Liderazgo: Seis estudios sobre estrategia mundial
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Cualquier sociedad, con independencia de cuál sea su sistema político, se encuentra en un tránsito perpetuo entre un pasado que conforma su memoria y una visión del futuro que inspira su evolución. En ese recorrido, el liderazgo es indispensable: hay que tomar decisiones, ganarse la confianza, mantener las promesas, proponer una forma de avanzar.
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Los líderes piensan y actúan en la intersección de dos ejes: el primero, entre el pasado y el futuro; el segundo, entre los valores perdurables y las aspiraciones de aquellos a los que lideran.
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Para que las estrategias inspiren a la sociedad, los líderes tienen que ser didácticos: comunicar los objetivos, mitigar las dudas y movilizar apoyos.
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Si bien el Estado tiene por definición el monopolio de la fuerza, la dependencia de la coerción es síntoma de un liderazgo inadecuado; los buenos líderes despiertan en el pueblo el deseo de caminar a su lado.
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Además, deben motivar a su entorno inmediato para que traduzca sus ideas, de manera que estas guarden relación con la...
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Los líderes pueden verse magnificados —o debilitados— por las cualidades de quienes les rodean.
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Los atributos vitales que necesita un líder para afrontar estas tareas, y el puente entre el pasado y el futuro, son la valentía y el carácter: la valentía para elegir una dirección entre diversas opciones complejas y difíciles, lo cual requiere voluntad para trascender la rutina; y la fuerza de carácter para mantener un curso de acción cuyos beneficios y peligros, en el momento de la elección, solo pueden vislumbrarse de forma incompleta.
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El liderazgo es aún más esencial durante las transiciones, cuando los valores y las instituciones pierden relevancia, y el plan esbozado para un futuro digno es objeto de disputa. En esos momentos, los líderes están llamados a hacer diagnósticos y a pensar de manera creativa:
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Los líderes están inevitablemente cercados por restricciones. Actúan en la escasez,
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actúan en una situación de competencia, pues deben enfrentarse a otros actores
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con frecuencia los acontecimientos suceden con demasiada rapidez para permitir un cálculo preciso; los líderes tienen que hacer juicios basados en intuiciones e hipótesis que no pueden probarse en el momento de la decisión.
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Para el líder, la gestión del riesgo es tan crítica como la capacidad de análisis.
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Una «estrategia» es la conclusión a la que llega un líder en estas condiciones de escasez, tempora...
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El castigo por un exceso de ambición —lo que los griegos llamaron hubris— es el agotamiento, mientras que el precio por dormirse en los laureles es una irrelevancia progresiva y la decadencia final.
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El líder estratega se enfrenta a una paradoja inherente: cuando las circunstancias demandan una respuesta inmediata, el margen de decisión suele ser mayor si la información relevante es más escasa. Cuando se dispone de más datos, el margen de maniobra tiende a estrecharse.
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Winston Churchill lo entendió bien cuando escribió en Cómo se fraguó la tormenta (1948): «Los hombres de Estado no solo están llamados a resolver cuestiones fáciles. Esas a menudo se resuelven solas. Es en el momento en que el equilibrio zozobra y las proporciones quedan ocultas por la niebla cuando se presenta la oportunidad de tomar decisiones que salven al mundo».
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Fruto de que la realidad es compleja, la verdad en la historia difiere de la verdad en la ciencia.
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Los experimentos científicos ratifican o ponen en duda resultados anteriores, lo que da a los científicos la oportunidad de modificar las variables y repetir sus pruebas experimentales. A los estrategas se les suele permitir una única prueba; normalmente sus decisiones son irrevocables.
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A finales del siglo XX, Isaiah Berlin explicó la imposibilidad de aplicar el pensamiento científico más allá de su ámbito y, en consecuencia, el desafío continuo del oficio de estratega. Sostuvo que el líder, al igual que el novelista o el pintor de paisajes, debe absorber la vida en toda su deslumbrante complejidad,
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Konrad Adenauer, Charles de Gaulle, Richard Nixon, Anwar Sadat, Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher— fueron modelados por las circunstancias de su dramático periodo histórico. Todos se convirtieron además en artífices de la evolución de sus sociedades y del orden internacional durante la posguerra.
