Ralph Barby's Blog, page 4
November 15, 2021
5.000 d��lares de recompensa -Pel��cula rodada en M��xico

Video de la pel��cula:
https://www.youtube.com/watch?v=df8Y7...
Basada en la novela "Elvis, el gatillero" de Ralph Barby.
5.000 dólares de recompensa -Película rodada en México

Video de la película:
https://www.youtube.com/watch?v=df8Y7...
Basada en la novela "Elvis, el gatillero" de Ralph Barby.
September 16, 2021
Carta abierta al Historiador Literario Carlos D��az Maroto.
Como ha transcurrido mucho tiempo, algunas cosas ya se pueden contar.
Soy co-fundador de la Asociaci��n Colegial de Escritores de Espa��a y tambi��n de la de Catalunya. Particip�� en Congresos con Escritores espa��oles de todos los niveles y compart�� mesa con algunos de ellos en Madrid, Sig��enza o Barcelona. Me preocupaba por los Derechos de Autor a todos los niveles.
Mantuve contacto, adem��s de con el Jefe del Departamento de Bolsilibros, con el Director Jordi Gubern. La editorial pagaba 5.000 pesetas por redici��n. Le plante�� la situaci��n: Yo deseaba cobrar mis rediciones al mismo precio que la edici��n nueva, es decir, 1�� edici��n. Como los bolsilibros se pagaban por tirada y no por ventas, como era lo habitual en otros tipos de libros, la decisi��n de complacer mi petici��n pasaba a ser opcional y no extensible a los dem��s. Total, que a partir de aquel momento mis ingresos aumentaron. Hab��a corrido el riesgo del rechazo con la respuesta negativa de ���estas son las lentejas, las tomas o las dejas���.
Tuve libertad total para escribir donde me pareciera y los originales que quisiera entregar, y adem��s de escribir, luchaba por mis derechos y por la econom��a de mi familia. Me sali�� bien. Ten��a y persisten dificultades muy graves. Con la ayuda total de mi compa��era, tambi��n escritora, demostramos experiencia profesional y manejo de empresas. En los momentos aciagos de la Editorial Bruguera fundamos nuestra propia pyme Ediciones Olimpic S.L. y tambi��n fui Delegado en Catalunya de una multinacional de rotativas a color radicada en Sese��a, poblaci��n que tuve que visitar en muchas ocasiones. Los contactos no siempre salen bien, o por decirlo de otra manera, en ocasiones sal��an bien y en otras, no tanto, por ello tuve que recurrir a los Juzgados de Madrid, y todo eso cuesta mucho dinero. Ya ves, Carlos, aqu�� sigo, haci��ndome viejo y salvo los achaques correspondientes, vivo bien. No solo hab��a que entregar originales a los editores, hab��a que saber negociar y eso s�� s�� hacerlo, hay que dejar claro que todo no fueron risas, tambi��n hubo tropiezos y l��grimas.
La colecci��n ���La huella��� naci�� de un contacto entre Jordi Gubern y Lou Carrigan con la pretensi��n de sacar a este autor de Roll��n para integrarlo en Bruguera.
Entre los escritores de bolsilibros manten��amos poco contacto, supongo que a Bruguera no le interesaba que los hubiera, tampoco a otras editoriales. Personalmente con quien tuve m��s contacto fue con Antonio Vera (Lou Carrigan), Ledesma (Silver Kane), Cor��n Tellado, Fari��as, y algunos contactos con Garc��a Lecha, Llir�� y Caudet. Con Gallardo no empatizamos demasiado, no obstante le ofrec�� que se viniera a mi editora, pero sonriendo me dijo que no, que a ��l le quer��an mucho en otras editoras. Prefiero no seguir hablando m��s de este tema.
Visto a distancia, los tiempos del Bolsilibro fueron muy buenos, pese a lo que algunos insisten en decir y mantener.

Carta abierta al Historiador Literario Carlos Díaz Maroto.
Como ha transcurrido mucho tiempo, algunas cosas ya se pueden contar.
Soy co-fundador de la Asociación Colegial de Escritores de España y también de la de Catalunya. Participé en Congresos con Escritores españoles de todos los niveles y compartí mesa con algunos de ellos en Madrid, Sigüenza o Barcelona. Me preocupaba por los Derechos de Autor a todos los niveles.
Mantuve contacto, además de con el Jefe del Departamento de Bolsilibros, con el Director Jordi Gubern. La editorial pagaba 5.000 pesetas por redición. Le planteé la situación: Yo deseaba cobrar mis rediciones al mismo precio que la edición nueva, es decir, 1ª edición. Como los bolsilibros se pagaban por tirada y no por ventas, como era lo habitual en otros tipos de libros, la decisión de complacer mi petición pasaba a ser opcional y no extensible a los demás. Total, que a partir de aquel momento mis ingresos aumentaron. Había corrido el riesgo del rechazo con la respuesta negativa de “estas son las lentejas, las tomas o las dejas”.
Tuve libertad total para escribir donde me pareciera y los originales que quisiera entregar, y además de escribir, luchaba por mis derechos y por la economía de mi familia. Me salió bien. Tenía y persisten dificultades muy graves. Con la ayuda total de mi compañera, también escritora, demostramos experiencia profesional y manejo de empresas. En los momentos aciagos de la Editorial Bruguera fundamos nuestra propia pyme Ediciones Olimpic S.L. y también fui Delegado en Catalunya de una multinacional de rotativas a color radicada en Seseña, población que tuve que visitar en muchas ocasiones. Los contactos no siempre salen bien, o por decirlo de otra manera, en ocasiones salían bien y en otras, no tanto, por ello tuve que recurrir a los Juzgados de Madrid, y todo eso cuesta mucho dinero. Ya ves, Carlos, aquí sigo, haciéndome viejo y salvo los achaques correspondientes, vivo bien. No solo había que entregar originales a los editores, había que saber negociar y eso sí sé hacerlo, hay que dejar claro que todo no fueron risas, también hubo tropiezos y lágrimas.
