Ana Vega Pérez de Arlucea's Blog
June 5, 2016
El ministro y las tapas
Hace dos semanas publiqué un reportaje en El Español sobre el origen e historia de las tapas. Es muy bonico y aunque sea por hacer bulto y que me sigan pidiendo más, os lo deberíais leer. Me costó muchos sudores (y al menos una dioptría más) rastrear la estela de las tapas a través de los documentos que están a mi alcance, que son muchos. Toneladas virtuales de libros, periódicos y textos de todo tipo a los que puede acceder cualquier hijo de vecino con un poco de paciencia.
Cuando hago un trabajo de este tipo, primero compruebo qué se dice por el patio de vecinas de internet. Las viejas del visillo suelen ser Wikipedia y los resultados de la primera página de Google. De esa decena de fuentes, de los más de dos millones que ofrece el buscador para "historia tapas" es de donde salen los datos que luego se repetirán, copiapegarán y alimentarán nuevos contenidos por los siglos de los siglos amén. Igual que cuando hablamos aquí de las Doce uvas de Nochevieja, asumo que la mayoría de personas no tiene tiempo ni interés en investigar más allá de la primera página. Lo grave es que sean los medios de comunicación los que sigan perpetuando el desconocimiento y los cuentos de la vieja. Ya no os digo si lo hace un señor ministro del Gobierno.
Carlos III inventando las tapas. Anton Raphael Mengs, 1761.
Íñigo Méndez de Vigo, Ministro de Educación, Cultura y Deporte, fue esta martes 31 de mayo a un desayuno informativo de ésos que cuando salen en la tele parece que nadie está desayunando de verdad. Con el café frío y el bollo sin untar, los ponentes hablan sin parar mientras los invitados piensan en el pincho de tortilla que se zamparán al salir. La cosa es que en el Foro Nueva Economía el ministro dijo que España (no sé si en su conjunto mediante voto eurovisivo) va a proponer a la Unesco que las tapas sean consideradas Patrimonio de la Humanidad. Pues muy bien. Al fin y al cabo, ir de tapeo es una de nuestras costumbres más entrañables, arraigadas y mejor vendidas en el extranjero.
El ministro se viene arriba y le cuenta a la directora general de la UNESCO, Irina Bokova, que las tapas son lo más: muy españolas y mucho españolas. Y que las tenemos gracias a “un rey ilustrado y primer alcalde de Madrid, Carlos III”, cita recogida en infinidad de periódicos al día siguiente. Lástima que NO sea así. No hay pruebas. En el mismo reportaje que escribí sobre el tema, un comentarista volvía con la mula al trigo y sacaba a relucir a Carlos III. Como no me gusta polemizar ni contesté. Porque no creo que ni ese comentarista ni el ministro se hayan leído el tocho de la "Colección de pragmáticas, cédulas, provisiones, etc" decretadas durante el reinado del tal Carlos. Yo sí, ay de mis ojos. Y no contiene nada parecido a una ley que obligara a servir el vino con pan o alguna comida de acompañamiento, como reza el mantra ministerial.
De hecho, las únicas páginas que he encontrado en internet que relacionan a dicho Borbón con el tapeo o similar concepto son ésta y otra de Yahoo Respuestas. Os lo digo tó. Que podría ser que yo esté equivocada y exista algún alma caritativa que haya encontrado algún documento que lo atestigüe, oye. Nada me gustaría más, porque aquí no se trata de tener razón sino de aprender lo más posible. Por eso le pregunté (directamente al ministro por twitter y a su oficina de prensa por email) de dónde había sacado su información. A eso no me ha contestado aún pero al menos fue amable y me dijo que tomaba buena nota del error.
El problema no es que alguien difunda bulos, leyendas urbanas y teorías sin ningún rigor histórico. Lo grave es que ese alguien sea ministro de Cultura y pretenda impresionar a una audiencia presuntamente ilustre con datos sacados del fondo de internet. "Me lo dijo Pepito" o "lo leí en Forocoches" no deberían ser razones para que un representante público diga lo primero que encuentra por ahí o que le pasan en un resumen hecho por veteasaberquién. Igualmente podría haber contado otro cuento que atribuye el invento de las tapas nada menos que a Alfonso X el Sabio, que andaba flojillo del estómago y -atención, exclusiva oída en el s. XIII- fue aconsejado por su médico para que tomara unos traguillos de alcohol de vez en cuando, acompañados por pica-pica para no embolingarse. Tanto le gustó que decidió decretar una ley para que las tabernas sirvieran siempre comida con la bebida. O eso es lo que se cuenta, seguramente gracias a un médium que contactó con el espíritu del rey y lo escuchó de primera mano.
Alfonso X pensando en que el vino entra mejor con cacahuetes. Eduardo Gimeno y Canencia, 1849
Pero el bulo preferido de las tapas es el de otro Alfonso, que tiene como más gracia y campechanía. Dependiendo de quien lo cuente, puede ser Alfonso XII o su hijo el XIII, que lo mismo da. ¿Saben aquél que diu que iba el rey por Cádiz (cámbiese por otra ciudad) y entró a una taberna a tomarse un chato? Como había moscas (o viento, o polvo, o arena, dependiendo de la historia) el camarero puso una loncha de jamón (o de lomo, o de chorizo, o un trozo de pan) sobre el vaso del real visitante no fuera a manchársele el vinacho. Con todo lujo de detalles y hasta con citas completamente inventadas cuentan esta anécdota apócrifa en una web que debería ser de rigor como Muy Historia.
El rey (el XII o el XIII), que era un cachondo, se quedó encantado y pidió otro vino "con tapa". Chimpún, ya tenemos leyenda urbana. Un mito indocumentado que se repite hasta la saciedad y acaba por calar, tomándose como verdadero. Porque al parecer, no hay nada más chanante que un rey inventando algo. Le da a cualquier asunto una pátina así como de glamour que sirve para que la Unesco te tenga en cuenta y los turistas coman más calamares a la romana.
Alfonso XII recordando sus hazañas de tapen. Federico Madrazo, 1886
Ayer en Twitter me decía alguien que no era para tanto, que al fin y al cabo propagar bulos así es inocuo y que quedan más bonitos que la realidad. O que mientras no haya pruebas de su falsedad se pueden seguir diciendo, como si en el siglo XXI tuviéramos que dar por cierto todo lo que no esté refutado. En fin. La cuestión es que si tratáramos así una cuestión histórica relacionada con la política o la ciencia no se tomaría a chufla igual que cuando hablamos de comida. Por eso es tan difícil encontrar a gente que se interese por el tema y quiera pagar las horas que cuesta tirar del hilo y sacar la verdad que hay escondida.
Total pa qué, si puedes decir lo de Carlos III, quedarte tan ancho y encima que los demás piensen que qué gran cultura tienes. Mientras sigo dándome de tortas con los mitos, leed esta entrada de Julián Otero. El último párrafo es para enmarcarlo.
Carlos III cenando ante la Corte. Luis Paret y Alcázar, 1775.
Cuando hago un trabajo de este tipo, primero compruebo qué se dice por el patio de vecinas de internet. Las viejas del visillo suelen ser Wikipedia y los resultados de la primera página de Google. De esa decena de fuentes, de los más de dos millones que ofrece el buscador para "historia tapas" es de donde salen los datos que luego se repetirán, copiapegarán y alimentarán nuevos contenidos por los siglos de los siglos amén. Igual que cuando hablamos aquí de las Doce uvas de Nochevieja, asumo que la mayoría de personas no tiene tiempo ni interés en investigar más allá de la primera página. Lo grave es que sean los medios de comunicación los que sigan perpetuando el desconocimiento y los cuentos de la vieja. Ya no os digo si lo hace un señor ministro del Gobierno.

Íñigo Méndez de Vigo, Ministro de Educación, Cultura y Deporte, fue esta martes 31 de mayo a un desayuno informativo de ésos que cuando salen en la tele parece que nadie está desayunando de verdad. Con el café frío y el bollo sin untar, los ponentes hablan sin parar mientras los invitados piensan en el pincho de tortilla que se zamparán al salir. La cosa es que en el Foro Nueva Economía el ministro dijo que España (no sé si en su conjunto mediante voto eurovisivo) va a proponer a la Unesco que las tapas sean consideradas Patrimonio de la Humanidad. Pues muy bien. Al fin y al cabo, ir de tapeo es una de nuestras costumbres más entrañables, arraigadas y mejor vendidas en el extranjero.
El ministro se viene arriba y le cuenta a la directora general de la UNESCO, Irina Bokova, que las tapas son lo más: muy españolas y mucho españolas. Y que las tenemos gracias a “un rey ilustrado y primer alcalde de Madrid, Carlos III”, cita recogida en infinidad de periódicos al día siguiente. Lástima que NO sea así. No hay pruebas. En el mismo reportaje que escribí sobre el tema, un comentarista volvía con la mula al trigo y sacaba a relucir a Carlos III. Como no me gusta polemizar ni contesté. Porque no creo que ni ese comentarista ni el ministro se hayan leído el tocho de la "Colección de pragmáticas, cédulas, provisiones, etc" decretadas durante el reinado del tal Carlos. Yo sí, ay de mis ojos. Y no contiene nada parecido a una ley que obligara a servir el vino con pan o alguna comida de acompañamiento, como reza el mantra ministerial.
De hecho, las únicas páginas que he encontrado en internet que relacionan a dicho Borbón con el tapeo o similar concepto son ésta y otra de Yahoo Respuestas. Os lo digo tó. Que podría ser que yo esté equivocada y exista algún alma caritativa que haya encontrado algún documento que lo atestigüe, oye. Nada me gustaría más, porque aquí no se trata de tener razón sino de aprender lo más posible. Por eso le pregunté (directamente al ministro por twitter y a su oficina de prensa por email) de dónde había sacado su información. A eso no me ha contestado aún pero al menos fue amable y me dijo que tomaba buena nota del error.
@biscayenne gracias por escribirme y por la información; tomo buena nota.— Iñigo Méndez de Vigo (@IMendezdeVigo) 1 de junio de 2016
El problema no es que alguien difunda bulos, leyendas urbanas y teorías sin ningún rigor histórico. Lo grave es que ese alguien sea ministro de Cultura y pretenda impresionar a una audiencia presuntamente ilustre con datos sacados del fondo de internet. "Me lo dijo Pepito" o "lo leí en Forocoches" no deberían ser razones para que un representante público diga lo primero que encuentra por ahí o que le pasan en un resumen hecho por veteasaberquién. Igualmente podría haber contado otro cuento que atribuye el invento de las tapas nada menos que a Alfonso X el Sabio, que andaba flojillo del estómago y -atención, exclusiva oída en el s. XIII- fue aconsejado por su médico para que tomara unos traguillos de alcohol de vez en cuando, acompañados por pica-pica para no embolingarse. Tanto le gustó que decidió decretar una ley para que las tabernas sirvieran siempre comida con la bebida. O eso es lo que se cuenta, seguramente gracias a un médium que contactó con el espíritu del rey y lo escuchó de primera mano.

