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Solo rezaba para que un día mi madre viera mi decisión de casarme con él como lo que era: la llave hacia una nueva vida.
Nuestra relación se basaba en una sola cosa: mi mundo era una habitación oscura y sin ventanas, y él era una puerta.
Dos luces rojas me miraban desde una esquina oscura debajo de la ventana.
no me di cuenta de que, desde que había llegado a la hacienda San Isidro, no había visto un solo gato.
construcción indígenas, de ladrillos de barro, fibra de agave y arcilla que habían resistido siglos de terremotos e inundaciones, esta pared era diferente.
la lista que me informó de que debía de haberse perdido en el camino, porque nunca la recibió.