La colección “La huella” nació de un contacto entre Jordi Gubern y Lou Carrigan con la pretensión de sacar a este autor de Rollán para integrarlo en Bruguera.
Entre los escritores de bolsilibros manteníamos poco contacto, supongo que a Bruguera no le interesaba que los hubiera, tampoco a otras editoriales. Personalmente con quien tuve más contacto fue con Antonio Vera (Lou Carrigan), Ledesma (Silver Kane), Corín Tellado, Fariñas, y algunos contactos con García Lecha, Lliró y Caudet. Con Gallardo no empatizamos demasiado, no obstante le ofrecí que se viniera a mi editora, pero sonriendo me dijo que no, que a él le querían mucho en otras editoras. Prefiero no seguir hablando más de este tema.
Visto a distancia, los tiempos del Bolsilibro fueron muy buenos, pese a lo que algunos insisten en decir y mantener.

May 29, 2021
��Frustrado al terminar de leer un Bolsi?

La lectura del ���Bolsilibro���, lo que denominamos PULP, es adictiva como una droga, una droga sana para la mente si sabes escoger a los Autores. La lectura de los Bolsis, desde un principio, suele ser trepidante. Te ofrece situaciones y aventuras en las cuales al lector le agradar��a ser el protagonista. Se crea una fusi��n entre las aventuras que se suceden y la mente del lector. No pocos lectores al terminar un Bolsi, despu��s de haberse entretenido mucho con la lectura, suelen decir: ���Muy bien, pero el final es algo precipitado���.
Lo que deber��a admitir el lector es que, al terminar esa novela corta, se siente frustrado porque se ha acabado y desear��a seguir leyendo. As��, el efecto de esta adicci��n literaria crea cierto frustre al concluir la historia en la p��gina 96, y seg��n la edad y la evoluci��n social del lector en cuesti��n, se ir�� a por otro ���Bolsi���. Y pasados unos a��os, quiz��s ir�� a la b��squeda de otros libros m��s densos. Perfecto, en consecuencia se podr�� decir con rotundidad que el PULP ha creado adicci��n a la Lectura en general.
Y que quede bien presente que el precio del PULP en general siempre ha sido muy econ��mico de adquirir, y mucho m��s barato al cambiarlos por otros ejemplares, de los cuales los Autores ya no recib��amos un c��ntimo, solo hab��a que ver lo sobados que estaban despu��s de tantos intercambios y lecturas. Lo mismo Charles Dickens que Lovecraft, y grandes autores espa��oles o internacionales, vend��an sus relatos o novelas por cap��tulos en formato PULP. Los Bolsis son lo mismo, pero a alguien se le ocurri�� poner por delante Bolsilibro, que quiere decir que la novela cabe en un bolsillo o en un bolso. Al amable lector le corresponde opinar qu�� Autores son muy buenos y cu��les denigran el g��nero PULP.
Que quede claro, el final de la novela no siempre es precipitado, sencillamente se ha terminado una lectura adictiva y eso crea frustre. ��Remedio? Pues a por otra, por eso escrib��amos y vend��amos tanto. La verdad es que profesionalmente yo he vivido del PULP.
��Ralph Barby
¿Frustrado al terminar de leer un Bolsi?

La lectura del “Bolsilibro”, lo que denominamos PULP, es adictiva como una droga, una droga sana para la mente si sabes escoger a los Autores. La lectura de los Bolsis, desde un principio, suele ser trepidante. Te ofrece situaciones y aventuras en las cuales al lector le agradaría ser el protagonista. Se crea una fusión entre las aventuras que se suceden y la mente del lector. No pocos lectores al terminar un Bolsi, después de haberse entretenido mucho con la lectura, suelen decir: “Muy bien, pero el final es algo precipitado”.
Lo que debería admitir el lector es que, al terminar esa novela corta, se siente frustrado porque se ha acabado y desearía seguir leyendo. Así, el efecto de esta adicción literaria crea cierto frustre al concluir la historia en la página 96, y según la edad y la evolución social del lector en cuestión, se irá a por otro “Bolsi”. Y pasados unos años, quizás irá a la búsqueda de otros libros más densos. Perfecto, en consecuencia se podrá decir con rotundidad que el PULP ha creado adicción a la Lectura en general.
Y que quede bien presente que el precio del PULP en general siempre ha sido muy económico de adquirir, y mucho más barato al cambiarlos por otros ejemplares, de los cuales los Autores ya no recibíamos un céntimo, solo había que ver lo sobados que estaban después de tantos intercambios y lecturas. Lo mismo Charles Dickens que Lovecraft, y grandes autores españoles o internacionales, vendían sus relatos o novelas por capítulos en formato PULP. Los Bolsis son lo mismo, pero a alguien se le ocurrió poner por delante Bolsilibro, que quiere decir que la novela cabe en un bolsillo o en un bolso. Al amable lector le corresponde opinar qué Autores son muy buenos y cuáles denigran el género PULP.