Pero el bulo preferido de las tapas es el de otro Alfonso, que tiene como más gracia y campechanía. Dependiendo de quien lo cuente, puede ser Alfonso XII o su hijo el XIII, que lo mismo da. ¿Saben aquél que diu que iba el rey por Cádiz (cámbiese por otra ciudad) y entró a una taberna a tomarse un chato? Como había moscas (o viento, o polvo, o arena, dependiendo de la historia) el camarero puso una loncha de jamón (o de lomo, o de chorizo, o un trozo de pan) sobre el vaso del real visitante no fuera a manchársele el vinacho. Con todo lujo de detalles y hasta con citas completamente inventadas cuentan esta anécdota apócrifa en una web que debería ser de rigor como Muy Historia.
El rey (el XII o el XIII), que era un cachondo, se quedó encantado y pidió otro vino "con tapa". Chimpún, ya tenemos leyenda urbana. Un mito indocumentado que se repite hasta la saciedad y acaba por calar, tomándose como verdadero. Porque al parecer, no hay nada más chanante que un rey inventando algo. Le da a cualquier asunto una pátina así como de glamour que sirve para que la Unesco te tenga en cuenta y los turistas coman más calamares a la romana.

Ayer en Twitter me decía alguien que no era para tanto, que al fin y al cabo propagar bulos así es inocuo y que quedan más bonitos que la realidad. O que mientras no haya pruebas de su falsedad se pueden seguir diciendo, como si en el siglo XXI tuviéramos que dar por cierto todo lo que no esté refutado. En fin. La cuestión es que si tratáramos así una cuestión histórica relacionada con la política o la ciencia no se tomaría a chufla igual que cuando hablamos de comida. Por eso es tan difícil encontrar a gente que se interese por el tema y quiera pagar las horas que cuesta tirar del hilo y sacar la verdad que hay escondida.
Total pa qué, si puedes decir lo de Carlos III, quedarte tan ancho y encima que los demás piensen que qué gran cultura tienes. Mientras sigo dándome de tortas con los mitos, leed esta entrada de Julián Otero. El último párrafo es para enmarcarlo.


Published on June 05, 2016 22:30
April 22, 2016
Los duelos con pan son menos: 400 años de Cervantes
El 22 de abril de 1616 estiraba la pata en Madrid el pobre Miguel de Cervantes Saavedra. Soldado de fortuna, preso del moro, espía secreto, recaudador de impuestos y escritor. Murió de diabetes, más pobre que una rata y a su funeral en las Trinitarias acudieron cuatro gatos contados. Allí quedó tranquilo y olvidado hasta que hace un par de años se empeñaron en revolver sus huesos, ponerles nombre y meterlos en una tumba con lápida fetén.
Sin meterme demasiado en la pataleta de que los fastos por el cuarto centenario de su muerte estén siendo patéticos comparados con los shakesperianos, valga como prueba de su tristeza el hecho de que yo me haya levantado hoy rumbera y cervantina, dispuesta a sacar la cara por este señor y su obra. ¿Que si me he leído El Quijote entero? Pues no. Como la mayoría de vosotros, almas de cántaro. Pero sí he leído partes extensas, que es lo que dice todo el mundo aunque sólo haya visto lo de los molinos en 4º de EGB.
Os prometo que últimamente lo he revisado a fondo, gracias a un reportaje que, tecnología y calendario mediante, saldrá este fin de semana sobre la comida cervantina. Como no es cosa de destriparlo y además, hay material de sobra para escribir mil y un artículos sobre el tema, dejo aquí algunas cuestiones simpáticas sobre el tema que no cupieron en tan sesudo texto. Además así podéis ir de guays y utilizarlas en alguna conversación casual, que nunca viene mal para empatar al personal.
El almuerzo. Diego Velázquez, 1617.
Podríamos imaginar que los personajes de este cuadro de Velázquez son don Quijote y Sancho Panza (más un mozalbete con falta de hervores), poniéndose morados a vino, mejillones, granadas y pan. Una combinación un poco rara, igual que el hecho de que el señor mayor tenga en la mano una tenedor emburruñado, pero en fin, para algo está la imaginación. En la España del siglo XVII los tenedores no se estilaban aún demasiado, y eran cosa de señores finolis y pusilánimes que no se querían manchar las manos. En la segunda parte de El Quijote, el ingenioso hidalgo cuenta que Sancho "cuando tiene hambre, parece algo tragón, porque come aprieta y masca a dos carrillos; pero la limpieza siempre la tiene en su punto, y en el tiempo que fue Gobernador aprendió a comer a lo melindroso, tanto que comía con tenedor las uvas y aun los granos de granada".
Aunque solía pasar más hambre que un perro tiñoso, don Quijote conocía las normas de educación en la mesa y así se las aconsejaba a su escudero para que guardara las formas mientras fuera gobernador:
Festín de Sancho en la ínsula de Barataria. José Moreno Carbonero
Sancho Panza, que era muy de pueblo y por tanto especialmente bonico, tenía dichos y refranes para cualquier situación. Aunque le faltó el mítico "donde no hay mata no hay patata", porque entonces este tubérculo aún no se estilaba, sí que tenía un gran repertorio de frases relacionadas con el comer. De ésas que sueltan en mi pueblo con un palillo entre los dientes y la gorra de Titanlux calzada hasta las cejas, dejándote con el culo torcido.
Sobre la gastronomía del Quijote existe una web del Centro Virtual Cervantes muy completa y entretenida, con recetillas de la época y todo por si queréis trastear en la cocina. De mientras y hasta que salga publicado mi megarreportaje con el que he sudado tinta china cervantina, recordemos que lo del ninguneo institucional al mayor genio de nuestras letras es cosa antigua y que no debería sorprender. El 23 de abril de 1833, Ramón Mesonero Romanos contaba en "La Revista Española" cómo se estaba derribando la casa en la que murió el escritor, en la esquina entre las calles Francos y Cervantes (antes León, hasta que le cambiaron el nombre por vergüenza ajena) de Madrid. Acertó a pasar por allí un amigo suyo inglés (cómo no), que se quedó ojiplático al saber que tal edificio iba a desaparecer. "¿Por qué los magnates, los cuerpos literarios, los particulares amantes de su país no se apresuraron a adquirir a toda costa el único resto de tan ilustre autor, para evitar su aniquilamiento?", le pregunta. "El gran poeta britano yace en el soberbio mausoleo de Westminster, al lado de nuestro Monarca, mientras que el español... ¡que contraste!". Ajá. La casa se derribó y ahora tiene una placa tristona, mientras que a pocos metros está la Casa Museo de Lope de Vega, enemigo mortal de Cervantes que estará riéndose en su tumba. En fin.
Cervantes tuvo una vida apasionante, digna de películas con mucha acción, batallas épicas, cuatro intentos de evasión de Argel, una hija bastarda y envidias literarias sin límite. Mientras soñamos con semejante epopeya, llena de odios, intrigas y fiel reconstrucción histórica al estilo BBC, aquí nos tenemos que conformar con la serie que hizo TVE en 1981. Que hombre, para su época es digna a pesar del penoso maquillaje que lleva el protagonista, pero que yo sepa siquiera la han vuelto a emitir.
Más graciosa y ojiplática es la película de 1967 "The young rebel Cervantes", una coproducción internacional loquísima rodada en inglés en la que un alemán (Horst Buchholz) interpretaba al autor, Francisco Rabal a su hermano Rodrigo, Fernando Rey a Felipe II y Gina Lollobrigida enseñaba pechuga barroca haciendo de espía italiana.
From love making to high adventure! He could be devious, delightful or deadly! O.o
¿Van a emitir semejante joya del kitsch en nuestras televisiones este fin de semana? Pues no, pero alguien debería, aunque fuera sólo por ver a Cervantes en plan galán conquistador con el pecho descubierto en un harén.
La misma escena en español se puede ver (un poco peor), aquí. No he encontrado la película entera en ningún sitio, pero para que os hagáis a la idea del nivel, es como un Errol Flynn a la española con escenas exóticas y cabareteras con vestidos de época. Una pasada.
Aquí, el héroe de Lepanto antes de ser manco, cogiendo la espada por el filo porque era un tío duro.
Qué casualidad que la única película biográfica (o algo así) sobre Miguel de Cervantes la rodase un director americano en inglés y con protagonistas extranjeros.Igual nos lo tendríamos que hacer mirar.
Antes de que os dé un perrenque por la sorpresa de que haya vuelto al blog, os cuento que esta semana dos cuestiones distintas e ilusionantes me han hecho darme cuenta de que basta ya de escribir sólo para los demás. Éste es mi sitio y ésta es mi voz. Y vivan Cervantes, los libros y la cultura, coño.
Aprovechad el Día del Libro para comprar alguno interesante o mejor aún, buscad en casa uno que os lo hiciera disfrutar en su momento. Releedlo con un bocadillo de chocolate en la mano y pasadlo teta.
Sin meterme demasiado en la pataleta de que los fastos por el cuarto centenario de su muerte estén siendo patéticos comparados con los shakesperianos, valga como prueba de su tristeza el hecho de que yo me haya levantado hoy rumbera y cervantina, dispuesta a sacar la cara por este señor y su obra. ¿Que si me he leído El Quijote entero? Pues no. Como la mayoría de vosotros, almas de cántaro. Pero sí he leído partes extensas, que es lo que dice todo el mundo aunque sólo haya visto lo de los molinos en 4º de EGB.
Os prometo que últimamente lo he revisado a fondo, gracias a un reportaje que, tecnología y calendario mediante, saldrá este fin de semana sobre la comida cervantina. Como no es cosa de destriparlo y además, hay material de sobra para escribir mil y un artículos sobre el tema, dejo aquí algunas cuestiones simpáticas sobre el tema que no cupieron en tan sesudo texto. Además así podéis ir de guays y utilizarlas en alguna conversación casual, que nunca viene mal para empatar al personal.

Podríamos imaginar que los personajes de este cuadro de Velázquez son don Quijote y Sancho Panza (más un mozalbete con falta de hervores), poniéndose morados a vino, mejillones, granadas y pan. Una combinación un poco rara, igual que el hecho de que el señor mayor tenga en la mano una tenedor emburruñado, pero en fin, para algo está la imaginación. En la España del siglo XVII los tenedores no se estilaban aún demasiado, y eran cosa de señores finolis y pusilánimes que no se querían manchar las manos. En la segunda parte de El Quijote, el ingenioso hidalgo cuenta que Sancho "cuando tiene hambre, parece algo tragón, porque come aprieta y masca a dos carrillos; pero la limpieza siempre la tiene en su punto, y en el tiempo que fue Gobernador aprendió a comer a lo melindroso, tanto que comía con tenedor las uvas y aun los granos de granada".
Aunque solía pasar más hambre que un perro tiñoso, don Quijote conocía las normas de educación en la mesa y así se las aconsejaba a su escudero para que guardara las formas mientras fuera gobernador:
No comas ajos, ni cebollas, por que no saquen por el olor tu villanería [...] Come poco, y cona más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado, ni guarda secreto, ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie. Eso de erutar no entiendo(dijo Sancho); y D. Quijote le dijo: Erutar, Sancho, quiere decir regoldar [...] En verdad, señor (dijo Sancho), que uno de los consejos y avisos que pienso llevar en la memoria ha de ser el de no regoldar, porque lo suelo hacer muy a menudo. Erutar, Sancho, que no regoldar (dijo D. Quijote). Erutar diré de aquí adelante (respondió Sancho), y a fe que no se me olvide.

