Marc R. Soto's Blog, page 3
March 29, 2013
Spoiler alert

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Published on March 29, 2013 03:36
•
Tags:
coming-soon, ebook, kindle, marc-r-soto
March 25, 2013
"Largas noches de lluvia", gratis (free) en Amazon
(You can find the english version of this post below)
Un post muy, muy, pero que muy breve para informaros que hoy y mañana (y quizá hasta el viernes, aún no lo he decidido), mi libro "Largas noches de lluvia" estará gratis en Amazon.
Así que si tenéis un Kindle y aún no lo habéis leído, ¡corred a por él, insensatos!
(Los enlaces, más abajo)
___________________________________
A very brief post to announce that you can download for free my ebook "Largas noches de lluvia" from Amazon today and tomorrow.
Go for it!
___________________________________
Largas noches de lluvia (Amazon.com)
Largas noches de lluvia (Amazon.es)
Si además lo difundierais en Facebook y Twitter sería la leche. Por cierto, mi usuario de Twitter es @marcrsoto
If you broadcast this through Facebook or Twitter that would be great! Just in case, my twitter user is @marcrsoto
Thanks!
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Published on March 25, 2013 02:02
•
Tags:
kindle, libros-gratis, libros-gratis-kindle, oferta
March 15, 2013
¿Publicar con editorial? Bueno, vale, pero...
Hace un par de días, volviendo a casa desde el trabajo en coche, mi pareja me preguntó:
-¿Entonces no quieres que ninguna editorial publique tus libros?
De pronto me di cuenta de que llevábamos un buen rato hablando de nuestros proyectos pero que, mientras que ella sí incluía a las editoriales en los suyos, yo no las había mencionado ni una sola vez.
Me sentí perplejo, la verdad, porque lo cierto es que yo solía hablar mucho de las editoriales (cuáles son las buenas, cuáles las malas, cuáles cuidan a los autores y los lectores, cuáles no, cómo podrían funcionar mejor), pero de un tiempo a esta parte ya ni siquiera pienso en ellas.
Así que me esforcé en pensar en ellas, por lo menos un ratito. Y la respuesta a la que llegué es:
-No lo sé. Supongo que no me importaría que una editorial publicara mis libros en papel, el problema es que querrían también los derechos en electrónico y no creo que yo estuviera dispuesto a renunciar a ellos.
Y ya está. Sin acritud, sin despecho.
Es como si hubiera atravesado todas y cada una de las fases del duelo y estuviera ya de lleno en la fase de aceptación.
En dicha fase, lo único que importa es pasarlo bien, aceptar el nuevo paradigma y seguir con tu vida. Para algunos pasarlo bien significa tener reconocimiento, ser recibidos con alfombra roja y nubes de confetti. Para otros es ser leídos por cientos de miles de personas. Para otros es hacerse ricos o al menos ganar el suficiente dinero como para dejar sus trabajos.
Bien por ellos.
Para mí, "pasarlo bien" significa sentir que mis libros siguen siendo míos, que puedo regalarlos un día si me da la gana, o ponerlos a mitad de precio, o grabarlos en audio, o hacer un corto si me apetece. Que puedo hacer locuras como ofrecer un ejemplar firmado a todo el que lo desee, o dar permiso para imprimir mis libros y encuadernarlos , si quieren. Jugar con ellos. Sí, eso es: son "mis" juguetes. ¿Por qué tengo que desprenderme de ellos?
¡Quiero seguir jugando con mis libros!
De modo que supongo que sí, que si una editorial quiere un día publicar mis libros en papel, pues vale, adelante. Lo cierto es que me da un poco igual. Si ellos ven un negocio en eso, me parece perfecto pero, por Dios, que no me quiten mis juguetes, no quiero desprenderme de mis ebooks, quiero que sigan costando menos de tres euros, o incluso menos de un euro si me parece que la obra es demasiado breve para pedir más por ella, quiero seguir poniéndolos gratis en mi cumpleaños (algo que aunque no os lo creáis hace que para mí mi cumpleaños sea un día especial, porque no soy del tipo de personas a las que le gustan las velas, las tartas y las fiestas en su nombre).
Es más, ni siquiera entiendo por qué tenemos que ser enemigos. Lo veo absurdo. A fin de cuentas, si alguien ha leído un ebook y le ha gustado de verdad, ¿no querrá comprarse la edición en papel?
¿Por qué para firmar un contrato con una editorial a la que solo le interesa la edición en papel has de renunciar a los derechos digitales, en audio y todo lo habido y por haber?
¿No funcionaría todo mucho mejor si fuéramos amigos? ¿No promocionaría un autor de forma mucho más eficaz un libro que sigue siendo suyo que un libro que ha dejado de serlo? ¿Y si las editoriales pactaran un porcentaje menor de derechos de autor (es decir, AÚN menor) a cambio de no acaparar todos los derechos habidos y por haber y limitarse a vender libros, que es el que debería ser su negocio?
¿Por qué todo se plantea como una lucha entre lo nuevo y lo viejo?
-¿Entonces no quieres que ninguna editorial publique tus libros?
De pronto me di cuenta de que llevábamos un buen rato hablando de nuestros proyectos pero que, mientras que ella sí incluía a las editoriales en los suyos, yo no las había mencionado ni una sola vez.
Me sentí perplejo, la verdad, porque lo cierto es que yo solía hablar mucho de las editoriales (cuáles son las buenas, cuáles las malas, cuáles cuidan a los autores y los lectores, cuáles no, cómo podrían funcionar mejor), pero de un tiempo a esta parte ya ni siquiera pienso en ellas.
Así que me esforcé en pensar en ellas, por lo menos un ratito. Y la respuesta a la que llegué es:
-No lo sé. Supongo que no me importaría que una editorial publicara mis libros en papel, el problema es que querrían también los derechos en electrónico y no creo que yo estuviera dispuesto a renunciar a ellos.