Que quede claro, el final de la novela no siempre es precipitado, sencillamente se ha terminado una lectura adictiva y eso crea frustre. ¿Remedio? Pues a por otra, por eso escribíamos y vendíamos tanto. La verdad es que profesionalmente yo he vivido del PULP.
©Ralph Barby
May 13, 2021
Ralph Barby y el espiritismo.

Por delante, mi agradecimiento por el excelente artículo insertado en https://bolsilibrosmemoriablog.wordpress.com/tag/ralph-barby/de fecha 24-04-2021 que he descubierto al darme un paseo por las páginas de Google.
Dentro de las diversas temáticas del mundo PULP, no hago distinción en los formatos ya que hoy día siguen cambiando (no las historias, pero sí su formato o continente), tengo muchas versiones ya en e-book y en audiolibros donde Ralph Barby destaca desde hace ya un montón de años.
Referente a si investigué en el siglo pasado temas sobre parapsicología, pues así es. Al margen de consultar libros sobre esta temática, asistí a seminarios del parapsicólogo padre Óscar González Quevedo y en tales actos participaba también el parapsicólogo y científico Linares de Mula y otros expertos. ¿Influyeron en mí? No lo sé, pero mi diplomatura en Química y mi labor en importantes laboratorios internacionales me proporcionaron una cultura que me dejaba preparado para asimilar o desechar ciertas experiencias. Debo precisar también que mi mente, para bien o para mal por importantes preocupaciones personales, funciona distinta de los demás colegas del mundo del PULP, de los que no leí ninguna de sus novelas, no por rechazarlos, sencillamente no los leí. Mi literatura, especialmente la Gótica, es fruto original de mi mente. Escribir de forma casi automática no se aprende, se escribe, se siente, se sufre y se olvida. Especialmente en el mundo de la literatura Gótica, comienzas escribiendo para los demás, pero al avanzar en la profesionalidad te olvidas y solo escribes para tu propia mente, para tu propio “telar mágico” que diría Carl Sagan.
Nuestro cerebro se compone de dos hemisferios que se unen con un grueso callo y en ocasiones parecen poder desconectarse, cada uno de esos hemisferios va por su cuenta, aunque milagrosamente vuelven a unirse. La memoria oculta está incontrolada, surge cuando menos lo esperas y te sorprende porque ignorabas que existía. Podría decirse que todo es como un sueño muy vívido que no controlas y que, al despertar, has olvidado.
Referente a lo que he expresado sobre las sinopsis, no sé si me expliqué bien. No confundir “sinopsis” con la “reseña”. La primera la escribe el autor y la segunda, el lector. Las editoriales nos obligaban a entregar una sinopsis sencillamente porque los editores no se leen los originales. Me molestaba redactarlas porque yo ya había olvidado la historia y, por otra parte, nunca podría expresar en una sinopsis de media pagina o poco más lo que narraba en 96 páginas o 200, pero eran las normas y teníamos que aceptarlas. Sobre las reseñas, nada que objetar, solo agradecerlas. Cada lector tendrá su opinión que no tiene por qué coincidir con la de otros lectores.
©Ralph Barby
May 1, 2021
El Génesis que ofreció Luzbel©Ralph Barby —¿Quién te l...
El Génesis que ofreció Luzbel
© Ralph Barby
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—¿Quién te locontó?
—Las hijas del bosque.
—¿Por qué?
—Son mis amigas. Sí, ellas me lo contaron, y a ellas se lohabían contado sus abuelas.
—Y a sus abuelas, ¿quién se lo contó?
—Pues, las abuelas de las abuelas, así son las tradicionesorales desde la noche de los tiempos.
—¿Y qué historia me vas a contar para que prosiga esa tradiciónoral?
—En una noche muy gélida, donde hasta las estrellas tiritaban,la luna fue emergiendo desde el fondo de la negrura de la mar. Surgíaarrogante, vanidosa, muy grande, muy redonda. Orgullosa y altiva, se fueelevando para que las estrellas y planetas le rindieran pleitesía, como sifuera la emperatriz. De lo más lejano y profundo del cosmos, surgió una enormebola fría y brillante como la plata bruñida, arrastraba una larga y amplísimacola que despedía destellos, una cola que producía frío solo mirarla. Aahorcajadas sobre la estela luminosa, como si cabalgara sobre ella, llegóIgnoto, un ser misterioso y oscuro que se disolvía con las estrellas deluniverso. Aquel ser de cambiantemorfología, arribado desde lo más tenebroso del mundo de los agujeros negros,dejaba ver sus grandes ojos que todo lo exploraban. Se descolgó de la esteladel gran cometa saltando al espacio y deslizándose como por encima de untobogán, alcanzó la Tierra. Corrió de un lado a otro por la meseta de sueloarcilloso que truncaba la cima de la imponente montaña. Se acercó al bosque quecubría la ladera, arrancó una gruesa y recta rama de un castaño y la desbrozócon sus dedos que semejaban garras. Ya limpia, la levantó por encima de susgrandes ojos que escrutaban el entorno. Blandió en el aire la rama convertidaen lanza y profirió un grito bestial que, según cuentan, pudo oírse a muchasleguas de distancia. Los animales del bosque, aterrados, se quedaron helados,como petrificados. Aquel ser que nadie puede recordar cómo era, en medio de lanoche y mientras el gran plenilunio se superaba en belleza y grandiosidad, seocultó tras los altísimos árboles del bosque. Un jabalí enorme, tan grande queantes no se había visto nunca otro igual, chilló de miedo presintiendo lo queiba a ocurrir. El ser llegado con el gran cometa, montado a horcajadas sobre laestela que se había detenido en lo alto del firmamento, ser de morfologíacambiante, corrió como si supiera muy bien dónde se ocultaba el aterradojabalí. Al fin, quedaron frente a frente. El animal inyectó sangre en suspropios ojos que enrojecieron mientras mostraba sus temibles y curvoscolmillos. Nada había que hacer. El ser astral, surgido de la incógnita de lasgalaxias, aguardó firme la envestida de la bestia y en el momento justo,levantó lo que parecía un largo y grueso brazo. Como si llevara en una mano elhierro de un mallo, descargó el golpe sobre la frente del cerdo salvaje.Después, como si esa mano se transformara en una garra gigante y poderosa, asióa la bestia, se la cargó sobre unas presuntas espaldas que no se perfilaban ycorrió con su trofeo mientras otra de sus garras portaba la vara-lanza. Llegó ala pequeña planicie arcillosa, rojiza, carente de hierbas. Con aquellas garrasque en nada recordaban a dedos, desolló al animal que aún mantenía un restovital dentro de él. Desollado en vida, chilló, sí, chilló sabiendo que lamuerte le había alcanzado. Aquella era la noche de la luna roja, se recordaríacomo la noche en que arribó el gran cometa montado por el ser oscuro quebuscaba planetas donde erigirse como dueño total, absoluto.
