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Ejercicios de escritura > Ejercicio de escritura #01 El calcetín rojo

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message 151: by Luis (new)

Luis Ponce (LuisPonce) | 20 comments Gracias Kinturray, aprecio el comentario


message 152: by MaXi (new)

MaXi | 1 comments Era el baile, el encuentro con sus compañeros, los saludos, abrazos y besos ruidosos y exagerados, el mil-aromas de los perfumes, cremas y maquillajes, las pintas, los colores, los diseños y estilos liberados al yugo del uniforme escolar, el parche de los chicos y las chicas, el de todos, el de los de cada uno por su lado, el de los que nada que ver, el de los que miran y el de los que van para que los miren; las charlas vueltas gritos por encima del sonido de la música, los estribillos a coro de las canciones de moda, los susurros, las risas, las infaltables y enriquecedoras comparaciones, las críticas, las burlas, las miradas panorámicas, las de soslayo… hasta que lo vio, acompañado, pero no le importó. Siempre lo amó en silencio y no podía culparlo por su infidelidad: igual, él ni se enteraba. La chica de turno era a pesar suyo, de su agrado: bonita, sencilla y parecía quererlo buenamente. Su único defecto era tenerlo a él, su secreto mejor guardado, las páginas de su diario, las frases de sus acrósticos, las rimas de sus versos, los mil corazones de sus cuadernos, las notas de las canciones que la arrastraban hacia sus ojos, profundos color avellana, hasta sus labios varoniles; a sus manos firmes y masculinas; al color canela de su piel, la tibieza de su voz, la sonora cascada de su risa y el temblor que la poseía cuando pensaba en él, cuando lo veía, cuando lo intuía, cuando lo imaginaba.
Observó a su padre ensayar y repetir me-cá-ni-ca-men-te las palabras del discurso que daría al día siguiente en la convención de ciencia y tecnología. Le admiraba, respetaba y amaba con el mismo fervor con que lo hacía desde pequeña cuando dejó de ser su súper héroe y descubrió en su mansa paciencia, la sabiduría y grandeza de la dedicación y la disciplina, y por eso, viéndolo así, hecho un mar de nervios, le divertía sobremanera la transformación de la que era presa mientras frente al espejo, espiaba su propia imagen y luego, abruptamente, giraba sobre sus talones y con pasos enérgicos y vivaces, recorría la corta distancia que lo separaba de su escritorio en el estudio para corregir sus apuntes y luego enfrentarse nuevamente ante el público silencioso y severo que emergía del reflejo de sus ojos sobre la superficie brillante… era menester ayudarle a salir de este aprieto.
Escuchó la batalla campal en el cuarto de su hermano menor, sin saber a ciencia cierta qué tipo de peligro estaría afrontando, pero aun desconociendo cuál fuera el enemigo, la época o el arma, si podía estar segura de algo: el verdadero enfrentamiento llegaría, justo en el momento en que su madre o ella misma tuvieran que invadir el terreno para, entre restos de luchas, vencedores y derrotados, ejercer el papel de agente del orden y limpieza.
Sin embargo, no hizo nada, tan solo se pasó una hora buscando el calcetín rojo… mientras imaginaba, mientras observaba, mientras escuchaba.


message 153: by Kuffner (new)

Kuffner | 1 comments Hola amigos, este el el primer cuento o relato que escribo. Anteriormente a esto lo más largo que había escrito eran correos electrónicos, pero por circunstancias de la vida, he descubierto que esto de la escritura me llena, además de ser necesario para mi.

Os ruego que me indiquéis todo aquello que esté mal y deba mejorar. Me estoy leyendo el Blog de Literautas así como todas las entradas con sus respectivos comentarios de Goodreaders y estoy aprendiendo un montón.

LA CAÍDA.

Sonó el despertador a la hora programada. Las 3 y 45 de la mañana.
No había pegado ojo en toda la noche, pero me sentía tan excitado que no notaba los efectos de la hipoxia que provoca la falta de oxigeno por la altitud, ni el cansancio en mí . Me encontraba en plena forma.

Sabía que era vital ponerse en marcha sin demora si queríamos hacer cumbre ese día sin correr demasiados riesgos. Precisamente ese año, el Monzón había dejado bien cargadas de nieve las montañas, y nuestros curtidos cuerpos ya notaban los metros y metros de nieve hasta las rodillas que tuvimos que abrir en los campos inferiores.
Estábamos cansados, y la diosa del sueño y la pereza me llamaba a gritos, pero habíamos llegado tan lejos que no podíamos sucumbir al calorcito del saco de dormir, así que le pegué un codazo a Javi que seguía roncando como un jabalí junto a mi. Era increíble la facilidad para dormir en cualquier sitio y bajo cualquier condición que poseía. En el fondo le envidiaba.

Me incorporé de un salto y abrí un poco la cremallera de la puerta de la tienda. Fuera estaba todo calmado. Ni una gota de viento. Ni una nube a la vista. Allí fuera no había vida, ni movimiento alguno. Todo estaba atrapado por el hielo de la oscura noche. La montaña dormía, era nuestra oportunidad de atacar.

Los partes meteorológicos que nos habían pasado, daban una ventana de buen tiempo de unas 28 horas antes de la gran tormenta. Según nuestros cálculos, y teniendo en cuenta la buena aclimatación que habíamos hecho, teníamos tiempo más que suficiente para superar los doscientos metros que nos separaban de la cumbre, hacernos las fotos de rigor y bajar cagando leches al abrigo de la tienda otra vez con el trofeo en nuestras manos. Sabíamos que llegaríamos ya sin luz, por lo que no había tiempo que perder....

....La primera tirada, menos técnica, pero más dura, la haría Javi de primero. Yo haría la arista cimera, la tirada hasta la cumbre y el inicio de la bajada.

Hacía ya un buen rato que la cuerda no se movía. No podía verle, ya que la roca donde habíamos montado la reunión me tapaba casi en su totalidad la figura de Javi. Tan solo podía ver ese ridículo calcetín rojo que se empeñaba en llevar colgando de la mochila a modo de amuleto.

-¡Javiiiii! Le grité, pero las palabras se las llevaba el viento.

No tenía más remedio que confiar en el buen hacer de mi compañero de cordada. Me estaba quedando congelado, allí parado, la temperatura debía rondar los 35 grados bajo cero y una ligera brisa comenzaba a azotarnos, arremolinando la nieve que se colaba por cualquier resquicio que encontrara entre nuestros cuerpos y la ropa.

De pronto..., ese ruido. Ese ruido que todo alpinista conoce. Que todo alpinista teme. Ese ruido como si le hubieras roto un hueso a un gigante.

-¡Avalancha, avalancha! Gritó Javi.

No tuve tiempo ni de mirar, cuando vi pasar junto a mí una gran plancha de hielo, y junto a ella venía Javi a toda velocidad. Sabía de sobra que la reunión no aguantaría un tirón de ese calibre y que irremediablemente me vería arrastrado al vacío junto a ellos.

Noté como impactaban en mi cara los primeros trozos de hielo y de golpe me vi arrastrado por una gran masa de nieve, hielo, rocas. Todo era un caos. La cuerda se me había enganchado en una pierna forzándome la rodilla hasta un ángulo imposible. Aquello era el fin. El fin de nuestras vidas....

No se cuánto tiempo pasó hasta que me di cuenta que me había parado. Sin moverme, hice un rápido chequeo de daños, tal y como había aprendido de mis mentores.
La cabeza, bien.
Los brazos y las manos, bien. Aunque había perdido un piolet que formaba parte de la reunión.
La columna, bien.
Pierna derecha, bien, dolorida pero creo que bien.
Pierna izquierda...., mal.
Ésta era la pierna que me había enganchado con la cuerda durante la caída y ese ángulo imposible debió producir una fractura o algo así.

La cuerda permanecía tensa y no se movía, por lo que inmediatamente me acordé de Javi. Me puse a escarbar en la nieve para salir de ella, y al asomar la cabeza a lo lejos, pude ver un bulto inmóvil al otro lado de la cuerda. Lo único que se movía de ese bulto era el ridículo calcetín rojo que se agitaba con el viento qué cada vez soplaba con más fuerza.

-¡Javi!, ¿estas bien? Pregunté.

No hubo contestación.

-¡Mierda, mierda, mierda!

Estábamos en problemas y de los gordos. Conseguí salir del agujero que me atrapaba, sin hacer caso al dolor de mi pierna. Es increíble como funciona el cuerpo en casos de máximo estrés. Ahora la prioridad era llegar hasta Javi y atenderle. Luego ya veríamos mi pierna.

Por suerte, la zona donde nos había dejado la avalancha no entrañaba más peligros. Se nos había caído encima de nuestras cabezas toda la cornisa que da acceso a la arista cimera, por lo que no tenía que preocuparme de lo que viniera de arriba y solo tenia que concentrarme en no caer al vacío.

Monté una reunión con el único tornillo de hielo que tenía y rapelé como buenamente pude hasta él.
Parecía que estaba más cerca, pero me llevó más de una hora llegar hasta ese maldito calcetín rojo, que se movía cada vez más y más, ajeno a todo lo que había pasado.

No paraba de llamarle, de hablarle, de gritarle.

-¡Javi!, ¡Javi tío, no me hagas esto a mi! ¡No me jodas!

Pero no obtenía respuesta alguna.

¡El viento se lleva mis palabras, es eso! ¡El puto viento hace que no pueda oírle! Pensaba.

Cuando llegué a su lado, no pude más que descubrir el cuerpo inerte de mi amigo. Le abracé como si aún tuviera vida. Le zarandeé. Le maldije. Le insulté, pero él... no respondía.
No había sobrevivido a la caída. Los golpes habían sido muy fuertes.

Mi mente se negaba a aceptarlo. Unas lágrimas rodaron por mis mejillas, pero antes de llegar a la barba ya se habían congelado. Me estaba quedando frio y la pierna comenzaba a dolerme. El efecto de la adrenalina se estaba pasando.

Cogí el calcetín rojo de su mochila y me lo guarde en el bolsillo interior de mi chaqueta, junto a mi corazón. Eso, un montón de fotos y los recuerdos, sería lo que me quedarían de él.

Le quité el porta material que llevaba colgando, con los tornillos, pitones, fisureros y friends. Me harían falta si quería salir vivo de esta.
Desaté la cuerda de su arnés y le empujé al vacío.

Le vi deslizarse, primero lentamente y me dieron ganas de pararlo, pero sabía que jamás nadie subiría a por su cuerpo hasta allí arriba. Sabía que era demasiado peligroso, demasiado costoso. Luego el cuerpo sin vida del que fue mi mejor amigo, cogió velocidad y cayó por el abismo desapareciendo de mi vista para siempre.

Descansará el resto de sus días rodeado de lo que más amaba en este mundo. Las montañas.


message 154: by Gabriel (last edited Feb 24, 2015 11:50AM) (new)

Gabriel Arturo | 1 comments Osfon, hombre valiente y temerario dispuesto a tomar cualquier riesgo sin importar las consecuencias. En todas las aventuras de Osfon había un elemento infaltable, ser perseguido por tribus o animales de la selva, Osfon podía encarar cualquiera de estos peligros... solamente si usaba su calcetín rojo de la suerte.
Decía que su calcetín rojo era lo que le daba el "poder" para sus locas aventuras. Un día, en una de sus intrépidas aventuras, Osfon saltó por encima de un nido de víboras mientras escapaba de una peligrosa tribu del amazonas llamada los "Atiguayeyes" (lo que había sucedido es que, al escuchar el nombre de la tribu por parte del jefe, Osfon explotó en risa justo en su cara). Después de algunas 3 horas de una loca persecución a través de todo el amazonas, Osfon tomo asiento sobre un cálida y dura roca (según Osfon, nada mejor para descansar de una aventura que sentarse sobre una buena piedra), y después de haber descansado un buen rato, comenzó a hacer su acostumbrada revisión corporal para verificar que no le faltaba alguna extremidad o si toda su ropa seguía como antes de empezar su aventura.

Cuando Osfon llegó a la parte de sus pies, su cara se volvió blanca como el pelaje de un oso polar, sintió como si una flecha del clan Atiguayeye, una de las muchas que le lanzaron, le hubiera dado justo en el corazón. La peor de sus pesadillas se había materializado, había perdido su calcetín rojo de la suerte. Su corazón comenzó a latir a la misma velocidad que un leopardo hambriento corriendo tras él. Osfon, de un fuerte, intrépido y valiente hombre, se había convertido en un asustado, tembloroso y llorón niño.
Buscaba su calcetín rojo por todas partes, debajo de las rocas, madrigueras, ríos, en la copa de los áborles e incluso... en el excremento de algunos animales. Osfon estaba desesperado y trataba de recordar por todos los lugares que paso mientras escapaba de la tribu Atiguayeye, cuando de repetente, recordó que al estar en la tribu Atiguayeye, al entrar en está, debía de quitarse los zapatos y medias y dejarlas en una mesa de piedra llamada la "impureza". Al escapar de la tribu, Osfon tomo a toda velocidad sus zapatos, olvidando por completo su calcetín rojo de la suerte.

El desafío no era entrar en la tribu y tomar el calcetín, sino de donde sacaría el valor para hacerlo sin su calcetín. De cualquier manera, temeroso y lloroso, Osfon avanzaba a través de la selva mientras pensaba que haría para recuperar su preciado calcetín rojo. Solo quedaban algunos diez árboles de distancia para llegar a la tribu y aún Osfon no sabía como recuperaría su calcetín. Mientras caminaba, accidentalmente Osfon pisó la cola de una cría de leopardo oculta entre la maleza y está dio un brinco acompañado de un fuerte gruñido (a lo que Osfon pensó que era un leopardo adulto en el cuerpo de una cría). Cuando sucedió esto, Osfon gritó de la misma manera en que lo haría una niña de once años pidiendo auxilio.