Y ya está. Sin acritud, sin despecho.
Es como si hubiera atravesado todas y cada una de las fases del duelo y estuviera ya de lleno en la fase de aceptación.
En dicha fase, lo único que importa es pasarlo bien, aceptar el nuevo paradigma y seguir con tu vida. Para algunos pasarlo bien significa tener reconocimiento, ser recibidos con alfombra roja y nubes de confetti. Para otros es ser leídos por cientos de miles de personas. Para otros es hacerse ricos o al menos ganar el suficiente dinero como para dejar sus trabajos.
Bien por ellos.
Para mí, "pasarlo bien" significa sentir que mis libros siguen siendo míos, que puedo regalarlos un día si me da la gana, o ponerlos a mitad de precio, o grabarlos en audio, o hacer un corto si me apetece. Que puedo hacer locuras como ofrecer un ejemplar firmado a todo el que lo desee, o dar permiso para imprimir mis libros y encuadernarlos , si quieren. Jugar con ellos. Sí, eso es: son "mis" juguetes. ¿Por qué tengo que desprenderme de ellos?
¡Quiero seguir jugando con mis libros!De modo que supongo que sí, que si una editorial quiere un día publicar mis libros en papel, pues vale, adelante. Lo cierto es que me da un poco igual. Si ellos ven un negocio en eso, me parece perfecto pero, por Dios, que no me quiten mis juguetes, no quiero desprenderme de mis ebooks, quiero que sigan costando menos de tres euros, o incluso menos de un euro si me parece que la obra es demasiado breve para pedir más por ella, quiero seguir poniéndolos gratis en mi cumpleaños (algo que aunque no os lo creáis hace que para mí mi cumpleaños sea un día especial, porque no soy del tipo de personas a las que le gustan las velas, las tartas y las fiestas en su nombre).
Es más, ni siquiera entiendo por qué tenemos que ser enemigos. Lo veo absurdo. A fin de cuentas, si alguien ha leído un ebook y le ha gustado de verdad, ¿no querrá comprarse la edición en papel?
¿Por qué para firmar un contrato con una editorial a la que solo le interesa la edición en papel has de renunciar a los derechos digitales, en audio y todo lo habido y por haber?
¿No funcionaría todo mucho mejor si fuéramos amigos? ¿No promocionaría un autor de forma mucho más eficaz un libro que sigue siendo suyo que un libro que ha dejado de serlo? ¿Y si las editoriales pactaran un porcentaje menor de derechos de autor (es decir, AÚN menor) a cambio de no acaparar todos los derechos habidos y por haber y limitarse a vender libros, que es el que debería ser su negocio?
¿Por qué todo se plantea como una lucha entre lo nuevo y lo viejo?
Published on March 15, 2013 04:34
March 11, 2013
Mujeres que mueren y vecinos que "no lo vieron venir"
Esta tarde había un par de coches de la Guardia Civil frente al portal de mi casa. Cuando pregunté, mis vecinos dijeron que también había llegado una ambulancia con las sirenas a todo trapo, pero que a aquellas horas (con el tráfico en la M-30 nunca llego a casa antes de las ocho), claro, ya se había marchado.
También cámaras: Antena 3, Telecinco y Europa Press. Tampoco estaban ya cuando llegué.
Mientras hablaba con mis vecinos no podía dejar de preguntarme qué respuestas habrían dado a los entrevistadores. Imagino que las mismas que se ven una y otra vez en los telediarios en casos semejantes: “no nos lo esperábamos”, “quién lo iba a decir”, “era un hombre muy simpático”, “siempre saludaba a sus vecinos”…
Sí, seguramente habrían dicho algo por el estilo, y habrían utilizado el tiempo pasado para referirse al marido. Como si el muerto hubiera sido él.
Me pregunté también que habría dicho yo de haber sido interrogado acerca de la mujer:
“No, no sé cómo se llamaba. Aunque su ventana da al patio, su piso es de otro portal. Tampoco se dónde vive… vivía. En qué planta, quiero decir. No, jamás imaginamos que algo así podría pasar. No lo vimos venir”.
Pero sería mentira. Porque sí lo veíamos venir.
______
El nuestro, como decía, es un patio interior muy pequeño. Si la vecina del 3ºA alargara un brazo sacando medio cuerpo fuera de su balcón mientras yo hago lo mismo en el mío, nuestros dedos alcanzarían a rozarse. Así de pequeño es.
Los patios como éste funcionan como una garganta: amplifican el sonido y lo conducen hacia el exterior, hacia arriba, de tal modo que cada vez que a las seis de la mañana el vecino del 1ºA vacía el lavaplatos, el estruendo de cubertería nos despierta a todos en el resto de la escalera.
Las cosas serían distintas, supongo, si éste fuera un piso como Dios manda, pero ya sabemos todos cómo son los pisos hoy en día: tabiques de pladur, paredes de papel… Nadie se libra de escuchar las intimidades del resto.
O las discusiones. Como las que muchas noches tienen (tenían) los vecinos del portal de al lado. Como la que anoche, a eso de las doce, no nos dejaba dormir a mi mujer y a mí.
Habían empezado poco antes de la medianoche, cuando el marido volvió a casa.
Fue él quien empezó a gritar, y ella le contestó. El volumen subía y subía. La de él era una voz aguardentosa y ronca, la típica voz de gato viejo que se resquebraja en cada jota; la de ella, fina y brillante como un hilo de oro, tendía a romperse en las notas altas.
Durante más de quince minutos, aquellas voces se colaron en todos los pisos de la comunidad y poco a poco pasaron a mayores: ruidos de golpes, gritos, insultos, portazos, objetos pesados arrastrados a un lado y otro (supongo que maletas), cristales rotos...