Con las garras, fue extrayendo la grasa de la bestia hasta quecreyó que era suficiente. Ya en pie, sus enormes ojos, en aquel ser demorfología cambiante lo único que no se transformaba eran sus ojos, clavaron sumirada sobre la cabeza de su cometa. Desde la boca que no podía verse, brotó unrugido y como poseedor de la fuerza de un vendaval, agitó los árboles delbosque. Del cometa escapó un rayo compuesto de diminutas chispas ígneas y rojasque chocaron contra la tierra, muy cerca de donde se hallaba su amo. En latierra arcillosa se abrió un hoyo redondo, pequeño y perfecto, y de su interiorbrotó una llamarada como si fuera la chimenea de un pequeño volcán. Lallamarada desapareció, pero evidenciaba que el fondo del hoyo estaba ya tancaliente que la arcilla parecía crepitar. Ignoto, el ser llegado del cieloestrellado, arrojó toda la grasa del cerdo salvaje a su interior, grasa que sefundió rápidamente mezclándose con la arcilla que se desprendía de las paredesy el fondo del propio hoyo. Sus enormesojos se volvieron hacia el boscaje y aguardó expectante.
Aparecieron las pequeñas hijas del bosque, encapuchadas,medrosas, cubiertas por raídas capas negras, eran siete, ni una más ni unamenos. Cada una de las pequeñas figuras, de rostros imposibles de definir,llevaba consigo un cesto trenzado con finas ramas de brezo. Eran livianos yparecían llevar algo vivo dentro de ellos, algo que se agitaba pugnando porescapar. Mientras la grasa fundida y fluida se mezclaba con la arcilla que sedesprendía de las paredes del pequeño pozo, las hijas del bosque rodearon loque ya parecía un gran caldero donde la grasa del cerdo salvaje podía llegar ahervir. Una de ellas avanzó hasta el borde del mismo y abriendo su cesto, volcósu contenido en el interior del extraño cráter volcánico al tiempo que su vozdecía sin titubear:
—Ahí va la vanidad.
Otra de las pequeñas hijas del bosque hizo lo propio.
—Que se mezcle con la lujuria — sentenció.
La tercera, sin esperar, la secundó exclamando:
—¡Que se mezcle también la pereza!
La cuarta de las pequeñas encapuchadas añadió:
—Que no falte la avaricia.
—Y que tampoco falte la gula —voceó la quinta.
—Y yo añado la soberbia —anunció la sexta, vaciando su cestodentro de aquella masa viscosa y repugnante que se agitaba exhalando vaharadasde hedor apestoso.
La séptima de las pequeñas hijas del bosque hizo balancear sucesto, dubitativa. Lo que trasportaba podía ser lo más peligroso, no en vano seagitaba con inusitada violencia dentro de su encierro, como intuyendo queacabaría fundida y mezclada con la grasa del cerdo salvaje y la arcilla. Unrugido de advertencia y apremio la hizo tambalearse hasta el punto de casiperder pie y caer ella misma dentro de la masa hirviente, lo que provocó pavory un ahogo de susto entre sus hermanas del bosque, pero se rehízo a tiempo y volcósu carga sobre la hedionda mezcla.
—Os doy la ira, que el infierno os confunda.
La ira provocó una ebullición aún más violenta.
Ignoto tomó la gruesa vara y removió la mezcla haciendo que másarcilla se desprendiera de las paredes del pequeño hoyo volcánico, y asíconsiguió espesar la mezcla ante las pequeñas y oscuras hijas del bosque.
La mezcla se hizo tan densa que el ser llegado de la profundidaddel cosmos se apoderó de unas porciones de aquella masa que no quemaba susmanos. De manera increíble para los ojos de las hijas del bosque, moldeóhábilmente dos figuras que mostró, una en cada mano. Con voz tan grave ycavernosa que apenas sonaba inteligible, anunció:
—Aquí los tenéis, una mujer y un hombre, dos humanos quedominarán la tierra hasta conseguir arrasarla y que nada de vida quede en ella.
—¿Nada? —preguntaron acoro las siete hijas del bosque.
El Ignoto del espacio profundo ratificó:
—Ni los árboles, ni las pequeñas hierbas, pero aún hay más. ¡Sí!—rugió—¡Vosotras, vosotras seréis perseguidas para ser llevadas a la hoguera,os conviene seguir escondidas en los bosques!
