… —Ese modo de decir mi nombre… Como si estuviera dándole el mayor de los placeres.
—¿Qué? —gruñí.
—Le echo de menos… —Cristianno.
Apreté los ojos y los dientes y me aferré a los brazos de aquel sofá deseando que el suelo me engullera y me llevara allá donde estuviera mi hermano.
Tragué saliva, me levanté de mi asiento y me dirigí a la cama acatando mis impulsos. Capturé la sábana y cubrí el torso de Eric al tiempo en que me sentaba al filo. Me traicionaron mis manos y me enloqueció la respuesta que tuvo su piel bajo la yema de mis dedos cuando decidieron acariciarla. Se estremeció proporcionándome una sensación de debilidad absoluta.
—Yo también —le susurré al oído—. Duerme, por favor. —Pero de algún modo deseé que se diera la vuelta y me… abrazara.
Después de eso, no pude hacer otra cosa más que observarle dormir.
De vez en cuando, temblaba.
Y ese temblor dio paso a la tensión. A la mañana siguiente, cuando subió a mi coche después de ofrecerme a llevarle a su casa, Eric contuvo el aliento y se obligó a mirar al frente mientras fingía no querer clavarse las uñas en los muslos. Yo no actué diferente, pero mi cuerpo esperaba que pasara algo. Tal vez una mirada de reojo o alguna reacción… ¡¿Qué demonios?! ¡Era un crío! ¡Y yo ni siquiera sabía qué coño me estaba pasando, joder!
Detuve el coche frente a su edificio en la viale dei Parioli. Tuve que hacer malabarismos para que Eric no notara que estaba muy cerca de comenzar a hiperventilar como un imbécil. Pero lo que si vio fue como apreté el volante durante el trayecto, porque le interesaba mucho más mirar mis manos que mirarme a mí. Maldita sea.
—¿Te dolió? —Se supone que debería haberme despedido de él y no haberle lanzado una pregunta como aquella.
Eric frunció el ceño. Al fin pude sentir sus ojos conectando con los míos, pero no lo hicieron como esperaba. Titilaban y, aunque me gustó muchísimo descubrir que yo se lo había provocado, me dolió darme cuenta de lo cerca que estaba de dañarle.
—¿A qué te refieres? —preguntó precavido, dejando su boca entreabierta.
—Luca —murmuré y su reacción dijo todo lo demás. Empalideció lentamente e incluso tuvo un espasmo.
—Preferiría no hablar del tema. —Y yo habría preferido permanecer callado.
—¿Por qué? —Fui inquisitivo y un capullo.
—Porque me hiere —gruñó él, con furia. Aquellas tres sencillas palabras se me clavaron una a una en el pecho.
Luca le había hecho daño… No le importó tener al mejor de los compañeros a su lado. Ese hijo de puta malgastó algo por lo que yo empezaba a suspirar. Había visto crecer a ese chico, había dormido en mi casa cientos de veces.
¿Por qué ahora? ¿Por qué ya no le veía como a un hermano?
—¿Cómo lo supiste? —continué. Volvía a insistir en preguntas de las que no quería escuchar respuesta.
Si se enfadaba, llevaría razón. Pero Eric lo soportó, suspiró y cerró los ojos buscando paciencia en sí mismo.
—Diego, no quiero hablar de…
—¿Cómo supiste que estabas enamorado de él? —le interrumpí insistiendo en su dolor como el buen cabrón que era.
—¡No lo supe porque no lo estaba! —Gritó y golpeó el salpicadero. De la comisura de sus ojos colgaba unas lágrimas que no dejaría escapar—. Si lo hubiera estado ahora mismo no albergaría rabia sino dolor. ¿Responde eso a tu pregunta?
¿Sí? ¿No? Qué más daba. Lo único que me importó en ese momento fue que me miraba a mí y no a su maldito novio. Era yo quien se reflejaba en sus pupilas.
Eric quiso irse. No diría ni haría nada más, simplemente huiría de mi lado sin más. No me atacaría, ni me reprocharía. Probablemente olvidaría que alguna vez Diego Gabbana, el hermano de su mejor amigo, le obligó a dar voz a un sentimiento que tenía escondido en lo más recóndito de su alma.
Pero no quería ser solo eso. Mi cuerpo exigía más de él, aunque me conllevara consecuencias. Cada minuto que pasaba… más fuerte se hacía.