Sancho Panza, que era muy de pueblo y por tanto especialmente bonico, tenía dichos y refranes para cualquier situación. Aunque le faltó el mítico "donde no hay mata no hay patata", porque entonces este tubérculo aún no se estilaba, sí que tenía un gran repertorio de frases relacionadas con el comer. De ésas que sueltan en mi pueblo con un palillo entre los dientes y la gorra de Titanlux calzada hasta las cejas, dejándote con el culo torcido.
Los duelos con pan son menos.
Muera Marta y muera harta.
No siempre hay tocinos donde hay estacas.
A quien cuece y amasa no le hurtes la hogaza.
En otras casas comen habas y en la mía a calderadas.
La mejor salsa es el hambre.
En casa llena presto se guisa la cena.
Sobre la gastronomía del Quijote existe una web del Centro Virtual Cervantes muy completa y entretenida, con recetillas de la época y todo por si queréis trastear en la cocina. De mientras y hasta que salga publicado mi megarreportaje con el que he sudado tinta china cervantina, recordemos que lo del ninguneo institucional al mayor genio de nuestras letras es cosa antigua y que no debería sorprender. El 23 de abril de 1833, Ramón Mesonero Romanos contaba en "La Revista Española" cómo se estaba derribando la casa en la que murió el escritor, en la esquina entre las calles Francos y Cervantes (antes León, hasta que le cambiaron el nombre por vergüenza ajena) de Madrid. Acertó a pasar por allí un amigo suyo inglés (cómo no), que se quedó ojiplático al saber que tal edificio iba a desaparecer. "¿Por qué los magnates, los cuerpos literarios, los particulares amantes de su país no se apresuraron a adquirir a toda costa el único resto de tan ilustre autor, para evitar su aniquilamiento?", le pregunta. "El gran poeta britano yace en el soberbio mausoleo de Westminster, al lado de nuestro Monarca, mientras que el español... ¡que contraste!". Ajá. La casa se derribó y ahora tiene una placa tristona, mientras que a pocos metros está la Casa Museo de Lope de Vega, enemigo mortal de Cervantes que estará riéndose en su tumba. En fin.
Cervantes tuvo una vida apasionante, digna de películas con mucha acción, batallas épicas, cuatro intentos de evasión de Argel, una hija bastarda y envidias literarias sin límite. Mientras soñamos con semejante epopeya, llena de odios, intrigas y fiel reconstrucción histórica al estilo BBC, aquí nos tenemos que conformar con la serie que hizo TVE en 1981. Que hombre, para su época es digna a pesar del penoso maquillaje que lleva el protagonista, pero que yo sepa siquiera la han vuelto a emitir.
Más graciosa y ojiplática es la película de 1967 "The young rebel Cervantes", una coproducción internacional loquísima rodada en inglés en la que un alemán (Horst Buchholz) interpretaba al autor, Francisco Rabal a su hermano Rodrigo, Fernando Rey a Felipe II y Gina Lollobrigida enseñaba pechuga barroca haciendo de espía italiana.


¿Van a emitir semejante joya del kitsch en nuestras televisiones este fin de semana? Pues no, pero alguien debería, aunque fuera sólo por ver a Cervantes en plan galán conquistador con el pecho descubierto en un harén.
La misma escena en español se puede ver (un poco peor), aquí. No he encontrado la película entera en ningún sitio, pero para que os hagáis a la idea del nivel, es como un Errol Flynn a la española con escenas exóticas y cabareteras con vestidos de época. Una pasada.

Aquí, el héroe de Lepanto antes de ser manco, cogiendo la espada por el filo porque era un tío duro.

Qué casualidad que la única película biográfica (o algo así) sobre Miguel de Cervantes la rodase un director americano en inglés y con protagonistas extranjeros.Igual nos lo tendríamos que hacer mirar.
Antes de que os dé un perrenque por la sorpresa de que haya vuelto al blog, os cuento que esta semana dos cuestiones distintas e ilusionantes me han hecho darme cuenta de que basta ya de escribir sólo para los demás. Éste es mi sitio y ésta es mi voz. Y vivan Cervantes, los libros y la cultura, coño.
Aprovechad el Día del Libro para comprar alguno interesante o mejor aún, buscad en casa uno que os lo hiciera disfrutar en su momento. Releedlo con un bocadillo de chocolate en la mano y pasadlo teta.

Published on April 22, 2016 03:25
December 31, 2015
Las uvas de Nochevieja: historia y leyenda urbana
Internet es un invento maravilloso, fuente inagotable de conocimientos y a la vez origen de patrañas, rumores, dimes, diretes y mentiras varias que gracias a San Google se van estableciendo como verdades. Si tienes una duda, la tecleas en el buscador y obtienes chorromil resultados de entre los cuales eliges normalmente el primero, que suele ser la correspondiente entrada de Wikipedia . Piensas que si sale el primero de la lista, por algo será. El problema surge cuando uno se fía ciegamente de las Diversas-pedias y del supuesto conocimiento absoluto de sus editores. Perico Palotes sienta cátedra diciendo que tal hecho ocurrió de tal manera, Fulanito el periodista lo versiona, Manolita la estudiante lo copia pega y Pepito el bloguero lo fusila vilmente, en una especie de teléfono escacharrado que crea contenido y enlaces a cascoporro a lo largo y ancho de Internet. De modo que cuando tú vas a buscar ese dato sale replicado en mil sitios y lo das por cierto.
Así se perpetúan los errores y ocurre que hoy, 31 de diciembre, se sigue diciendo mayoritariamente que comemos doce uvas en Nochevieja porque vete tú a saber cuándo hubo un excedente de producción de uva y los agricultores fueron tan cucos como para meternos una nueva tradición navideña entre ceja y ceja. Que esto lo cuente tu cuñado para hacerse el interesante tiene un pase, pero que caigan en ello los medios de comunicación ya es otra cuestión (por no hablar de revistas teóricamente dedicadas a la historia, ejem). La famosa fecha de 1909 y el cuento del exceso de uva se repite como un mantra y copa la mayoría de enlaces ofrecidos por la búsqueda "uvas Nochevieja historia".
Nochevieja en la Puerta del Sol. Dibujo de Arteches para la revista Crónica, 1933Quitando que en aquellos años se tardaban cuatro o cinco días en llevar las uvas desde Almería, Alicante o Murcia hasta Madrid y otras provincias, que la gente era más reacia que ahora a adoptar costumbres nuevas y que no existían los medios de publicidad que hay ahora, ni el concepto de márketing ni los trending topics, no existe ningún documento que atestigüe que en la Navidad de 1909 hubiera uvas a motrollón a precio de saldo. Ni una campaña masiva de promoción para atragantarse durante las doce campanadas.
De lo que sí hay pruebas es de que las uvas son una tradición madrileña exportada después al resto de España y sus colonias, y la dificultad estriba en fechar el invento. Existen honrosos intentos de buscar la uva primigenia, como este currado artículo de Wikipedia o este impagable texto de Gabriel Medina con su bibliografía y con su todo, que ha sido copiado varias veces sin mencionarle. En uno dan como fecha de la primera mención a las uvas de Nochevieja el año 1894 y en el otro, 1895.
Con orgullo de rata de biblioteca virtual puedo decir que yo he conseguido estirarla un poco más, hasta el 31 de diciembre de 1892. El mérito es de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional y de la Biblioteca de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura. Yo lo único que he hecho ha sido despistojarme delante de la pantalla del ordenador.
En el periódico madrileño «La Iberia» del 1 de enero de 1893, página primera, se refieren a otra publicación diciendo:
En 1894 varias publicaciones (todas de Madrid) se refieren al tema de las uvas engullidas a prisa y corriendo para tener suerte en el año venidero. Algunos periódicos se refieren al hecho como a una nueva moda y otros parece que la dan por asentada y digerida desde hace tiempo. El 1 de enero de 1894 el diario «El Imparcial» publica un artículo titulado "Las uvas bienhechoras":
Artículos de "El Correo Militar" y "La Correspondencia de España", 2 de enero de 1894
Sin embargo al día siguiente «El Correo Militar» califica la costumbre de imperecedera, así que no nos acabamos de aclarar. En «La Correspondencia de España» dicen que las uvas son tres y que servían para pedir alegría, salud y dinero. Lo de que fuera una moda copiada de los franceses tampoco es seguro: sí que se menciona en un par de fuentes más y es verdad que entonces todo lo que sonara a francés se convertía automáticamente en algo chic, estiloso y rápidamente copiado por las clases altas (los hipsters trendsetters de entonces). En la edición de «La Dinastía» (Barcelona) del 13 de ese mismo mes se cuenta que los parisinos elegantes "felicitan a sus parientes y amigos, al dar las doce, distribuyendo sonoros besos, más o menos expresivos, y haciendo honor al tradicional racimo de uvas negras".
Las uvas españolas no sé si serían negras o blancas, pero con mucha probabilidad eran de Almería o de Gijona (tal cual así escrito, lo que ahora llamamos las uvas del Vinalopó), que llegaban a Madrid con los turrones y se vendían durante los días de Navidad. Se combinaban con champagne en las casas ricas, como la del presidente del Consejo de Ministros en la Nochevieja de 1895.
La moda de las uvas no estaba del todo bien vista, al parecer :) "El Siglo Futuro", 2 de enero de 1896
En 1897 el tema de las uvas era tan común que se lo tomaban un poco a chanza, riéndose de las supersticiones y la creencia en la superchería de sus fieles:
Por una razón o por otra, aquello gustó. Sobre todo a los fruteros, que se frotaban las manos ante la demanda y empezaron a hacer publicidad de ello:
Anuncio de "El Imparcial", Madrid, 29 de diciembre de 1898
Hasta principios del siglo XX no queda establecido el número de uvas en doce, que hasta entonces podían ser tres, seis o las que a uno le dieran la gana. Seguramente la dichosa fecha de 1909 coincide con la implantación nacional del uso de comerlas: pronto fue replicado en Tenerife, Mérida o La Coruña. En 1903 se habla por primera vez en prensa de la fiesta de la Puerta del Sol, y en 1905 el gentío que acudía era tan grande que se cerraron las calles adyacentes y hubo muchísimas quejas de vecinos indignados por tamaña "fiesta salvaje propia de ignorantes y gente vulgar". La tradición de las doce uvas fue vista durante mucho tiempo como algo pagano, supersticioso, anticristiano e incluso fruto del contubernio judeo-masónico, pero eso lo dejo para el próximo año. Para que se vea que no todo el mundo aceptaba alegremente la nueva e impuesta tradición valga este artículo de «El País» del 1 de enero de 1915:
Pasad todos una feliz salida y entrada de año, y no os olvidéis de contarle al pesado de vuestro cuñado el porqué de las uvas.
"Nuevo Mundo", 2 de enero de 1931
Así se perpetúan los errores y ocurre que hoy, 31 de diciembre, se sigue diciendo mayoritariamente que comemos doce uvas en Nochevieja porque vete tú a saber cuándo hubo un excedente de producción de uva y los agricultores fueron tan cucos como para meternos una nueva tradición navideña entre ceja y ceja. Que esto lo cuente tu cuñado para hacerse el interesante tiene un pase, pero que caigan en ello los medios de comunicación ya es otra cuestión (por no hablar de revistas teóricamente dedicadas a la historia, ejem). La famosa fecha de 1909 y el cuento del exceso de uva se repite como un mantra y copa la mayoría de enlaces ofrecidos por la búsqueda "uvas Nochevieja historia".