El Ignoto lanzó una horrible e inacabable carcajada mientras seelevaba hacia el cielo hasta conseguir montar a ahorcajadas sobre la cola delgran cometa. El gélido astro comenzó a desplazarse, alejándose hastadesaparecer, disolviéndose entre las miríadas de estrellas de donde surgiera.
Las siete hijas del bosque miraron aterradas aquellas figurasque a simple vista podían parecer hermosas. No les agradaron, sabían que terminaríanpor ser una amenaza mortal para ellas. Trataron de arrancarlas del suelo dondeparecían haber enraizado y no lo consiguieron, continuaron allí firmes,inamovibles. Conscientes de que ya no podrían destruirlas ni retornarlas alcaldero volcánico, echaron a correr hacia el refugio del bosque paradesaparecer entre los árboles.
Sin apartar los ojos de la pequeña hoguera que iluminaba lanoche confesé:
—Esta es la historia de la tradición oral que me ha llegado.
—Si sólo es oral y por tanto imperdurable, ¿por qué no laescribes en un pergamino?
Avergonzado, algo titubeante dije:
—Nosé escribir, tampoco conozco a nadie que sepa hacerlo, pero el rumor de lashojas del bosque, en noches de viento de poniente, me advierte que llegará a lamontaña un monje escriba y en su soledad, oída la voz de las hijas del bosque,irá transcribiendo sobre el pergamino esta tradición para que jamás se olvide.
—Y a esto que me has contado, ¿cómo lo llamarán?
—Las hijas del bosque, esas que hablan mezclando el coro de susvoces con el ulular del viento, afirman que es el relato del “Génesis” queofreció Luzbel.
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©RalpBarby
(ISNI 0000 00005987 1995)
Publicada porprimera vez en la revista Literaria “LETRALIA” (Venezuela)
El G��nesis que ofreci�� Luzbel ��Ralph Barby �����...
El G��nesis que ofreci�� Luzbel
�� Ralph Barby
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�����Qui��n te lo cont��?
���Las hijas del bosque.
�����Por qu��?
���Son mis amigas. S��, ellas me lo contaron, y a ellas se lo hab��an contado sus abuelas.
���Y a sus abuelas, ��qui��n se lo cont��?
���Pues, las abuelas de las abuelas, as�� son las tradiciones orales desde la noche de los tiempos.
�����Y qu�� historia me vas a contar para que prosiga esa tradici��n oral?
���En una noche muy g��lida, donde hasta las estrellas tiritaban, la luna fue emergiendo desde el fondo de la negrura de la mar. Surg��a arrogante, vanidosa, muy grande, muy redonda. Orgullosa y altiva, se fue elevando para que las estrellas y planetas le rindieran pleites��a, como si fuera la emperatriz. De lo m��s lejano y profundo del cosmos, surgi�� una enorme bola fr��a y brillante como la plata bru��ida, arrastraba una larga y ampl��sima cola que desped��a destellos, una cola que produc��a fr��o solo mirarla. A ahorcajadas sobre la estela luminosa, como si cabalgara sobre ella, lleg�� Ignoto, un ser misterioso y oscuro que se disolv��a con las estrellas del universo. Aquel ser de cambiante morfolog��a, arribado desde lo m��s tenebroso del mundo de los agujeros negros, dejaba ver sus grandes ojos que todo lo exploraban. Se descolg�� de la estela del gran cometa saltando al espacio y desliz��ndose como por encima de un tobog��n, alcanz�� la Tierra. Corri�� de un lado a otro por la meseta de suelo arcilloso que truncaba la cima de la imponente monta��a. Se acerc�� al bosque que cubr��a la ladera, arranc�� una gruesa y recta rama de un casta��o y la desbroz�� con sus dedos que semejaban garras. Ya limpia, la levant�� por encima de sus grandes ojos que escrutaban el entorno. Blandi�� en el aire la rama convertida en lanza y profiri�� un grito bestial que, seg��n cuentan, pudo o��rse a muchas leguas de distancia. Los animales del bosque, aterrados, se quedaron helados, como petrificados. Aquel ser que nadie puede recordar c��mo era, en medio de la noche y mientras el gran plenilunio se superaba en belleza y grandiosidad, se ocult�� tras los alt��simos ��rboles del bosque. Un jabal�� enorme, tan grande que antes no se hab��a visto nunca otro igual, chill�� de miedo presintiendo lo que iba a ocurrir. El ser llegado con el gran cometa, montado a horcajadas sobre la estela que se hab��a detenido en lo alto del firmamento, ser de morfolog��a cambiante, corri�� como si supiera muy bien d��nde se ocultaba el aterrado jabal��. Al fin, quedaron frente a frente. El animal inyect�� sangre en sus propios ojos que enrojecieron mientras mostraba sus temibles y curvos colmillos. Nada hab��a que hacer. El ser astral, surgido de la inc��gnita de las galaxias, aguard�� firme la envestida de la bestia y en el momento justo, levant�� lo que parec��a un largo y grueso brazo. Como si llevara en una mano el hierro de un mallo, descarg�� el golpe sobre la frente del cerdo salvaje. Despu��s, como si esa mano se transformara en una garra gigante y poderosa, asi�� a la bestia, se la carg�� sobre unas presuntas espaldas que no se perfilaban y corri�� con su trofeo mientras otra de sus garras portaba la vara-lanza. Lleg�� a la peque��a planicie arcillosa, rojiza, carente de hierbas. Con aquellas garras que en nada recordaban a dedos, desoll�� al animal que a��n manten��a un resto vital dentro de ��l. Desollado en vida, chill��, s��, chill�� sabiendo que la muerte le hab��a alcanzado. Aquella era la noche de la luna roja, se recordar��a como la noche en que arrib�� el gran cometa montado por el ser oscuro que buscaba planetas donde erigirse como due��o total, absoluto.