Cuando la cría de leopardo escuchó el grito de Osfon, salió corriendo a toda velocidad a través de la selva, pero no fue la única en escuchar el poderoso grito de Osfon, sino también la tribu Atiguayeye, los cuales al localizarlo, corrieron tras él así de rápido como un toro se abalanza sobre el capote rojo de un torero.
Osfon tenía una ventaja al no tener su calcetín rojo, y era que, al ser impulsado por el miedo, Osfon podía correr más rápido de lo normal, lo que le permitió escapar de los Atiguayeyes al perderse entre la maleza. Sin darse cuenta, gracias al correr sin dirección aparente, Osfon había rodeado a sus perseguidores, encontrándose con la entrada de la tribu. Osfon localizó su calcetín, su hermoso calcetín rojo, sobre la mesa de piedra, y sin mucho pensar, Osfon entró a toda velocidad a la tribu y tomo su calcetín rojo, y así de rápido como entró, salió de la misma. Después de esto, Osfon aprendió una valiosa lección: Aún sin su calcetín rojo... puede dar un buen grito de guerra.


message 155: by Yanina (new)

Yanina | 1 comments El calcetin rojo

Su amigo Markus se fue hace dos minutos a la lavandería con dos cestos grandes de ropa blanca. Zoe instantáneamente recordó que Markus se había comido su yogurt favorito. Zoe corrió hacia su cuarto y empezó a buscar su calcetín rojo. Era tiempo de una venganza.
Sacudió su habitación de arriba abajo. Corrió perchas, cajones y cajas. Buscó debajo de su cama y lo único que encontró fue polvo. De seguro que al maldito maniático de limpieza de Markus le gustaría limpiar su cuarto.
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Agarró su cesto de ropa sucia y la tiró al piso. Separó su ropa de color a la de blanco y nada. Si seguía sin encontrar ese calcetín, su venganza sería un fiasco.
De repente, se acordó que Smith tenía un par de medias similares y sigilosamente entró a su habitación. Con cuidado de no hacer ruido y desordenar, hurgó en los cajones de su ropa interior. Casi se muere a carcajadas al ver que unos boxers blancos se convirtieron en rosa.
Con un gran suspiro, cerró el cajón. Parecía que ese día los calcetines rojos habían desaparecido de la casa. O Markus los escondió por algún lado o esas telas rojas tenían vida propia.
Revisó el reloj. Contando la cantidad de ropa que tenía Markus para lavar, le quedaría una o dos cargas sucias. Agarró su bandita roja preferida y partió hacia la lavandería. Zoe sabía lo que sucedería después. Markus trituraría, literalmente, su bandita. Todo por su venganza.
Entró al local y divisó a Markus. Al lado de él había dos cargas sin lavar. Tenía que ser muy cuidadosa si no quería ser descubierta y despertar a la mañana con los peces.
Se tiró al piso y se acercó a donde estaba Markus. El sudor se deslizaba por su frente. Tenía un intento para poner el calcetín en la cesta. Para la suerte de ella, el cesto tenía aberturas y pudo, exitosamente, colocar el calcetín.
Horas después, Markus llegó a casa y fue directo para el comedor. Miro a Smith y a Zoe. Agarró un cuchillo de la mesa y lo lanzó hacia ella. Zoe se levantó bruscamente de la mesa y empezó a correr.
Su travesura había sido un éxito.


message 156: by Laura (last edited Mar 04, 2015 06:56PM) (new)

Laura V. Vale, este es mi primer post. La verdad nunca he publicado ninguno de mis escritos, así que me gustaría saber que piensan. (No sean muy duros conmigo ;P)

Nina la bailarina

¿Cuántas veces he repetido la misma rutina? Recojo su cabello en una trenza lejos de su cara para que las lágrimas no lo adhieran a su rostro dejando grietas en su piel. Cada que Dios deja caer el cielo sobre nosotros y la lluvia se filtra por las rendijas de la tierra, los ojos de Nina imitan al cielo dejando caer el agua que debería curar sus heridas.

Hoy sube y baja sus piernas de la cama como si no se decidiera a tocar el suelo. Hoy entraré como muchas veces de rodillas a su habitación, no quiero mirar hacia abajo y ver como cae intentando ponerse a mi altura. Hoy la vestiré de negro para que no recuerde que el rojo mancha la ropa. Hoy buscará su calcetín derecho, lo encontrará blanco de nuevo, se lo pondrá y lo teñirá con recuerdos.

Nina toma el final de sus cabellos al verme entrar, toma un cigarrillo y quema unas cuantas puntas. Es hora del baño y sabe que me entretendré quitando los finales chamuscados como ella. Y así será, otra vez, como todas las lluvias. Termino de ponerle su vestido negro y la dejo iniciar su búsqueda.

Nina se arrastra por la habitación estando adolorida, saca todos los cajones y tira todos los calcetines, todos los pares negros y uno banco donde siempre los esconde. Toma el izquierdo y se lo pone, toma el otro y esta vez al rozar su piel la humedad no se filtra por el algodón. Ya no se tiñe de rojo, ya no hay pie para calzarlo, la quemadura de la incisión ya no sangra. Pasará una hora buscando el calcetín rojo.


message 157: by Laura A. (new)

Laura A. Quiroz Ospina (By-Ariel) | 1 comments Sandra wrote: "Julia se preguntaba si de haber nacido unos días más tarde su madre la hubiera llamado Agosta. Se alegraba de no haber sido bautizada con ese horrible nombre, aunque a veces fantaseaba con haber na..."


Tu historia es magnífica. Muy divertida, me gustó bastante. Gracias por compartirla.


message 158: by Kateryn (new)

Kateryn | 1 comments Después de llevar seis años de matrimonio, de vivir experiencias hermosas y tenebrosas, luego de haber alcanzado la felicidad a su lado; Alicia decidió abandonar a Jaime, quería olvidarle por completo y para ello necesitaba deshacerse de todo lo que le recordara los momentos vividos, no quería tener en su hogar nada que reviviera el amor que por él había sentido, deseaba también evitar el odio que le despertaba pensar en la traición de la que hacía dos días se había enterado. Botó su ropa, rompió las fotos, acabó con los peluches, que fueron sus hijos.

Luego de pasar varias horas, entre lagrimas, gritos, canciones de despecho, sacó cada una de las cosas que pertenecían a Jaime, sin embargo, sabía que algo faltaba, empezó a remembrar su primera cita, aquel día en el que su torpeza la cautivó, cómo los temas de conversación se hacían muchos más entretenidos por su chistosidad, se acordó del pequeño gran detalle, el calcetín rojo, ese que la hizo reír, como ese calcetín tan poco combinado le hizo saber que al lado de ese apuesto e intelectual hombre iba a ser feliz.

Debajo de la cama, en el estudio, detrás de los muebles, en los cajones de la ropa, que estaban prácticamente vacíos, caminaba de arriba para abajo buscando, pensando en dónde estaría. Se pasó una hora buscando el calcetín rojo, hasta que analizó que si no lo encontraba era por que algo muy dentro de ella no quería olvidar todo lo vivido y que ese calcetín podía representar lo bueno y bonito que vivieron, decidió entonces no buscarlo más, guardar para ella aquel chistoso calcetín que de algún modo le hacía saber que todo lo compartido no había sido perdido.


message 159: by Jordi (new)

Jordi Pujola | 3 comments Felicidades. Me ha gustado. Te mantiene cautivado hasta el final.


message 160: by Ana (new)

Ana | 1 comments Se pasó una hora buscando el calcetín rojo.
- Sólo aparece uno- se dice. El otro tiene que estar por aquí cerca.
María intenta rehacer lo que hizo el día anterior cuando puso la lavadora, sacó la ropa, la tendió, la recogió... ¿Pero dónde demonios pudo poner ese calcetín? Busca en toda la casa, no queda un rincón. No aparece.
- Elena, cariño, ¿cómo estás?- le dice a su hija cuando descuelga el teléfono.
-Bien mamá. Estoy bien. ¿Y tu cómo andas?¿Has hecho todos los ejercicios?-responde Elena preocupada.
- Si cielo, he hecho todo ya. Pero tengo un problema- dice María.
-¿Qué ha pasado?- pregunta la hija nerviosa.
- He perdido un calcetín rojo. Ayer guardé la ropa y hoy no lo encuentro. ¡Y quiero ponerme esos calcetines!- dice María entre lágrimas. Ahora estoy bien, no puedo permitirme estos fallos, he llegado a donde quería llegar.
- Ya lo sé, mamá. Pero lo vamos a solucionar- contesta Elena sollozando.
-Gracias cielo, siempre puedo contar contigo. Te dejo, tengo cosas que hacer- responde María con una sonrisa en los labios.
-Nos vemos esta tarde mamá- dice Elena.
No es la primera vez que María emplea tanto tiempo buscando algo. Todo empezó aquel día.
Estaba sola en casa haciendo la comida, como siempre. Se debió marear, peder el sentido... Apareció al atardecer en un banco del parque que había cerca de la casa de su hija Elena. Al principio pensó que al marearse la habían llevado a tomar el aire. Todo cambió cuando aquel médico le dijo que llevaba "el devorador de memoria" dentro.
- Aquí tienes el calcetín, cariño- le dice su esposo amablemente.
Y se dirigen cogidos de la mano a la primera actuación de María, otra vez.


message 161: by Kinturray (new)

Kinturray | 22 comments Ana wrote: "Se pasó una hora buscando el calcetín rojo.
- Sólo aparece uno- se dice. El otro tiene que estar por aquí cerca.
María intenta rehacer lo que hizo el día anterior cuando puso la lavadora, sacó la ..."


Un relato corto y conmovedor. Muy bueno Ana :)


message 162: by Eva (new)

Eva | 8 comments Kateryn wrote: "Después de llevar seis años de matrimonio, de vivir experiencias hermosas y tenebrosas, luego de haber alcanzado la felicidad a su lado; Alicia decidió abandonar a Jaime, quería olvidarle por compl..."

Corto y hermoso!


message 163: by Starbook (last edited Apr 11, 2015 04:16PM) (new)

Starbook | 1 comments La caperucita de calcetines blancos


—¡Mamá! ¿Has visto el calcetín rojo? —chilló Marta desesperada.
—¿Has mirado bien en tu cajón? Esta mañana te lo he guardado todo.

Marta esa tarde iba al teatro por primera vez. Lucía, su mejor amiga, acababa de cumplir 8 años y como regalo iban a ver: La Caperucita Roja. Las dos amigas estaban tan emocionadas que decidieron vestirse de rojo, con capa y cesto.

Marta se estaba vistiendo cuando se dio cuenta de que le faltaba uno de los calcetines rojos. Lo buscó debajo de la cama, encima de la mesa, sobre las estanterías, pero no, allí no lo encontraba. Su madre le había guardado toda la ropa esa misma mañana pero por más que lo buscase allí sólo había uno.

—Marta en menos de diez minutos llegarán Lucía y su madre. Haz el favor de terminar de vestirte —le advirtió su madre.
—¡Pero mamá! ¡No puedo irme sin los calcetines rojos!
—Yo los buscaré pero termina ya.

Ana, su madre, tampoco comprendía donde diablos estaba el maldito calcetín. Lo buscó en la lavadora, en el cubo de la ropa sucia, entre los cojines del sofá. Por todos lados, pero por allí no aparecía, y cuando fue a ver si Marta estaba lista sonó el timbre.

—¡Hola! Ahora bajamos —respondió Ana—. ¿Aún no has terminado hija? Ponte los blancos y se acabó.
—¡Pero mamá!
—¡Ni peros, ni paras! Te pones estos y se acabó.

Marta muy disgustada se puso los calcetines blancos y se marcharon de casa.

—¡Mira que guapa va ella!— dijo la madre de Lucía.
—¡Pero no llevo mis calcetines rojos!— refunfuñó.

Las dos amigas y sus madres salieron del portal y allí estaba el calcetín, en medio de la calle. Se le había caído a Ana del tendedero.


message 164: by Ailén (new)

Ailén | 2 comments Hola, hace muy poco descubrí estos ejercicios y me parece genial para poder ejercitar nuestra escritura. Este es el primero que hago. Cualquier crítica constructiva es bienvenida, gracias por el espacio.

Me pasé una hora entera buscando ese maldito (o bendito) calcetín rojo. Sabía que Carmina lo había buscado antes. Claro que lo había buscado, ¡si era su calcetín de la suerte!
¿Qué diferencia hay entre este calcetín rojo y cualquier otro? Absolutamente ninguna; pero claro, no tendrías que habérselo mencionado alguna vez a ella porque hubiera sido capaz de pasar las siguientes tres horas explicántote por qué sin ese calcetín todo en su vida estaría peor de lo que ya estaba ("o tendría muchos exámenes desaprobados, tampoco hay que exagerar" me dijo cuando le mencioné que yo dudaba que esa cosa fuera mágica... o al menos no mucho más mágico de lo que puede llegar a ser un calcetín rojo gastado que tenía desde hacía ya cuatro años).
Hacía dos años que Carmina y yo éramos inseparables. Ella era de las pocas personas en el mundo entero que me hacía sonreír a pesar de todo, que me escuchaba y me ayudaba en cualquier cosa que yo necesitara. Era una amiga de oro. Lo que más valoraba de ella era que, a pesar de que su vida no estaba ni cerca de estar perfecta y de que todos sus problemas le atormentaban día tras día, siempre estaba ahí, no importaba qué pasara, siempre me alegraba el día.
Claro que yo intentaba ser igual para ella, pero decir que lo fui sería mentir. Era muy difícil ser para ella lo que ella era para mí, era una chica muy difícil, independiente y cerrada, pero estoy orgulloso de poder admitir que las pocas veces que se abría era conmigo.
Carmina era una chica impresionante; inteligente, buena, considerada, decidida y hermosa. Nunca se lo dije a nadie, ni a ella explícitamente, pero era alguien realmente especial para mí. No había nada que no pudiera hacer, algunas cosas con mucho esfuerzo, otras naturalmente. Pero también era una persona muy insegura. Había días en los que simplemente pensaba que todo lo que hacía estaba mal, y ahí estaba yo, preguntándome cómo era posible que no se diera cuenta de lo impresionante que era. Siempre le daba ánimos pero sabía que no era suficiente. Es muy difícil que una adolescente se quiera a ella misma, y más difícil era con Carmina. Pasé tardes en casa pensando cómo hacer para hacerle entender que ella era la persona más perfecta que conocía, pero no lograba hacer ningún avance al respecto.
Había una cosa, una única cosa que le daba confianza. El estúpido calcetín rojo. ¿Cómo puede ser que un mísero calcetín sea capaz de darle tanta fuerza a una persona con su simple presencia? Todavía no le encuentro una explicación lógica.. tal vez debería creer que sí es mágico, pero no, me niego.
Cuando aprobaba una prueba "hay que darle las gracias al calcetín" me decía. Me daban ganas de decirle que no, que era por ella, por su esfuerzo y su inteligencia. Al principio se lo decía, pero siempre lo negaba y volvía a darle todo el crédito al calcetín. Tanto me insistía que casi termino creyendo que sí, que era mágico... pero nunca dudé de la capacidad de mi amiga para hacer cualquier cosa, sólo que dejé de mencionárselo.
La razón por la que estaba buscando este calcetín por todas partes... no puedo, no quiero decirlo. Algunas cosas se vuelven más reales cuando uno las menciona, y prefiero que esta situación se quede en las profundidades todo el tiempo que sea posible.
Ya lo había buscado en su cama, hasta había tirado las sábanas al suelo pero no estaba. ¿Abajo de la cama? No entiendo cómo una persona es capaz de juntar tanta basura en un solo lugar. ¿Entremedio de los libros? No. ¡En algún lugar debía estar! Revisé por el comedor, por la cocina, ¡hasta en el baño me fijé! Pero no, no había ni rastro del famoso calcetín rojo. ¿Dónde lo había dejado?
Sentada en su cama deshecha, mirando la nada, empecé a reflexionar acerca de las posibilidades. Tal vez se -lo había olvidado en alguna otra casa, en la mía sabía que no estaba porque lo había buscado a penas Carmina me había comentado que no lo encontraba por ninguna parte... Qué días cuando perdió el calcetín... suena raro, ya lo sé, pero fue como si perdiera su único incentivo.
No hacía tanto que lo había perdido, pero con todo lo que había pasado en las últimas semanas, parecían meses los que habían pasado. Fue difícil para todos, días en los que más deseé que Carmina me hubiera usado de apoyo a mí y no a un mísero calcetín. Tal vez por eso lo odio tanto: ocupo un rol importantísimo en una amistad, y encima la dejó caer, sabiendo que era una persona muy inestable. Y lo peor de todo: ¡era un calcetín!
¿Y si lo había dejado dentro de algún bolso? Con esta idea comencé la segunda fase de la búsqueda. Abrí el armario, revisé todos los bolsos, carteras y mochilas que encontré. Nada. Saqué toda la ropa, tirándola en el piso sin miedo al desorden que estaba haciendo. Ya estaba desesperada.
"Capaz los tengo puestos y no me di cuenta" pensé en mi segundo momento de reflexión. Me saqué enojado las zapatillas y no, claramente era imposible para una persona olvidarse qué calcetines se había puesto antes de ir a la casa de su mejor amiga. Definitivamente me estaba volviendo loco.
Si no lo encontraba... me levanté y recorrí la casa una vez más, como si eso hiciera aparecer mágicamente el calcetín adelante mío.
-Por favor -susurré al techo.
Sabía que no iba a servir de nada. Ya había dejado de creer hacía tiempo, pero Carmina sí creía; en realidad, era una gran creyente.
Di una última vuelta por la casa y, al no encontrarlo, miré, ya rendido, al costado de su cama. Empecé a tirar atrás mío todo lo que había allí. Mucha basura, principalmente. Papeles, algo de ropa, más papeles. Y abajo de todo eso... sí, ¡ahí estaba! El bendito (o maldito) calcetín rojo. Lo agarré y, a pesar de que lo odiaba con toda mi alma, lo abracé con fuerza porque sabía lo importante que había sido para Carmina.
-Gracias -dije mirando al techo.
Salí con el pantalón de vestir lleno de polvo luego de haber estado arrodillado en el piso tanto tiempo y mi camisa toda arrugada, pero eso ya no importaba. Sentía que todo lo que estaba viviendo era algo surreal. Todavía esperaba volver a la escuela, ver a mi mejor amiga, caminar agarrados del brazo como lo habíamos hecho tanto tiempo... pero no, tenía que despertar. Tenía que entender que ella se había ido y que lo único que podía hacer era dejarle su tan querida calcetín rojo cerca, para que le diera suerte también en la muerte, como lo había hecho en la vida.