Al cabo de un rato mi mujer me pidió que hiciera algo. Estábamos en la cama intentando leer (dormir con aquel escándalo era imposible). Cerré el libro colocando el índice como señal y le pregunté qué quería que hiciera yo. Ni siquiera sabemos en qué puerta vive, le dije. Aunque su piso da al patio (le recordé), es otro portal. Además, lo más seguro era que terminaran pronto. Llevaban ya quince minutos de bronca, aquello no podía durar mucho más.
Al final hice lo único que podía hacer: me asomé a la ventana y pedí silencio argumentando que había gente durmiendo, joder. Que no eran horas.
¿Sirvió de algo? Me temo que no, que no sirvió de nada. Lo más seguro es que ni siquiera me oyeran.
“Llama a la policía, entonces”, me dijo mi mujer y os juro que por un momento pensé hacerlo, porque era ya la una menos cuarto y la discusión no tenía visos de terminar en breve.
Pero si llamaba a la policía, ¿qué les iba a decir? ¿“Vengan, que hay una pareja poniéndose verde en algún piso del portal de al lado”? ¿Y si cuando llegase la policía ellos ya se habían cansado de peleas y todo estaba en calma? Seguramente pensarían que los había llamado en balde, y habría papeleo que hacer, declaraciones que firmar y Dios sabe cuántas cosas más. ¿Y todo para qué?
Le dije todo esto a mi mujer y más o menos la convencí. De todas formas (añadí) si a la una y cuarto no han parado, llamo al 112, ¿de acuerdo?
Ella dijo que bueno, que vale, así que dejamos los libros, apagamos la luz e intentamos dormir.
______
En la oscuridad los gritos parecían más fuertes, los golpes más contundentes y cercanos. Como si la discusión estuviera teniendo lugar al otro lado de la ventana y no un par de plantas más abajo. De vez en cuando miraba el reloj de la mesita de noche, pero los minutos pasaban muy lentamente.
Nadie en toda la comunidad podía estar durmiendo. De hecho, a las 01:12 oí claramente el ruido de cubiertos y comprendí que el vecino del primero había decidido vaciar el lavavajillas por la noche en lugar de hacerlo por la madrugada en vista de que no podía dormir.
Se escucharon más ruidos, más gritos y por último todo quedó en calma, gracias a Dios. Solté un suspiro y miré de nuevo el reloj: 01:14. Los dígitos rojos flotaban en la oscuridad. Di gracias, profundamente aliviado porque se habían calmado por fin, y sobre todo porque no había tenido que llamar a la policía. En aquel bendito silencio, no tardé en quedarme dormido.
______
Todo eso ocurrió ayer noche; el resto, mientras yo estaba en el trabajo.
A las dos de la tarde de hoy, el hombre del otro portal llamó al 112 y media hora después le abrió la puerta a una pareja de la Guardia Civil. Uno de los agentes corrió hasta el cuerpo de mujer tendido sobre la alfombra del salón, cubierto por una sábana marrón. La sábana le tapaba la cara, pero dejaba al descubierto los pies, de un blanco cerúleo. La mujer había muerto con los ojos abiertos, y abiertos los seguía teniendo cuando el policía descubrió el rostro.
Aquel fue el momento que el hombre había estado esperando (me dijeron mis vecinos). Aprovechando su turbación, el hombre liberó el clip de seguridad en la cartuchera del guardia civil, le sustrajo el arma reglamentaria, se introdujo el cañón en la boca y tiró del gatillo.
No ocurrió nada. No sonó ni un clic ni un disparo. Con el seguro puesto, el gatillo apenas se movió un milímetro.
El compañero del agente le arrancó el arma de las manos, lo inmovilizó y se lo llevó esposado en una lechera.
La ambulancia llegó poco después, metió a la mujer en un saco negro de plástico, colocó el saco en una camilla y se lo llevó.
______
Cuando yo volví del trabajo sólo quedaba un coche patrulla frente al portal, cuatro vecinos en la calle y muchos chismes por contar. Al caer la noche, todos los chismes habían sido contados así que cada uno fuimos a nuestra casa.
Por el patio trepó entonces el olor de las cenas, el ruido del tenedor al batir el huevo, el del agua del grifo al chocar con los platos apilados en el fregadero, las conversaciones alrededor de la mesa, las noticias del telediario de la noche… y luego el silencio.
Un silencio que nace en el apartamento vacío en cuyas alfombras todavía se seca la sangre; un silencio que escapa por la puerta del balcón y trepa por el patio, amplificado una y mil veces hasta devorar cualquier sonido; un silencio blando y viscoso como manteca derretida que se cuela en las casas por las rendijas de las ventanas entreabiertas, que se pega a la piel de todos y cada uno de nosotros, denso, asfixiante.
Hoy es ese silencio el que no nos deja dormir.
También cámaras: Antena 3, Telecinco y Europa Press. Tampoco estaban ya cuando llegué.
Mientras hablaba con mis vecinos no podía dejar de preguntarme qué respuestas habrían dado a los entrevistadores. Imagino que las mismas que se ven una y otra vez en los telediarios en casos semejantes: “no nos lo esperábamos”, “quién lo iba a decir”, “era un hombre muy simpático”, “siempre saludaba a sus vecinos”…
Sí, seguramente habrían dicho algo por el estilo, y habrían utilizado el tiempo pasado para referirse al marido. Como si el muerto hubiera sido él.
Me pregunté también que habría dicho yo de haber sido interrogado acerca de la mujer:
“No, no sé cómo se llamaba. Aunque su ventana da al patio, su piso es de otro portal. Tampoco se dónde vive… vivía. En qué planta, quiero decir. No, jamás imaginamos que algo así podría pasar. No lo vimos venir”.
Pero sería mentira. Porque sí lo veíamos venir.
