Jon Ureña's Blog, page 78

April 21, 2018

Sobre cómo garantizar la necesidad de cada punto argumental

Reorganizaba una sección de mi manual de narrativa, que he compuesto durante años de leer libros del tema y mediante mi naturaleza INTJ que necesita reducir todo a sistemas, cuando se me ha ocurrido que podría compartir algunas de esas secciones como artículos en el blog. Supongo que después de publicar mi tercer libro sacaré unos cuantos de narrativa.


Cuando necesito procesar cada punto argumental, para asegurarme de que encaja en la narración lo someto a la siguiente batería de preguntas.


 


Prioritario



¿Por qué lo necesita la narración?
¿Revela algo esencial sobre los personajes y/o el argumento que necesitamos para entender lo que pasa?
¿Avanza la trama y revela a los personajes implicados a través de sus reacciones emocionales?
¿Puede el protagonista negarse a involucrarse sin repercusiones significativas? En ese caso, el punto argumental carece de importancia y de urgencia.

Trama



General

Si descartases este punto argumental, ¿algún evento que ocurriera posteriormente cambiaría? En caso negativo, considera prescindir de este evento.
¿Tiene suficiente relación con el problema principal con el que el protagonista ha batallado desde el principio?


Riesgo

¿El grado de riesgo que alguno de los personajes involucrados corre justifica que la escena exista?


Impacto

¿Cómo representa una crisis más o menos grande para algún personaje importante, forzándolo a decidir para superarla?


Progresión

¿Contribuye a la complicación progresiva de la trama?



Dilema temático



¿Cómo altera este punto argumental el balance del dilema temático? Si no lo afecta, considera descartar el evento.

Personajes



General

¿Es necesario para que tus personajes logren su objetivo final?


Arco del protagonista

¿Contribuye a desarrollar al protagonista, bien empujándolo hacia que cambie o como argumento para justificar que nunca cambiará?
¿Se trata de un problema capaz de desafiar al protagonista de una manera significativa y quizá hasta dolorosa?
¿Necesita el protagonista enfrentarse a este conflicto para superar su problema personal? En caso contrario, quizá este punto argumental sobre.



Expectaciones



Considera el punto argumental que produjo éste. ¿Has imaginado una consecuencia obvia? En ese caso, imagina otro.
¿Cómo podrías construir una escena sorprendente para este punto argumental? Si no puedes, considera saltarlo aunque tenga mucho potencial dramático.

Impacto



Si el valor emocional de este punto argumental es bajo, considera descartarlo.
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Published on April 21, 2018 12:26

April 14, 2018

Sobre violar los principios narrativos

Al contrario de muchos escritores que consideran que aprender las técnicas narrativas es una pérdida de tiempo, o que sólo se aprenden escribiendo, yo me he dedicado durante años a absorber y recopilar los principios que docenas de instructores magníficos han recogido en sus libros. Las técnicas que para mí tenían sentido las añadía a un manual que sigo durante cada fase para construir una historia. Sin embargo, durante el proceso de escribir las siete historias que he publicado o estoy en proceso de publicar, que consisten en seis novelas cortas repartidas en dos libros y además una novela, he necesitado violar las recomendaciones para que esas historias funcionaran como las necesitaba. Creo que se debe a que esos siete relatos emergieron de mi subconsciente partiendo de dilemas que me preocupaban, y de la misma manera que mi mente resulta incapaz de solucionarlos, no puedo moldearlos del todo mediante los principios de la narrativa. Pero las técnicas que he aprendido me han servido para sostener los relatos a pesar de los riesgos que cada uno de ellos me había exigido tomar. Por ejemplo:


En Los reinos de brea, una colección de tres novelas cortas:



En la primera historia, Pintura, Siobhan, un personaje ajeno al narrador, ejerce el rol de protagonista. Siobhan se enfrenta al mundo que la rodea mientras el narrador intenta obstaculizarla. Sólo al final de la historia descubrimos todos los aspectos de la motivación del narrador, y hasta entonces compartimos en parte la confusión de la protagonista. Creo que molestará a bastantes lectores, pero considero que encaja con la historia.
En la segunda historia, La ciudad ahogada, el dilema temático requería que yo contrastara cómo al protagonista lo asquea la vida urbana falta de esperanza, en contraposición a la naturaleza que encuentra. La descripción podría atragantársele a alguno. Además, la protagonista femenina viola bastantes criterios sobre cómo construir un personaje. A menudo se comunica mediante non sequiturs, y en algunos momentos abandona una mudez y dejadez animal para mostrarse lúcida y consciente de la realidad. Me pareció importante generar esa contradicción en el lector para enfatizar la temática basada en la obsesión. Gran parte de la relación que el protagonista establece con esa mujer transcurre en su cabeza, mientras que se le escapa la realidad fundamental del ser en carne y hueso.
En la tercera historia, Sonríe, me basé en un dilema que me ha preocupado durante años: ¿es mejor dar la espalda al dolor del mundo para confiar en tus semejantes, aunque debas engañarte, o es preferible enfrentar el abismo, la fealdad de la existencia, aunque te traumatice? Algunos de los pasajes invitan al lector a mirar a otro lado. Dudo que se trate de un plan de negocio lucrativo. Además, el lector experimenta la historia a través de un protagonista que se cuece en una ira que para muchos resultará inaguantable, y algunas de sus conversaciones derivan a monólogos, dado que el protagonista ha encontrado por primera vez alguien que podría entender su situación peculiar, aunque ese alguien se trate de un psicópata. Sé que las decisiones que tomé para esta historia molestan a algunos lectores, porque varias personas han dejado de hablarme después de leerla.

En el segundo libro todavía sin publicar, Los dominios del emperador búho, una colección con otras tres novelas cortas:



En la primera historia, Impulsos neurales, la trama se divide en dos partes muy diferenciadas gracias a un punto de inflexión cataclísmico, mucho más fuerte que en las otras historias que he escrito. No lo anticipé mientras componía la estructura, pero salió así. La primera parte consiste en la misión que la protagonista y dos de sus colegas siguen, y en la segunda parte la protagonista sufre las consecuencias. El tono y el decorado cambian por completo. Además, los lectores vivirán a través de la paranoia extrema de la protagonista.
En la segunda historia, El emperador búho, experimentamos la trama a través de una protagonista cuya mente, debido a su situación doméstica, entra y sale de una psicosis que en el transcurso de la historia incluso empeora. Sus decisiones vulneran en algunos casos lo que podría esperarse de un protagonista, dado que experimenta otra realidad, pero espero que los lectores puedan empatizar con ella.
En la tercera historia, Basura en una cuneta, opté por un protagonista extremadamente solitario, traumatizado y que ha renunciado a la vida. Cuando al final del primer acto el protagonista comete un crimen por accidente, en vez de lanzarse a la aventura, su voluntad de pasar lo más desapercibido posible lleva a que su objetivo durante gran parte de la historia consista en intentar continuar con su vida normal. En términos narrativos se podría decir que rechaza la llamada a la aventura. El entorno en el que vive, además de los personajes que pululan por ahí, obstaculizan su propósito con unas intromisiones que dificultan más y más que el protagonista ignore lo que esconde. Además, muchos lectores rechazan a los narradores que se cuecen en su propia miseria, y muchos instructores hasta recomiendan descartar esa clase de protagonistas. Aunque yo me identifico con ellos, admito que cuánto se odia el protagonista y cómo tiende hacia autodestruirse podría abrumar a muchos lectores.

Para la novela que escribo ahora he necesitado doblar los principios narrativos de unas maneras que no había anticipado. La he dividido en cinco capítulos. Durante el segundo, ambos protagonistas trabajan en una historia delirante, una novela dentro de una novela. Podría haber dejado el contenido a la imaginación de los lectores, pero quería involucrarlos, así que reflejo las escenas comprimidas y entrelazadas con los esfuerzos de los protagonistas por evitar que ese proyecto destroce sus vidas. Sigo trabajando en el borrador de ese acto. Ya sé que contendrá al menos el doble de palabras que el resto de capítulos, o quizá el triple. Eso viola la recomendación de equilibrar el peso de los capítulos, pero no tenía sentido repartir el contenido de la subnovela por el resto de la historia. Además, el punto de inflexión de esta historia la hace resbalar dentro de otro género literario. Aunque tiene sentido, y lo preparo con mucho foreshadowing, imagino que podría molestar a bastantes lectores.


Cuando descubres que necesitas violar ciertos principios de la narrativa, más vale que lo equilibres fortaleciendo cuanto puedas el resto de los elementos de esa historia. Asegúrate de que ofrecerás a los lectores una trama guiada por unos personajes interesantes que intentan solucionar un problema complejo que se complica progresivamente.

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Published on April 14, 2018 05:36

April 11, 2018

Sobre el anime y sobre Murakami

A finales de 2017 vi por tercera vez la película de animación japonesa Kimi no na wa, de Makoto Shinkai. Se trata de una historia honesta y preciosa como faltan en la narrativa moderna. Supera con creces su género romántico, e incluye muchos aspectos que adoro de la narrativa japonesa. Parte de un concepto que para mí podría vender la historia al margen del resto de los elementos: un chico y una chica que viven a cientos de kilómetros empiezan de manera aleatoria a intercambiarse los cuerpos, pero cuando al día siguiente despiertan, olvidan la experiencia como si se hubiese tratado de un sueño. El fenómeno está relacionado de una manera sorprendente con el paso de un cometa. Tras verla ansié encontrar historias similares, y me pregunté por qué no había vuelto a la fuente para descubrirlas.


