Salió un niño, con suerte de cinco o seis años, que se puso a cantar “Llueve sobre la ciudad”. Yo estaba fascinado, hasta que cantó: “La muerte es mi felicidad / lo sé muy bien / hoy voy a considerarla una vez más / y más que ayer”. Sentí una especie de golpe en el pecho. Una mezcla de incomodidad y tristeza que tuve que disimular por buena educación.