______
El nuestro, como decía, es un patio interior muy pequeño. Si la vecina del 3ºA alargara un brazo sacando medio cuerpo fuera de su balcón mientras yo hago lo mismo en el mío, nuestros dedos alcanzarían a rozarse. Así de pequeño es.
Los patios como éste funcionan como una garganta: amplifican el sonido y lo conducen hacia el exterior, hacia arriba, de tal modo que cada vez que a las seis de la mañana el vecino del 1ºA vacía el lavaplatos, el estruendo de cubertería nos despierta a todos en el resto de la escalera.
Las cosas serían distintas, supongo, si éste fuera un piso como Dios manda, pero ya sabemos todos cómo son los pisos hoy en día: tabiques de pladur, paredes de papel… Nadie se libra de escuchar las intimidades del resto.
O las discusiones. Como las que muchas noches tienen (tenían) los vecinos del portal de al lado. Como la que anoche, a eso de las doce, no nos dejaba dormir a mi mujer y a mí.
Habían empezado poco antes de la medianoche, cuando el marido volvió a casa.
Fue él quien empezó a gritar, y ella le contestó. El volumen subía y subía. La de él era una voz aguardentosa y ronca, la típica voz de gato viejo que se resquebraja en cada jota; la de ella, fina y brillante como un hilo de oro, tendía a romperse en las notas altas.
Durante más de quince minutos, aquellas voces se colaron en todos los pisos de la comunidad y poco a poco pasaron a mayores: ruidos de golpes, gritos, insultos, portazos, objetos pesados arrastrados a un lado y otro (supongo que maletas), cristales rotos...
Al cabo de un rato mi mujer me pidió que hiciera algo. Estábamos en la cama intentando leer (dormir con aquel escándalo era imposible). Cerré el libro colocando el índice como señal y le pregunté qué quería que hiciera yo. Ni siquiera sabemos en qué puerta vive, le dije. Aunque su piso da al patio (le recordé), es otro portal. Además, lo más seguro era que terminaran pronto. Llevaban ya quince minutos de bronca, aquello no podía durar mucho más.
Al final hice lo único que podía hacer: me asomé a la ventana y pedí silencio argumentando que había gente durmiendo, joder. Que no eran horas.
¿Sirvió de algo? Me temo que no, que no sirvió de nada. Lo más seguro es que ni siquiera me oyeran.
“Llama a la policía, entonces”, me dijo mi mujer y os juro que por un momento pensé hacerlo, porque era ya la una menos cuarto y la discusión no tenía visos de terminar en breve.
Pero si llamaba a la policía, ¿qué les iba a decir? ¿“Vengan, que hay una pareja poniéndose verde en algún piso del portal de al lado”? ¿Y si cuando llegase la policía ellos ya se habían cansado de peleas y todo estaba en calma? Seguramente pensarían que los había llamado en balde, y habría papeleo que hacer, declaraciones que firmar y Dios sabe cuántas cosas más. ¿Y todo para qué?
Le dije todo esto a mi mujer y más o menos la convencí. De todas formas (añadí) si a la una y cuarto no han parado, llamo al 112, ¿de acuerdo?
Ella dijo que bueno, que vale, así que dejamos los libros, apagamos la luz e intentamos dormir.
______
En la oscuridad los gritos parecían más fuertes, los golpes más contundentes y cercanos. Como si la discusión estuviera teniendo lugar al otro lado de la ventana y no un par de plantas más abajo. De vez en cuando miraba el reloj de la mesita de noche, pero los minutos pasaban muy lentamente.
Nadie en toda la comunidad podía estar durmiendo. De hecho, a las 01:12 oí claramente el ruido de cubiertos y comprendí que el vecino del primero había decidido vaciar el lavavajillas por la noche en lugar de hacerlo por la madrugada en vista de que no podía dormir.
Se escucharon más ruidos, más gritos y por último todo quedó en calma, gracias a Dios. Solté un suspiro y miré de nuevo el reloj: 01:14. Los dígitos rojos flotaban en la oscuridad. Di gracias, profundamente aliviado porque se habían calmado por fin, y sobre todo porque no había tenido que llamar a la policía. En aquel bendito silencio, no tardé en quedarme dormido.
______
Todo eso ocurrió ayer noche; el resto, mientras yo estaba en el trabajo.
A las dos de la tarde de hoy, el hombre del otro portal llamó al 112 y media hora después le abrió la puerta a una pareja de la Guardia Civil. Uno de los agentes corrió hasta el cuerpo de mujer tendido sobre la alfombra del salón, cubierto por una sábana marrón. La sábana le tapaba la cara, pero dejaba al descubierto los pies, de un blanco cerúleo. La mujer había muerto con los ojos abiertos, y abiertos los seguía teniendo cuando el policía descubrió el rostro.
Aquel fue el momento que el hombre había estado esperando (me dijeron mis vecinos). Aprovechando su turbación, el hombre liberó el clip de seguridad en la cartuchera del guardia civil, le sustrajo el arma reglamentaria, se introdujo el cañón en la boca y tiró del gatillo.
No ocurrió nada. No sonó ni un clic ni un disparo. Con el seguro puesto, el gatillo apenas se movió un milímetro.
El compañero del agente le arrancó el arma de las manos, lo inmovilizó y se lo llevó esposado en una lechera.
La ambulancia llegó poco después, metió a la mujer en un saco negro de plástico, colocó el saco en una camilla y se lo llevó.
______
Cuando yo volví del trabajo sólo quedaba un coche patrulla frente al portal, cuatro vecinos en la calle y muchos chismes por contar. Al caer la noche, todos los chismes habían sido contados así que cada uno fuimos a nuestra casa.
Por el patio trepó entonces el olor de las cenas, el ruido del tenedor al batir el huevo, el del agua del grifo al chocar con los platos apilados en el fregadero, las conversaciones alrededor de la mesa, las noticias del telediario de la noche… y luego el silencio.