De joven me encantaban las historias japonesas, bien leídas o animadas. Se encontraban entre mis favoritas junto a los libros de Crichton, Pratchett y otros. Pero las historias japonesas ofrecían elementos que faltaban en las occidentales. Esas ciudades y pueblos que nunca visitaré, con sus cigarras y sus cerezos en flor, me provocaban una nostalgia que nunca he sentido por mi propia juventud. La mayoría de esas historias te presentaban a un grupo de amigos, o de conocidos al menos, con personalidades curiosas que lucían gracias al espacio que la narrativa cedía. La mayoría de esas historias revolucionaban mi imaginación con sus conceptos ambiciosos y su creatividad casi infantil, en el mejor de los sentidos. Creo que a la magia contribuía el mismo país, Japón, con una cultura que parece haber fluido sin alterar su esencia desde hace más de mil años, a pesar de la influencia occidental. Aunque sufra de problemas significativos como el envejecimiento de la población o la competencia laboral extrema, parece tratarse de un país en el que puedes formar una familia confiando en que para cuando crezcan vivirán en un entorno similar al de sus padres. Eso contrasta con nuestra vida europea, en la que gracias a los flujos migratorios y unos gobiernos que parecen despreciar a los autóctonos, en cuestión de diez años puedes descubrir que otra cultura domina tu entorno. La estabilidad y homogeneidad japonesa, que además favorece una criminalidad baja, debería liberar a la gente para que pudiera construir sus pequeños imperios sin temer que tras descuidarse por un momento vayan a descubrirlos destruidos.


Dejé de consumir la narrativa japonesa, además de otras obras de arte que me interesaban, durante una relación romántica. Gracias a mi falta de autoestima, reducí mis opciones al arte que a ella pudiera gustarla. Durante estos últimos años apenas había visto un par de películas de Miyazaki. No necesito explicar lo bueno que es. Pero en estos meses me obsesionado buscando y consumiendo una multitud de series de animación japonesas, además de unas pocas películas, para averiguar cuáles han merecido la pena desde el 2000. Resulta que, salvo por Cowboy BebopSerial Experiments Lain y quizá un par más, la mayoría de las mejores series se han producido en los últimos casi veinte años.


Cuesta recomendar el anime a alguien que lo desconoce. Suele incorporar elementos comunes que a muchos les encantan, algunos los toleran y otros preferirían que se decidieran a descartarlos. Se tratan de elementos como expresiones faciales extremas que arruinan el tono (como al menos en el principio de Fullmetal Alchemist: Brotherhood), los planos gratuitos de chicas con poca ropa (que no me molestan salvo cuando también se cargan el tono), la pedofilia más o menos explícita (como la “lolita gótica” de Gate: Jieitai Kanochi nite, Kaku Tatakaeri, además de parte de Anohana) y el episodio al parecer obligatorio que consiste en parar la narrativa para que los personajes visiten una playa o unos baños termales; abundan los planos con los personajes medio desnudos, y a menudo algún personaje serio acaba borracho (ese aspecto me hizo rebajar mi puntuación mental de Re: Creators, una serie que salvo por ese capítulo y un personaje que se trata de la peor caricatura que he visto de todas las series, se llevaría un nueve). Una serie carente de esos elementos, salvo por una única instancia que recuerde, se trata de Attack on Titan, aunque de esa serie a muchos los molestará el tono nihilista y las masacres que se producen. Pero de las series modernas han desaparecido otros elementos que destrozaban las series en los ochenta y principios de los noventa, como los capítulos en los que apenas pasaba que un par de personajes se enfrentaban mientras se amenazaban en sus monólogos internos (Dragon Ball Z), o tardaban veintipico minutos en conseguir algo que tardarías unos tres en la vida real (Captain Tsubasa). En general, la mayoría de las series de animación japonesas incorporan conceptos y situaciones que impiden que se pueda producir una versión razonable con actores reales.


Entre todas las series que he descubierto prefiero Attack on Titan (Shingeki no Kyojin), una historia que encaja casi a la perfección con cómo veo el mundo. Pero también me he quedado con otras. Algunas de esas series no las he visto enteras, pero sí lo suficiente para considerarlas en las listas.


