través de las muñecas —repitió Metherell—. Era una posición sólida que trabaría la mano; si los clavos hubieran penetrado las palmas, su peso hubiera causado que la piel se desgarrara y se hubiera caído de la cruz. Por lo tanto los clavos traspasaron sus muñecas, aunque se consideraban parte de la mano en el lenguaje de esa época.