Un silencio que nace en el apartamento vacío en cuyas alfombras todavía se seca la sangre; un silencio que escapa por la puerta del balcón y trepa por el patio, amplificado una y mil veces hasta devorar cualquier sonido; un silencio blando y viscoso como manteca derretida que se cuela en las casas por las rendijas de las ventanas entreabiertas, que se pega a la piel de todos y cada uno de nosotros, denso, asfixiante.
Hoy es ese silencio el que no nos deja dormir.
Published on March 11, 2013 17:07
Tabiques de papel
Esta tarde había un par de coches de la Guardia Civil frente al portal de mi casa. Cuando pregunté, mis vecinos dijeron que también había llegado una ambulancia con las sirenas a todo trapo, pero que a aquellas horas (con el tráfico en la M-30 nunca llego a casa antes de las ocho), claro, ya se había marchado.
También cámaras: Antena 3, Telecinco y Europa Press. Tampoco estaban ya cuando llegué.
Mientras hablaba con mis vecinos no podía dejar de preguntarme qué respuestas habrían dado a los entrevistadores. Imagino que las mismas que se ven una y otra vez en los telediarios en casos semejantes: “no nos lo esperábamos”, “quién lo iba a decir”, “era un hombre muy simpático”, “siempre saludaba a sus vecinos”…
Sí, seguramente habrían dicho algo por el estilo, y habrían utilizado el tiempo pasado para referirse al marido. Como si el muerto hubiera sido él.
Me pregunté también que habría dicho yo de haber sido interrogado acerca de la mujer:
“No, no sé cómo se llamaba. Aunque su ventana da al patio, su piso es de otro portal. Tampoco se dónde vive… vivía. En qué planta, quiero decir. No, jamás imaginamos que algo así podría pasar. No lo vimos venir”.
Pero sería mentira. Porque sí lo veíamos venir.
______
El nuestro, como decía, es un patio interior muy pequeño. Si la vecina del 3ºA alargara un brazo sacando medio cuerpo fuera de su balcón mientras yo hago lo mismo en el mío, nuestros dedos alcanzarían a rozarse. Así de pequeño es.
Los patios como éste funcionan como una garganta: amplifican el sonido y lo conducen hacia el exterior, hacia arriba, de tal modo que cada vez que a las seis de la mañana el vecino del 1ºA vacía el lavaplatos, el estruendo de cubertería nos despierta a todos en el resto de la escalera.
Las cosas serían distintas, supongo, si éste fuera un piso como Dios manda, pero ya sabemos todos cómo son los pisos hoy en día: tabiques de pladur, paredes de papel… Nadie se libra de escuchar las intimidades del resto.
O las discusiones. Como las que muchas noches tienen (tenían) los vecinos del portal de al lado. Como la que anoche, a eso de las doce, no nos dejaba dormir a mi mujer y a mí.
Habían empezado poco antes de la medianoche, cuando el marido volvió a casa.
Fue él quien empezó a gritar, y ella le contestó. El volumen subía y subía. La de él era una voz aguardentosa y ronca, la típica voz de gato viejo que se resquebraja en cada jota; la de ella, fina y brillante como un hilo de oro, tendía a romperse en las notas altas.
Durante más de quince minutos, aquellas voces se colaron en todos los pisos de la comunidad y poco a poco pasaron a mayores: ruidos de golpes, gritos, insultos, portazos, objetos pesados arrastrados a un lado y otro (supongo que maletas), cristales rotos...
Al cabo de un rato mi mujer me pidió que hiciera algo. Estábamos en la cama intentando leer (dormir con aquel escándalo era imposible). Cerré el libro colocando el índice como señal y le pregunté qué quería que hiciera yo. Ni siquiera sabemos en qué puerta vive, le dije. Aunque su piso da al patio (le recordé), es otro portal. Además, lo más seguro era que terminaran pronto. Llevaban ya quince minutos de bronca, aquello no podía durar mucho más.
Al final hice lo único que podía hacer: me asomé a la ventana y pedí silencio argumentando que había gente durmiendo, joder. Que no eran horas.
¿Sirvió de algo? Me temo que no, que no sirvió de nada. Lo más seguro es que ni siquiera me oyeran.
“Llama a la policía, entonces”, me dijo mi mujer y os juro que por un momento pensé hacerlo, porque era ya la una menos cuarto y la discusión no tenía visos de terminar en breve.
Pero si llamaba a la policía, ¿qué les iba a decir? ¿“Vengan, que hay una pareja poniéndose verde en algún piso del portal de al lado”? ¿Y si cuando llegase la policía ellos ya se habían cansado de peleas y todo estaba en calma? Seguramente pensarían que los había llamado en balde, y habría papeleo que hacer, declaraciones que firmar y Dios sabe cuántas cosas más. ¿Y todo para qué?
Le dije todo esto a mi mujer y más o menos la convencí. De todas formas (añadí) si a la una y cuarto no han parado, llamo al 112, ¿de acuerdo?
Ella dijo que bueno, que vale, así que dejamos los libros, apagamos la luz e intentamos dormir.
______
En la oscuridad los gritos parecían más fuertes, los golpes más contundentes y cercanos. Como si la discusión estuviera teniendo lugar al otro lado de la ventana y no un par de plantas más abajo. De vez en cuando miraba el reloj de la mesita de noche, pero los minutos pasaban muy lentamente.
Nadie en toda la comunidad podía estar durmiendo. De hecho, a las 01:12 oí claramente el ruido de cubiertos y comprendí que el vecino del primero había decidido vaciar el lavavajillas por la noche en lugar de hacerlo por la madrugada en vista de que no podía dormir.