Me han encantado:



WataMote (Watashi ga Motenai no wa Dou Kangaetemo Omaera ga Warui!)
Gate: Jieitai Kanochi nite, Kaku Tatakaeri
Toradora!
ReLIFE, además de la miniserie que la remata
Recovery of an MMO Junkie (Net-juu no Susume)
The Melancholy of Haruhi Suzumiya (Suzumiya Haruhi no yûutsu), además de su película magistral
Orange
Paranoia Agent
Paprika
Nichijou
Parasyte: The Maxim (Kiseijû: Sei no kakuritsu)
Anohana: The Flower We Saw That Day (Ano hi mita hana no namae o bokutachi wa mada shiranai)

Me han gustado:



My Hero Academia (Boku no Hero Academia)
Usagi Drop
Made in Abyss
Overlord
Baccano!
Sora yori mo Tooi Basho
Fullmetal Alchemist: Brotherhood
Hunter x Hunter
Noragami
Angel Beats!
Ore Monogatari!!
Elfen Lied
Black Lagoon
Terror in Resonance (Zankyou No Terror)
Hyouka, aunque casi a su pesar. No conozco ninguna obra de misterio que trate de problemas con tan pocas consecuencias ni con un protagonista tan falto de motivación. Pero el arte es maravilloso.
The Pet Girl of Sakurasou (Sakurasou no Pet na Kanojo)
Hanasaku Iroha

Me han entretenido lo suficiente:



Demi-chan wa kataritai
Aho Girl
Re: Zero (Re: Zero kara hajimeru isekai seikatsu)

Pero también me han decepcionado otras, un par de ellas muy populares:



Bakemonogatari
Psycho-Pass
Tokyo Ghoul
Death Note
A Silent Voice (Koe No Katachi). Esta me dolió, porque hubiese dado un nueve a los primeros treinta minutos.

Norwegian Wood, de Haruki Murakami, se trata de la única historia fuera del anime que me ha provocado la misma sensación indefinible. Dudo que se trate de una casualidad que Murakami sea japonés, aunque las novelas de otros autores japoneses no han reproducido esa sensación. No me explayaré más sobre esa novela, porque la mayoría lo he dicho en la entrada que escribí en Goodreads.


Se me ocurrió escribir esta entrada cuando acabé de ver ReLIFE hará unas semanas. Aunque esa serie se aleja de la perfección, incluye la mayoría de los aspectos que para mí crean esa magia. Arranca con un concepto curioso y provocativo: en un futuro cercano, una empresa, asumo que asociada con el gobierno, ha preparado un programa para reincorporar al mundo laboral al número creciente de personas de veintimuchos o treinta y tantos que han perdido el empleo y detestan sus vidas. Esas personas se sienten aisladas socialmente y las aterra volver a enfrentarse a la presión laboral que han experimentado. Para solucionarlo han creado una medicina que rejuvenece exteriormente a esas personas de vuelta a la adolescencia, y también incorporan al experimento algún método para borrar ciertas memorias. No se molestan en explicar cómo lo han conseguido, así que la historia entra dentro del género de la ficción especulativa o fantasiosa en vez de la ciencia ficción. El plan consiste en que un trabajador social acompañe al conejillo de indias, llamado Arata Kaizaki, de vuelta a vivir un año entero en el instituto, para resocializarlo, para que recupere la confianza en sí mismo además de cierta esperanza por el futuro. En función de su rendimiento, al final del experimento se le ofrecerán varios trabajos, pero como punto negativo, cuando la experiencia acabe, la empresa borrará a Kaizaki de los recuerdos de todos sus compañeros de clase. Esas experiencias sólo sobrevivirán en la mente del trabajador social y del conejillo de indias.


Obviamente, ningún gobierno del primer mundo aprobaría meter a un veinteañero en un instituto por muy joven que pareciera, y mucho menos borrar la mente de dos docenas de personas sin su autorización, pero ese concepto genera una buena historia. Alguien con menos talento hubiera convertido la historia en una serie de encuentros en los que el protagonista intenta tirarse a otra adolescente, pero nunca va por ese camino. (SPOILERS) El protagonista aprende a confiar en su capacidad de juicio y en sí mismo mediante la oportunidad, aplicando su experiencia, de mejorar las vidas de los estudiantes con los que congenia. A la par, el protagonista conoce a otra joven muy peculiar, una chica llamada Chizuru Hishiro y con problemas sociales severos. Parece incapaz de leer a los demás ni las situaciones sociales. Junto a otros aspectos de su personalidad asumí que era autista, pero a diferencia de mí, ella quería casi a la desesperada hacer amistades. Descubrimos que Hishiro es otro conejillo de indias que vive el mismo experimento que el protagonista. Se trata del segundo año que lo intenta, ya que en el primero fracasó en conectar con alguien. En el transcurso de la serie, el protagonista ayuda a esta chica y, de manera previsible, se enamoran. Pero el experimento acabará con cada uno borrado de la memoria del otro. El final te enternece, y si has leído esto sin haber visto la serie, o si la has visto y te apetece recordarlo, aquí tienes la escena final. Por las similitudes obvias, me pregunto si se inspiró en Kimi no na wa o si se trata de una casualidad (/SPOILERS).