De lo que sí hay pruebas es de que las uvas son una tradición madrileña exportada después al resto de España y sus colonias, y la dificultad estriba en fechar el invento. Existen honrosos intentos de buscar la uva primigenia, como este currado artículo de Wikipedia o este impagable texto de Gabriel Medina con su bibliografía y con su todo, que ha sido copiado varias veces sin mencionarle. En uno dan como fecha de la primera mención a las uvas de Nochevieja el año 1894 y en el otro, 1895.
Con orgullo de rata de biblioteca virtual puedo decir que yo he conseguido estirarla un poco más, hasta el 31 de diciembre de 1892. El mérito es de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional y de la Biblioteca de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura. Yo lo único que he hecho ha sido despistojarme delante de la pantalla del ordenador.

En el periódico madrileño «La Iberia» del 1 de enero de 1893, página primera, se refieren a otra publicación diciendo:
No sabemos si El Estandarte habrá seguido la costumbre de comer las uvas á las doce de la noche en punto de ayer, para preparar la felicidad del año nuevo. Pero si las ha comido, seguramente las ha encontrado verdes.Entendemos pues que en 1892 lo de las uvas era ya costumbre, pero no he podido encontrar ninguna referencia anterior. Es posible que exista ahí fuera pero la búsqueda es endemoniada porque en la hemeroteca de la BNE salen miles de resultados poniendo «uvas». Tampoco puedes acotar con «Nochevieja» porque entonces no se llamaba así, sino que podía ser Día del Año, Víspera de Año Nuevo, del Nuevo Año o Año Saliente. Un lío.
En 1894 varias publicaciones (todas de Madrid) se refieren al tema de las uvas engullidas a prisa y corriendo para tener suerte en el año venidero. Algunos periódicos se refieren al hecho como a una nueva moda y otros parece que la dan por asentada y digerida desde hace tiempo. El 1 de enero de 1894 el diario «El Imparcial» publica un artículo titulado "Las uvas bienhechoras":
La costumbre ha sido importada de Francia, pero ha adquirido entre nosotros carta de naturaleza. Hasta hace pocos años eran muy contadas las personas que comían uvas el 31 de Diciembre al sonar la primera campanada de las doce de la noche. Hoy se ha generalizado esta práctica salvadora, y en cuanto las manecillas del reló señalan las doce, comienza el consumo de uvas más ó menos lozanas. Es cosa indiscutible, según algunos autores. Las uvas, comidas con fe la última noche del año viejo, proporcionan la felicidad durante el año nuevo. Cómelas la casada para ver si consigue modificar el carácter del eposo irascible; la soltera para inñamar el corazón del galán indiferente y desdeñoso; la viuda para llegar á las segundas nupcias, y la fea, en cualquier estado, para conseguir el mejoramiento de las facciones que le ha legado naturaleza. Hay enfermo que confía más en las uvas que en todos los remedios del mundo.

Sin embargo al día siguiente «El Correo Militar» califica la costumbre de imperecedera, así que no nos acabamos de aclarar. En «La Correspondencia de España» dicen que las uvas son tres y que servían para pedir alegría, salud y dinero. Lo de que fuera una moda copiada de los franceses tampoco es seguro: sí que se menciona en un par de fuentes más y es verdad que entonces todo lo que sonara a francés se convertía automáticamente en algo chic, estiloso y rápidamente copiado por las clases altas (los hipsters trendsetters de entonces). En la edición de «La Dinastía» (Barcelona) del 13 de ese mismo mes se cuenta que los parisinos elegantes "felicitan a sus parientes y amigos, al dar las doce, distribuyendo sonoros besos, más o menos expresivos, y haciendo honor al tradicional racimo de uvas negras".
Las uvas españolas no sé si serían negras o blancas, pero con mucha probabilidad eran de Almería o de Gijona (tal cual así escrito, lo que ahora llamamos las uvas del Vinalopó), que llegaban a Madrid con los turrones y se vendían durante los días de Navidad. Se combinaban con champagne en las casas ricas, como la del presidente del Consejo de Ministros en la Nochevieja de 1895.

En 1897 el tema de las uvas era tan común que se lo tomaban un poco a chanza, riéndose de las supersticiones y la creencia en la superchería de sus fieles:
LAS UVAS MILAGROSAS: Para obtener la dicha durante un año entero es preciso comer doce uvas el 31 de Diciembre, al sonar la primera campanada de las doce de la noche. Dicho se está que la baratura del artículo coloca el amuleto al alcance de todas las fortunas y por consiguiente son pocas las personas que dejan de verificar la sencilla y grata operación. Pero se ha observado que con uvas y todo, hay seres á los cuales no llega la virtud de la medicina; y lo primero que les sucede es caer en la cama, víctimas de un cólico, y después se llenan de granos y de hijos y de todo género de calamidades. Los inteligentes en amuletos afirman que esto consiste en que no todos saben cómo se co-men las uvas, y que no basta meterlas en la boca y tragarlas tranquilamente. —No, señor—me decía un nigromántico da la provincia de Huesca que está aquí de paso.— No todos saben comer uvas. Lo primero que hay que hacer es lavarlas; después se colocan en fila sobre una mesa mesa; si la mesa tiene tapete de hule, mejor. Después se las va cogiendo una á una, y sin quitarlas el rabillo se comen todas á la vez, inclinando la cabeza al lado derecho. Con esta sencilla operación se consigue un año de felicidades. Otros dicen que no hay tal cosa: que las uvas deben comerse de pie, una tras otra, sin tomar respiración, y que al tragar la última es preciso dar una vuelta de vals y después acostarse. En esto de las uvas se ven cosas muy raras.Lo importante es que ahí resaltan que las uvas eran baratas, de modo que no hacía falta la famosa supercosecha para ponerlas a disposición de la clase popular. Antes de que las campanadas, las uvas y el desenfreno se instauraran en la vida de los españoles, lo que se hacía era quedarse en casa, rezar con recogimiento y si acaso montar un teatrillo familiar jugando a los estrechos y leyendo los "motes para damas y galanes", que eran unas obritas de teatro humorísticas que se representaban entre amigos. El fiestón grande de las Navidades, al menos en Madrid, era la noche de Reyes. Los lugareños salían de farra a engañar a algún asturiano o gallego recién llegado a la ciudad y le hacían creer que los Reyes Magos eran de verdad. Como los gamusinos pero con alcohol. Debido al desfase y a las diversas tropelías que ocurrían esa noche, en 1882 el ayuntamiento empezó a cobrar cinco pesetas (una barbaridad para la época) a todos los que quisieran ir de parranda por las calles madrileñas. De modo que los chulapos se quedaron sin jarana popular. Hasta que decidieron adoptar la moda de las uvas de una manera un poco menos aristocrática que los ministros: comiéndolas delante del reloj de Gobernación de la Puerta del Sol. El mismo reloj que ahora vemos durante la retransmisión de las campanadas, colocado en 1866. Lo de copiar la toma de las uvas no queda claro si fue por emular a la clase alta o para chotearse de ella, porque existen versiones para todos los gustos.
Por una razón o por otra, aquello gustó. Sobre todo a los fruteros, que se frotaban las manos ante la demanda y empezaron a hacer publicidad de ello:

Hasta principios del siglo XX no queda establecido el número de uvas en doce, que hasta entonces podían ser tres, seis o las que a uno le dieran la gana. Seguramente la dichosa fecha de 1909 coincide con la implantación nacional del uso de comerlas: pronto fue replicado en Tenerife, Mérida o La Coruña. En 1903 se habla por primera vez en prensa de la fiesta de la Puerta del Sol, y en 1905 el gentío que acudía era tan grande que se cerraron las calles adyacentes y hubo muchísimas quejas de vecinos indignados por tamaña "fiesta salvaje propia de ignorantes y gente vulgar". La tradición de las doce uvas fue vista durante mucho tiempo como algo pagano, supersticioso, anticristiano e incluso fruto del contubernio judeo-masónico, pero eso lo dejo para el próximo año. Para que se vea que no todo el mundo aceptaba alegremente la nueva e impuesta tradición valga este artículo de «El País» del 1 de enero de 1915:

Pasad todos una feliz salida y entrada de año, y no os olvidéis de contarle al pesado de vuestro cuñado el porqué de las uvas.


Published on December 31, 2015 06:33
December 30, 2015
Así fue la Nochevieja de 1933
Ando estos días investigando el porqué, el cuándo y el cómo de las doce uvas de Nochevieja. Me pica la curiosidad ¿o acaso a vosotros la historia ésa que cuentan y recuentan todos los años del exceso de producción de uvas no os suena un poco a filfa? Y con razón, porque es una tontería suprema elevada a verdad universal gracias a ciertos comentaristas que repiten frases como loros.
Mañana pues habrá aquí un repaso chiripitifláutico a lo que he encontrado acerca de esa bonita tradición de atragantarnos según empieza el año, y de mientras os dejo un regalo para disfrutar de lo que queda de 2015. El número extraordinario de Año Nuevo 1934 del semanario gráfico «Crónica» , una joya que he encontrado entre búsqueda y búsqueda y que va directa a mi colección Diógenes virtual. Caricaturas, cuentos, publicidad de la época y muchas señoritas ligeras de ropa para felicitar el nuevo año.
Entre otras maravillas que os dejarán ojipláticos, la revista incluye un reportaje acerca de la moda de llevar lencería rosa (no roja) para despedir el año saliente y entrar con buen pie en el siguiente. Como extra, la receta del «cóctel 1934» del famoso barman Perico Chicote:
caricatura cómica de Bellón: la Nochevieja en casa de la familia burguesa y los duques de Muchapasta
Aquí debajo tenéis el pdf con las mejores páginas de la revista; se puede agrandar y descargar. El número completo está disponible para leer y guardarlo entero desde la página de la Biblioteca Nacional de España, institución maravillosa a la que aprovecho para felicitar y mandar un beso en los morros. Sin ella y sin su hemeroteca digital este blog no sería lo que es.
Mañana pues habrá aquí un repaso chiripitifláutico a lo que he encontrado acerca de esa bonita tradición de atragantarnos según empieza el año, y de mientras os dejo un regalo para disfrutar de lo que queda de 2015. El número extraordinario de Año Nuevo 1934 del semanario gráfico «Crónica» , una joya que he encontrado entre búsqueda y búsqueda y que va directa a mi colección Diógenes virtual. Caricaturas, cuentos, publicidad de la época y muchas señoritas ligeras de ropa para felicitar el nuevo año.

Entre otras maravillas que os dejarán ojipláticos, la revista incluye un reportaje acerca de la moda de llevar lencería rosa (no roja) para despedir el año saliente y entrar con buen pie en el siguiente. Como extra, la receta del «cóctel 1934» del famoso barman Perico Chicote:
Prepárense en una copa grande unos pedacitos de hielo, unas gotas de Orange Bitters, unas gotas de curaçao rojo, unas gotas de Grand Marnier; termínese de llenar la copa con un buen champagne, agregándole una corteza de limón, otra de naranja y dos guindas.

Aquí debajo tenéis el pdf con las mejores páginas de la revista; se puede agrandar y descargar. El número completo está disponible para leer y guardarlo entero desde la página de la Biblioteca Nacional de España, institución maravillosa a la que aprovecho para felicitar y mandar un beso en los morros. Sin ella y sin su hemeroteca digital este blog no sería lo que es.