Se escucharon más ruidos, más gritos y por último todo quedó en calma, gracias a Dios. Solté un suspiro y miré de nuevo el reloj: 01:14. Los dígitos rojos flotaban en la oscuridad. Di gracias, profundamente aliviado porque se habían calmado por fin, y sobre todo porque no había tenido que llamar a la policía. En aquel bendito silencio, no tardé en quedarme dormido.
______
Todo eso ocurrió ayer noche; el resto, mientras yo estaba en el trabajo.
A las dos de la tarde de hoy, el hombre del otro portal llamó al 112 y media hora después le abrió la puerta a una pareja de la Guardia Civil. Uno de los agentes corrió hasta el cuerpo de mujer tendido sobre la alfombra del salón, cubierto por una sábana marrón. La sábana le tapaba la cara, pero dejaba al descubierto los pies, de un blanco cerúleo. La mujer había muerto con los ojos abiertos, y abiertos los seguía teniendo cuando el policía descubrió el rostro.
Aquel fue el momento que el hombre había estado esperando (me dijeron mis vecinos). Aprovechando su turbación, el hombre liberó el clip de seguridad en la cartuchera del guardia civil, le sustrajo el arma reglamentaria, se introdujo el cañón en la boca y tiró del gatillo.
No ocurrió nada. No sonó ni un clic ni un disparo. Con el seguro puesto, el gatillo apenas se movió un milímetro.
El compañero del agente le arrancó el arma de las manos, lo inmovilizó y se lo llevó esposado en una lechera.
La ambulancia llegó poco después, metió a la mujer en un saco negro de plástico, colocó el saco en una camilla y se lo llevó.
______
Cuando yo volví del trabajo sólo quedaba un coche patrulla frente al portal, cuatro vecinos en la calle y muchos chismes por contar. Al caer la noche, todos los chismes habían sido contados así que cada uno fuimos a nuestra casa.
Por el patio trepó entonces el olor de las cenas, el ruido del tenedor al batir el huevo, el del agua del grifo al chocar con los platos apilados en el fregadero, las conversaciones alrededor de la mesa, las noticias del telediario de la noche… y luego el silencio.
Un silencio que nace en el apartamento vacío en cuyas alfombras todavía se seca la sangre; un silencio que escapa por la puerta del balcón y trepa por el patio, amplificado una y mil veces hasta devorar cualquier sonido; un silencio blando y viscoso como manteca derretida que se cuela en las casas por las rendijas de las ventanas entreabiertas, que se pega a la piel de todos y cada uno de nosotros, denso, asfixiante.
Hoy es ese silencio el que no nos deja dormir.
También cámaras: Antena 3, Telecinco y Europa Press. Tampoco estaban ya cuando llegué.
Mientras hablaba con mis vecinos no podía dejar de preguntarme qué respuestas habrían dado a los entrevistadores. Imagino que las mismas que se ven una y otra vez en los telediarios en casos semejantes: “no nos lo esperábamos”, “quién lo iba a decir”, “era un hombre muy simpático”, “siempre saludaba a sus vecinos”…
Sí, seguramente habrían dicho algo por el estilo, y habrían utilizado el tiempo pasado para referirse al marido. Como si el muerto hubiera sido él.
Me pregunté también que habría dicho yo de haber sido interrogado acerca de la mujer:
“No, no sé cómo se llamaba. Aunque su ventana da al patio, su piso es de otro portal. Tampoco se dónde vive… vivía. En qué planta, quiero decir. No, jamás imaginamos que algo así podría pasar. No lo vimos venir”.
Pero sería mentira. Porque sí lo veíamos venir.
______
El nuestro, como decía, es un patio interior muy pequeño. Si la vecina del 3ºA alargara un brazo sacando medio cuerpo fuera de su balcón mientras yo hago lo mismo en el mío, nuestros dedos alcanzarían a rozarse. Así de pequeño es.
Los patios como éste funcionan como una garganta: amplifican el sonido y lo conducen hacia el exterior, hacia arriba, de tal modo que cada vez que a las seis de la mañana el vecino del 1ºA vacía el lavaplatos, el estruendo de cubertería nos despierta a todos en el resto de la escalera.
Las cosas serían distintas, supongo, si éste fuera un piso como Dios manda, pero ya sabemos todos cómo son los pisos hoy en día: tabiques de pladur, paredes de papel… Nadie se libra de escuchar las intimidades del resto.
O las discusiones. Como las que muchas noches tienen (tenían) los vecinos del portal de al lado. Como la que anoche, a eso de las doce, no nos dejaba dormir a mi mujer y a mí.
Habían empezado poco antes de la medianoche, cuando el marido volvió a casa.
Fue él quien empezó a gritar, y ella le contestó. El volumen subía y subía. La de él era una voz aguardentosa y ronca, la típica voz de gato viejo que se resquebraja en cada jota; la de ella, fina y brillante como un hilo de oro, tendía a romperse en las notas altas.
Durante más de quince minutos, aquellas voces se colaron en todos los pisos de la comunidad y poco a poco pasaron a mayores: ruidos de golpes, gritos, insultos, portazos, objetos pesados arrastrados a un lado y otro (supongo que maletas), cristales rotos...
Al cabo de un rato mi mujer me pidió que hiciera algo. Estábamos en la cama intentando leer (dormir con aquel escándalo era imposible). Cerré el libro colocando el índice como señal y le pregunté qué quería que hiciera yo. Ni siquiera sabemos en qué puerta vive, le dije. Aunque su piso da al patio (le recordé), es otro portal. Además, lo más seguro era que terminaran pronto. Llevaban ya quince minutos de bronca, aquello no podía durar mucho más.
Al final hice lo único que podía hacer: me asomé a la ventana y pedí silencio argumentando que había gente durmiendo, joder. Que no eran horas.
¿Sirvió de algo? Me temo que no, que no sirvió de nada. Lo más seguro es que ni siquiera me oyeran.