Esta historia se diferencia de las occidentales en que todos los personajes implicados caen simpático. Sus personalidades entran en conflicto, pero hasta los trabajadores sociales, encargados de obstaculizar a los conejillos de indias además de borrarles la memoria de sus nuevas amistades, son buenas personas. (SPOILERS) En una de las mejores escenas de la serie, Hishiro había acabado el experimento, y la trabajadora social encargada de dormirla y borrarle la memoria, de una manera que me recordó a Eternal Sunshine of the Spotless Mind, se preparaba cuando descubre que Hishiro, a sabiendas de que lo olvidaría todo, se había escrito en una mano “Estaba enamorada de Arata Kaizaki”. La propia empleada se echa a llorar sabiendo que ahora que lo ha visto tendrá que borrarlo. (/SPOILERS)


Las historias japonesas sugieren un aspecto trágico de esa sociedad. Sus vidas parecen acabar para la mayoría, incluso en el aspecto intelectual, cuando se incorporan al mundo laboral. Las pocas historias que incluyen a veinteañeros o treintañeros los transportan a entornos muy diferentes, o se tratan de personas que han perdido o dejado el trabajo y viven sin rumbo (ReLIFE, Recovery of an MMO Junkie). Yo he detestado todos mis periodos laborales. No imagino cómo me hubiera sentido añadiendo más horas y presión, hasta el punto de que en la sociedad japonesa parece considerarse algo respetable quedarte dormido en público, como señal de que has rendido mucho en la oficina. Cuando una debacle laboral mía me generó la necesidad de escribir cierta historia (La ciudad ahogada, la segunda de mi libro Los reinos de brea), la situé en Japón aunque nunca lo he visitado; la novela que estoy escribiendo ahora se trata de la primera que transcurre en sitios que conozco personalmente. Mi subconsciente eligió Japón para esa historia, pero para mí el ambiente de asfixia, la somnolencia casi perpetua y la desesperanza hacia el futuro del protagonista encajaban bien.


Desde que veo estas series he querido incorporar esa magia en alguna de mis historias futuras. Algún concepto maravilloso, incluso absurdo y demencial, que involucre a un grupo de personajes simpáticos con espacio para lucir sus personalidades peculiares. Pero de momento tendré suerte si acabo la novela actual para el año que viene.

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Published on April 11, 2018 15:01

March 22, 2018

Sobre los cursos de escritura

Yo también me planteé en su momento la cuestión de si un escritor, aspirante o no, debería acudir a algún curso de escritura. Merece la pena dependiendo del curso en el que caigas. Compartiré mis experiencias, ya que he acumulado algunas perspectivas sobre lo que se puede esperar.


Para empezar, cómo soy ha afectado mi experiencia durante los cursos de escritura a todos los niveles. Cuando algún entorno cae por debajo de mi límite personal de lo tolerable, lo abandono sin más. Dejé los tres primeros cursos de escritura a los que acudí. Sólo acabé el cuarto. Uno lleva a un curso de escritura ciertas expectativas, explícitas o no. Asumes que los asistentes querrán escribir más o menos tanto como tú. Si ya escribes algo para publicarlo, te diferenciará de la gran mayoría de quienes te rodearán.


He identificado varios bloques entre la gente que acude. Unos esperan que los animen a escribir. Necesitan que alguien les presente algún ejercicio. Si se les ha ocurrido algún proyecto en vistas a publicarlo en el futuro remoto, es casi imposible que lo vayan a acabar. Escribir una novela requiere una constancia, una paciencia y una automotivación incompatibles con la clase de personalidad a la que necesitan empujar para que escriba.


Otros acuden a los cursos de escritura por el estatus que creen que les otorga. Me sorprendió cómo algunos alumnos preparaban “cenas de escritores”, enfatizando que se trataban de escritores. Se organizaban para llevar elementos decorativos relacionados con el mundo de la escritura. Me parecía curioso que la gente implicada rara vez escribiera.