message 165: by Patricia (new)

Patricia | 4 comments Las 23:00 en punto. Hora de acostarse. Cada noche desde hacía 5 años Frederic se acostaba a esa misma hora, ni un minuto antes, ni un minuto después. Abría la cama, revisaba que no hubiera ningún cuerpo extraño entre las sábanas, se quitaba la ropa, que después doblaba cuidadosamente y colocaba en la silla, extraía de debajo de la almohada hipoalergénica su pijama de algodón puro y sin que sus pies descalzos tocaran el suelo se ponía el pijama. Después iba al cuarto de baño, al de su habitación, jamás compartía con la familia el resto de cuartos de baño, por motivos obvios opinaba él. Lavaba sus manos tres veces, cepillaba sus dientes con esmero dos veces y orinaba sentado en la taza del váter. Creía que hacer pis de pie era propio de hombres cavernarios.
Se acostaba, y para no provocar a la mala suerte, apagaba y encendía la luz tres veces antes de dar por concluido el ritual de acostarse.
Sus padres se preguntaban en qué momento perdieron al dulce y divertido Frederic para dar paso al neurótico y maniático que ahora ocupaba su habitación. Sí era verdad que nunca fue un chico muy extrovertido. Estuvo centrado en sus estudios de manera casi obsesiva siempre, pero no le dieron importancia. Pensaron en la suerte que tenían por no tener que preocuparse de si su hijo hacía los deberes o estudiaba para el próximo examen. Ahora veían claro la poca importancia que habían dado a que su hijo fuera y se comportara como un niño. Jugara, hiciera amigos, alguna travesura, e incluso suspender algún examen. Pero que ya era algo tarde…
¡bip bip! ¡bip bip! A las 7:00 en punto sonó el despertador. Era el gran día. Frederic presentaba su proyecto fin de carrera ante la junta de profesores y algún ojeador en busca de jóvenes talentos.
Despertó lentamente, con la tranquilidad del que sabe tiene todo listo. En su mesa había dejado el traje recién recogido de la tintorería. La camisa blanca de algodón, la corbata gris que le regaló su padre por Navidad y un par de calcetines rojos que le acompañaban a todos los actos importantes que habían acontecido en su vida. Sus calcetines de la suerte.
Para Frederic ese día se decidía su futuro profesional, un antes y un después que marcaría su carrera. ¿Qué podía haber más allá de un brillante futuro como investigador y un puesto en el centro más prestigioso del país? Tal era la magnitud de ese día en su cabeza.
Se levantó, fue a orinar y seguidamente se metió en la ducha. Cogió su gel antigérmenes y se lavó a conciencia cada rincón de su cuerpo. Cogió una toalla limpia del armario y se secó. Se puso rápidamente las zapatillas para evitar el contacto con el suelo y fue hasta la mesa a coger la ropa para vestirse.
La presentación empezaba a las 10:00, por eso Frederic anticipándose se había levantado 3 horas antes. Previendo cualquier problema de tráfico o eventualidad que pudiera surgir durante el trayecto.
Se puso uno de sus tantos calzoncillos azules, de algodón, por supuesto, y fue entonces cuando algo parecido al aguijonazo de una avispa se clavó en su cabeza. Un sudor frío empezó recorrerle el cuerpo. La imagen de un terremoto derruyendo todo a su paso apareció en su mente. Faltaba uno de sus calcetines rojos de la suerte. Doblado con cuidado en la mesa había uno, pero el otro había desaparecido. Intentó respirar y decirse a sí mismo que tenía que estar en la habitación, él mismo hizo la colada y lo recogió para después ponerlo en mesa. Así que lo buscaría por la habitación.
Respiró hondo, estaba siendo uno de los peores momentos de su vida. Empezó a buscar, intentando no desordenar la ropa de los cajones, cosa que le resultaba difícil ya que lo la único que le apetecía era dejarse llevar por el pánico y desbaratar la habitación para encontrar su calcetín.
Eran ya casi las 9:00, llevaba más de una hora buscando el calcetín y no aparecía. Sus padres habían ido a trabajar, no sin antes desearle suerte. Pensó en la mala suerte qué iba a tener, por un lado por la pérdida del calcetín y por otro porque consideraba a sus padres seres gafes, ¡y le habían deseado suerte!
Su pulso se aceleraba a medida que avanzaban los minutos. No podía hacer la presentación sin sus calcetines, pero tampoco podía posponerla. Con el tiempo justo, la camisa sudada y el gesto descompuesto por lo sucedido, decidió acudir a la presentación con un solo calcetín. Así que se dirigió al garaje para sacar el coche, jamás usaba transporte público, eran nidos de bacterias e infecciones.
Colocó su maletín en el asiento trasero. Se sentó en el asiento del conductor y se abrochó el cinturón de seguridad. Las manos le sudaban, tenía la boca seca, y se sentía ridículo con un solo calcetín.
Arrancó, salió del garaje y torció hacia la avenida que le llevaba a la autovía. La carretera parecía tranquila, pensó. Iba con algo de retraso, pero si no habían más percances llegaría a tiempo.
Pero como no hay dos sin tres, y la ley de Murphy está hecha para gente como Frederic, a los diez minutos de entrar a la autovía el coche empezó a sacar un humo negro y denso por debajo del capó. Y entonces se dió cuenta… con las prisas no había abierto y cerrado la puerta del conductor tres veces, como hacía siempre para evitar a la mala suerte. Y entonces sí, perdió los nervios y saliendo del coche empezó a darle patadas y a gritar maldiciendo su gafería.
Se le veía desaliñado, la corbata torcida, la camisa sudada y un camal del pantanlón que dejaba entrever un tobillo sin calcetín y otro sí.
En ese momento un coche paró a su lado. Una chica unos tres años más joven que él bajó la ventanilla y le preguntó si quería que le llevara a algún lugar. Le vió tan nervioso y descompuesto que no pudo más que sentir pena de aquél pobre hombre tirado en la autovía.
A punto de desmoronarse su mundo, Frederic aceptó. Por su cabeza pasó el calcetín perdido, el coche averiado por no haber seguido su ritual, y ahora subir al coche de una desconocida, con pinta de hippy. ¿Cómo podía estar seguro de que no contraería ninguna enfermedad en ese coche? Aún así decidió subir.
Abrió y cerró tres veces la puerta, ante la mirada atónita de su salvadora, que por primera vez se preguntaba a quién había subido a su coche. Finalmente eligió su intuición, que le había dicho que ese chico inseguro necesitaba ayuda, pero ayuda de verdad.
Arrancó y empezaron el camino. Eran las 9:35.
En silencio se escudriñaron de reojo. Ella fue más certera que él. Vió que en uno de sus pies faltaba un calcetín. Llevaba un maletín con el emblema de la Universidad. Evitaba tocar cualquier parte del coche, salvo las que tocaba su cuerpo sin remedio alguno. Y sudaba a mares. Dedujo que iba a presentar su proyecto fin de carrera. Aunque vió también esa actitud fatalista como si el mundo se fuese a acabar.
Empezó preguntándole qué había estudiado, cuál era su especialidad, qué esperaba de ese día,etc. Y sin darse cuenta se encontró explicándole a una extraña lo sucedido esa mañana, su comida favorita, su teoría de los gérmenes en el transporte público, dónde quería viajar y cómo quería hacerlo. Sus ensayos, sus proyectos, sus miedos…
Al llegar a la Universidad, Frederic se sentía calmado, a pesar de su calcetín, de la avería en su coche, a pesar de todo. No entendía bien qué le reconfortaba tanto, pensó en el tiempo que hacía que no compartía su vida con nadie...
Fue entonces cuando tuvo la extraña certeza de que nunca más necesitaría sus calcetines rojos….


message 166: by Kinturray (new)

Kinturray | 22 comments Ailén wrote: "Hola, hace muy poco descubrí estos ejercicios y me parece genial para poder ejercitar nuestra escritura. Este es el primero que hago. Cualquier crítica constructiva es bienvenida, gracias por el es..."
Hola Ailén!
Que bueno que te animaras a escribir. Me gusto tu relato, aunque se me hizo un poco largo al comienzo pero con un quiebre al final. Felicitaciones :)


message 167: by Natiana (new)

Natiana Fernandez-Cano | 3 comments La anciana Morgana se pasó una hora buscando el calcetín rojo por toda la casa. Era algo siniestro que siempre perdiera la pareja de cada calcetín; los rojos eran los únicos que tenían pareja y ahora, también de estos se había extraviado el par.


Se puso un pantalón largo, con la esperanza de que su amiga Thania, a la que iba a visitar, no le viera los calcetines dispares.


Tocó el timbre, y desde adentro se escuchó una voz que con tono excesivamente pausado dijo:


-Pasa...Espíritu del más allá...Te estamos esperando.


Morgana, algo extrañada, notó que la pesada puerta de madera estaba entreabierta. Le dio un empujoncito con el dedo y esta se abrió, dejando salir un sopor a incienso.


-Buenas tardes. -Dijo Morgana, asomando la cabeza-.


-!Ah, amiga! Pero si eres tú. -Respondió Thania desde una mesa, en la que habían cuatro personas más, cogidas de las manos-. Espérame afuera, que ya estamos acabando, enseguida estoy contigo.


Morgana cerró y se sentó en la mecedora que había en el porche de la casa.

Al rato se abrió la puerta y la cháchara de los que salieron rompió el silencio en el que Morgana flotaba, mientras se mecía suavemente.


Todos se despidieron de Thania, comprometiéndose a continuar la sesión al final de la semana.


-El viernes será trece, un día perfecto para continuar lo que dejamos hoy, porque ese día se abre el portal del más allá y seguramente podremos hacer contacto. -Dijo una de las señoras mientras se despedía-.


-¡Perfecto! -Dijo la anfitriona- Entonces quedamos el viernes a las siete, acercándose a Morgana e invitándola a pasar.


-Amiga, no te esperaba hoy. -Le dijo de forma afectuosa-.


-Bueno, Thania, no iba a venir, pero ya sabes... Desde que murió mi marido me aburro sola en casa, no tengo a quien reñir. Y se rió pícaramente.


-No te preocupes, ya sabes que siempre eres bienvenida. Tomémonos un café y me cuentas cómo van tus cosas.


Se sentaron en la mesa, que aún rezumaba sándalo y tomaron café con galletas mientras reían y charlaban de cosas cotidianas.


-...Por cierto Thania, últimamente están pasando cosas muy raras en mi casa.


-Ah sí? ¡Cuéntame! -Respondió su amiga-.


-Bueno, no se si será la soledad o qué, pero a veces, por las noches oigo cosas extrañas. Pero lo peor es que ya no me queda ni un solo par de calcetines; tengo el cajón lleno de ellos, pero impares, pues al menos cada semana pierdo uno. ¿No será que me está dando alzheimer y ya no se dónde dejo las cosas?


-Pero qué dices, amiga, si eso te está pasando con los calcetines es que tienes un duende en casa. Mira, los duendes son seres muy traviesos, y además les encantan los calcetines, dicen que los usan como mochilas para trasladar las cosas que roban de un sitio a otro, o hasta de una casa a otra. Yo tengo una amiga a la que le pasaba lo mismo, aunque peor, porque empezó a perder las joyas y en el joyero comenzaron a aparecerle otras que no eran las de ella, incluso algunas de mayor valor.


-¿Ah si? -Dijo Morgana impresionada- ¿Y que hizo?


-Bueno, vino y lo consultamos en una sesión y resultó ser un duende burlón al que le gustaba el oro. El espíritu de un niño llamado Charly nos dijo que escondiéramos las joyas en un sitio seguro y que en su lugar le pusiéramos bombones envueltos en papel metalizado. Así lo hicimos y entonces el duende comenzó a dejar las joyas que se había llevado y las cambió por los bombones, que al parecer le encantaron.


-Deberías venir este viernes a la sesión, así podremos resolver tu enigma ¿Qué te parece?


-Pues, no se, yo es que no creo mucho en esas cosas del más allá. Pero bueno, por probar no pasa nada.


-Claro, amiga, y por cierto, tráete un calcetín para usarlo en la sesión.


Morgana volvió a su casa y se desprendió de su vestimenta, cambiándola por una bata. Metió los pies en las pantuflas, mientras miraba con indignación su pie azul, junto al otro, verde.


Era viernes trece y la anciana acudió puntual a su cita espiritista. Tocó el timbre y esta vez le abrió Thania, que la invitó a pasar y sentarse con el resto del grupo en la mesa. Le tendió la mano para que le entregara el objeto en cuestión y lo depositó en el centro de la mesa.