“Llama a la policía, entonces”, me dijo mi mujer y os juro que por un momento pensé hacerlo, porque era ya la una menos cuarto y la discusión no tenía visos de terminar en breve.
Pero si llamaba a la policía, ¿qué les iba a decir? ¿“Vengan, que hay una pareja poniéndose verde en algún piso del portal de al lado”? ¿Y si cuando llegase la policía ellos ya se habían cansado de peleas y todo estaba en calma? Seguramente pensarían que los había llamado en balde, y habría papeleo que hacer, declaraciones que firmar y Dios sabe cuántas cosas más. ¿Y todo para qué?
Le dije todo esto a mi mujer y más o menos la convencí. De todas formas (añadí) si a la una y cuarto no han parado, llamo al 112, ¿de acuerdo?
Ella dijo que bueno, que vale, así que dejamos los libros, apagamos la luz e intentamos dormir.
______
En la oscuridad los gritos parecían más fuertes, los golpes más contundentes y cercanos. Como si la discusión estuviera teniendo lugar al otro lado de la ventana y no un par de plantas más abajo. De vez en cuando miraba el reloj de la mesita de noche, pero los minutos pasaban muy lentamente.
Nadie en toda la comunidad podía estar durmiendo. De hecho, a las 01:12 oí claramente el ruido de cubiertos y comprendí que el vecino del primero había decidido vaciar el lavavajillas por la noche en lugar de hacerlo por la madrugada en vista de que no podía dormir.
Se escucharon más ruidos, más gritos y por último todo quedó en calma, gracias a Dios. Solté un suspiro y miré de nuevo el reloj: 01:14. Los dígitos rojos flotaban en la oscuridad. Di gracias, profundamente aliviado porque se habían calmado por fin, y sobre todo porque no había tenido que llamar a la policía. En aquel bendito silencio, no tardé en quedarme dormido.
______
Todo eso ocurrió ayer noche; el resto, mientras yo estaba en el trabajo.
A las dos de la tarde de hoy, el hombre del otro portal llamó al 112 y media hora después le abrió la puerta a una pareja de la Guardia Civil. Uno de los agentes corrió hasta el cuerpo de mujer tendido sobre la alfombra del salón, cubierto por una sábana marrón. La sábana le tapaba la cara, pero dejaba al descubierto los pies, de un blanco cerúleo. La mujer había muerto con los ojos abiertos, y abiertos los seguía teniendo cuando el policía descubrió el rostro.
Aquel fue el momento que el hombre había estado esperando (me dijeron mis vecinos). Aprovechando su turbación, el hombre liberó el clip de seguridad en la cartuchera del guardia civil, le sustrajo el arma reglamentaria, se introdujo el cañón en la boca y tiró del gatillo.
No ocurrió nada. No sonó ni un clic ni un disparo. Con el seguro puesto, el gatillo apenas se movió un milímetro.
El compañero del agente le arrancó el arma de las manos, lo inmovilizó y se lo llevó esposado en una lechera.
La ambulancia llegó poco después, metió a la mujer en un saco negro de plástico, colocó el saco en una camilla y se lo llevó.
______
Cuando yo volví del trabajo sólo quedaba un coche patrulla frente al portal, cuatro vecinos en la calle y muchos chismes por contar. Al caer la noche, todos los chismes habían sido contados así que cada uno fuimos a nuestra casa.
Por el patio trepó entonces el olor de las cenas, el ruido del tenedor al batir el huevo, el del agua del grifo al chocar con los platos apilados en el fregadero, las conversaciones alrededor de la mesa, las noticias del telediario de la noche… y luego el silencio.
Un silencio que nace en el apartamento vacío en cuyas alfombras todavía se seca la sangre; un silencio que escapa por la puerta del balcón y trepa por el patio, amplificado una y mil veces hasta devorar cualquier sonido; un silencio blando y viscoso como manteca derretida que se cuela en las casas por las rendijas de las ventanas entreabiertas, que se pega a la piel de todos y cada uno de nosotros, denso, asfixiante.
Hoy es ese silencio el que no nos deja dormir.
Published on March 11, 2013 17:07
March 8, 2013
Las escritoras que triunfan en Amazon
Hoy es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora (¿hace falta especificar, no lo son todas?) y he pensado que sería una buena idea hacer un repaso de todas las escritoras cuyos libros para Kindle son o han sido bestsellers en Amazon.
Todas ellas están o han estado durante mucho tiempo (y quiero decir mucho) en la lista de autores más leídos de Amazon y han vendido decenas de miles de ejemplares de sus novelas.
Algunas te sonarán, otras quizá no, pero créeme, en cualquier caso deberías echar un ojo a sus obras. Quizá en esta lista esté el libro que cambie tu vida.
Por supuesto, no están todas. Ésta es una lista viva y espero que crezca con tu ayuda.
¿Has leído alguno de sus libros? ¿Cuál de ellos sueles recomendar y por qué? ¿Qué autora echas en falta en esta lista?
Si tú misma eres una autora, aprovecha la ocasión para anunciarte. ¿Qué libro has escrito? ¿Está a la venta? ¿Dónde?
No te cortes, ya seas lectora o escritora, la zona de comentarios es tuya, ¡aprovéchala! :)
Marta Querol
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Antonia J. Corrales
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Blanca Miosi
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Mercedes Pinto Maldonado
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Eva García Sáenz
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Mayte Esteban
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María José Moreno
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Todas ellas están o han estado durante mucho tiempo (y quiero decir mucho) en la lista de autores más leídos de Amazon y han vendido decenas de miles de ejemplares de sus novelas.
Algunas te sonarán, otras quizá no, pero créeme, en cualquier caso deberías echar un ojo a sus obras. Quizá en esta lista esté el libro que cambie tu vida.
Por supuesto, no están todas. Ésta es una lista viva y espero que crezca con tu ayuda.