Otro grupo, el más destructivo que he encontrado, es el de algunas personas cercanas a la edad de jubilación o que la han rebasado. Acuden a las clases de escritura con el propósito más o menos explícito de llenar el tiempo en un buen ambiente. Pretenden hacer amigos y que no los carguen con tareas difíciles. Me daría igual si no fuera porque suelen arruinar las clsaes salvo que el instructor se centre en impartir un material específico. Cuántas veces interrumpían las clases o las conversaciones relativas a la escritura con comentarios de política o deportes. Sólo en muy raras ocasiones una de esas personas pretende publicar algo.


Con suerte, en alguno de los cursos te toparás con una o dos personas que siguen una rutina de escritura para publicar su proyecto, y que asisten para aprender técnicas nuevas y/o recibir críticas. Es posible que algunas de esas personas pasen desapercibidas, porque el ambiente improductivo las disuade.


Quién imparte el curso determina la perspectiva que se aplicará a la mayoría de las clases. Los motivos por los que escriben tiñen el material, por qué seleccionan ciertas muestras de escritura y cómo juzgarán el material de los alumnos. Uno de los instructores consideraba que se debía usar la escritura de ficción como herramienta para cambiar la sociedad. Los relatos que ponía de ejemplo como buenos denunciaban algún aspecto social que al instructor le disgustaba o que quisiera promover. Ese mismo instructor, de manera previsible, consideraba que la ficción que pretende apelar al subconsciente, conmover bien provocando lágrimas, rabia, alegría, etc., era un desecho propio de paletos. Su ficción preferida se rebelaba contra cualquier técnica para conmover, y consideraba un éxito acabar con un relato complicado sin motivo, opaco, hueco de emociones. Yo busco en la ficción una bomba que me reviente el statu quo emocional, que me afecte como un hachazo contra un océano helado, igual que dijo Kafka.


Otro instructor impartía un curso de escritura creativa con el énfasis en los aspectos más caóticos de la creatividad, casi a la manera en la que se impartiría para alumnos de primaria o del parvulario. El contenido del día solía basarse en los antojos y el ánimo momentáneo del instructor. Nos mandó que lo usáramos de protagonista para algunos relatos que mandaba para casa. Tenía como objetivo mantener un buen rollito. Se pretendía que la lectura de los ejercicios provocara un cachondeo o en general permitiera a todos sostener una sonrisa bobalicona. Cuando algunos de los presentes, que fuimos yo y un par más, presentábamos algo de cierta profundidad, ya porque provocaba tristeza u otra emoción incompatible con sostener esa sonrisa, llovían los comentarios y las bromas del instructor que recriminaba de una manera pasivo agresiva que nuestros tronos discreparan. Previsiblemente, ese instructor creía en The Secret, la filosofía que considera que el universo existe para alimentar el narcisismo de esas personas.


Otro instructor carecía de interés hasta por impartir el contenido deficiente que anunciaba. Todos los ejercicios consistían en completar fragmentos de sus libros, y al final intentaba manipularnos para que los compráramos. Cuando los alumnos habían leído sus ejercicios y quien hubiera traído sus fragmentos a criticar hubiese acabado, el instructor ocupaba el resto del tiempo con ejercicios inútiles de gramática. Saqué más de ese curso que de los otros dos porque podíamos traer nuestro material para criticar, aunque en lo que respectaba a mis muestras, le salió el tiro por la culata. El instructor había admitido con naturalidad que hacía décadas que no leía ficción. Su psique parecía centrada en mantener el statu quo. Mis fragmentos para criticar lo molestaron hasta el punto de que se negó a seguir corrigiéndolos, y sugirió que el baremo a seguir para determinar qué podíamos incluir en una historia debería basarse en si molestaría a una monja. Dejé el curso tras esa clase.


Al cuarto instructor lo interesaba enseñar cierto contenido, técnicas relativas a cómo componer una historia. Se trata de una persona que escribe una novela tras otra y a la que publican editoriales tradicionales. Era más permisiva con los alumnos de lo que a mí me habría gustado, pero yo sería un profesor pésimo. Ese instructor impedía que rompieran la clase quienes acudían a hacer amigos y a que no los hicieran trabajar demasiado, uno de los cuales hasta acudía achispado. Saqué mucho de valor de ese curso.


Escribir se trata de una labor solitaria, así que a lo largo de los años se te pegan como moluscos costumbres o tics negativos, o hasta erróneos. Los repites por instinto hasta que alguien te enseña que te equivocas. Mediante los cursos yo descubrí mi problema con el leísmo; se me había metido en la cabeza que para referirte a las personas sólo debías usar le, y lo la para los objetos. Ahora, con 32 años, necesito corregir esos errores de manera deliberada durante la revisión. También usaba a veces según en vez de mientras. Dado que leo más en inglés que en español, tiendo a usar menos artículos que los que un lector hispanohablante esperaría, y también debo corregirlo de manera consciente. A veces se me cuelan palabras en inglés en los borradores, o invento palabras derivadas de alguna inglesa. Por ejemplo, me encantaba usar la palabra receder, derivada de la palabra inglesa recede, aunque no existe en nuestro idioma. He tenido que corregir uno de esos casos en los relatos que subí al blog (Relatos que escribí para los talleres).