-Bueno, amigos, estamos aquí congregados para ayudar a mi querida amiga Morgana a resolver el problema de sus calcetines perdidos. Creemos que un duende se los está escondiendo desde hace unos meses y debemos hablar con alguien que nos indique una forma de recuperarlos. Juntemos nuestras manos alrededor de este calcetín rojo y cerremos los ojos, pidiendo orientación.

Los convidados comenzaron a entonar un mantra gutural que invadió toda la estancia, como un eco.


De repente, como un coro bien compaginado, se hizo el silencio a la vez y Morgana vio de forma borrosa, con un ojo entreabierto, cómo Thania se estremecía en convulsiones. Paró en seco y, con los ojos en blanco, comenzó a hablar con la voz de un niño. A Morgana se le erizaron los vellos de los brazos.


-Hola, soy Charly. -Dijo la voz del niño-.


-¡Hola Charly! -Respondieron todos a la vez-.


-Sé dónde están los calcetines, los tiene el duende. Le he dicho que los traiga todos y los vuelva a poner en el cajón y que se vaya a otra casa.

Se apagó la vela, como por un soplido de viento y todos se soltaron de las manos. Morgana estaba aterrada, pidió un vaso de agua, se despidió de todos y se fue a casa. Esa noche no pegó ojo.


A la mañana siguiente la anciana se restregaba las manos mirando fijamente a la cómoda. Finalmente, con los ojos cerrados, sacó el cajón de la ropa interior y abrió los ojos poco a poco, como quien no quiere la cosa.Y allí estaban, perfectamente ordenados todos los pares faltantes, junto a sus parejas. Revolvió el cajón con vehemencia, sin podérselo creer y buscó entre todos los colores el único que faltaba, el rojo. De pronto se acordó de que se lo había dejado en casa de Thania, sobre la mesa del salón.

Llamó a su amiga por teléfono, pero nadie contestaba, así que se vistió, dispuesta a visitarla.


En la puerta se arremolinaba un montón de gente, algo había pasado. Una ambulancia salía del lugar, poniendo en marcha su sirena.


En la capilla velatoria cada uno se acercaba a dejar flores sobre la urna abierta. Morgana se levantó, enjuagándose las lágrimas con un pañuelo. Se acercó para ver por ultima vez a su amiga; la miró de arriba a abajo pensando en lo repentina que era la muerte, tan solo unas horas antes habían estado juntas. Llevaba un vestido negro de tul y un broche con una camelia roja en el pecho. Le puso una mano sobre el vestido, y este se plegó un poco por la rodilla, dejando ver que el cadaver llevaba en los pies unos calcetines rojos.


Sorprendida, miró a un familiar que estaba junto al féretro, custodiando la ceremonia y le preguntó:


-¿Por qué lleva unos calcetines rojos?


-Porque en su cajón fueron los únicos que encontramos.


message 168: by Natiana (new)

Natiana Fernandez-Cano | 3 comments Kuffner wrote: "Hola amigos, este el el primer cuento o relato que escribo. Anteriormente a esto lo más largo que había escrito eran correos electrónicos, pero por circunstancias de la vida, he descubierto que est..."

Hola Kuffner, me ha gustado mucho tu relato; está lleno de imágenes y muy bien escrito. Sobre todo me ha gustado tu dominio del tema y tus diálogos (o monólogos) frescos y creíbles. Sólo una pequeña acotación de una aprendíz, y es que en todas las historias que yo he leído siempre veo que las medidas o cifras, así como las horas, se escriben en letras y no en números. A menos que el número tenga un papel relevante en la historia, como el de una habitación de hotel, por ejemplo.


message 169: by Natiana (new)

Natiana Fernandez-Cano | 3 comments Sandra wrote: "Julia se preguntaba si de haber nacido unos días más tarde su madre la hubiera llamado Agosta. Se alegraba de no haber sido bautizada con ese horrible nombre, aunque a veces fantaseaba con haber na..."

Hola Sandra, soy nueva por aquí y he estado leyendo algunos relatos. Me ha encantado el tuyo, me ha sacado una sonrisa


message 170: by Ramon (new)

Ramon Sampedro | 2 comments uchó un frenazo,un golpe seco y la vida de Juan cambió para siempre.
Se asomó a la ventana y su miedo se convirtió en realidad.Era su hijo Manu de cuatro años, lo habían atropellado mortalmente.
Diez años después aún no lo había superado,fue tan duro que incluso le costó la separación de su mujer.Ella nunca le perdonaría que dejase a un niño tan pequeño jugando solo en la calle.
Y es que Juan era un pasota, además de un fumeta,no podía vivir sin sus canutillos.
Su mujer siempre le había reprochado que se pasaba el día empanado, malgastando su vida,su salud y su dinero con esa porquería. Y es que no hacia otra cosa en su vida, ese era su hobby, fumar petas,jugar a la consola y ver la televisión. No salía a ningún sitio,no se relacionaba con nadie aparte de su mujer y de su hijo Manu, al que quería más que a nada en la vida.Era como su hermano,su colega, el que le comprendía, el que le reía las payasadas,con el que disfrutaba y el único que arrojaba luz a su mísera vida.
Su mujer hacía tiempo que lo había dado por perdido, se había buscado unas amigas con las que ir al gimnasio y hacer otras cosas.
Es por eso que Juan pasaba tanto tiempo con Manu,pasaban casi todas las tardes juntos jugando a la consola o viendo la televisión.
Vivían en una planta baja,a escasamente cincuenta metros de un parque.A Juan no le gustaba ir al parque, porque tenía que relacionarse con la gente,cosa que no le agradaba.
El día del accidente,Manu quería ir al parque porque iba a estar su amigo Izan,que era un compañero de colegio, pero Juan no estaba por la labor de llevarlo, además acababa de furmarse su porrete de las seis de la tarde y solo quería tumbarse en el sofá y ver la tele.Manu se lo pidió fervientemente durante un largo rato,y Juan harto de oirlo cedió a sus suplicas y lo acompaño al parque. Tras un un corto periodo de tiempo,Juan decidió que ya era suficiente,pero a su hijo no le pareció lo mismo y se puso a protestar, protestó hasta casa, no quería entrar,no quería pasarse la tarde viendo la televisión. Así que su padre en la espesura de su mente cannabica,decidió que podía quedarse jugando en la puerta de casa.Pero no era eso lo que deseaba Manu,él quería jugar con Izan en el parque. Después de cinco minutos, Manu cruzó la calle.
Es por eso que se pasó una hora buscando el calcetín rojo de cuando Manu era un bebé.Lo llevaba siempre con él, y ahora lo había perdido.Estaba desesperado, revolvió la casa entera y no aparecía.Se echó a llorar y se dejó caer en el sillón, justo al lado de su gato Aslan que dormía estirado en el apoyabrazos del sillón, se lo quedó mirando y entonces lo vio,debajo de Aslan aparecía un trozo rojo que no correspondía con el pelaje grisáceo del animal, era el calcetín rojo, levantó al gato,lo cogio y se lo llevó a la nariz, se acurrucó y empezo a llorar con más fuerza.


message 171: by Ramon (new)

Ramon Sampedro | 2 comments La primera palabra es escuchó,lo he copiado mal.Lo siento.


message 172: by Arwen (last edited Jun 27, 2015 01:37PM) (new)

Arwen Books Mitch es un hombre de mediana edad con el bigote recortado y un tupe lleno de gomina que si te lo cruzas por la calle pasa inadvertido. Sin embargo cuando entras en su vida y te deja ver un poco más, ves que es bastante peculiar.

Su familia medio americana y medio brasileña hizo que su infancia la pasara mitad allí… mitad aquí… y que él en cuanto pudo acabara alejándose de tanto ruido huyendo a la tranquila Toscana donde actualmente vive conmigo en una cabaña blanca con vistas al mar.

Es impresor de un pequeño periódico local. Cada mañana se recrea en la sección de economía ya que en su ilusión de pequeño era ser bróker de la gran manzana pero se dio cuenta que su sueño era imposible ya que sus nervios no aguantan nada de estrés y debido a eso enferma con facilidad. Necesita llevar una vida tranquila y ordenada.

Su grado de manías con los años se acentúa más. Con sus 42 años sigue una mecánica casi propia de un robot perfecto. Cada mañana se ducha, desayuna huevos con bacon y un vitamínico zumo de frutas. Se va a trabajar y al mediodía llega a casa con sus revistas de finanzas que lee en el porche tranquilamente hasta la hora de comer. No perdona la hora del té y le gusta cenar siempre rosbif con puré de patatas.

Es el encargado de la mayor parte de la cosas de la casa debido a que él trabaja solo media jornada. Es muy curiosa la forma que tiene de tender la ropa, lo hace siempre en el mismo orden: primero pantalones, después camisetas y por último la ropa interior. A su vez las pinzas que utiliza para cada prenda deben ir siempre del mismo color. Dos pinzas rojas, o dos azules o dos amarillas. Nunca mezcladas.

Lo mismo sucede con los platos, siempre limpia primero los vasos, luego los platos grandes, luego los hondos y por último los cubiertos (cucharas, tenedores y cuchillos). Para todo tiene un orden y nunca se sale del patrón. Sufre ablutomanía y por ello a todas horas se está lavando las manos y tiene por toda la casa pequeños jabones antisépticos guardados estratégicamente. Se tiene que lavar los dientes dos veces seguidas para poder estar cómodo y antes dormir se santigua cuatro veces (aunque me ha confesado que no es católico).

El último rito nuevo es que antes de cruzar algún umbral de alguna puerta tiene que contar hasta siete. Eso hace que su ritmo se haya enlentecido abismalmente. ¿Te imaginas cuantas veces pasamos por debajo de un marco de una puerta? ¡Pues calcula! Y lo raro que resulta verle parado antes de pasar por debajo.

Y llegados a este punto del sábado, un sábado tranquilo en nuestra pequeña cabaña, mientras yo disfruto en el porche de mi libro, con ese rumor de fondo de las olas del mar, hace rato que no sé dónde está Mich, sé que está dentro de la casa… y de repente oigo como no para de gritar: “¡Es imposible!” “¡Es imposible!”.
Veo como está al borde del colapso. En todos estos años no lo he visto así nunca. Me levanto asustada y cuando lo tengo delante y le pregunto qué le pasa me contesta: “Llevo una hora buscando el otro calcetín rojo. ¿Cómo es posible? Siempre están emparejados.”

Y antes de que sus nervios vayan a más, le acaricio la cara y lo siento encima de la cama. “Estaba roto, así que lo tire”. Se cayó redondo al suelo y tuvo que venir la ambulancia para reanimarlo.

A partir de ese día tenemos una nueva manía para que no vuelva a suceder y es que todos los calcetines que compramos son de color rojo y no los emparejamos, los dejamos sueltos en el cajón, así nunca le volverá a pasar de tener un calcetín rojo sin pareja.


message 173: by Manel84 (new)

Manel84 | 2 comments Se llamaba Lisa Mansfield. Y su nombre que ya era respetado como una de las más talentosas y prestigiosas diseñadoras de moda del planeta por su brillante papel en el campo de la nano robótica textil, iba a ser aún más conocida por un invento revolucionario. Y eso iba a pasar en unas pocas horas, en el Deathrow center de Michigan, aquella lluviosa mañana de Abril de 2018. Pero cabía una posibilidad que todo ese esplendoroso momento se esfumase, por un incómodo contratiempo reflejo de su caótica y despistada personalidad. Llevaba una hora buscando el calcetín. Como Walter Bishop, su mentor, una vez le dijo, "Hija, eres tan despistada que pareces hija mía. ¿Cómo se llamaba tu madre?" Pero esta vez era diferente. Esta vez no se trataba de alguna pendrive, informe o fotografía complementaria. Esta vez era el objeto estrella de su conferencia, la única prueba de su revolucionario invento, la refrigeración dinámica de tejidos aplicada en ropa deportiva. Y es que un simple calcetín rojo, iba a cambiar el mundo, como si de una bandera revolucionaria se tratase. Pero no aquella mañana. Aquella mañana pasarían las horas y el protagonista de la conferencia no iba aparecer en ninguna parte. Se habría camuflado entre las montañas de la colada. ¿O quizás entre varias de las montañas de bolsos o zapatos? Aquel día, los ansiosos y obsesionadamente puntuales periodistas que esperaban la conferencia de Lisa con fervor y gran expectación tendrían que guardar sus dientes y sus cajas de munición en forma de compulsivas y atrevidas preguntas para otro momento. Y lo curioso -pensaba Lisa entre gritos de desesperación tras fútiles búsquedas- es que era rojo, un color tan vistoso como provocador. Quizás rojo como una lengua que se burlaba de Lisa, provocándola con su inoportuna versión tragicómica del clásico juego del escondite. Y quizás alguno podría preguntarse ¿Pero por qué pierde el tiempo Lisa? No tiene cada calcetín su respectivo par. No señoras y señores. Porque nuestro protagonista era el primer calcetín nacido huérfano de la historia. ¿Que por qué? Bueno, por cuestiones de presupuesto.


message 174: by Arwen (new)

Arwen Books Manel84 wrote: "Se llamaba Lisa Mansfield. Y su nombre que ya era respetado como una de las más talentosas y prestigiosas diseñadoras de moda del planeta por su brillante papel en el campo de la nano robótica tex..."