Con las garras, fue extrayendo la grasa de la bestia hasta que crey�� que era suficiente. Ya en pie, sus enormes ojos, en aquel ser de morfolog��a cambiante lo ��nico que no se transformaba eran sus ojos, clavaron su mirada sobre la cabeza de su cometa. Desde la boca que no pod��a verse, brot�� un rugido y como poseedor de la fuerza de un vendaval, agit�� los ��rboles del bosque. Del cometa escap�� un rayo compuesto de diminutas chispas ��gneas y rojas que chocaron contra la tierra, muy cerca de donde se hallaba su amo. En la tierra arcillosa se abri�� un hoyo redondo, peque��o y perfecto, y de su interior brot�� una llamarada como si fuera la chimenea de un peque��o volc��n. La llamarada desapareci��, pero evidenciaba que el fondo del hoyo estaba ya tan caliente que la arcilla parec��a crepitar. Ignoto, el ser llegado del cielo estrellado, arroj�� toda la grasa del cerdo salvaje a su interior, grasa que se fundi�� r��pidamente mezcl��ndose con la arcilla que se desprend��a de las paredes y el fondo del propio hoyo. Sus enormes ojos se volvieron hacia el boscaje y aguard�� expectante.
Aparecieron las peque��as hijas del bosque, encapuchadas, medrosas, cubiertas por ra��das capas negras, eran siete, ni una m��s ni una menos. Cada una de las peque��as figuras, de rostros imposibles de definir, llevaba consigo un cesto trenzado con finas ramas de brezo. Eran livianos y parec��an llevar algo vivo dentro de ellos, algo que se agitaba pugnando por escapar. Mientras la grasa fundida y fluida se mezclaba con la arcilla que se desprend��a de las paredes del peque��o pozo, las hijas del bosque rodearon lo que ya parec��a un gran caldero donde la grasa del cerdo salvaje pod��a llegar a hervir. Una de ellas avanz�� hasta el borde del mismo y abriendo su cesto, volc�� su contenido en el interior del extra��o cr��ter volc��nico al tiempo que su voz dec��a sin titubear:
���Ah�� va la vanidad.
Otra de las peque��as hijas del bosque hizo lo propio.
���Que se mezcle con la lujuria ��� sentenci��.
La tercera, sin esperar, la secund�� exclamando:
�����Que se mezcle tambi��n la pereza!
La cuarta de las peque��as encapuchadas a��adi��:
���Que no falte la avaricia.
���Y que tampoco falte la gula ���voce�� la quinta.
���Y yo a��ado la soberbia ���anunci�� la sexta, vaciando su cesto dentro de aquella masa viscosa y repugnante que se agitaba exhalando vaharadas de hedor apestoso.
La s��ptima de las peque��as hijas del bosque hizo balancear su cesto, dubitativa. Lo que trasportaba pod��a ser lo m��s peligroso, no en vano se agitaba con inusitada violencia dentro de su encierro, como intuyendo que acabar��a fundida y mezclada con la grasa del cerdo salvaje y la arcilla. Un rugido de advertencia y apremio la hizo tambalearse hasta el punto de casi perder pie y caer ella misma dentro de la masa hirviente, lo que provoc�� pavor y un ahogo de susto entre sus hermanas del bosque, pero se reh��zo a tiempo y volc�� su carga sobre la hedionda mezcla.
���Os doy la ira, que el infierno os confunda.
La ira provoc�� una ebullici��n a��n m��s violenta.
Ignoto tom�� la gruesa vara y removi�� la mezcla haciendo que m��s arcilla se desprendiera de las paredes del peque��o hoyo volc��nico, y as�� consigui�� espesar la mezcla ante las peque��as y oscuras hijas del bosque.
La mezcla se hizo tan densa que el ser llegado de la profundidad del cosmos se apoder�� de unas porciones de aquella masa que no quemaba sus manos. De manera incre��ble para los ojos de las hijas del bosque, molde�� h��bilmente dos figuras que mostr��, una en cada mano. Con voz tan grave y cavernosa que apenas sonaba inteligible, anunci��:
���Aqu�� los ten��is, una mujer y un hombre, dos humanos que dominar��n la tierra hasta conseguir arrasarla y que nada de vida quede en ella.
�����Nada? ���preguntaron a coro las siete hijas del bosque.
El Ignoto del espacio profundo ratific��:
���Ni los ��rboles, ni las peque��as hierbas, pero a��n hay m��s. ��S��! ���rugi�������Vosotras, vosotras ser��is perseguidas para ser llevadas a la hoguera, os conviene seguir escondidas en los bosques!
El Ignoto lanz�� una horrible e inacabable carcajada mientras se elevaba hacia el cielo hasta conseguir montar a ahorcajadas sobre la cola del gran cometa. El g��lido astro comenz�� a desplazarse, alej��ndose hasta desaparecer, disolvi��ndose entre las mir��adas de estrellas de donde surgiera.