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Tras heredar un mundo en el que la guerra había anulado cualquier certeza, redefinieron los propósitos nacionales, abrieron nuevas perspectivas y dotaron de una nueva estructura a un mundo en transición.
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A su manera, los seis líderes pasaron por el horno de fuego de la «segunda guerra de los Treinta Años», es decir, la serie de conflictos destructivos que abarca desde el inicio de la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1945.
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Al igual que la primera guerra de los Treinta Años, la segunda empezó en Europa, pero se extendió a todo el mundo. La primera transformó a Europa, que pasó de ser una región en la que la legitimidad provenía de la fe religiosa y la herencia dinástica a un orden basado en la igualdad soberana de los Estados laicos y empeñado en difundir sus preceptos por todo el mundo. Tres siglos después, la segunda guerra de los Treinta Años retó a todo el sistema interna...
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Europa había entrado en el siglo XX cuando se encontraba en el momento álgido de su influencia mundial, convencida de que era seguro —si no inevitable— que su progreso ...
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Esta visión utópica alcanzó su apoteosis en un exitoso tratado de 1910, La gran ilusión, del periodista inglés Norman Angell, que sostenía que la creciente interdependencia económica entre las potencias europeas había hecho que la guerra fuera prohibitivamente cara. Angell proclamó «el irresistible distanciamiento del hombre del conflicto y su acercamiento a la cooperación».[8] Esta y muchas otras predicciones comparables no tardarían en ser desmentidas;
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De las principales potencias europeas, solo Reino Unido había conservado sus instituciones políticas de antes de la guerra, pero estaba en bancarrota y pronto tendría que enfrentarse a la pérdida progresiva de su imperio y a persistentes dificultades económicas.
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Adenauer (nacido en 1876), que fue alcalde de Colonia entre 1917 y 1933, se vería influida por el conflicto de entreguerras con Francia por la región de Renania, así como por el ascenso de Hitler; durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis le encarcelaron en dos ocasiones.
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A partir de 1949, Adenauer sacó a Alemania del momento más bajo de su historia, dejando de lado la aspiración de dominar Europa, que había estado presente durante décadas, anclando su país en la Alianza Atlántica y reconstruyéndolo sobre una base moral que reflejaba sus propios valores cristianos y sus convicciones democráticas.
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Charles de Gaulle (nacido en 1890) fue prisionero de guerra dos años y medio en la Alemania guillermina durante la Primera Guerra Mundial; en la Segunda, dirigió al principio un regimiento de tanques. Después, tras el colapso de Francia, reconstruyó la estructura política del país en dos ocasiones: la primera en 1944, para restablecer la esencia de Francia, y la segunda en 1958, para revitalizar su alma y evitar una guerra civil. De Gaulle guio la transición histórica de Francia, q...
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Richard Nixon (nacido en 1913) sacó una lección de su experiencia en la Segunda Guerra Mundial: su país debía desempeñar un papel más importante en el orden mundial que nacía entonces. A pesar de ser el único presidente estadounidense que ha dimitido de su cargo, entre 1969 y 1974 modificó las tensiones existentes entre las superpotencias en lo peor de Guerra Fría y sacó a Estados Unidos de la guerra de Vietnam. De paso, situó la política exterior estadounidense en una posición global y constructiva, abriendo las relaciones con China, iniciando un proceso de paz que transformaría Oriente ...more
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Anwar Sadat (nacido en 1918), entonces oficial del ejército egipcio, fue encarcelado durante dos años por intentar, en 1942, colaborar con el mariscal de campo alemán Erwin Rommel en la expulsión de los británicos de Egipto, y luego durante tres años más, gran parte de ellos en régimen de aislamiento, tras el asesinato de Amin Osman, exministro de Finanzas probritánico.
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Motivado durante mucho tiempo por convicciones revolucionarias y panárabes, en 1970 Sadat fue proyectado, debido a la repentina muerte de Gamal Abdel Nasser, a la presidencia de un Egipto que había quedado conmocionado y desmoralizado por la derrota en la guerra de 1967 contra Israel. Mediante una astuta combinación de estrategia militar y diplomacia, procuró devolver a Egipto los territorios perdidos y la confianza en sí mismo, al tiempo que aseguraba la tan ansiada paz con Israel con una filosofía trascendental.