Hola Manel! Que tinteresante tu relato. Es original y desenfadado. Me gusta tu manera de narrar y el uso de adjetivos que haces. Seguro que no estamos tan lejos de que lo que explicas se haga realidad. Un saludo.


message 175: by Monica (new)

Monica Mariel | 6 comments EL CALCETIN DE LA VIDA Y LA MUERTE
Cada vez que amanecía abría los ojos lentamente. Primero un ojo, luego otro, sintiendo el ardor de la luz que perforaba sus pupilas. Su única preocupación en el momento en que lograba percibir el amanecer era descubrir si seguía con vida. Habían pasado demasiados años ya, demasiados según él. La vida le dolía, el nuevo día le dolía, la soledad, el silencio, los recuerdos, los seres queridos que ya habían partido…. Por suerte, decía, también le dolía el cuerpo. Y era tan grande el dolor físico, que asi lograba amortiguar al menos un poco el dolor interior. Por eso prefería no tomar calmantes, quería permitir que el dolor de ese cuerpo viejo y achacado lo acaparara todo, se hiciera dueño del tiempo y de su atención, le quitara importancia y presencia a sus demás sufrimientos.
Pero ese día en particular se despertó y no logro sentir nada, su cuerpo parecía inerte mientras deambulaba por la casa. Llego a preguntarse si realmente estaba vivo o era un simple espectro.
Luego de mucho andar se dio cuenta que le faltaba un calcetín y que su pie derecho había estado todo el tiempo en contacto con el suelo. Al descubrirlo se pasó una hora buscando el calcetín rojo que le faltaba. Pensó que solo si lo encontraba y se lo ponía podría saber si era capaz de entrar en calor. Si, en cambio aun con el cobijo del calcetín su cuerpo seguía frio e insensible tendría por fin la certeza de estar muerto.
Pero paso mucho tiempo: días, meses, tal vez años… y el siguió siempre así, buscando en vano su calcetín rojo.


message 176: by Arwen (new)

Arwen Books Hola Monica. Interesante tu relato. La primera mitad del relato me parece muy buena. Creas un climax que es "enganchante" pero quizás me falta un poco más en el desenlace, explicar algo más. Se acaba de forma un tanto "seca". Buen trabajo. Un saludo.


message 177: by Monica (new)

Monica Mariel | 6 comments Muchas gracias por tu comentario! Voy a tener en cuenta tu aporte, gracias.


message 178: by Monica (new)

Monica Mariel | 6 comments Buscando wrote: "Mitch es un hombre de mediana edad con el bigote recortado y un tupe lleno de gomina que si te lo cruzas por la calle pasa inadvertido. Sin embargo cuando entras en su vida y te deja ver un poco m..."
Me gustó mucho. Me transmitió ese amor sereno de quienes ya se conocen lo suficiente y se aceptan en virtudes, defectos y manías. También me quedé con ganas de algo en el final, pero no se decir qué. Solo no me cierra que una personalidad tan complicada como la de Mitch se conforme con los calcetines sueltos en el cajón.


message 179: by Monica (new)

Monica Mariel | 6 comments Patricia wrote: "Las 23:00 en punto. Hora de acostarse. Cada noche desde hacía 5 años Frederic se acostaba a esa misma hora, ni un minuto antes, ni un minuto después. Abría la cama, revisaba que no hubiera ningún c..."
Me da la sensación de estar leyendo sobre descubrir el sentido de la vida, de haberse expuesto el protagonista a esa búsqueda de lo que realmente importa y que siempre camuflaba con rituales para no pensar. Solo me molestaron en el ritmo del relato un par de detalles:
- "...Sus padres habían ido a trabajar, no sin antes desearle suerte. Pensó en la mala suerte qué iba a tener...": me sonó redundante la palabra "suerte".
- "...un camal del pantanlón que dejaba entrever un tobillo sin calcetín y otro sí..." un tobillo sin calcetín y otro sí me suena mal redactado.
- "...Una chica unos tres años más joven que él..." me parece muy específica la referencia a la edad para ser una mera suposición.
Por supuesto son detalles nada más. Me encantó el relato. Saludos.


message 180: by Monica (last edited Jun 30, 2015 04:54PM) (new)

Monica Mariel | 6 comments Patricia wrote: "Las 23:00 en punto. Hora de acostarse. Cada noche desde hacía 5 años Frederic se acostaba a esa misma hora, ni un minuto antes, ni un minuto después. Abría la cama, revisaba que no hubiera ningún c..."
Y una cosita más: qué pasó en la vida de Frederic? por qué se produjo ese cambio que lo volvió tan ritualista y temeroso? Por qué empezó a dormir a la misma hora precisamente hace 5 años? (me hubiera gustado también que diga "cinco" años en vez de "5" años). Saludos!


message 181: by LuisaB (new)

LuisaB | 1 comments - ¡Henry sal ya! Llegaremos tarde y será tu culpa.
- Lo se cariño, pero no encuentro mi calcetín rojo.
- Henry por Dios puedes usar otro calcetín, ahora ¡baja ya!
Henry había tenido una semana algo ajetreada, su esposa Jennifer había salido en un viaje de negocios y él había estado con mucho trabajo, tanto que no le había dado tiempo de lavar su ropa y los únicos calcetines limpios que le quedaban para aquella ocasión eran los rojos. Luego de una pelea con su esposa por la limpieza de la casa se puso nervioso, tenía una reunión muy importante e iba a llegar tarde así que le rogo a su esposa posponer la pelea para ir a arreglarse. Jennifer accedió de mala gana y subió a arreglarse lo más rápido que pudo y bajo ya que Henry había mencionado la importancia de aquella reunión pues el jefe iba a cenar con ellos.
- ¡Cariño debo usar los rojos!
Henry estaba desesperado no tenía otro par de calcetines y no podía mencionarle a Jennifer el hecho de no haber lavado ropa durante toda la semana, por fin luego de una larga espera bajó y llegaron a la reunión con un descarado retraso.
- Henry, amigo que paso creímos que ya no vendrías y te esperamos, pero teníamos hambre.
- En serio Carlos qué pena me da llegar tarde, pero el vuelo de Jennifer se retrasó.
Jennifer lo vio con mala cara y asintió hacia Carlos.
- Bueno pero despreocúpate y entren a la casa, aún no hemos terminado de cenar.
Henry y Jennifer dieron unos pasos hacia adentro y entonces Carlos los detuvo.
- Lo siento, deben quitarse los zapatos, cultura China.
Henry sabía que Carlos era chino, pero esto no podía estarle pasando. Después de que se pasó una hora buscando el calcetín rojo sin indicios de aparecer opto por ponerse los zapatos pero olvido quitarse el otro calcetín. Jennifer accedió y se quitó ambos zapatos y cuando volteo a ver a Henry se enfureció. Henry se puso de diez mil colores y fue la burla de todos en la reunión. Para cuando la velada terminó y llegaron a casa Jennifer tenía una buena excusa para estar enojada con él y mandarlo a dormir a sillón.


message 182: by Anna (new)

Anna | 1 comments Se pasó una hora buscando los calcetines rojos. Había revuelto toda la habitación y aún no habían aparecido. ¿Dónde podían estar?
Se planteó preguntar a su madre, pero le había reñido tantas veces por dejar la ropa tirada que descartó la idea más rápido de lo que se le había ocurrido. Miquel se sentó en el suelo con la cabeza entre las rodillas, no podía llegar tarde al partido, pero si se presentaba allí sin los calcetines no le dejarían jugar. Repasó una y otra vez donde podían estar, cada vez recordaba algo distinto pero no aparecían por ninguna parte.
-Miquel, ¿estás listo para el partido?
Su madre le llamaba desde el salón. Faltaba una hora para el partido y él seguía sentado delante de su armario.
-¡Casi!
Gritó fingiendo que todo iba bien... una vez más empezó a rebuscar pero tropezó y cayó de bruces debajo de su escritorio y mientras se levantaba una idea cruzó su mente.
Salió corriendo de su cuarto y se precipitó pasillo abajo hasta la habitación prohibida. Conteniendo el aliento abrió la puerta y la habitación de su hermana apareció ante él como un templo maldito. Fotos de amigas, posters de chicos y un gran espejo cubrían las paredes, un ligero olor a perfume impregnaba el cuarto. Aprovechando que su hermana no estaba, cerró la puerta detrás de sí, y empezó a abrir cajones. Revolver la ropa interior de su hermana fue una de las experiencias más curiosas y horripilantes de su corta vida; ¿para que necesitaba su hermana mayor tanto encaje y ropa tan pequeña? Finalmente encontró lo que buscaba y enseguida estaba en el coche de camino al partido.
Se estaba atando las botas cuando su mejor amigo Marc le preguntó:
-Tio, ¿porque llevas los calcetines de Papa Nöel de tu hermana?


message 183: by David (new)

David Ayala (dacastanedaa) | 1 comments Cuando vio el reloj eran las 11 de la mañana. Se pasó una hora buscando el calcetín rojo, una hora recorriendo pausadamente su pequeña y caótica habitación, volviendo varias veces a los mismos lugares, sentándose por momentos en el borde de la cama para mirar hacia ningún lado durante un tiempo. El calcetín estaba en una de las montañas de ropa que ya hace semanas se hacían más grandes y obstaculizaban el paso por la habitación. Se sentó de nuevo y se quedó mirando el calcetín, el pie descalzo, el calcetín, y con desgano se lo fue poniendo. Vio sus pies y se detuvo a contemplar varios minutos las formas del tejido de las medias, los tonos de rojo que habían adquirido con los años y algunos agujeros a través de los cuales se asomaban por allí las uñas, por allí los talones callosos. Se paró un momento, se vio en el espejo de cuerpo completo y se arrepintió al final de haber elegido justo esos calcetines, pero no se decidió a quitárselos. Apartó un poco el desorden de la cama y se recostó a mirar al techo. Después de un tiempo se levantó y se calzó los zapatos. Se dirigió hacia la ventana y abrió las persianas dejando entrar la luz a su habitación. Algunos carros pasaban esporádicamente en la calle frente a su casa y al otro lado se alcanzaba a ver el parque en donde los niños jugaban con sus padres y con sus perros. Se dio vuelta y empezó a recorrer con la mirada su habitación desordenada hasta que encontró de nuevo el reloj que marcaba ahora las 11 y 25. “Es tarde”, pensó. Fue a la mesita de noche y tomó las llaves. Vio un vaso de whiskey medio vacío y se lo tomó, estaba algo insípido. Se vio de nuevo al espejo sosteniendo el vaso vacío en una mano y las llaves en la otra. Su imagen se reflejaba más clara y pudo observarla varias veces de arriba a abajo sin detenerse en ningún detalle en particular. “¿Tarde para qué?” pensó, y luego repitió el mismo pensamiento con un susurro: “¿para qué?”.


message 184: by Jorge (new)

Jorge De | 2 comments EL CALCETÍN ROJO
2015/7/24
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. No está dispuesto a presentarse en la cita calzando otros calcetines que no sean los rojos. Son los que a ella le gustan y le atormenta la idea de no complacerla.
El viejo deambula por toda la casa con un pie desnudo y el otro con un calcetín rojo. Atraviesa la cocina, sale al patio y, finalmente, regresa al dormitorio. Detiene sus pasos a un costado de la cama. Se toma la frente con la mano derecha y cierra los ojos como intentando rastrear por telepatía el mentado calcetín. Abre los ojos y sus párpados hundidos expresan sorpresa. Mueve su cabeza de un lado a otro como negando y decide revisar bajo la cama. Aprieta los labios y contiene la respiración.
Se tiende sobre los mosaicos del piso y levanta la colcha que cuelga por un costado de la cama. ¡Nada! Al menos comprueba que la muchacha pasa el trapeador por debajo de la cama. Lanza una maldición cuando encuentra dificultad para levantarse. No es fácil levantar setenta y tantos años con ese par de rodillas huesudas.
Ya de pie saca un pañuelo del bolsillo trasero del pantalón y se limpia el sudor del rostro con delicados movimientos. Mira el reloj que cuelga de la pared. La ansiedad lo consume. Las diez con cuarenta y cinco minutos. Sabe que necesita hasta el último de los minutos restantes para calzarse los zapatos, descender las escalinatas de la calle y presentarse en la fuente de la plaza principal.
- Un caballero no debe hacer esperar a una dama -dice con firmeza mientras se dirige al cajón donde guarda los calcetines. Con la mirada fija en el reloj coge el primer par que roza con su mano. Se sienta sobre la cama y viste su pie desnudo. Se calza los zapatos y al pararse coge los costados del pantalón con ambas manos a la altura de las rodillas. Los levanta para mirar los calcetines.
- Mierda -dice sin levantar la vista. Suspira y dejar caer el pantalón. Toma un frasco de loción de flor de naranjo del tocador y la aplica en el cuello y en las muñecas. Sale de casa y después de unos cuantos pasos se detiene para cortar una florecilla de una de las macetas en el ventanal de la vecina. La coloca en la solapa del saco y retoma su camino.
El viejo llega a la plaza principal. Se sienta en una de las bancas que están alrededor de la fuente. Se descubre la muñeca y mira el reloj. Las diez con cincuenta y seis minutos. Sonríe y mira el cielo.
En el otro extremo de la plaza una mujer camina sola. Y aunque mantiene su cabeza erguida y su espalda derecha, su paso es lento. El viento despeina su cabello plateado. Lo acomoda con su mano derecha y el viejo encuentra su mirada detrás del cristal de aquellos anteojos. Ella sonrie y él levanta la mano en un saludo cortés.
Cuando la mujer llega hasta la banca del viejo, éste se levanta y la invita a sentarse. Ella acepta. La charla es acompañada de sonrisas y aunque en instantes es fluida, en otros el silencio los lleva a deambular con la mirada alrededor de la plaza.
Las campanas de la iglesia advierten el medio día y el sol del invierno calienta los cuerpos de la pareja.
- Alfredo, ¿por qué lleva un calcetín gris y otro rojo? -pregunta la mujer con voz suave.
- Adelita -responde el viejo mientras agacha la mirada. Hace una pequeña pausa y busca los ojos de la mujer- El día que la conocí me dijo usted que le habían gustado mis calcetines rojos. Generalmente sólo los uso para darle gusto a mi nieto que tuvo la ocurrencia de regalármelos en mi cumpleaños. Tal vez es poco lo que yo podría hacer para complacerla a usted, pero si verme con ellos me permite robarle una sonrisa, con mayor gusto procuraré hacerlo cada vez que la vea.
- Me parece perfecto -dice la mujer con una sonrisa que apenas se dibuja en el rostro-Pero, Alfredo... -duda un momento- no me ha respondido por qué lleva dos calcetines diferentes.
- Bueno -titubea- el asunto es tal como le he dicho. Quiero llevarlos puestos cada vez que la vea. Por eso, aunque lavara los calcetines hoy por la tarde, es poco probable que estuvieran secos el día de mañana. Y mañana... Adelita, me gustaría volver a verla y complacerla calzando el otro de mis calcetines rojos que tanto le gustan.


message 185: by Maredith (new)

Maredith | 1 comments El pequeño Rolando se pasó una hora buscando el calcetín rojo para completar su uniforme y no podía encontrarlo. Corrió a buscarlo al armario, debajo de la cama, en la cajonera y no aparecía. Él vive temporalmente en casa de su abuela, junto con sus padres y sus demás hermanos debido a la convalecencia de su madre enferma.
Pero la casa de su abuela es todo un caos; además de su familia, también sus cinco tíos solteros viven ahí, por lo que todo el día entra y sale gente y cualquier objeto que olvides desaparece misteriosamente.
En casa de la abuela existe un lugar al que todos llaman “El triángulo de las Bermudas”, porque casualmente el objeto que pierdes lo encuentras en ese cuarto atiborrado de montañas de ropa, zapatos y demás objetos.
Pero Rolando no quería entrar ahí porque ya era muy tarde. El tiempo transcurría y él debía estar listo para partir a la escuela. Abrió la puerta sigilosamente, mirando alrededor, asegurándose de que no hubiese ningún “alien”, duende o zombie que pudieran distraerlo. Rápidamente encendió la luz del cuarto y efectivamente, no había ningún ser extraño.
El primer obstáculo era trepar por la primera torre de ropa, encima de un bote de plástico gigante. Se llenó de valor y finalmente pudo comenzar a escalar, metiendo las manos para esparcir algunos trapos y probar suerte. Rolando se imaginaba que escalaba por la montaña del Everest, tratando de llegar a la cima, cuando finalmente llegó a ese punto, viró su cabeza hacia la derecha y justo enfrente estaba un calcetín rojo que se asomaba en la segunda torre de ropa. Trató de alcanzarlo pero resbaló en una avalancha de pantalones llegando hasta el suelo. Su padre escuchó ruido y enseguida subió a buscarle y ahí estaba Rolando, en el piso, agitando felizmente su calcetín rojo.


