Al proteger a nuestros hijos de la adversidad, ¿les hemos inculcado un miedo mortal a ella? Al reforzar su autoestima con falsos elogios y librándolos de las consecuencias de sus actos en el mundo real, ¿los hemos hecho menos tolerantes, más arrogantes e ignorantes de sus propios defectos de carácter? Al ceder a todos sus deseos, ¿hemos fomentado una nueva era de hedonismo?