Published on December 30, 2015 03:03
December 17, 2015
El viaje del blóguer
Veréis josmíos, andaba yo por aquí preparada desde hace días para escribir una receta. Mareando la perdiz, básicamente, relegando el momento de ponerme a escribir porque se anteponían cosas tan graves e importantes como entregar varios trabajos, poner la lavadora y mirar intensamente a la pared. Hace muchos meses que la pared que está detrás de la pantalla del ordenador y yo somos íntimas amigas. Tiene algún agujero y una mancha rebelde que me observa con regodeo y satisfacción, la muy perra. Sabe que por mucho que me siente durante horas al teclado y suspire, no voy a escribir nada porque he perdido mi mojo.
Por eso todos los días me levanto y me digo que hoy sí que voy a sacar algo, yes I can, pero luego el mundo se confabula (oh pérfido destino) para que no me dé tiempo, o para que ya sea muy tarde y entonces quién va a leer a estas horas, o yo qué sé. Hasta que ayer me di cuenta de que no puedo escribir la puñetera receta aquí simplemente porque hace un año que no lo hago. Efectivamente, la última entrada recetil de este blog es del 23 de diciembre de 2014, cáspita, cuando puse el cóctel de gambas neoviejuno.
360 días después es un poco difícil volver como si nada, y quizás tecleándolo aquí pueda entender yo misma el porqué. 2015 ha sido el primer año en el que me he dedicado profesionalmente a escribir sobre cocina y me ha resultado extremadamente complicado. Lo de extremadamente suena un poco como a batalla de Rambo en Vietnam, pero yo soy de natural agobiada y tiendo a ahogarme en un sorbo de agua, entendedme. Que no os vendan motos de emprendedores ni entrepreneurship ni mierdas, ser autónomo es un asco a no ser que te salgan miles de encargos y las declaraciones trimestrales te quitan años de vida. A lo largo de este año he tenido la inmensa suerte de colaborar como documentalista en el programa de Robin Food y de empezar a escribir regularmente en El Comidista. Mikel, Mònica y David no saben cuánto les quiero por haberme ayudado a tener una base sobre la que plantar mi bandera de autónoma in-de-nait para que mi santa madre pueda decir por ahí que su hija es periodista.
También colaboré en un proyecto muy bonico que espero que vea pronto la luz, y un día en una librería una señora me preguntó a ver si yo era yo y me dio un achuchón y casi lloro. Por la sorpresa y porque me pilló mirando libros viejos, que es un escenario muy romántico y como de película de calidad. Pensándolo ahora, si aquí he escrito menos no ha sido porque tuviera menos tiempo libre (que es lo que yo le decía a la mancha de la pared), sino porque éste es mi espacio personal y desde hace tiempo tengo un nudo de ésos pretos que no te dejan tragar bien. La incertidumbre de no tener trabajo fijo ni suficiente, que tantos de vosotros seguro que compartís, maldita sea, se suma a otros problemas personales e intransferibles para hacer que no disfrute ni duerma como solía. Básicamente, tengo ansiedad.
Como este blog es mi casa, tengo derecho a ir en zapatillas y pijama viejo en vez de arreglarme para salir. Es decir, que aquí puedo contar lo que necesite destapar en vez de limitarme a poner la dichosa receta, que por cierto, no tiene la culpa de este drama y está buenísima. En esta sesión de terapia gratuita puedo aprovechar además para ciscarme en toda la gente que te ofrece trabajo a cambio de "visibilidad", "visitas", "prestigio" y porras en vinagre. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: naves en llamas más allá de Orión y medios serios (de esos buenos que salen en papel) que se resisten a decir la palabra "gratis" a pesar de que les preguntes tres veces por las condiciones antes de aceptar el encargo.
¿Qué diría un fontanero si le pidieran que arreglara unas tuberías gratis y "ya si tal si nos gusta como quedan pues igual te llamaríamos otra vez pero no es fijo"? Dependiendo del grado de desesperación vital del fontanero, igual dice que sí, pero luego acabará recibiendo más llamadas iguales porque al primero se lo hizo sin cobrar y todo el mundo quiere el mismo chollo.
A lo largo de este año me han ofrecido pagos en especies tan diversas como enlaces, reputación, "ver tu nombre escrito en papel" y hasta una especie de indemnización en diferido a lo "trabaja tres meses y luego si funciona pues al final del año próximo te daríamos un porcentaje". Yeah. En esas ocasiones la mancha de la pared se ríe de mí y me susurra cosas que haga cosas malas y delictivas.
En fin, tecleado todo esto parece que respiro mejor e incluso me está entrando algo de espíritu navideño a pesar del inmundo calor que hace. Mientras me imbuyo de fuerzas para sacar adelante la receta y otras muchas cosas que tengo en la recámara, podéis leer mi última colaboración en Zouk Magazine acerca del viaje del blóguer y los peligros que acechan en los recodos del camino.
También me podéis mandar achuchones y gifs de gaticos, que siempre vienen bien.
El texto entero aquí
Por eso todos los días me levanto y me digo que hoy sí que voy a sacar algo, yes I can, pero luego el mundo se confabula (oh pérfido destino) para que no me dé tiempo, o para que ya sea muy tarde y entonces quién va a leer a estas horas, o yo qué sé. Hasta que ayer me di cuenta de que no puedo escribir la puñetera receta aquí simplemente porque hace un año que no lo hago. Efectivamente, la última entrada recetil de este blog es del 23 de diciembre de 2014, cáspita, cuando puse el cóctel de gambas neoviejuno.
360 días después es un poco difícil volver como si nada, y quizás tecleándolo aquí pueda entender yo misma el porqué. 2015 ha sido el primer año en el que me he dedicado profesionalmente a escribir sobre cocina y me ha resultado extremadamente complicado. Lo de extremadamente suena un poco como a batalla de Rambo en Vietnam, pero yo soy de natural agobiada y tiendo a ahogarme en un sorbo de agua, entendedme. Que no os vendan motos de emprendedores ni entrepreneurship ni mierdas, ser autónomo es un asco a no ser que te salgan miles de encargos y las declaraciones trimestrales te quitan años de vida. A lo largo de este año he tenido la inmensa suerte de colaborar como documentalista en el programa de Robin Food y de empezar a escribir regularmente en El Comidista. Mikel, Mònica y David no saben cuánto les quiero por haberme ayudado a tener una base sobre la que plantar mi bandera de autónoma in-de-nait para que mi santa madre pueda decir por ahí que su hija es periodista.
También colaboré en un proyecto muy bonico que espero que vea pronto la luz, y un día en una librería una señora me preguntó a ver si yo era yo y me dio un achuchón y casi lloro. Por la sorpresa y porque me pilló mirando libros viejos, que es un escenario muy romántico y como de película de calidad. Pensándolo ahora, si aquí he escrito menos no ha sido porque tuviera menos tiempo libre (que es lo que yo le decía a la mancha de la pared), sino porque éste es mi espacio personal y desde hace tiempo tengo un nudo de ésos pretos que no te dejan tragar bien. La incertidumbre de no tener trabajo fijo ni suficiente, que tantos de vosotros seguro que compartís, maldita sea, se suma a otros problemas personales e intransferibles para hacer que no disfrute ni duerma como solía. Básicamente, tengo ansiedad.
Como este blog es mi casa, tengo derecho a ir en zapatillas y pijama viejo en vez de arreglarme para salir. Es decir, que aquí puedo contar lo que necesite destapar en vez de limitarme a poner la dichosa receta, que por cierto, no tiene la culpa de este drama y está buenísima. En esta sesión de terapia gratuita puedo aprovechar además para ciscarme en toda la gente que te ofrece trabajo a cambio de "visibilidad", "visitas", "prestigio" y porras en vinagre. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: naves en llamas más allá de Orión y medios serios (de esos buenos que salen en papel) que se resisten a decir la palabra "gratis" a pesar de que les preguntes tres veces por las condiciones antes de aceptar el encargo.
¿Qué diría un fontanero si le pidieran que arreglara unas tuberías gratis y "ya si tal si nos gusta como quedan pues igual te llamaríamos otra vez pero no es fijo"? Dependiendo del grado de desesperación vital del fontanero, igual dice que sí, pero luego acabará recibiendo más llamadas iguales porque al primero se lo hizo sin cobrar y todo el mundo quiere el mismo chollo.

A lo largo de este año me han ofrecido pagos en especies tan diversas como enlaces, reputación, "ver tu nombre escrito en papel" y hasta una especie de indemnización en diferido a lo "trabaja tres meses y luego si funciona pues al final del año próximo te daríamos un porcentaje". Yeah. En esas ocasiones la mancha de la pared se ríe de mí y me susurra cosas que haga cosas malas y delictivas.
En fin, tecleado todo esto parece que respiro mejor e incluso me está entrando algo de espíritu navideño a pesar del inmundo calor que hace. Mientras me imbuyo de fuerzas para sacar adelante la receta y otras muchas cosas que tengo en la recámara, podéis leer mi última colaboración en Zouk Magazine acerca del viaje del blóguer y los peligros que acechan en los recodos del camino.
También me podéis mandar achuchones y gifs de gaticos, que siempre vienen bien.