message 186: by Jorge (new)

Jorge De | 2 comments Maredith wrote: "El pequeño Rolando se pasó una hora buscando el calcetín rojo para completar su uniforme y no podía encontrarlo. Corrió a buscarlo al armario, debajo de la cama, en la cajonera y no aparecía. Él vi..." Entiendo perfectamente la situación del pequeño Ronaldo. Yo crecí en un ambiente muy similar. En casa de mi abuela vivíamos mis abuelo, mi madre, sus dos hermanos y yo. No teníamos nada parecido al "Triángulo de las Bermudas", pero si las cosas desaparecían muy fácilmente. Era frecuente que alguien encontrara algo fuera de su lugar y lo colocaba en el primer lugar que se le ocurría. Era el caos para el dueño que intentaba encontrarlo después. Tu relato me ha gustado y me hizo recordar aquellos días. ¡SALUDOS!


message 187: by Suicide_Girl (new)

Suicide_Girl  | 1 comments —Se pasó una hora buscando el calcetín rojo, no sé cómo pararla, ha perdido la razón.
Angela, iracunda, se encontraba vociferando todo tipo de insultos a aquél sujeto del que tanto hablaba anteriormente y tirando cosas de un lado a otro con tal ímpetu que desde la planta baja del edificio se podía escuchar con claridad toda su feroz actitud.
Se podía observar lo desesperada que estaba, había vuelto un desastre la habitación, todas las habitaciones de hecho, buscando ese maldito calcetín. Quería ayudarla, que se tranquilizara un poco, pero la verdad lo único que podíamos hacer era verla, desatando su furia contra todo objeto cercano a ella; ya de por sí había roto el espejo de su habitación...
—Para Angela, no vas a llegar a nada haciendo esto.- Seguido de esto, Ange empezó a gritar mientras tomaba su lampara de la mesita de noche y la hacia añicos.
—¡Nada de él debe quedar en este bendito apartamento! ¡Lo voy a quemar todo, joder! ¡Todo!, ¡No quiero ver nada de ese hijo de p*ta! Ya estoy harta de est-
Los vecinos están afuera y quieren saber qué pasa Ange...
—¡Esto no es problema suyo!- Tomó un zapato y lo lanzó a la pared, fue ahí cuando se le salió una pequeña lagrima que le recorrió por su mejilla.
—Si no te calmas va a venir el gerente- Catherine puso su mano en su hombro - ¡Déjame!- Empezó a mover sus brazos, con la cabeza abajo y gritando, de nuevo, como si alguien la tratara de lastimar.
—¡Sólo tratamos de ayudarte! ¡De todos modos es tú culpa por dejar que él te tratara como m*erda desde el principio, así que no te quejes!

En un momento dado, se detuvo, se sentó y rompió en llanto, Catherine y yo nos acercamos y nos sentamos a su lado.
-Lo siento...-Dije.
-No, es la verdad, soy una masoquista.
—Cariño, no vale la pena...-Dijo Cath- Si no puede ver lo especial y bonita que eres, es un imbécil.
—Exacto, bórralo del mapa, él ya no importa más. ¡Pff! Muerto... ¿Vale?- Hubo un pequeño silencio, se secó los ojos, respiró hondo y dijo:
—Tienen razón, hay que borrarlo del mapa- Se limpió bien la nariz, se arregló el cabello y la ropa, se levantó y...- Lo voy a matar.


message 188: by Luna de Papel (new)

Luna de Papel | 1 comments De haber sabido lo importante que era, no estaría en esa situación, pero quién era él para saber que aquella prenda valdría 100 000 millones de dólares, sí, como lo oyeron ¡10 000 000 millones de dólares! Con esa gran cantidad podría comprar su tan anhelado departamento y hasta pagar toda la mensualidad de la universidad hasta que se gradúe. Y pensar que hace una hora, ese calcetín le parecía tan insignificante, que no dudó ni un segundo en arrojarlo a la basura cuando lo tuvo en sus manos.
No tan grata fue su sorpresa al enterarse que aquel calcetín rojo—sucio y totalmente desgastado, como él lo había calificado— era una "reliquia perdida" para muchos de los fanáticos de la NBA, ya que perteneció a uno de los grandes del baloncesto, hablamos nada más y menos que de Michael Jordán. Y si no fuera por la repentina llegada de su primo—fanatico del deporte y el admirador N° 1, cómo se auto nominaba, del jugador— a su casa para contarle la última gran noticia del deporte, seguramente jamás se habría enterado.
Su primo le dijo que habían hallado uno de los calcetines con el cual Michael Jordán jugó su último partido, incluso le mostró una foto de dicho calcetín. De sólo mirarlo casi se atraganta con el café que tomaba tranquilamente. Le preguntó a su primo si no habían hecho imitaciones, él dijo que no era posible, ya que nadie sabía cómo eran hasta el día de hoy. Aún con dudas le preguntó a su primo como estaba seguro, él simplemente respondió: "Porque el mismo Jordán lo dijo. Además fue hallado en una caja negra, con sus iniciales. El propio jugador afirmó haberlos guardado de esa forma y por separado, porque quería que sus admiradores los encontraran." De solo escuchar esas palabras y con el asombro aún en él, salió corriendo hacia el tacho de basura donde habían botado la caja, y dentro de ella los calcetines, pero para su mala suerte, vio que el tacho se hallaba vació.
Maldijo para sus adentros y se preguntó por qué justo el día de hoy el camión de basura se había dignado a ser puntual en su trabajo, cuando en todo el mes no lo había hecho. Pero al cabo de unos segundos dejó ese tema de lado y se fue en busca de dicho camión.
Después de encontrarlo, agradeció a Dios que no hubiera ido muy lejos, se subió en él sin importarle, si se ensuciaba o no y entre toda la basura empezó a buscar.
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo que estaba dentro de una caja negra, y cuando pensó que ya no lo hallaría, la vio. La caja estaba como la había visto la última vez, toda desgastada y sin indicios de esconder un gran tesoro. La tomó, se bajó del camión y se dirigió a su casa con una enorme sonrisa en el rostro y una satisfacción de que su vida iba cambiar de la mejor manera.


message 189: by Matías (new)

Matías | 4 comments (sé que el ejercicio ya tiene sus años, espero no causar molestias enviando el cuento tanto tiempo después)

El calcetín rojo
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Ya habían pasado diez minutos de las siete de la mañana. A esta hora debía estar terminando el desayuno: una banana, una naranja, un pan con miel y una taza de leche (de 330cc); para luego ponerse el buzo azul marino, peinarse -porque no había forma de evitar despeinarse al ponérselo-, agarrar la mochila y traspasar el umbral de la puerta a las siete y veinte.

Si bajaba los escalones a la velocidad adecuada y caminaba a paso raudo, podría recorrer las tres cuadras que lo separaban de la parada de colectivos sin frenar en ninguna esquina: su avance estaba sincronizado con los semáforos. Una vez allí, sólo era necesario esperar entre uno y tres minutos por el colectivo de las siete y media.

Todo había sido organizado para lograr la máxima eficiencia, meta de toda mente que utiliza la pura y fría razón. Cada proceso es factible de ser mejorado, optimizado y planificado, no debe quedar lugar para la improvisación, tan proclive a malos resultados.

Y hacía una hora que estaba buscando el calcetín rojo, no podía explicarse ni admitirse su ausencia, no había causa lógica que justifique un extravío. Los había contado al meterlos en el lavarropas, al tenderlos y al guardarlos. ¿Cómo era posible que no pudiera encontrarlo?

Todavía estaban limpios los azules, los grises y los negros (dos pares de negros), pero hoy tocaban los rojos. Ya lo había decidido varios años antes. No recordaba la causa por la que los martes exigían estos calcetines en particular; pero seguramente había un buen motivo.

Sentado en su cama, de donde no se había podido mover aún, porque el paso previo a levantarse era ponerse ambos calcetines, pensaba. Miró en todos los rincones donde podía haber caído por accidente durante la noche anterior, cuando preparaba la ropa para la mañana, pero no había nada. Se estiró un poco para alcanzar la puerta del placard sin salir de la cama, la abrió y tampoco lo encontró allí. Ni debajo de la cama, ni dentro del pantalón o perdido entre las sábanas.

Juntando coraje se miró los pies de reojo, para descartar la posibilidad de que ya lo tuviera puesto. Tampoco lo encontró en sus manos, ni colgando de las aspas del ventilador de techo.

Entonces, cuando se cumplió una hora, el tiempo límite establecido para buscar objetos perdidos, no hubo más caso que adoptar la solución para el caso de "extravío de ropa interior o calcetines": "prescindir de la prenda en cuestión y agendar su compra para la próxima oportunidad en que debiera pasar a menos de doscientos metros de la tienda de ropa interior o calcetines" (esto ocurría todos los miércoles por la tarde y sábados por la mañana).

A las siete y veinte de la mañana, omitiendo parte del desayuno, con un pie sin calcetín, cerró la puerta del departamento con una mueca de victoria dibujada en su rostro, signada por el orgullo de haber logrado tan racionalmente que el incidente matutino no se propagara en alteraciones de la rutina para el resto del día y que todo pudiera mantener su rumbo normal, como era debido.


message 190: by Roman (new)

Roman | 1 comments Buenas, descubrí esta páginma hace poco y me he lanzado a realizar los ejercicios. Espero sus comentarios para poder progresar.

El calcetín rojo (Román Vilares)

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"Se paso una hora buscando el calcetín rojo.." con esa frase comenzaba el mejor recuerdo de la infancia de Mireia. Su madre se la contó por primera vez cuando tenía 6 años mientras la arropaba para que Mireia se durmiera. Lo recuerda como si fuera ayer cuando le pidió a su madre que le contará un cuento para dormir.
" Mejor te cuento una historia en el que el protagonista es un calcetín rojo" le contestó su madre acariciándole la mejilla. Mireia asintió firmemente, expectante a los palabras que su madre pronunciaría.
Mireia abría los ojos y con la boca entreabierta ante la historia que le relataba su madre. Se trataba de cuando se vieron por primera vez. Sucedió cuando tenían unos ocho años y vivían uno en frente del otro pero no se habían visto hasta que un día sonó el timbre de la puerta. En ese momento los ojos de su madre brillaban y tenía una cara muy graciosa. Mireia se tapó la boca con la sabana para que su madre no viera como se reía.
" Fui a abrirla y entonces apareció tu padre...con unos ojos verdes preciosos, con raya a un lado,..... ¡y un calcetín rojo en la mano, preguntado si era nuestro!", gritó su madre. Mireia no pudo contenerse y se rió a carcajadas, contagiando a su madre.
De las risas pasaron a las cosquillas hasta llegar a las lágrimas de felicidad. En ese momento se miraron fijamente y se abrazaron con gran fuerza. Para Mireia fue su primer gran abrazo, la primera vez que conectó de verdad con su madre aunque en ese momento no lo sabía. Y todo gracias a la historia de un insignificante pero a la vez tan importante calcetín rojo.


message 191: by Alberto (new)

Alberto García-Pliego (albertoggp) | 2 comments Llevaba una hora buscando el calcetín rojo. Al principio se había dirigido al cajón de la ropa interior donde solía guardarlo cuando no había nada que esconder dentro. Rebuscó sin éxito. No pasaba nada, sabía que había pocas posibilidades de encontrarlo ahí.
En ese calcetín, que ni recordaba ya cuándo perdió al compañero, guardaba pequeños secretos que le daban un poco de color a la vida. Pequeñas satisfacciones: un sobrecito de sal prohibidísima por su médico, unos cigarrillos, cambio para una cerveza ocasional en el bar de Juanmi o cosas por el estilo. Desde que recibieron los resultados de las pruebas de fertilidad de Susana, todo se había vuelto un poco gris, y esos pequeños detalles le ayudaban un poco a llevar el día a día.
Por ello cambiaba el calcetín de sitio de vez en cuando, para hacer más difícil su descubrimiento, y el intenso color rojo del calcetín le ayudaba a fijar su atención y de esta manera no olvidar el lugar en el que lo había escondido. Estrategia anti-olvidos que había funcionado sin ningún tipo de problema. Hasta ahora.
Era una sensación extraña. Como si sólo esa parte de su memoria hubiera sido borrada. Recordaba perfectamente y con todo lujo de detalles dónde lo había guardado en otras ocasiones, como si lo hubiese hecho hacía cinco minutos, pero cada vez que se concentraba en visualizar dónde lo había guardado la última vez, sólo encontraba vacío.
La tranquilidad inicial, la del que sabe que tiene al enemigo cercado y sin escapatoria, dio paso a los pocos minutos de búsqueda a la intranquilidad nerviosa y de ahí al pánico sólo hay un paso. O medio.

Cuando Susana entró en el piso pegó un respingo. Del pequeño armario de la entrada sobresalían las chaquetas, desparramadas y tiradas sin ningún tipo de orden. Oyó a alguien rebuscar nerviosamente en una de las habitaciones, y desde la puerta llamó a su novio. La respuesta llegó inmediatamente: -¡Estoy en la habitación pequeña! ¿Sabes dónde está el calcetín rojo?.
Ella se encaminó a paso rápido a la habitación echando de camino una ojeada al salón, por donde había pasado un huracán; la cocina que había sido sacudida por un terremoto; y hasta el baño parecía haber tenido su propio tsunami. Según iba avanzando, la estupefacción y temor inicial fue dando paso gradualmente a la sorpresa, la curiosidad, después a la indignación y cuando pasaba la puerta de la habitación, comenzaba a aflorar la ira.
-¿Se puede saber qué narices haces? ¡Para de hacer el ganso y recoje todo esto! ¡Pero ya!
- Cariño, enseguida lo dejo todo como estaba, ¿has visto el calcetín rojo?
Ella se percató de que algo no iba bien.
- ¿Para qué lo quieres?
- Tengo algo muy importante dentro. Muy muy importante.
Ella vaciló un momento antes de responder, contundentemente y muy seria: - Lo tiré. No había nada dentro.
-¡Sí que había! ¡El boleto de la quiniela! ¡Una de 14!- Se miró el reloj y echó a correr como un jabato hacia el pasillo, que recorrió a la velocidad de la luz dejando a su paso un rastro de destrucción de todo cuanto había por medio, hasta llegar a la puerta de casa, traspasar el umbral de un salto y precipitarse escaleras abajo sin siquiera molestarse en pulsar el botón del ascensor.