¿Has leído alguno de sus libros? ¿Cuál de ellos sueles recomendar y por qué? ¿Qué autora echas en falta en esta lista?
Si tú misma eres una autora, aprovecha la ocasión para anunciarte. ¿Qué libro has escrito? ¿Está a la venta? ¿Dónde?
No te cortes, ya seas lectora o escritora, la zona de comentarios es tuya, ¡aprovéchala! :)
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Published on March 08, 2013 02:18
March 6, 2013
Una nueva esperanza
¿Es el libro electrónico el futuro? ¿Son las editoriales cosas del pasado? ¿Qué papel van a jugar los autores independientes en el panorama literario a lo largo de los próximos años?
A mí no me mires. Ni pongo velas negras ni leo el porvenir en una bola de cristal. Tampoco creo que nadie sea capaz de hacerlo, pero de una cosa sí estoy seguro: el libro electrónico ha llegado aquí para quedarse.
Y eso es bueno. Bueno para el lector y bueno para el escritor.
En general, cualquier movimiento que abra las ventanas y permita entrar aire fresco en estancias largo tiempo cerradas lo es.
P: ¿Por qué la aparición de los libros electrónicos es buena para los lectores?
R: Porque permite rebajar los costes de los libros, en primer lugar. La distribución se lleva un 30% del precio de venta de un libro. Como mínimo, eso es lo que deberíamos ahorrarnos al comprar un libro en su versión electrónica. Es decir, un libro de bolsillo que cueste 8 euros debería costar 4 o 5 euros en digital.
Pero es que, además, si el propio autor publica sus libros sin pasar por una editorial puede ponerlo a la venta a 2 euros y ganar lo mismo que ganaría si una editorial lo sacara en edición de bolsillo.
Y todavía queda otra ventaja, una muy importante.
Sacar un libro a la calle es caro. El espacio en las librerías es limitado y el tiempo que permanece una novedad en ellas, también. Eso hace que para una editorial publicar un libro en papel sea una maniobra arriesgada.
¿Tú te juegas tu dinero en inversiones dudosas? Lo más seguro es que no, y en tiempos como los que corren, menos aún.
Bueno, pues las editoriales tampoco.
Así que si un libro tiene pinta de que no va a vender más de un cierto número de ejemplares, por muy bueno que sea dicho libro es muy probable que se quede sin publicar, o que le cueste mucho encontrar editor. Por contra, sin un libro es malillo (o malo, directamente) pero se sabe que va a vender un montón por su temática o por haberlo hecho en otro país, se publica sin escatimar gastos.
Hola, Señor Brown. Hola, Señora Meyer.
Es más, si al final ese libro es publicado, lo será solo porque la editorial interesada puede permitírselo gracias a que tiene en nómina a uno de esos denostados DanBrowns.
¿Cuántas obras maestras se están quedando sin publicar mientras el enésimo Códice Verdi ocupa las mesas de novedades de las librerías? ¿Cuántas obras quizá no maestras pero sí competentes de géneros minoritarios como el steampunk o el clockpunk no se publican o si lo hacen es con sellos minúsculos que por su tamaño no pueden hacer eficazmente su trabajo, que es hacer que el libro llegue a todos sus potenciales lectores?
Con el libro electrónico los costes caen tanto que todo libro, absolutamente todo libro, puede ser publicado. Da igual que sea bueno o malo, que le interese a un millón de lectores o a diez.
Más tarde, los filtros de siempre harán su magia (publicidad, boca a oreja, comentarios de los lectores, blogs...) pero de entrada ningún lector se quedará sin poder leer un libro porque éste no sea capaz de alimentar a una docena de familias.
P: ¿Por qué la aparición de los libros electrónicos es buena para los escritores?
Por muchísimas razones, por supuesto. Espero poder ir hablando en concreto de cada una de ellas en futuras entradas de este blog, pero una de ellas es el control sobre la obra.
Otra también muy importante es su disponibilidad. Los libros electrónicos están a la venta siempre, no tienen fecha de caducidad.
Publicar un libro electrónico es barato, muy barato, también para las editoriales. Una vez la editorial decide publicar sólo en electrónico, puede tener un corrector de estilo y un ilustrador en nómina y tenerles 8 trabajando ocho horas al día de modo que saquen varios libros al mes. En función de su nivel de exigencia, una editorial electrónica podría sacar varios libros por semana con contratos de varios años y cruzar los dedos porque alguno de esos títulos pegue el petardazo.
Esto hace que también las editoriales publiquen más y más títulos, lo que a su vez abre las puertas a que publiquen obras que no se atreverían a publicar en papel.
Es decir, tanto para autores independientes como para autores editorializados el libro electrónico significa que se publicarán más obras y que esas obras llegarán a más lectores.
Y eso, se mire como se mire, es bueno.
Published on March 06, 2013 02:34
Un nuevo comienzo
Estreno blog.
No faltará quien diga que sí, que demasiado a menudo.
Sin embargo, en esta ocasión está justificado. Veréis, mi antigua web está diseñada con Wordpress. Por desgracia, en una de las actualizaciones se fastidió la base de datos, con el resultado de que no puedo acceder al gestor de contenidos, de modo que no puedo modificar nada ni añadir material nuevo.
Así que he decidido crear un nuevo blog, esta vez bajo Blogger. Poco a poco, iré rescatando las entradas rescatables de mi web (como la de "Es fácil dejar de escribir si sabes cómo" o la escalofriante "Si Stephen King hubiera escrito el Quijote", por citar un par de ellas) y cuando las labores de exhumación terminen, la empezaré de nuevo.
Pero el blog se quedará aquí. Donde está ahora.
Por cierto...
"¡Bienvenido a mi casa! Entre libremente, pase sin temor y deje aquí parte de la felicidad que trae consigo"
Published on March 06, 2013 01:11