Published on December 17, 2015 06:45
November 3, 2015
Se busca el bar más viejuno de España
Todo el mundo debería tener un bar viejuno en su vida. Un lugar donde te conozcan, donde sepan cómo tomas el café y guarden tu periódico preferido detrás del mostrador hasta que llegues. Un sitio en el que lo mismo te prestan unas pinzas para el coche que una barra de pan, y donde se brinda con sidra achampañada la mañana de Nochebuena. Un bar en el que sí saludas a tus vecinos porque ya no son vecinos, son parroquianos y suena muchísimo mejor.
Yo he tenido la suerte de ser asidua parroquiana de distintos bares y a cada cual más viejuno. Desde los de mi pueblo (el Fénix, el Copas y el Pensio) hasta el que me sirvió de hogar desayunil durante tres años (el Toscana) o al que vuelvo siempre para tomar el sol en su terraza (el Bilbao). Ahora que trabajo desde casa y no tengo excusa para ir a tomar el café al bar lo echo terriblemente de menos.
Pero se ve que no soy sólo yo y que los bares de toda la vida están dentro de nuestra identidad colectivo. Ahí está el bar del Tío Cuco, escenario del famoso debate entre Rivera e Iglesias, o el imaginario bar Antonio del anuncio de lotería del año pasado. Los dos encarnan encarnan el espíritu entrañable de los bares de barrio y ambos por supuesto son viejunos. Sin embargo, este tipo de negocios está en grave peligro de extinción debido a cierres, remodelaciones y esa horrenda moda de abrir locales clónicos con ladrillo visto y falsas vigas de madera. La otra opción es la de los modernitos de turno que cogen el traspaso de un bar octogenario para "seguir dinamizando el barrio" y lo que terminan haciendo es convertirlo en un tugurio hipster con sofás hechos de palés, café con dibujitos en la espuma, tapa de cuscús y baños unisex. Malditos sean. Esta sucesión de hechos, que estáis creyendo exagerada, me ha ocurrido ya dos veces este año. Donde había un entrañable local con futbolín y tapa de asadurilla hay ahora un sitio en el que te sirven la ensalada en tarro de cristal y Russian Red suena sin parar. Eso sí, han dejado en la pared una foto antigua del bar original porque les parece cool. O irónico. O mecagoentodo.
Esto no puede quedar así. De modo que me arremangué, le pedí ayuda a mi amigo Iker de La Gulateca y esto es lo que hemos ideado para salvar el mundo: encontrar el bar más viejuno de España . 100% tradicional y sin asomo de postureo, hipsterismo o modernidad alguna, el bar más viejuno de España seguro que tiene tapas variadas, bota y porrón, tapete para jugar al mus, menú del día de lunes a viernes y señores que beben solysombras a las 10 de la mañana. Probablemente tiene también calendarios pasados de moda en la pared y una foto del equipo de fútbol local de hace 35 años. No puede faltar el mostrador de zinc, las cazuelitas de barro y las botellas de alcohol de muchos colores aunque luego sólo usen dos.
Primero aclaremos ciertos conceptos:
- Tal como nosotros lo vemos, viejuno no es un adjetivo peyorativo. Viejuno es todo aquello que no ha sufrido aparente renovación o modernización y que conserva su esencia original. Viejuno no es cutre, ni casposo ni sucio, ojo ahí.
- Viejuno tampoco es sinónimo de antigüedad, aunque sabemos que existen bares con cientos de años de solera. El clásico bar detodalavida exige ambiente llano y popular, de modo que no se tendrán en cuenta locales señoriales, aristocráticos o de público excesivamente disitnguido. No os volváis locos buscando el bar más antiguo de vuestra ciudad sino el más auténtico.
- No sirven imitaciones ¡Muerte y destrucción a los bares que intentan copiar el estilo de una cafetería antigua!
- Se pueden presentar bares, tabernas, restaurantes (eso sí, que tengan barra), chigres, figones, desgustaciones, cafeterías, cantinas...
- Durante los dos próximos meses queremos que nos enviéis fotos, nombre y a poder ser dirección del bar más viejuno y entrañable que conozcáis. Podéis usar el hashtag #barmásviejuno en redes sociales o enviarnos la información por correo electrónico a barviejuno@lagulateca.com.
- Entre todos los amables contribuyentes sortearemos una estupenda Polaroid Snap gracias a Reflecta. Una cámara digital que imprime las fotos al momento, como las Polaroid de siempre. Es un regalo muy de modernos pero bastante mejor que mandaros un porrón.
- Crearemos un álbum online donde podáis ver todos los bares propuestos y así contribuir a la causa gastándoos vuestros ahorros en ellos. Los locales finalistas ganarán un sello de calidad y la gloria eterna.
El #barmásviejuno intenta atraer más clientes a los bares de siempre, para que no sigan cerrando uno detrás de otro partiéndome el corazón. El último fue el Valdesogo, mi bar viejuno preferido hasta hace poco y el que servía el mejor vermú del mundo. Más conocido como el Peleas, los leoneses lo conocerán porque llevaba abierto más de 100 años y tenía una estufa de carbón con pinta de ser totalmente ilegal a estas alturas del siglo XXI. Pero a mí me encantaba ir y mirar su colección de botellas con nombres épicos o ignotos: Fundador, Magno, Veterano, Osborne 103, Martini de cuando San Juan bajó el dedo, Carlos III, ron de marca desconocida, licor Vudú, pacharán Olatz, whisky DYC, anís Castañuelas, licor de hierbas, Garvey y Terry.
Venga, haced la buena obra del día y pensad en cuál es el bar más auténtico que conocéis. Contádnoslo o sed egoístas y guardaoslo para vosotros. Al final lo importante es sentarte en la barra, pedir un carajillo mientras abres el periódico y saludar a los parroquianos.
Yo he tenido la suerte de ser asidua parroquiana de distintos bares y a cada cual más viejuno. Desde los de mi pueblo (el Fénix, el Copas y el Pensio) hasta el que me sirvió de hogar desayunil durante tres años (el Toscana) o al que vuelvo siempre para tomar el sol en su terraza (el Bilbao). Ahora que trabajo desde casa y no tengo excusa para ir a tomar el café al bar lo echo terriblemente de menos.
Pero se ve que no soy sólo yo y que los bares de toda la vida están dentro de nuestra identidad colectivo. Ahí está el bar del Tío Cuco, escenario del famoso debate entre Rivera e Iglesias, o el imaginario bar Antonio del anuncio de lotería del año pasado. Los dos encarnan encarnan el espíritu entrañable de los bares de barrio y ambos por supuesto son viejunos. Sin embargo, este tipo de negocios está en grave peligro de extinción debido a cierres, remodelaciones y esa horrenda moda de abrir locales clónicos con ladrillo visto y falsas vigas de madera. La otra opción es la de los modernitos de turno que cogen el traspaso de un bar octogenario para "seguir dinamizando el barrio" y lo que terminan haciendo es convertirlo en un tugurio hipster con sofás hechos de palés, café con dibujitos en la espuma, tapa de cuscús y baños unisex. Malditos sean. Esta sucesión de hechos, que estáis creyendo exagerada, me ha ocurrido ya dos veces este año. Donde había un entrañable local con futbolín y tapa de asadurilla hay ahora un sitio en el que te sirven la ensalada en tarro de cristal y Russian Red suena sin parar. Eso sí, han dejado en la pared una foto antigua del bar original porque les parece cool. O irónico. O mecagoentodo.

Esto no puede quedar así. De modo que me arremangué, le pedí ayuda a mi amigo Iker de La Gulateca y esto es lo que hemos ideado para salvar el mundo: encontrar el bar más viejuno de España . 100% tradicional y sin asomo de postureo, hipsterismo o modernidad alguna, el bar más viejuno de España seguro que tiene tapas variadas, bota y porrón, tapete para jugar al mus, menú del día de lunes a viernes y señores que beben solysombras a las 10 de la mañana. Probablemente tiene también calendarios pasados de moda en la pared y una foto del equipo de fútbol local de hace 35 años. No puede faltar el mostrador de zinc, las cazuelitas de barro y las botellas de alcohol de muchos colores aunque luego sólo usen dos.
Primero aclaremos ciertos conceptos:
- Tal como nosotros lo vemos, viejuno no es un adjetivo peyorativo. Viejuno es todo aquello que no ha sufrido aparente renovación o modernización y que conserva su esencia original. Viejuno no es cutre, ni casposo ni sucio, ojo ahí.
- Viejuno tampoco es sinónimo de antigüedad, aunque sabemos que existen bares con cientos de años de solera. El clásico bar detodalavida exige ambiente llano y popular, de modo que no se tendrán en cuenta locales señoriales, aristocráticos o de público excesivamente disitnguido. No os volváis locos buscando el bar más antiguo de vuestra ciudad sino el más auténtico.
- No sirven imitaciones ¡Muerte y destrucción a los bares que intentan copiar el estilo de una cafetería antigua!
- Se pueden presentar bares, tabernas, restaurantes (eso sí, que tengan barra), chigres, figones, desgustaciones, cafeterías, cantinas...
- Durante los dos próximos meses queremos que nos enviéis fotos, nombre y a poder ser dirección del bar más viejuno y entrañable que conozcáis. Podéis usar el hashtag #barmásviejuno en redes sociales o enviarnos la información por correo electrónico a barviejuno@lagulateca.com.
- Entre todos los amables contribuyentes sortearemos una estupenda Polaroid Snap gracias a Reflecta. Una cámara digital que imprime las fotos al momento, como las Polaroid de siempre. Es un regalo muy de modernos pero bastante mejor que mandaros un porrón.
- Crearemos un álbum online donde podáis ver todos los bares propuestos y así contribuir a la causa gastándoos vuestros ahorros en ellos. Los locales finalistas ganarán un sello de calidad y la gloria eterna.
El #barmásviejuno intenta atraer más clientes a los bares de siempre, para que no sigan cerrando uno detrás de otro partiéndome el corazón. El último fue el Valdesogo, mi bar viejuno preferido hasta hace poco y el que servía el mejor vermú del mundo. Más conocido como el Peleas, los leoneses lo conocerán porque llevaba abierto más de 100 años y tenía una estufa de carbón con pinta de ser totalmente ilegal a estas alturas del siglo XXI. Pero a mí me encantaba ir y mirar su colección de botellas con nombres épicos o ignotos: Fundador, Magno, Veterano, Osborne 103, Martini de cuando San Juan bajó el dedo, Carlos III, ron de marca desconocida, licor Vudú, pacharán Olatz, whisky DYC, anís Castañuelas, licor de hierbas, Garvey y Terry.

Venga, haced la buena obra del día y pensad en cuál es el bar más auténtico que conocéis. Contádnoslo o sed egoístas y guardaoslo para vosotros. Al final lo importante es sentarte en la barra, pedir un carajillo mientras abres el periódico y saludar a los parroquianos.

Published on November 03, 2015 00:58
October 21, 2015
Regreso al futuro viejuno: cómo iban a ser las cocinas (y resultó que no)
El lunes publiqué en El Comidista un señor artículo, aprovechando que hoy viene Marty McFly del pasado. Sí, ya sé que a estas alturas de hoy estáis hartos de fotos y memes del Delorean, de lo que se ha cumplido en la predicción de "Regreso al futuro" y lo que no. Pero ya que el Pisuerga pasa por Valladolid y que todo el mundo iba a estar dando el turre con el tema, me puse a repasar cómo eran las cocinas domésticas españolas en 1955, 1985 y en el futuro (que para nosotros es el año 2045).
Haciendo autobombo, es un post mu bonico, con muchas estampas y vídeos chiripitifláuticos que os darán una idea rápida de cómo hemos evolucionado desde la fresquera y la cocina de carbón hasta el horno pirolítico.
El viaje en el tiempo culinario queda reflejado en este montaje que me quedó tan simpático que estoy metiéndolo hasta en la sopa.
Una de las cosas más divertidas con las que me topé mientras me documentaba fue el concepto de retro-futuro. Es decir, cómo se imaginaban hace años que iban a ser las cosas en el siglo XXI. Ya sabemos que "Regreso al futuro" acertó en algunas profecías y en otras no, pero hay ejemplos menos fantásticos y más cañís, como la cocina automática que aparecía en "Las que tienen que servir". Una película de José María Forqué de 1967 en la que Conchita Velasco, Amparo Soler Leal y Lina Morgan hacen de sirvientas en la casa de unos ricos americanos en la base militar de Torreón de Ardoz.
Allí tienen que usar una cocina futurista digna de aparecer en los anales de "lo que iba a ser pero resultó que no", porque a día de hoy no tenemos aún ni pantalla en la que elegir el menú ni dispensadora electrónica de alimentos.
"Anda dame un Sugars Pomelo que vengo muerto de sed"
En los años 50 y 60 parece ser que la humanidad gastó mucho tiempo y energías en adelantarse a su época, porque se hicieron múltiples diseños de la cocina del futuro. En el cortometraje "Year 1999 A.D." aparece una familia ideal de la muerte viviendo en una casa perfecta y súper tecnologizada. La madre no se mancha ni las manos: elige el menú con la ayuda de un ordenador y la comida sale ya hecha de una especie de línea de montaje, con opciones distintas para ella, para el marido y para el niño. Con platitos rosas, azules y verdes, no se vaya la mujer a confundir.
En otro vídeo promocional de los cincuenta las mujeres del futuro siguen llevando delantal pero tienen a su disposición soluciones que ya las quisiera yo para mí. Una encimera que se sube y se baja, estanterías y cajones que se abren al pasar la mano delante de ellos y una pantalla (¡cómo no!) a través de la que visualizar el menú.
En lo que fallaron estos visionarios fue en no adivinar que en el 2015, por fin, guisar no sería una tarea exclusivamente femenina. Aunque fregar siga siendo igual de tedioso.
Haciendo autobombo, es un post mu bonico, con muchas estampas y vídeos chiripitifláuticos que os darán una idea rápida de cómo hemos evolucionado desde la fresquera y la cocina de carbón hasta el horno pirolítico.
El viaje en el tiempo culinario queda reflejado en este montaje que me quedó tan simpático que estoy metiéndolo hasta en la sopa.
Un vídeo publicado por Ana (@biscayenne) el 19 de Oct de 2015 a la(s) 12:42 PDT
Una de las cosas más divertidas con las que me topé mientras me documentaba fue el concepto de retro-futuro. Es decir, cómo se imaginaban hace años que iban a ser las cosas en el siglo XXI. Ya sabemos que "Regreso al futuro" acertó en algunas profecías y en otras no, pero hay ejemplos menos fantásticos y más cañís, como la cocina automática que aparecía en "Las que tienen que servir". Una película de José María Forqué de 1967 en la que Conchita Velasco, Amparo Soler Leal y Lina Morgan hacen de sirvientas en la casa de unos ricos americanos en la base militar de Torreón de Ardoz.
Allí tienen que usar una cocina futurista digna de aparecer en los anales de "lo que iba a ser pero resultó que no", porque a día de hoy no tenemos aún ni pantalla en la que elegir el menú ni dispensadora electrónica de alimentos.
"Anda dame un Sugars Pomelo que vengo muerto de sed"
En los años 50 y 60 parece ser que la humanidad gastó mucho tiempo y energías en adelantarse a su época, porque se hicieron múltiples diseños de la cocina del futuro. En el cortometraje "Year 1999 A.D." aparece una familia ideal de la muerte viviendo en una casa perfecta y súper tecnologizada. La madre no se mancha ni las manos: elige el menú con la ayuda de un ordenador y la comida sale ya hecha de una especie de línea de montaje, con opciones distintas para ella, para el marido y para el niño. Con platitos rosas, azules y verdes, no se vaya la mujer a confundir.
En otro vídeo promocional de los cincuenta las mujeres del futuro siguen llevando delantal pero tienen a su disposición soluciones que ya las quisiera yo para mí. Una encimera que se sube y se baja, estanterías y cajones que se abren al pasar la mano delante de ellos y una pantalla (¡cómo no!) a través de la que visualizar el menú.
En lo que fallaron estos visionarios fue en no adivinar que en el 2015, por fin, guisar no sería una tarea exclusivamente femenina. Aunque fregar siga siendo igual de tedioso.