Desolación. Desde el portal veía cómo el camión de la basura partía con la última esperanza en su interior. Despacio. Como despidiéndose. Tras unos interminables segundos parado, sin moverse, mirando hacia la entrada a la autovía por donde desapareció la última nave, se dio media vuelta y comenzó el ascenso hasta el tercer piso. La cabeza gacha, pensando en nada. Escalón a escalón.
Encontró a susana en la puerta esperándole, los ojos encendidos y el boleto en la mano -Se había caído detrás del cubo…

Hubo mucho escándalo durante un buen rato en la escalera. Algunos vecinos salieron a ver qué pasaba y al poco alguien apareció descorchando una botella de cava. Hubo brindis y muchas felicitaciones. Y esa noche la pareja se fue a la cama feliz y contenta, sin saber nada de las otras 150 personas que también habían tenido 14 aciertos en una sencillísima jornada de liga, ni de los escasos dos mil euros del premio, ni que dentro de nueve meses iba a llegar el premio de verdad. Esa noche sí les tocó la lotería.


message 192: by Dwyer (new)

Dwyer Wein | 1 comments Se pasó una hora buscando el calcetín rojo, por más que intentaba Jonathan no lograba encontrarlo. Mientras lo buscaba, abría y cerraba sus cajones dejando la ropa que revolvía arrugada y asomándose por las aberturas que se componían por los pliegues mal hechos de las camisas, pantalones y demás.
Estaba convencido que solo le quedaba un calcetín rojo entre toda su ropa interior, no entendía porque le gustaba tanto ese calcetín, ni siquiera el porqué de que le tuviera tanta confianza, y lo primero que se le ocurrió hacer fue tirar la calceta que le hacía par, y ahí guardar cosas en su interior en secreto. El atesoraba en su interior, entre otras cosas, unas cuantas monedas antiguas de colección, una tarjeta de béisbol autografiada, sus contraseñas de varias cuentas por si algún día se le llegasen a olvidar, etc… pero lo que más le preocupaba en este momento era el numero de una cuenta bancaria de la que debería estar al pendiente porque le harían una “pequeña transacción”, lamentablemente se había metido con las personas equivocadas y había terminado envuelto en una estafa un tanto grande y comprometedora.
Revolvía y revolvía sus almohadas lanzándolas despreocupadamente de encima de su cama matrimonial hacia las ventanas, poco lo importaba romper alguna de las ventanas de su apartamento en el 13er piso, o sus figurillas de acción a las que tanto les tenia aprecio, solo quería hallar su calcetín y poder terminar de una vez por todas con ese capítulo de su vida. En eso escucho el timbre de su puerta y refunfuñó:
- ¿¡Quién diablos me quiere molestar a estas horas de la mañana!?
Había perdido la noción del transcurso de esa hora, ya que se había levantado a las 6:00 de la madrugada, cosa que jamás en su vida hacía ya que contaba con los recursos suficientes para pagarle a sus empleados por hacer los trabajos pendientes de su empresa, para encontrar dichoso papel con la cuenta anotada. Entre harapos se abotonó mal una camiseta ya que iban desfasados, se medió puso los pantalones, y sin cerrar el cierre o el botón, y con los cabellos de punta, literalmente, se dispuso a abrir.
- ¿¡Quien carajos eres y que carajos quieres!? – dijo en voz alta y con el ceño fruncido, tenía los ojos entrecerrados por lo que no vio a quien tenía enfrente.
Una señorita alta, entre los 20 y 30 años, traía maquillaje y peinado de telenovela, de esos que te hacen parecer hermosa a mas no poder, y aunque las facciones delicadas de la dama ya le daban ese aire, el hecho de que trajera el pelo suelto, pero acomodado y brillante de color rojo, maquillaje fino pero que le daba un aspecto de exquisitez y finura por los tonos negros y grisáceos que rodeaban sus parpados, su labial, igualmente rojo, que lucía un tono intenso, pero a la ves sutil, y los pendientes oscuros profundo en forma de rombo que colgaban de sus lóbulos en sus orejas, todo daba el aspecto de una dama hermosa, cosa que él no estaba acostumbrado a ver, y sin embargo más anonadado quedo al ver el vestido que llevaba, lucía un vestido negro de encaje en la zona de las piernas y un escote prominente en la espalda que llegaba a la zona baja de su espalda, un corte vertical en la parte de la falda que dejaba a relucir las piernas bien contorneadas de la sublime damisela que traían puestas una malla café y unos tacones rojos brillante, unas mangas que no conectaban al resto del vestido son lo que llevaba en los brazos, parecían más bien unos guantes sumamente largos aterciopelados y unos cuantos accesorios en sus muñecas, definitivamente una mujer de ensueño salida de la fantasía de cualquier caballero, y ¿ella estaba tocando su puerta? Se dispuso a preguntar.
- Dis… dis… disculpe señorita… cre… cre… creo que se equivocó de direc…. cion…. – la vos la tenía entrecortada y no podía evitar tartamudear.
- Claro que no… ¿Señor Jonathan Aranda? – asintió lentamente con la cabeza y su boca seguía abierta del shock, había olvidado por completo del calcetín. Ella acerco su mano y cerro su boca. – Es un placer, el señor Martínez, su socio y el señor Arriaga, su jefe en su pequeño negocio me mandaron.
- ¿Qué pasa? Estoy seguro de que entregue todo lo que necesitaban y termine el trabajo, no veo que me este… - la mano que ya estaba posada sobre su mejilla se volvió a su boca para callarlo y no lo dejo terminar.
- No, no, no dulzura… Mi nombre es Beatriz, a mí me mandaron como recompensa a levantarlo en este gran día de paga, digamos que vine a despertarlo y a levantar otras cosas, si es que sabe a lo que me refiero. – Asintió de nuevo con la cabeza y se empezó a retirarse de la puerta caminando de espalda todavía con los ojos abiertos a mas no poder.
En cuanto le dio la espalda para ver si todo estaba en orden para tener a tan perfecta mujer en su apartamento cayo en la cuenta… el calcetín lo había olvidado. Se disparó de nuevo a la recamara y dejo a la señorita acomodada en el sillón.
Entre sus pensamientos se decía: “Todo va de acuerdo al plan.” Ella no había sido enviado por ninguno de los jefes de la estafa, ella era una tercer partidaria en busca de la cuenta, ella sabía que todos iban atrás de esa cuenta, los jefes solo querían el dinero, no se disponían a pagarle nada en realidad, pero el insistió en tener de una vez los datos verdaderos o no se retendría y hackearia los datos y quedarían peor sus cuentas bancarias, o vacías, o ellos quedarían expuestos, así que no se pudieron rehusar, su plan también era enviar a una agente para recoger la cuenta, pero Beatriz tenía más informes, ella estaba mejor informada, sabía dónde buscar, sabía que Jonathan tenía todo escondido en su preciado calcetín, así que no esperaba el momento en el que entrara a su habitación y después del favorcito que estaba dispuesta a cumplirle llevarse entre sus cosas el famoso rojo. Fue incluso capaz de prometerle al portero, Don Antonio, un señor de ya 80 años con lentes, bigote blanco y calva cubierta por su gorro bien vestido como botones, la tarjeta de colección dentro del mismo, le pareció ridículo, pero a la ves asombroso que solo le pidiera eso por dejarla entrar.
- Disculpa el desorden Beatriz, en un momento todo estará listo, si quieres pasa a la cocina y sírvete algo en lo que encuentro lo que busco.
- Claro corazón, no te preocupes, tengo mucho tiempo… - sacando la lengua, con la boca bien abierta introduciéndose el dedo a poca profundidad de la misma, haciendo mueca de asco se mofo del pobre iluso.
Camino a la cocina, se sirvió un vaso de agua del garrafón que ahí colgaba, y entre el refrigerador y la barra que sostenía el microondas vio algo que le llamó la atención, parecía un trozo de tela rojo… Acertó se escabullo pensando que nadie la vería y saco de ahí el calcetín robusto con un montón de monedas y papeles… “Lotería” pensó.
Se dirigió a la puerta de salida, y con una ademan estilo capitán de dos dedos en la frente y salió de ahí, la tarjeta la dejo en el puesto del portero salió por la puerta principal, se subió a un auto negro y desapareció.
- Ya no tardo mucho Bea, solo dame unos pocos segundos. - al no escuchar una respuesta salió de la habitación con calzón en mano.
Volteo y solo vio la puerta abierta, el refrigerador ligeramente movido y nos pelos de lana roja tiradas en el suelo… y aunque se imaginaba lo que había pasado, la realidad es, que no supo que paso, ya que de ahí sus jefes y Beatriz se volvieron fantasmas….

PD: perdonen la longitud...

Dwyer Wein


message 193: by Ane (new)

Ane Garmendia Romero | 1 comments Estaba desquiciada. Por la casa, por las niñas. El detonante esta vez había sido un maldito calcetín. En realidad, la cosa no era para tanto. Bien mirado era una nimiedad. ¿Entonces? ¿Porqué se sentía así? El agua habia desbordado el vaso.

Todos tenemos en casa un rincón para los calcetines sin pareja. Esos que desaparecen sin saber como. ¿Se los traga la lavadora? ¿Se caen del tenderete? ¿Viene un alienígena y se los lleva a su planeta para estudiarlos? Es un misterio.

Se había pasado una hora buscando el calcetín rojo. Eran carnavales y Andrea, su hija mayor, querría ponerselos con su disfraz de caperucita en cuanto llegara de la escuela.

Se sentó en la mesa del comedor. Misión calcetín abortada. Tenía que parar un poco. Era lo que le había dicho el médico.

"Maria Pilar", le dijo, "usted lo que necesita ahora es buscar momentos para descansar. Le puedo recetar algo, pero eso no va a hacer que los hechos cambien. Tiene que ir acostumbrándose, es ley de vida"

Estaba sola. Sola en el mundo, así se sentía.

"Hazlo por las chiquillas, Pili", le había dicho su madre en el velatorio, "Se fuerte. Tienes que serlo ahora, mi niña, más que nunca. Hazlo por ti, que eres muy joven. La vida no se acaba aqui".

No, no se acababa. Es más, la vida seguía con total normalidad. Ya había pasado un mes y el mundo no había dejado de girar.

Pero faltaban sus abrazos, sus "qué hay para cenar", sus cuentos inventados para dormir a las niñas...

Todavía no había hecho nada con sus cosas. Deshacerse de la ropa le daba especial miedo. Quizá debiera empezar por algo más pequeñito.

Cuando fue a la cocina y vió el calcetín rojo encima de la mesa, decidió tirarlo a la basura. Apretó el pedal del cubo pero se quedó a medio camino. No era posible. ¡No era posible! Ella, ella... ella no...

Casi corriendo fué a la habitación de Andrea. Y sí, en la cama, extendido, estaba el disfraz, listo para poner. Y sí, encima del disfraz estaba el calcetín rojo, justo donde ella lo había dejado.

Cogió los dos y los junto. Ya está. Ya estaba. Para ella era suficiente. Lloró lo que no había llorado hasta entonces. "Gracias, gracias", decía entre sollozos, "gracias, mi amor"


message 194: by Mer (new)

Mer | 1 comments El calcetin rojo
Era una mañana esplendida, el sol se colaba por las rendijas de la persiana. Marcos abrió los ojos, confundido, le giraba el mundo a su alrededor, estaba mareado.
Claro -pensó - el alcohol de la noche anterior siempre pasa factura la mañana siguiente, mas todavía cuando uno ya no se está en sus veintes, o treintas, tuvo que reconocerse a si mismo con amargura. Se levanto suavemente, despacio, para no provocarse ninguna nausea. Llego al baño se lavo la cara, y se miro al espejo, se sonrio. La verdad es que para haber pasado los 40 todavia el rostro que lo miraba del otro lado era un lindo rostro. Ojos azules, pequeñas arrugas, pero que le daban aspecto de maduro, de sabio, no de viejo. Tenia el cabello tupido, muy negro, ningún rastro de calvicie, y su cuerpo si bien con piel mas tersa que firme, se encontraba flaco, y en forma.
Llamo a su mujer, como siempre hacia cuando ella estaba de viaje, una simple llamada de rutina para saber si estaben tiempo para tomar el vuelo y llega a su casa en algunas horas, y cuando colgó el teléfono empezó a rememorar la noche anterior. Habia hecho su primer cuarteto, habia estado en la cama con dos mujeres y dos hombres, wow, que experiencia fuera de lo normal. No sabia si lo volveria a hacer, pero era una de las cuantas aventuras que se permitia cuando su esposa era de viaje, gracias a dios eso sucedia muy seguido. Era una abogada de divorcios muy conocida, rica, y que lograba dejar siempre a sus clientas contentas.
Se cambio para ir a entrenar, y luego de una hora de correr y un almuerzo cargado en su bar favorito volvió a su casa, tenia que acomodar todo ya que su esposa estaría en su casa en una hora.
Tomo su celular para leer sus e-mails, pero lo sorprendió un mensaje de texto que decía “ soy barbara, una de las chicas de anoche, me olvide un calcentin rojo en tu casa, te aviso por las dudas porque vi las fotos en tu mesa de luz”.
Mierda! ! ! pensó, apresurándose a ir a la habitación para buscar el calcetin, porque no era cualquier calcetin, si era el que habia usado la noche anterior, era el calcetin del portaligas.
No solo habia sido tan idiota como para controlar que no quedara nada en la habitación, sino que habia olvidado sacar las fotos de la mesa de luz, no es que siempre lo hiciera, ya que no tenia ningún amante fija, y la gente que venia a su casa sabia de sus reglas respecto a su privacidad, pero aun asi seria un buen detalle a tomar en cuenta para el futuro.
Revolvió toda la habitación, y no encontró ningún calcetin, siguió buscando por el resto de la casa, nada, no habia nada, ni en los sillones, ni en la cama, en los pisos. Desesperado mando un mensaje a la tal barbara para preguntarle si estaba segura, le confirmo que estaba absolutamente segura de haberlo dejado en su casa.
Las horas pasaban y para su alivio su esposa seguramente con algún retraso en el aeropuerto no llegaba, tenia mas tiempo para buscar en su inmensa casa.
Llego la noche, y el calcetin no aparecia y tampoco su mujer.
Habia buscado durante horas el maldito calcetin y necesitaba relajarse, fue a su pequeña barra donde tenia todas las bebidas alcoholicas se sirvió whisky y luego fue a la heladera a buscar algunos hielos.
Abrió el congelador, cuando lo abrió encontró el maldito calcetin ahí, como demonios habia llegado el jodido calcetin al congelador????
Agarro el calcetin y lo saco respirando aliviado, pero cuando lo estaba por tirar se dio cuenta que habia algo dentro. Un papel y algo mas pequeño, duro, como el chip de un celular.
Giro todo el calcetin y finalmente vio su contenido, un papel y una memoria de 128.
El papel decía “recuerdas la hermana pequeña con la que tu mujer se peleo años atrás? Anoche tuviste sexo con ella, gracias a ti he recuperado a mi hermana y tu has perdido a tu mujer.
p.d.: dice que la casa será suya, y que te prepares para ser pobre.”
Dentro de la memoria estaban fotos, de el con las dos mujeres e incluso con el hombre.
Su mujer nunca volvió, y quince días mas tarde, estaba siendo desalojado de su hermosa mansión.