Debo aclarar que ni la vida ni los seres humanos en general me gustan demasiado. Prefiero estar solo el 99,5% del tiempo. Eso entra en conflicto con acudir a un curso de escritura, y requería un esfuerzo enorme, pero sabía que me ayudaría a escribir mejor. Las historias que germinan obligándome a que las escriba, o que las ponga en cola para escribirlas en el futuro, tienden a clasificarse de manera general en el género de terror, o de ciencia ficción o fantasía oscura. Como consecuencia de mi esquema neurológico, el positivismo que nos fuerzan a seguir o al menos pretender que lo seguimos, para colgarse una sonrisa mientras te manejas por este mundo infectado por un dolor constante, me pone enfermo. Mi presencia, aunque se limitara a no devolver una sonrisa a tiempo a alguien en clase, ya perturbaba el buen rollito de alguno de esos cursos. Cuando llegaba el turno de que yo leyera mi trabajo, a menudo caía algún comentario del tipo a ver qué dice ese ahora, u otra variación mema. Añado que hace unos siete u ocho años me diagnosticaron con el síndrome de Asperger, que ahora clasifican como autismo de alto funcionamiento. La diferencia me ha hecho consciente durante toda mi vida de que los demás esperan de mí que procese la realidad como ellos y que les lea la mente. Cuando se topan conmigo, a veces la primera persona que encuentran que no ve el mundo como ellos, algunos tardan poco en acusarme de falta de empatía. Uno de esos casos me tocó las narices lo suficiente como para dejar el curso, del que no sacaba nada de valor en un primer lugar. En ese mismo curso pasó que durante mi lectura de un ejercicio (titulado Baila y baila en Relatos que escribí para los talleres), una de las asistentes, del grupo de jubilados/casi jubilados, armó jaleo mientras yo leía para evitar escucharme, y cuando acabé, la mujer lloró y dijo que no acudía a clase para escuchar cosas negativas.


Creo que muchos de los problemas de los cursos de escritura se basan en que hay algo erróneo en compartir la escritura honesta de alguien para un público, de la misma manera que no mearías de cara a testigos. Deberías leer en privado la clase de ficción que te conmovería, que para mí es la única que merece la pena. Debe afectarte de verdad y doler en un sentido u otro, de manera que se queda contigo como una experiencia vital. Quizá por eso considero una medalla de honor que a algunos lectores mi primer libro, Los reinos de brea, los haya perturbado lo suficiente como para dejar de hablarme o hasta no querer permanecer en la misma habitación conmigo.


En resumen, asume que los cursos de escritura te decepcionarán pero que a pesar de ello pueden mejorar tu escritura. Si aspiras a publicar, prefieres evitar que tus lectores de pago encuentren errores que habrías debido subsanar durante la fase de revisión. Pretendo acudir a otros cursos de escritura, pero sé que valdrá la pena si el instructor ha preparado un buen material y quiere ceñirse a él, si permite llevar textos para que te los critiquen, y si los alumnos entienden que escribiendo ficción podemos contribuir algo importante a los registros humanos, en vez de tomarse las clases como una distracción. De lo contrario, asumo que volveré a abandonar esos cursos a la mitad.

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Published on March 22, 2018 12:07

March 21, 2018

Relatos que escribí para los talleres

He recopilado en una página los relatos que sobrevivieron de los talleres a los que acudí desde 2015 a 2017. Leerlos es gratis, y después quizá a alguien le apetezca comprar mi primer libro. Accede a los relatos mediante el siguiente enlace:


Relatos para talleres (2017)

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Published on March 21, 2018 04:22

March 20, 2018

Sobre el proceso creativo (20/03/18)

Ahora que he publicado mi primer libro y que pretendo que un montón de extraños lo compren y lean, me conviene transparentar mi proceso creativo.


En un principio escribí las seis novelas cortas que componen Los reinos de breaLos dominios del emperador búho para que formasen parte de un mismo libro, pero la longitud final lo impidió. El primer libro acabó con cerca de 73.000 palabras, y el segundo con unas 110.000. Acabé de revisar esas novelas cortas hará más de seis meses. He ocupado este periodo rematando la estructura de la primera novela que publicaré, y escribiendo el borrador. Dada la premisa peculiar y la lista de las escenas que he decidido, el resultado final superará el doble de la longitud media de una novela, así que más de 650 páginas. Dudo mucho que vaya a conseguir reducir ese número durante el proceso de revisión. Además, esta novela presenta unas peculiaridades que me han forzado a replantearme cómo estructurar una historia, además del orden en el que escribiré los borradores.