Le detuve. Capturé su brazo e impedí que abandonara el coche sin esperar que nuestras caras quedaran tan terriblemente cerca.
—¿Qué se siente, Eric? —siseé al tiempo en que él contenía un silencioso jadeo.
No entendió mi pregunta. No supo que responder. Y supe que a mí me habría pasado lo mismo de haber estado en su lugar, porque ni yo mismo entendía bien lo que quería conseguir de él en ese momento.
Lo intimidé, lo vi en sus ojos. Y la forma de su boca en ese instante me hizo débil.
—¿Vas a soltarme? —murmuró y cometió el error de mirar mis labios.
Un beso… Besarle quizás habría terminado con aquella tormenta porque me habría hecho recapacitar.
—Podrías hacerlo tú mismo si quisieras. —Pero no se soltó, sino que cerró los ojos y liberó el aliento dejando que acariciara mi barbilla. Me acerqué un poco más… Solo un poco más, reduciendo a un estúpido centímetro la distancia que nos separaba.
Eric tembló y entonces me alejé de él.
—Gracias por traerme… —dijo antes de salir. Le vi entrar en el edificio arrastrando los pies.
—Joder… —me golpeé la cabeza contra el volante.
Debería haberle besado… Quería besarle.
Siguiente entrega 18 de diciembre.
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December 11, 2015
Relato Diego Gabbana Parte 2
Este capítulo forma parte de una serie de inéditos que relatan la perspectiva de Diego Gabbana a partir de los sucesos acontecidos en Colapso y Desafío. Si cómo lector todavía nos has llegado a la entrega mencionada, abstente de leer para evitar spoilers.
Escena relacionada con el capítulo 14 de la tercera entrega de la saga BCPR: Colapso.
Canción: El gran Gatsby – Beautiful Shirts and Dan Cody
Parte 2
Siempre había pensado en Eric Albori como un bonito crío que se pasaba las tardes correteando detrás de Mauro y Cristianno o jugando a algún videojuego mientras se atiborraba de patatas fritas. Pero, como había sucedido con mi primo y mi hermano, él en algún momento también creció y poco a poco se iba convirtiendo en un hombre dentro de un mundo de mafia.
Ese había sido su objetivo. Burlando la seguridad que los Carusso habían llevado al restaurante Antica Pesa, se había plantado frente al condenado Angelo dispuesto a arrebatarle la vida y dejar la suya por el camino si fuera necesario. Por mucho que a mí me impresionara imaginarle en tal situación, no significaba que no fuera capaz.
Pero hubo algo que me sorprendió aún más. Aquella fue la primera vez que mirarle hizo que olvidara todo lo demás.
Terminé de cerrar la puerta y me acerqué sigiloso a Mauro sin apartar la vista del cuerpo herido de Eric. Este dormía inquieto ajeno a que la piel que forraba sus costillas estaba amoratada y a que mi respiración se alteró al descubrirlo.
Tomé asiento al lado de mi primo y me crucé de piernas al tiempo en que me llevaba un nudillo a la boca. Lo mordisqueé intentando analizar porque mi fuero interno se sentía tan inestable y al mismo tiempo tan apacible con solo observar al pequeño de los Albori. No era la primera vez que me sucedía, lo había experimentado varias veces en los últimos meses. Pero esa extrañeza crecía.
Entrecerré los ojos y me mantuve erguido. No era una postura cómoda, pero me dio igual porque estaba mucho más concentrado en la falsa debilidad que desprendía Eric en aquel momento que en cualquier de los reclamos que pudiera darme mi cuerpo. Puede que mi mente se empeñara en hacerme creer que era un simple adolescente, pero algo de mí insistía en lo contrario. Fui asquerosamente consciente del cambio irreversible que se estaba dando en mi interior.
—Has vuelto a beber… —admitió Mauro. De seguro toda la cantidad de alcohol que albergaba mi cuerpo había acariciado sus fosas nasales.
Me mantuve inmóvil impertérrito. Si me permitía expresar algo, Mauro no tardaría en rememorar mis problemas con la bebida en el pasado y en sacar a relucir lo mucho que la presencia de Michela alteró mi vida. Esa maldita etapa de mi existencia fue el inicio de mis indecisiones como hombre. Porque jamás experimenté placer.