message 195: by Nightia (last edited Oct 12, 2015 06:48PM) (new)

Nightia Se estaba mareando de tanto dar vueltas en su oficina, pero no podía evitarlo, el movimiento lo ayudaba a concentrarse y eso es justamente lo que necesitaba, concentrarse, no dejar que la preocupación nublara su pensamiento. Lo que tanto habían temido acababa de suceder, después de meses de trabajo, al fin habían encontrado el hormiguero. Llevaba meses observando a su enemigo y según la información recopilada por sus ancestros, el modus operandi no había cambiado en más de 180 años, lo cual lo llevaba a suponer tenían un mes, tal vez menos, para evacuar la ciudad.
Su preocupación se centraba en que harían una vez fuera de allí; el llegar a territorio seguro les tomaría más de un mes, y por más aguerridos que fueran sus soldados, el ejército no podría asegurar la seguridad de todos y combatir al enemigo ni siquiera era una opción, demasiados habían muerto ya buscando acabarlo, podía ser herido, pero no derrotado; sentía que existía una tercera opción, algo que estaba pasando por alto, como si hubiera movimiento en su visión periférica pero al volverse a observarlo no hubiera nada, sabía que había algo pero simplemente no lograba atrapar el pensamiento.
Un sonido fuerte lo sacó de su mente, al caer de vuelta en el mundo material notó que el sonido era alguien en su puerta, había dado instrucciones de que no se le molestará a menos que fuera información de suma importancia, por lo tanto esa llamada a la puerta podía ser la solución a su problema; sin dejar de caminar indicó que la puerta estaba abierta. Allí en el umbral se encontraba su mano derecha, el teniente Myr.
- General, le traigo buenas noticias – dijo Myr, mientras le dedicaba un saludo.
- Descanse Teniente, ¿cuáles son las nuevas? – se sentó y le indicó el asiento en frente.
- Los de Inteligencia nos han informado que el enemigo que nos divisó fue el de menor estatura, además, han logrado localizar el calcetín rojo.
- De verdad que son muy buenas noticias, esto cambia el panorama por completo, Teniente, convoqué a una reunión urgente con todos los altos mandos.
- Sí señor.
Con un movimiento de cabeza le indico que se podía retirar. Una vez cerrada la puerta, se dedicó a revisar la nueva información, habían encontrado el escondite del arma secreta y no solo eso, el enemigo que los avisto era ni más ni menos que el más pequeño de ellos, aquel que llamaban Sam y que aún no era capaz de comunicarse con éxito, lo que quería decir que su ubicación estaba a salvo. Lo más sensato sería iniciar una evacuación ordenada y tranquila hacia las zonas seguras, al mismo tiempo deberían iniciar la destrucción del calcetín.
La información del modus operandi del enemigo había pasado de generación en generación, el enemigo llenaba el calcetín con una mezcla de especias y azúcar irresistible y lo colocaba justo a la entrada del agujero, su aroma era tan tentador que incluso las hormigas de las profundidades salían a echar un vistazo; una vez que la mayoría de los habitantes estuvieran afuera, el enemigo inundaba sus edificios y pasillos con agua hirviendo, de esos atentados solo una tercera parte de la población sobrevivía.
Este avistamiento fue una llamada de alerta, la cual él no iba a dejar que se desperdiciara, ya era tiempo de que se movieran. Suspiró, venían tiempos difíciles, una mudanza nunca era fácil, pero iban a estar bien, de eso estaba seguro.
Fernanda A.


message 196: by Lilian (new)

Lilian | 5 comments LG 348-12 era feliz. Se encontraba muy agusto en su nueva família, la anterior, un ejecutivo solo y angustiado por su trabajo siempre de viaje y con sus trajes de color negro, no le daba ninguna satisfación. Pero ahora si, vivia con una família dedicados a la huerta y dos niños que no paraban de ensuciarse todo el dia, LG 348-12 estaba en el paraiso. Camisetas de colores, sabanas con dibujos, peluches, calzoncillos de superheroes, tangas sexys...eso si que era un buen trabajo, le gustaba sentir su tambor lleno de colores.
En la habitación de los niños se respiraba terror, pánico...otra vez como cada mañana la madre recogió la ropa sucia para llevarla a lavarla, hizo un buen montón y la metió toda en la cesta de la ropa sucia. Un silencio aterrador se apoderó de todos, que decidiria hoy, color...blanco...delicado... la tapadora se abrió y la mano de la mujer entró en la cesta cogiendo una camiseta de color verde, el veredicto habia llegado, aquella mañana tocaba color. Los calcetines qué habian oido los rumores que corrian sobre aquella lavadora nueva se apresuraron a entrelazarse con sus parejas, y de golpe todo empezó a girar. Intentaron disfrutar del baño de espuma, oian a el resto de la ropa como gritaban de alegria con el subir y bajar de las vueltas del tambor, todos lo pasaban muy bien, todos excepto los calcetines. Habia un par de ellos que especialmente se agarraban con mas fuerza que los demás, los calcetines rojos de la suerte de Lluc, siempre los utilizaba para ir a la escuela, para los examenes, para los campeonatos de judo, ellos sabian lo importantes que eran, no podian desaparecer. Llegó el momento, aquel ruido junto una velocidad aterradora hacian que la ropa entrara en un estado de inconsciencia, cada vez iba mas rápido, el ruido se adentrada en cada tejido de las prendas, cada uno de ellos fue cayendo, los ultimos fueron los calcetines rojos.
Lluc fué a recoger la ropa que su madre habia tendido esa mañana, especialmente queria saber si sus calcetines rojos de la suerte ya estaban limpios, encontró uno de ellos, asi que empezó a buscar. A las 12 tenia examen y eran las 10 de la mañana, no podia perder mucho tiempo, buscó en el patio de abajo, debajo de la cama, dentro de los camales de los pantalones...nada no aparecia. Empezó a preocuparse, se pasó una hora buscando el calcetin rojo, ¡donde demonios estaría! Se le ocurrió una idea, mirar en la lavadora. Se agachó, abrió la puerta y primero no vió nada però luego alli, enganchado a la goma como quien se aferra a la vida en sus ultimos minutos lo vió, estaba arrugado, però no le importaba, «vaya susto me has dado calcetin» le dió un beso y se lo colocó. Lluc salió feliz y seguro de casa sin sospechar que a la mañana siguiente a sus calcetines les esperaba una nueva y dura prueba.


message 197: by Victor (new)

Victor | 2 comments Hola Literautas,

Aqui les presento un cuento escrito por mi padre de 87 anhos de edad, "El Calcetin Rojo del Virrey". Es muy largo, 9 paginas, y decidi publicarlo en su website. Lo pueden escontrar aqui;
http://www.loscuentosinfantiles.com/e...

Gracias por cualquier comentario sobre el cuento. Creo que el no siguio todas las reglas pero despues de haber escrito 9 paginas no le quise decir de las reglas.

V.


message 198: by Lulu (new)

Lulu | 1 comments La búsqueda

Pecas decidió que ya era hora de sacar el hocico del interior del cesto de la ropa sucia; su olfato le decía que definitivamente, lo que buscaba no estaba allí.

Abandonó el cuarto de la colada y avanzó por el pasillo dejando un rastro húmedo donde su nariz llegaba a tocar el suelo. Hizo una parada estratégica en el salón rodeando cada mueble para llegar a la misma conclusión y después de hacer lo mismo en la cocina, se acercó hasta el pie de la escalera. Una vez allí levantó la cabeza y olfateó el aire y su cola comenzó a balancearse de lado a lado mientras subía saltándose algunos escalones. Había encontrado el rastro, era leve y resoplaba cada vez que otros aromas invadían sus potentes fosas nasales.

Ya arriba, reanudó la búsqueda y para su sorpresa aquel olor le guió hasta el cuarto de baño. El rastro desaparecía frente al urinario y Pecas ladeó la cabeza, algo contrariado. Se asomó al interior de la vasija y estornudó varias veces al inspirar los fuertes humores que aquello despedía pero aún así, su portentoso sentido olfativo le decía que estaba cerca lo que buscaba. Algo mareado retornó al suelo y finalmente descubrió el ingenioso escondite.

Entre la pared y la cisterna se encontraba la razón de sus desvelos. Tomó entre sus dientes aquel trozo de tela mugrienta que una vez había formado parte de unos calcetines rojos, los favoritos de su dueña. Entró en el dormitorio y al llegar a los pies de la cama dio varias vueltas en el mismo sitio, como si persiguiera su propia cola. Cuando estuvo satisfecho se tumbó y cerró los ojos con el ajado calcetín cubriendo su hocico. Era para él desde hacía años, la mejor manera de procurarse un sueño relajado y reparador.


message 199: by Kattha (new)

Kattha | 1 comments El calcetín rojo.

Levantó su mano derecha y con sus dedos quitó el cabello rubio que molestaba en sus ojos, miró desconcertada la habitación entera, obviamente no era la suya, ¿dónde estaba? Se miró a sí misma, estaba sentada en ropa interior en la cama de alguien.
- Bebí demasiado – Se dijo.
La sábana que estaba detrás de ella se movió, al darse vuelta enseguida vio que se trataba de un joven de cabello castaño que dormía tapado hasta la cintura.
Giró a ambos lados buscando su ropa, quería escapar lo más pronto posible de su casa sin que él se diera cuenta, buscó en la cama pero no la encontró. Enseguida se dio cuenta de que había unos trapos en el piso todos desparramados.
- ¡Mi ropa! – exclamó en silencio.
Empezó a cambiarse lo más rápido que podía. Cuando quiso ponerse la otra zapatilla le faltaba el otro calcetín rojo.
- ¡Rayos! – se dijo a sí misma, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.
Recordó que la noche anterior había quedado con Nicolás para encontrarse en una cita. Días atrás se había registrado en una red social para conocer chicos y Nicolás era uno de los que más le gustaba. Si bien se le cruzó la idea del sexo en la primera cita, se la sacó enseguida de la cabeza, quería conocerlo de otra manera.
Sacudió la cabeza todavía pensativa. Tenía que encontrar el calcetín sin que él se despertara, comenzó a ver más cuidadosamente todos los lugares de la habitación que estaba medio oscura, decidió que desde donde estaba no iba a lograr ver mucho así que se paró y comenzó a caminar sigilosamente; buscó por casi todos los lugares de la habitación sin obtener resultados.
Miró su reloj y habían pasado casi cincuenta y dos minutos que hacía ya buscándolos.
- ¡Mierda! Tengo que apresurarme – pensó.
Había quedado en almorzar con su madre y no quería llegar tarde. Movió más rápido los pies, pero ya no le importaba mucho si hacía ruido o no. Tenía suerte de que Nicolás no se moviera desde que lo vio en la cama.
- Vaya suerte la mía – se decía mientras recorría con ojos de águila los lugares que le faltaba revisar.
En un giro de su mirada ve que algo cuelga del costado de la mesa de luz, parecía un trapo pero no distinguía ver de qué olor era.
- ¡Sí! – dijo entusiasmada viendo que ya había encontrado su calcetín rojo.
Para mala suerte de ella la mesa de luz donde se encontraba del lado que dormía Nicolás. Se dirigió despacio hacia el objeto, aún con poca luz se había dado cuenta de que era su calcetín, podía reconocerlo a oscuras. Con cara de triunfo tiró de la punta del calcetín y quiso salir rápido de ese lado, no quería que Nicolás la vea cuando se fuera. Para completar su mala suerte, el calcetín estaba enganchado en la lámpara de luz. El ruido que hizo la lámpara cuando cayó despertó a Nicolás, pero no completamente. Inmovilizada, Marilin se agacha a levantar su calcetín lo más despacio que pudo. Le da la espalda para terminar de ponerse la otra zapatilla y acelera el paso. Ya le faltaba poco para salir de la habitación.
- Buen día Marilin – le dijo Nicolás con voz ronca, todavía no había despertado completamente.
La joven hippie comenzó a ruborizarse, se sentía como una espía que fue descubierta, volteó hacía Nicolás y con gesto de no saber qué hacer le responde con una sonrisa.
Riéndose Nicolás se levanta para acompañarla hasta la puerta. Mientras ella se marchaba, él la observaba gustoso de haberla conocido.
- se pasó una hora buscando el calcetín rojo – pensaba sonriendo – sin darse cuenta de que la había observado todo el tiempo.


message 200: by Cheko (new)

Cheko Yiyi | 1 comments El Presidente - Todas las mañanas de Septiembre son iguales, se respira patriotismo y hasta el viento huele a cohetes y juegos artificiales, me paro en mi balcón y admiro el paisaje y ¿Qué veo? Veo un color rojo intenso a lo lejos y muchísima gente, parece que algo me quieren decir.
El Presidente – Gavi! Gavi! Despierta tráeme los miralejos, quiero ver algo es de color rojo y hay mucha gente.
La Gavi – Toma, no se llaman miralejos, se llaman binoculares, deberías leer más, a nosotros en la escuela de actuación nos ponían a leer mucho, ya sabes revistas como TV y Novelas, TV y notas, mmm Cosmopolitan, bueno leíamos mucho. Oye y ¿Qué es lo que se ve rojo?.
El Presidente – Es un numero pintado en una lona, es el numero 43 – exclamo con alegría por haber descifrado tan dificultoso dato.
El Presidente – Se me hace que en total de la gente que está ahí son 43, Sí! Ya se eso mismo me quieren decir, que vinieron 43 personas a buscarme. ¿Pero para que vendrían a buscar al Presidente de la República Mexicana? – Alardeo con mucha presunción.
La Gavi – Pues para mí que quieren ir al grito contigo esta noche, acuérdate hoy es 15 de Septiembre hoy hace muchos años gritamos los mexicanos y mexicanas.
El Presidente – Gavi pero si todos los días la gente grita en las calles, para mí que esos 43 que están ahí afuera no vienen por lo del grito de independencia, vienen por lo de tu casa ya vez para que la comprabas.
La Gavi – No manches, nuestra casa, somos un matrimonio ante la sociedad, acuérdate no porque andes con tus amiguitas las gatitas ya vas a decir que no somos esposos; okay te paso que no seas muy hombrecito en la cama, y que te cache besándote con ya sabes quién, ojalá hubiera sido una mujer, pero en fin, pero ante la sociedad somos marido y mujer, ni modo hay que aguantarnos un par de años y como si nada ya después el dinero lo dirá.
El Presidente – Hay Gavi no exageres solo fue un beso, lo otro pues ya lo sabías antes de casarnos así que ni te quejes. Oye hoy mi País me va a ovacionar adivina por qué. Me pondré mi banda presidencial, saldré al balnocito del palacio de gobierno, y daré el grito, pero lo más importante, mis calcetines estarán en modo patriota ja ja ja.
El Presidente – mmm hablando de mis calcetines ¿dónde está el rojo?, estoy seguro que lo deje a un lado del verde – y así se pasó una hora buscando el calcetín rojo.
El Presidente – Sabes con estos calcetines estoy seguro que mi pueblo me amará, porque les estoy demostrando cómo amo a mi México lindo y querido.


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