Para Los reinos de breaLos dominios del emperador búho escribí una escena tras otra. Acababa un borrador y lo convertía en una primera revisión. Cuando contaba con la primera revisión de todas las escenas, me dedicaba a la maratón de revisar la historia de principio a fin una y otra vez, borrando algunas frases y fortaleciendo las restantes, hasta que el conjunto me contentaba. Ambos libros requirieron unas diez revisiones. En la novela en la que trabajo ahora, dos de los personajes principales intentan escribir una novela. Empiezan revisando lo que uno de los personajes había escrito antes de encontrarse, y luego trabajan en el resto. Ese proceso abarca el segundo acto de cinco en la novela “superior”. Otros escritores podrían decidir dejar el contenido de esa subnovela a la imaginación, que el lector asumiera que la novela es buena si el escritor lo dice. Pero mis personajes escriben la novela que yo empecé a escribir hace bastantes años, un proyecto larguísimo y absurdo que abandoné por motivos prácticos, aunque seguía pensando que debía acabarlo. Lo absurdo de su planteamiento, y la tarea titánica que implicaba acabarla y conseguir que los demás la leyeran, además de los procesos psicológicos que llevaron a su concepción en un primer lugar, se me antojan ahora más interesantes. Pretendo explorar con mis personajes y sus circunstancias los abismos de la obsesión, la enfermedad mental, la alienación y la soledad. Hace años abandoné la historia sabiendo todo lo que contendría, lo que me ofrece la ventaja de usarlo en esta novela. A través de la narración del protagonista puedo abordar ese proceso y la novela de manera más objetiva, como por primera vez, y desde una versión de mí que comete diferentes errores.


Escribir historias te enfrenta a diario con lo falible que es la mente humana. Ahondar en aquella novela abandonada me ha forzado a encarar cientos de decisiones que ahora considero erróneas. Muchos fragmentos que me gustaban ahora los considero pésimos. Me asusta haber cambiado tanto desde ese 2011-2012.


La vida de los personajes principales de la novela actual y el contenido de la novela que escriben funcionan casi como tramas paralelas. Para evitar perder el juicio, durante este segundo acto de cinco, que describe el contenido de la subnovela, he escrito primero el borrador de la trama contemporánea, en la que los personajes principales pelean por mantener sus vidas en orden mientras trabajan en la historia. Cuando he compuesto una primera revisión de ese borrador, escribo otro borrador independiente relativo al acto de la subnovela con la que los personajes trabajaban. La primera revisión de ese borrador la fragmento e intercalo en la revisión de la trama contemporánea donde corresponda. Desconozco si la versión final de esta novela funcionará, por mucho que yo necesite escribirla, o si podría interesar a mucha gente. Nunca he pretendido ser un empresario competente. Aunque la trama incluya muchos otros aspectos, al lector debería interesarle el proceso creativo, o al menos el trabajar en equipo para lograr un objetivo profesional, como si se tratara de una película deportiva. Así que en parte considero que experimento.


Durante los cursos de escritura a los que acudí entregué fragmentos de las novelas cortas que componen Los reinos de breaLos dominios del emperador búho. Me forzó a enfrentar cómo diferían los gustos de unas pocas docenas de personas. A algunos las motivaciones de mis personajes les resultaban opacas o hasta erróneas, mientras que otros se identificaban. No se puede contentar a todos, y primero pretendo contentarme a mí mismo, pero muchos de los lectores coincidieron en que les gustaba la descripción menos que a mí. Quizá los lectores de Los reinos de brea, si comparten sus impresiones en Amazon o Goodreads, me sorprendan, aunque primero deberán digerir el contenido, que a varios de mis lectores se les ha atragantado. Con respecto a la descripción, he absorbido esa lección. Aunque para esta novela he hecho scouting de los sitios en los que transcurren las escenas, he pasado de describir salvo esos aspectos del escenario involucrados en las acciones de los personajes. Cuando haya acabado la segunda o tercera revisión de esta novela, algo que con suerte pasará a principios del año que viene, consideraré todas las partes que se beneficiarán de detalles específicos sobre el escenario.


También será un reto filtrar el contenido de la subnovela. He descartado enseñarlo tal como aparecía en la novela original, así que hasta cierto punto se trata de una sinopsis que el narrador relata, pero también necesitaré decidir de qué elementos de cada escena podré prescindir, a riesgo de que la novela superior acabase superando con creces las 650 páginas.


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Published on March 20, 2018 11:08