Las siete hijas del bosque miraron aterradas aquellas figuras que a simple vista pod��an parecer hermosas. No les agradaron, sab��an que terminar��an por ser una amenaza mortal para ellas. Trataron de arrancarlas del suelo donde parec��an haber enraizado y no lo consiguieron, continuaron all�� firmes, inamovibles. Conscientes de que ya no podr��an destruirlas ni retornarlas al caldero volc��nico, echaron a correr hacia el refugio del bosque para desaparecer entre los ��rboles.
Sin apartar los ojos de la peque��a hoguera que iluminaba la noche confes��:
���Esta es la historia de la tradici��n oral que me ha llegado.
���Si s��lo es oral y por tanto imperdurable, ��por qu�� no la escribes en un pergamino?
Avergonzado, algo titubeante dije:
���No s�� escribir, tampoco conozco a nadie que sepa hacerlo, pero el rumor de las hojas del bosque, en noches de viento de poniente, me advierte que llegar�� a la monta��a un monje escriba y en su soledad, o��da la voz de las hijas del bosque, ir�� transcribiendo sobre el pergamino esta tradici��n para que jam��s se olvide.
���Y a esto que me has contado, ��c��mo lo llamar��n?
���Las hijas del bosque, esas que hablan mezclando el coro de sus voces con el ulular del viento, afirman que es el relato del ���G��nesis��� que ofreci�� Luzbel.
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��RalpBarby
(ISNI 0000 0000 5987 1995)
Publicada por primera vez en la revista Literaria ���LETRALIA��� (Venezuela)
El Génesis que ofreció Luzbel ©Ralph Barby —¿Quién ...
El Génesis que ofreció Luzbel
© Ralph Barby
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—¿Quién te lo contó?
—Las hijas del bosque.
—¿Por qué?
—Son mis amigas. Sí, ellas me lo contaron, y a ellas se lo habían contado sus abuelas.
—Y a sus abuelas, ¿quién se lo contó?
—Pues, las abuelas de las abuelas, así son las tradiciones orales desde la noche de los tiempos.
—¿Y qué historia me vas a contar para que prosiga esa tradición oral?
—En una noche muy gélida, donde hasta las estrellas tiritaban, la luna fue emergiendo desde el fondo de la negrura de la mar. Surgía arrogante, vanidosa, muy grande, muy redonda. Orgullosa y altiva, se fue elevando para que las estrellas y planetas le rindieran pleitesía, como si fuera la emperatriz. De lo más lejano y profundo del cosmos, surgió una enorme bola fría y brillante como la plata bruñida, arrastraba una larga y amplísima cola que despedía destellos, una cola que producía frío solo mirarla. A ahorcajadas sobre la estela luminosa, como si cabalgara sobre ella, llegó Ignoto, un ser misterioso y oscuro que se disolvía con las estrellas del universo. Aquel ser de cambiante morfología, arribado desde lo más tenebroso del mundo de los agujeros negros, dejaba ver sus grandes ojos que todo lo exploraban. Se descolgó de la estela del gran cometa saltando al espacio y deslizándose como por encima de un tobogán, alcanzó la Tierra. Corrió de un lado a otro por la meseta de suelo arcilloso que truncaba la cima de la imponente montaña. Se acercó al bosque que cubría la ladera, arrancó una gruesa y recta rama de un castaño y la desbrozó con sus dedos que semejaban garras. Ya limpia, la levantó por encima de sus grandes ojos que escrutaban el entorno. Blandió en el aire la rama convertida en lanza y profirió un grito bestial que, según cuentan, pudo oírse a muchas leguas de distancia. Los animales del bosque, aterrados, se quedaron helados, como petrificados. Aquel ser que nadie puede recordar cómo era, en medio de la noche y mientras el gran plenilunio se superaba en belleza y grandiosidad, se ocultó tras los altísimos árboles del bosque. Un jabalí enorme, tan grande que antes no se había visto nunca otro igual, chilló de miedo presintiendo lo que iba a ocurrir. El ser llegado con el gran cometa, montado a horcajadas sobre la estela que se había detenido en lo alto del firmamento, ser de morfología cambiante, corrió como si supiera muy bien dónde se ocultaba el aterrado jabalí. Al fin, quedaron frente a frente. El animal inyectó sangre en sus propios ojos que enrojecieron mientras mostraba sus temibles y curvos colmillos. Nada había que hacer. El ser astral, surgido de la incógnita de las galaxias, aguardó firme la envestida de la bestia y en el momento justo, levantó lo que parecía un largo y grueso brazo. Como si llevara en una mano el hierro de un mallo, descargó el golpe sobre la frente del cerdo salvaje. Después, como si esa mano se transformara en una garra gigante y poderosa, asió a la bestia, se la cargó sobre unas presuntas espaldas que no se perfilaban y corrió con su trofeo mientras otra de sus garras portaba la vara-lanza. Llegó a la pequeña planicie arcillosa, rojiza, carente de hierbas. Con aquellas garras que en nada recordaban a dedos, desolló al animal que aún mantenía un resto vital dentro de él. Desollado en vida, chilló, sí, chilló sabiendo que la muerte le había alcanzado. Aquella era la noche de la luna roja, se recordaría como la noche en que arribó el gran cometa montado por el ser oscuro que buscaba planetas donde erigirse como dueño total, absoluto.