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Lee Kuan Yew (nacido en 1923) se libró por poco, en 1942, de ser ejecutado por los japoneses que ocupaban su país. Lee trazó la evolución de una ciudad portuaria empobrecida y multiétnica al borde del Pacífico y rodeada de vecinos hostiles. Bajo su tutela, Singapur se convirtió en una ciudad-Estado segura, bien administrada y próspera, con una...
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Margaret Thatcher (nacida en 1925) se reunía con su familia en torno a la radio para escuchar las retransmisiones de la guerra del primer ministro Winston Churchill durante la batalla de Inglaterra. En 1979, el Reino Unido que heredó era una antigua potencia imperial cargada de un aire de fatigada resignación por la pérdida de su influencia global y el declive de su importancia internacional. Ella renovó su país mediant...
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El historiador Andrew Roberts nos recuerda que, aunque la idea más común de «liderazgo» connota una bondad inherente, el liderazgo «es, en realidad, completamente neutral desde un punto de vista moral, tan capaz de llevar a la humanidad al abismo como a las tierras altas iluminadas por el sol. Es una fuerza proteica de un poder aterrador» que debemos tratar de orientar hacia fines morales.
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En todas las sociedades y en cualquier nivel de responsabilidad, se necesitan administradores que guíen a diario las instituciones que se les confían. Pero, durante los periodos de crisis —ya sea este una guerra, un cambio tecnológico rápido, una disrupción económica inquietante o turbulencias ideológicas—, la gestión del statu quo puede ser el curso más arriesgado de todos.
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En las sociedades afortunadas, esos momentos convocan a líderes transformadores. Sus diferencias pueden clasificarse en dos tipos ideales: el estadista y el profeta.
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Los estadistas visionarios comprenden que tienen un par de tareas esenciales.
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preservar su sociedad, manipulando las circunstancias en lugar de dejarse abrumar por ellas.
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atenuar la visión con la cautela, teniendo en cuenta una cierta noción de los límites.
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los estadistas tienden a establecer protecciones ante la posibilidad de que incluso los planes mejor elaborados puedan frustrarse, o de que la formulación más elocuente tenga motivos ocultos. Tienden a desconfiar de quienes personalizan la política, pues la historia muestra la fragilidad de las estructuras que dependen en gran medida de una personalidad.
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Ambiciosos pero no revolucionarios, trabajan en lo que perciben como la corriente de la historia, haciendo avanzar a sus sociedades, al tiempo que consideran sus instituciones políticas y valores fundamentales como una herencia
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Los líderes sensatos que encajan con la calificación de estadista reconocerán cuándo las nuevas circunstancias exigen que se superen las instituciones y los valores existentes. Pero entienden que, para que sus sociedades prosperen, tienen que asegurarse de que el cambio no excede lo que estas pueden soportar.
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El segundo tipo de líder —el visionario o profeta— trata a las instituciones predominantes no tanto desde la perspectiva de lo posible como desde una visión de lo imperativo. Los líderes proféticos invocan sus visiones trascendentes como prueba de su honradez.
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Anhelan un lienzo en blanco en el que imponer sus proyectos, adoptan como tarea principal la de borrar el pasado, con sus tesoros y sus trampas.
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Como creen en las soluciones definitivas, los líderes proféticos tienden a desconfiar del gradualismo y lo consideran una concesión innecesaria al tiempo y las circunstancias; su objetivo es trascender el statu quo, y no tanto gestionarlo.
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La línea divisoria entre los dos tipos puede parecer absoluta, pero no es impermeable. Los líderes pueden pasar de un modo a otro,
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En la práctica, los seis líderes que aparecen en este libro lograron una síntesis de las dos tendencias, aunque se inclinaron por el modelo estadista.
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Si el estadista evalúa las posibles líneas de actuación basándose en su utilidad más que en su «verdad», el profeta considera este enfoque un sacrilegio, un triunfo de la conveniencia sobre el principio universal. Para el estadista, la negociación es un mecanismo de estabilidad; para el profeta, puede ser un medio para convertir o desmoralizar a los adversarios. Y si, para el estadista, la preservación del orden internacional trasciende cualquier disputa que se produzca en su seno, los profetas se guían por su objetivo y están dispuestos a derrocar el orden existente.
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los líderes se enfrentan inevitablemente a un reto constante: impedir que las exigencias del presente abrumen al futuro.
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