—¿Quieres que hablemos de mis problemas con la bebida, Mauro? —espeté, lento. Evitando que él notara mi embriaguez.
Supe que no lo conseguí al percibir sus miradas de soslayo.
—Creía que lo habías dejado… —murmuró con la vista al frente.
Eric contuvo el aliento unos segundos y después lo soltó con reserva. No parecía cómodo en su letargo.
<<¿Qué estás soñando, Eric…?>>
—Lo dejé… —mencioné—… y después mi hermano pequeño murió.
Apreté los ojos ignorando la reacción de mi primo.
—Eso no le traerá de vuelta —masculló. Y yo no pude resistirlo más. Di un golpe en el sillón, me enderecé de golpe y le clavé una mirada dura.
—No me des lecciones. —Le gruñí y después comenzó aquel retorcido enfrentamiento silencioso al que Mauro decidió ponerle final esquivando mis miradas.
Volví a recostarme en el sofá y a fijar mi atención en Eric. No pude creer que al mirarle volviera a sentir la misma sensación. Me perdí en él… y en la posibilidad de compartir su lecho.
Negué con la cabeza.
—Esta tarde ha llegado Paola —murmuré tras unos minutos de silencio. Necesitaba mantener la mente en otra cosa.
—¿Sabe que mañana lo perderá todo? —Mauro disfrutó de sus palabras y me contagió, pero también me proporcionó confusión.
—¿Mañana? —Había algo que no me habían contado—. ¿No era el viernes?
—Ha habido un cambio de planes. —Mauro se decantó por emplear un tono de voz de disculpa.
—¿Y cuándo pensabas decirlo? —Volví a gruñir sin esperar que Eric despertara en ese momento.
Se movió muy despacio mientras su respiración se entrecortaba y yo caía en la fascinación. Tragué saliva, no esperé ponerme tan nervioso.
<<¿Qué demonios está pasando?>>
—¿Qué planes? —gimió Eric medio bostezando. Y entonces me miró. Lo que sucedió a continuación me dejó completamente noqueado: Eric empalideció y dejó que sus labios temblaran, los mismos que habían besado a Luca…—. ¿Qué planes? —repitió un poco más impaciente.
Mauro no quería hablar, pero supo que, aunque no lo hiciera, Eric insistiría.
—Mañana llega un cargamento destinado a los Carusso —comentó agotado.
—¿Qué cargamento? —continuó indagando.
—Wang Xiang.
Me olvidé de todo lo demás al contemplar las miradas que estaba enviándole a Mauro en el más profundo silencio. Asintió con la cabeza y tragó saliva como si fuera el sicario más experimentado. Se me contrajo el vientre.
—¿Qué tenéis pensado hacer? —preguntó, pero desvió sus ojos verdosos hacia mis manos. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba estrujándomelas.
Nos miramos con fijeza. Si en ese momento me hubieran preguntado qué puñetas sucedía, no habría sabido responder. Me consumió su mirada y despertó todos los malditos rincones de mi cuerpo llevándome al punto de enfurecerme conmigo mismo. Un niñato de diecisiete años no debería haber logrado algo así en mí. Ni mucho menos provocado que sintiera celos de todo aquel que había besado su boca.
Ese pensamiento ya lo había tenido con anterioridad, mucho antes de saber que Eric prefería la compañía masculina. Pero me consolaba pensar que eran paranoias mías y que él no le pertenecía a nadie. Además era menor de edad, joder. Ahora, viéndole sentado sobre la cama de mi primo, con el torso encorvado y aquella expresión a medio camino entre la sensualidad más exquisita y la plena autoridad, Eric se apoderaba…de mí.
¿Quizás él sentía el mismo caos que yo? ¿El mismo calor?
Siguiente entrega 15 de diciembre.
Todos los derechos sobre el texto son exclusivos de la autora.
La entrada Relato Diego Gabbana Parte 2 aparece primero en Alessandra Neymar.
December 9, 2015
¡Ya estoy aquí!
¡Hola, family!
¿Cómo están mis queridos mafiosillos?
Hace unas semanitas que no me pasaba por aquí y os daba la tabarra. Pero esta ausencia no se debe a que he estado de parranda por ahí viviendo la vida loca (mentira, he estado tumbada a orillas de una playa paradisiaca disfrutando de un daiquiri y de las excelentes de vistas: macizorro para arriba macizorro para abajo. Ya veis, así de sencilla soy