Con las garras, fue extrayendo la grasa de la bestia hasta que creyó que era suficiente. Ya en pie, sus enormes ojos, en aquel ser de morfología cambiante lo único que no se transformaba eran sus ojos, clavaron su mirada sobre la cabeza de su cometa. Desde la boca que no podía verse, brotó un rugido y como poseedor de la fuerza de un vendaval, agitó los árboles del bosque. Del cometa escapó un rayo compuesto de diminutas chispas ígneas y rojas que chocaron contra la tierra, muy cerca de donde se hallaba su amo. En la tierra arcillosa se abrió un hoyo redondo, pequeño y perfecto, y de su interior brotó una llamarada como si fuera la chimenea de un pequeño volcán. La llamarada desapareció, pero evidenciaba que el fondo del hoyo estaba ya tan caliente que la arcilla parecía crepitar. Ignoto, el ser llegado del cielo estrellado, arrojó toda la grasa del cerdo salvaje a su interior, grasa que se fundió rápidamente mezclándose con la arcilla que se desprendía de las paredes y el fondo del propio hoyo. Sus enormes ojos se volvieron hacia el boscaje y aguardó expectante.
Aparecieron las pequeñas hijas del bosque, encapuchadas, medrosas, cubiertas por raídas capas negras, eran siete, ni una más ni una menos. Cada una de las pequeñas figuras, de rostros imposibles de definir, llevaba consigo un cesto trenzado con finas ramas de brezo. Eran livianos y parecían llevar algo vivo dentro de ellos, algo que se agitaba pugnando por escapar. Mientras la grasa fundida y fluida se mezclaba con la arcilla que se desprendía de las paredes del pequeño pozo, las hijas del bosque rodearon lo que ya parecía un gran caldero donde la grasa del cerdo salvaje podía llegar a hervir. Una de ellas avanzó hasta el borde del mismo y abriendo su cesto, volcó su contenido en el interior del extraño cráter volcánico al tiempo que su voz decía sin titubear:
—Ahí va la vanidad.
Otra de las pequeñas hijas del bosque hizo lo propio.
—Que se mezcle con la lujuria — sentenció.
La tercera, sin esperar, la secundó exclamando:
—¡Que se mezcle también la pereza!
La cuarta de las pequeñas encapuchadas añadió:
—Que no falte la avaricia.
—Y que tampoco falte la gula —voceó la quinta.
—Y yo añado la soberbia —anunció la sexta, vaciando su cesto dentro de aquella masa viscosa y repugnante que se agitaba exhalando vaharadas de hedor apestoso.
La séptima de las pequeñas hijas del bosque hizo balancear su cesto, dubitativa. Lo que trasportaba podía ser lo más peligroso, no en vano se agitaba con inusitada violencia dentro de su encierro, como intuyendo que acabaría fundida y mezclada con la grasa del cerdo salvaje y la arcilla. Un rugido de advertencia y apremio la hizo tambalearse hasta el punto de casi perder pie y caer ella misma dentro de la masa hirviente, lo que provocó pavor y un ahogo de susto entre sus hermanas del bosque, pero se rehízo a tiempo y volcó su carga sobre la hedionda mezcla.
—Os doy la ira, que el infierno os confunda.
La ira provocó una ebullición aún más violenta.
Ignoto tomó la gruesa vara y removió la mezcla haciendo que más arcilla se desprendiera de las paredes del pequeño hoyo volcánico, y así consiguió espesar la mezcla ante las pequeñas y oscuras hijas del bosque.
La mezcla se hizo tan densa que el ser llegado de la profundidad del cosmos se apoderó de unas porciones de aquella masa que no quemaba sus manos. De manera increíble para los ojos de las hijas del bosque, moldeó hábilmente dos figuras que mostró, una en cada mano. Con voz tan grave y cavernosa que apenas sonaba inteligible, anunció:
—Aquí los tenéis, una mujer y un hombre, dos humanos que dominarán la tierra hasta conseguir arrasarla y que nada de vida quede en ella.
—¿Nada? —preguntaron a coro las siete hijas del bosque.
El Ignoto del espacio profundo ratificó:
—Ni los árboles, ni las pequeñas hierbas, pero aún hay más. ¡Sí! —rugió—¡Vosotras, vosotras seréis perseguidas para ser llevadas a la hoguera, os conviene seguir escondidas en los bosques!
El Ignoto lanzó una horrible e inacabable carcajada mientras se elevaba hacia el cielo hasta conseguir montar a ahorcajadas sobre la cola del gran cometa. El gélido astro comenzó a desplazarse, alejándose hasta desaparecer, disolviéndose entre las miríadas de estrellas de donde surgiera.
Las siete hijas del bosque miraron aterradas aquellas figuras que a simple vista podían parecer hermosas. No les agradaron, sabían que terminarían por ser una amenaza mortal para ellas. Trataron de arrancarlas del suelo donde parecían haber enraizado y no lo consiguieron, continuaron allí firmes, inamovibles. Conscientes de que ya no podrían destruirlas ni retornarlas al caldero volcánico, echaron a correr hacia el refugio del bosque para desaparecer entre los árboles.
Sin apartar los ojos de la pequeña hoguera que iluminaba la noche confesé:
—Esta es la historia de la tradición oral que me ha llegado.
—Si sólo es oral y por tanto imperdurable, ¿por qué no la escribes en un pergamino?
Avergonzado, algo titubeante dije:
—No sé escribir, tampoco conozco a nadie que sepa hacerlo, pero el rumor de las hojas del bosque, en noches de viento de poniente, me advierte que llegará a la montaña un monje escriba y en su soledad, oída la voz de las hijas del bosque, irá transcribiendo sobre el pergamino esta tradición para que jamás se olvide.
—Y a esto que me has contado, ¿cómo lo llamarán?
—Las hijas del bosque, esas que hablan mezclando el coro de sus voces con el ulular del viento, afirman que es el relato del “Génesis” que ofreció Luzbel.
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