Published on October 21, 2015 05:24
September 24, 2015
El bodegón de la discordia
No aprendo. La tele me engaña una y otra vez, y yo siempre caigo en la trampa. Le otorgo el beneficio de la duda, mi fe de corderilla, sólo para acabar ciscándome en todo.
Igual que cuando vi el terrible gastrodocumental de la Última Cena, anoche me encrespé delante de la televisión y solté improperios encadenados mientras el gato se tapaba las orejas. Arrebujada en la manta me puse a ver Top Chef a mitad de programa porque en uno de los adelantos que dan para engancharte cual yonqui, salía un bodegón. Y a mí me gustan más los bodegones que a un tonto un lápiz, así que me dispuse a quedarme despierta hasta las tantas sólo por ver en qué lo iban a utilizar.
¿Sería en una prueba de cocina antigua? ¿Tendrían que recrear algún plato histórico? Oh ohh ahhh, que emoción. Pijama en ristre y móvil en mano, me puse a hacer lo que todos los televidentes solitarios con ganas de contacto humano: tuitear.
En pantalla sale Chicote frente al Museo del Prado, diciendo que ya que las pruebas de ese día se realizan en Madrid van a utilizar uno de los cuadros del museo en uno de los retos. El éxtasis me embarga. Pasan los minutos y llegamos al meollo, cuando se quieren matar los unos a los otros para no ser eliminados. Susi Díaz dice que todo se puede cocinar, "incluso la Historia". Casi me hago pis. "Queremos que nos demostréis que sois capaces de coger un pedacito de historia y convertirla en un suculento plato", suelta Paco Roncero. Ay dios, ay dios.
"Queremos que nos cocinéis este cuadro".
Y pasó lo que tenía que pasar, otra decepción. No sólo porque la prueba únicamente consistía en hacer un plato con los ingredientes que salían en el cuadro (que para eso les podían haber dado una lista de la compra en un post-it), sino porque no dijeron nada de la obra de arte en sí. Nada, nothing, niente.
Ahí estuvo el lienzo durante 20 minutos o más, siendo la presunta estrella del reto. Los concursantes lo miraban y remiraban impertérritos, igual que yo. Bueno, en algún momento dirán quién es el autor, de qué año es, qué significado tiene, algo. Tic tac, tic tac. El tiempo pasaba. Cuando amargamente me percaté de que no iban a decir ni mú, me remangué el pijama y lo tuiteé yo.
Bodegón ochavado con racimos de uvas, Juan de Espinosa, 1646. Museo del Prado.
El cuadro en cuestión es de Juan de Espinosa, un pintor de bodegones español del siglo XVII. Es una obra pintada en 1646 y perteneciente a la colección del Museo del Prado, en cuya web aparece información sobre el bodegón y su autor.
Sé cómo funciona la tele: a veces hay cosas que quedan fuera de la edición, el guión está escrito, no se puede perder la atención de los espectadores, blablablá. Top Chef es un concurso, un espectáculo, y no hacía falta que llevaran a un experto a perorar sobre la cocina barroca, los aspectos formales de la naturaleza muerta en la escuela española, ni hablar de la composición arquitectónica, los volúmenes y demás disquisiciones. Pero algo tan nimio, tan rápido como decir el autor, año y procedencia del cuadro no costaba nada. Los que llevaran menos de una hora viendo el programa ni siquiera supieron de dónde venía ni que se puede contemplar en vivo y en directo en Madrid.
Una vez más, la mínima información (ya no digo formación) o dato cultural se relega, se tapa, no vaya a ser que los televidentes piensen que el programa va de intelectual. ¡O de aprender! Válgame dios. Imaginaos que por un momento, si llegan a decir estos datos, alguien los hubiera googleado y se hubiera metido en la cama sabiendo algo más, o simplemente apreciando una obra de arte. A lo mejor el mundo hubiera implosionado.
Lo que no saben los que hacen tele, o no se paran a pensar en ello, es que la gente no es lerda mental, no se asusta porque se hable en un momento dado de historia (sí, esa Historia con mayúscula de la que hablaban Susi y Paco, ay), de arte, de cultura. De hecho, hay personas que lo agradecen. Después de haberme pasado un año documentando recetas y de tener una carpeta de varios gigas con imágenes de cuadros relacionados con la comida, yo de casualidad sabía de qué bodegón se trataba.
Lo más gracioso no fue que a esas horas de la noche hubiera muchos tuiteros despiertos que difundieron mi mensaje, sino que los primeros que lo marcaron como favorito fueron los de la cuenta oficial de Top Chef. Vaya, lo retuitearán. O igual utilizan la info para decirlo ellos. Ah, pues no. No les pareció lo suficientemente relevante como para comunicarlo a sus 67000 seguidores, ni para incluir la información en su web: un cuadro es el protagonista de la última oportunidad. Un cuadro, "un". Artículo indefinido.
Así nos luce el pelo.
Próximamente hablaré de bodegones cochinotes, de lienzos pintados llenos de quesos, frutas, chocolate y carne. De cuando los cuadros eran lo que ahora llamamos #foodporn en Instagram. Porque sí puede ser interesante y entretenido. Incluso hay cocineros que son enamorados del tema.
De mientras, podéis sufrir la experiencia de ver el vídeo:
Igual que cuando vi el terrible gastrodocumental de la Última Cena, anoche me encrespé delante de la televisión y solté improperios encadenados mientras el gato se tapaba las orejas. Arrebujada en la manta me puse a ver Top Chef a mitad de programa porque en uno de los adelantos que dan para engancharte cual yonqui, salía un bodegón. Y a mí me gustan más los bodegones que a un tonto un lápiz, así que me dispuse a quedarme despierta hasta las tantas sólo por ver en qué lo iban a utilizar.
¿Sería en una prueba de cocina antigua? ¿Tendrían que recrear algún plato histórico? Oh ohh ahhh, que emoción. Pijama en ristre y móvil en mano, me puse a hacer lo que todos los televidentes solitarios con ganas de contacto humano: tuitear.
En pantalla sale Chicote frente al Museo del Prado, diciendo que ya que las pruebas de ese día se realizan en Madrid van a utilizar uno de los cuadros del museo en uno de los retos. El éxtasis me embarga. Pasan los minutos y llegamos al meollo, cuando se quieren matar los unos a los otros para no ser eliminados. Susi Díaz dice que todo se puede cocinar, "incluso la Historia". Casi me hago pis. "Queremos que nos demostréis que sois capaces de coger un pedacito de historia y convertirla en un suculento plato", suelta Paco Roncero. Ay dios, ay dios.
"Queremos que nos cocinéis este cuadro".

Y pasó lo que tenía que pasar, otra decepción. No sólo porque la prueba únicamente consistía en hacer un plato con los ingredientes que salían en el cuadro (que para eso les podían haber dado una lista de la compra en un post-it), sino porque no dijeron nada de la obra de arte en sí. Nada, nothing, niente.
Ahí estuvo el lienzo durante 20 minutos o más, siendo la presunta estrella del reto. Los concursantes lo miraban y remiraban impertérritos, igual que yo. Bueno, en algún momento dirán quién es el autor, de qué año es, qué significado tiene, algo. Tic tac, tic tac. El tiempo pasaba. Cuando amargamente me percaté de que no iban a decir ni mú, me remangué el pijama y lo tuiteé yo.

El cuadro en cuestión es de Juan de Espinosa, un pintor de bodegones español del siglo XVII. Es una obra pintada en 1646 y perteneciente a la colección del Museo del Prado, en cuya web aparece información sobre el bodegón y su autor.
Sé cómo funciona la tele: a veces hay cosas que quedan fuera de la edición, el guión está escrito, no se puede perder la atención de los espectadores, blablablá. Top Chef es un concurso, un espectáculo, y no hacía falta que llevaran a un experto a perorar sobre la cocina barroca, los aspectos formales de la naturaleza muerta en la escuela española, ni hablar de la composición arquitectónica, los volúmenes y demás disquisiciones. Pero algo tan nimio, tan rápido como decir el autor, año y procedencia del cuadro no costaba nada. Los que llevaran menos de una hora viendo el programa ni siquiera supieron de dónde venía ni que se puede contemplar en vivo y en directo en Madrid.
Una vez más, la mínima información (ya no digo formación) o dato cultural se relega, se tapa, no vaya a ser que los televidentes piensen que el programa va de intelectual. ¡O de aprender! Válgame dios. Imaginaos que por un momento, si llegan a decir estos datos, alguien los hubiera googleado y se hubiera metido en la cama sabiendo algo más, o simplemente apreciando una obra de arte. A lo mejor el mundo hubiera implosionado.
Lo que no saben los que hacen tele, o no se paran a pensar en ello, es que la gente no es lerda mental, no se asusta porque se hable en un momento dado de historia (sí, esa Historia con mayúscula de la que hablaban Susi y Paco, ay), de arte, de cultura. De hecho, hay personas que lo agradecen. Después de haberme pasado un año documentando recetas y de tener una carpeta de varios gigas con imágenes de cuadros relacionados con la comida, yo de casualidad sabía de qué bodegón se trataba.
Nadie lo dice pero el cuadro que usan en #topichi #topchef3 es de Juan de Espinosa, 1646 del @museodelprado pic.twitter.com/9eY12zdftd— biscayenne (@biscayenne) septiembre 23, 2015
Lo más gracioso no fue que a esas horas de la noche hubiera muchos tuiteros despiertos que difundieron mi mensaje, sino que los primeros que lo marcaron como favorito fueron los de la cuenta oficial de Top Chef. Vaya, lo retuitearán. O igual utilizan la info para decirlo ellos. Ah, pues no. No les pareció lo suficientemente relevante como para comunicarlo a sus 67000 seguidores, ni para incluir la información en su web: un cuadro es el protagonista de la última oportunidad. Un cuadro, "un". Artículo indefinido.
Así nos luce el pelo.
Próximamente hablaré de bodegones cochinotes, de lienzos pintados llenos de quesos, frutas, chocolate y carne. De cuando los cuadros eran lo que ahora llamamos #foodporn en Instagram. Porque sí puede ser interesante y entretenido. Incluso hay cocineros que son enamorados del tema.
De mientras, podéis sufrir la experiencia de ver el vídeo:

Published on September 24, 2015 05:38
September 10, 2015
La memoria perdida
Avelina Marcelina Santos López, mi vecina bonita, falleció hace casi dos meses y aún no hay día en que no me acuerde de ella. Quizás por eso he esperado tanto tiempo para escribir, porque siguiendo las reglas no escritas de los blogs, se merecía una despedida por todo lo alto y no un texto leído a toda prisa entre los calores vacacionales.
La presidenta Avelina era la musa de este humilde espacio mío, y si el tiempo y la salud le hubieran dado permiso, podría haber llegado a dominar el mundo desde su silla en el corral. Para qué hablar de grandes personajes cuando la Historia con mayúsculas se hace a base de las historias minúsculas de gente humilde. Por eso le convencí para que me contara la suya, más en blanco y negro que en technicolor.
Me hablaba de hambre y trabajos duros con una sonrisa, como hacen todas las personas que no olvidan el pasado pero le quitan importancia. Le hacia gracia que yo le preguntara por esos tiempos remotos en los que comían castañas y altramuces y todos metían la cuchara en el mismo plato. "¿Pero esto para qué van a querer saber ésos que te leen? ¡Se van a aburrir!" y yo le decía que no, que era interesantísimo y que esas cosas tenían que saberse porque pronto ya nadie las recordaría. Ella se reía suavecito, se arrebujaba en la chaquetilla y seguía contando.
Este año, por causas tristes que no vienen a cuento, no pude ir a visitarla. Me he quedado con la pena de no haberme sentado otra vez con ella en su patio lleno de flores, de no haberle hecho sentir de nuevo como a una estrella de cine con una sesión de fotos.
Como me decía su nieto Luisma, Avelina no tenía estudios pero sí una sabiduría digna de aparecer en los libros. Quizá las Avelinas, Eulogias u Hortensias del mundo se vayan todas discretamente, como ha hecho ella, y les baste con dejar el recuerdo de un mandil cruzado y sabores retenidos en la memoria a base de amor. Pero también merecen que alguien derrame lágrimas como castañas de gordas mientras escribe sobre ellas, lamentándose por no haber tenido una tarde más.
Su imagen se queda conmigo, al igual que con todos los que la quisieron. Pero su conocimiento lo he perdido, del mismo modo que todos los días se pierde parte de nuestra cultura en pasillos de hospital, residencias y páginas de esquelas.
Seguramente no haya mejor homenaje para Avelina que tomarnos unos garbanzos con tocino y un vaso de Colacao. Si acaso, coger de la mano a alguien y escucharle con la memoria preparada y el bloc de notas al lado. Nunca se sabe.
Así os saludaba Avelina hace un año. ¿Era la más bonica o no?
La presidenta Avelina era la musa de este humilde espacio mío, y si el tiempo y la salud le hubieran dado permiso, podría haber llegado a dominar el mundo desde su silla en el corral. Para qué hablar de grandes personajes cuando la Historia con mayúsculas se hace a base de las historias minúsculas de gente humilde. Por eso le convencí para que me contara la suya, más en blanco y negro que en technicolor.
Me hablaba de hambre y trabajos duros con una sonrisa, como hacen todas las personas que no olvidan el pasado pero le quitan importancia. Le hacia gracia que yo le preguntara por esos tiempos remotos en los que comían castañas y altramuces y todos metían la cuchara en el mismo plato. "¿Pero esto para qué van a querer saber ésos que te leen? ¡Se van a aburrir!" y yo le decía que no, que era interesantísimo y que esas cosas tenían que saberse porque pronto ya nadie las recordaría. Ella se reía suavecito, se arrebujaba en la chaquetilla y seguía contando.

Este año, por causas tristes que no vienen a cuento, no pude ir a visitarla. Me he quedado con la pena de no haberme sentado otra vez con ella en su patio lleno de flores, de no haberle hecho sentir de nuevo como a una estrella de cine con una sesión de fotos.
Como me decía su nieto Luisma, Avelina no tenía estudios pero sí una sabiduría digna de aparecer en los libros. Quizá las Avelinas, Eulogias u Hortensias del mundo se vayan todas discretamente, como ha hecho ella, y les baste con dejar el recuerdo de un mandil cruzado y sabores retenidos en la memoria a base de amor. Pero también merecen que alguien derrame lágrimas como castañas de gordas mientras escribe sobre ellas, lamentándose por no haber tenido una tarde más.
Su imagen se queda conmigo, al igual que con todos los que la quisieron. Pero su conocimiento lo he perdido, del mismo modo que todos los días se pierde parte de nuestra cultura en pasillos de hospital, residencias y páginas de esquelas.
Apresurémonos a salvar las antiguas recetas. ¡Cuántas vejezuelas habrán sido las postreras depositarias de fórmulas hoy perdidas! En las familias, en las confiterías provincianas, en los conventos, se transmiten reflejos del pasado, pero diariamente se extinguen algunos.
Emilia Pardo Bazán, en su prólogo a "La cocina española antigua", 1913
Seguramente no haya mejor homenaje para Avelina que tomarnos unos garbanzos con tocino y un vaso de Colacao. Si acaso, coger de la mano a alguien y escucharle con la memoria preparada y el bloc de notas al lado. Nunca se sabe.
Así os saludaba Avelina hace un año. ¿Era la más bonica o no?

Published on September 10, 2015 03:23
June 19, 2015
De yo en El Comidista o el corazón se me hace agüita
Me vais a perdonar, pero lo primero que tenéis que hacer hoy es leer esto y luego ya si tal volver aquí.
Oh dios mío, oh oh ah ahhhh, OH DIOS MÍO.
Sé que lo mejor es el gif final del gato y si no os habéis quedado atrapados en él diez minutos, como me pasó a mí, es que estáis muertos por dentro. De camino hacia el gatico atrapante, igual os hayáis dado cuenta de que sale mi cara a medio post. O igual no, porque no pongo muchas fotos mías y soy poco identificable, pero no importa. Lo que cuenta es que a partir del lunes colaboraré en la nueva, más brillante y más mejor web de El Comidista y que estoy venga tomar chupitos y el mundo está lleno de arcoiris.
Así que ahora no sólo escribiré aquí, sino que anunciaré la buena nueva al mundo desde un púlpito mucho más grande. Me encargaré de dar recetas de repostería sencillas y riquérrimas, además de reivindicar recetas olvidadas y viejunas en general. Lo que viene siendo Biscayenne pero con más lectores y en El País, para que mi madre pueda fardar de mí delante de las amigas.
No sólo estaré yo, claro, habrá otras firmas conocidas por su heterodoxia gastronómica rayana en la locura: Ibán Yarza, Ángel Sanchidrián de Sinopsis de Cine, Mar Calpena de Una o dos copas, Marta Miranda de Crockpotting, Carlos Román de No más platos de mamá, Jordi Luque, Pascual Drake y Claudio Martín. Además de Mikel Iturriaga y Mònica Escudero a los que no hay suficiente jamón en el mundo para agradecer que un día se les ocurriera pedirme que participara. Momento ya meses atrás en el que me dio un pampurrio morrocotudo. Aún tengo muy presente la primera vez que Mikel me retuiteó y me pasé la tarde dando brincos en pijama, así que podéis imaginaros lo que pasó cuando le conocí y me preguntó delante de un pintxo de tortilla de patatas si quería escribir para él. Súper romántico.
Si a partir de ahora entra más gente en este blog de la que solía, bienvenida sea. Aquí seguirán saliendo mis desbarres personales y mucho blablá, porque no hay límite de palabras y puedo escribir frases subordinadas hasta el infinito. Pero de momento vamos a hacer una fieshhta y pregonarlo como se merece, al estilo del corneta de mi pueblo.
El panadero voceador. Gabriel Metsu, 1618
Ay amá qué emoción. ¿No estáis orgullosos? Porque yo estoy muy orgullosa de vosotros y os quiero un montón y se me está yendo la mano con los chupitos. Mientras recupero la compostura os dejo con el gato hipnótico, que es lo que le da calidad a la película.
¿Qué? ¿Que vas a escribir en El Comidista?
Ay ay pero qué emoción.
AY. ¡Viva el chorizo!
Oh dios mío, oh oh ah ahhhh, OH DIOS MÍO.
Sé que lo mejor es el gif final del gato y si no os habéis quedado atrapados en él diez minutos, como me pasó a mí, es que estáis muertos por dentro. De camino hacia el gatico atrapante, igual os hayáis dado cuenta de que sale mi cara a medio post. O igual no, porque no pongo muchas fotos mías y soy poco identificable, pero no importa. Lo que cuenta es que a partir del lunes colaboraré en la nueva, más brillante y más mejor web de El Comidista y que estoy venga tomar chupitos y el mundo está lleno de arcoiris.

Así que ahora no sólo escribiré aquí, sino que anunciaré la buena nueva al mundo desde un púlpito mucho más grande. Me encargaré de dar recetas de repostería sencillas y riquérrimas, además de reivindicar recetas olvidadas y viejunas en general. Lo que viene siendo Biscayenne pero con más lectores y en El País, para que mi madre pueda fardar de mí delante de las amigas.
No sólo estaré yo, claro, habrá otras firmas conocidas por su heterodoxia gastronómica rayana en la locura: Ibán Yarza, Ángel Sanchidrián de Sinopsis de Cine, Mar Calpena de Una o dos copas, Marta Miranda de Crockpotting, Carlos Román de No más platos de mamá, Jordi Luque, Pascual Drake y Claudio Martín. Además de Mikel Iturriaga y Mònica Escudero a los que no hay suficiente jamón en el mundo para agradecer que un día se les ocurriera pedirme que participara. Momento ya meses atrás en el que me dio un pampurrio morrocotudo. Aún tengo muy presente la primera vez que Mikel me retuiteó y me pasé la tarde dando brincos en pijama, así que podéis imaginaros lo que pasó cuando le conocí y me preguntó delante de un pintxo de tortilla de patatas si quería escribir para él. Súper romántico.
Si a partir de ahora entra más gente en este blog de la que solía, bienvenida sea. Aquí seguirán saliendo mis desbarres personales y mucho blablá, porque no hay límite de palabras y puedo escribir frases subordinadas hasta el infinito. Pero de momento vamos a hacer una fieshhta y pregonarlo como se merece, al estilo del corneta de mi pueblo.

Ay amá qué emoción. ¿No estáis orgullosos? Porque yo estoy muy orgullosa de vosotros y os quiero un montón y se me está yendo la mano con los chupitos. Mientras recupero la compostura os dejo con el gato hipnótico, que es lo que le da calidad a la película.

Ay ay pero qué emoción.
AY. ¡Viva el chorizo!

Published on June 19, 2015 02:51
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