Kindle Notes & Highlights
Ojalá pueda convencerlos de que, impulsado por la fuerza de los eventos de la vida, cualquiera puede escribir una canción.
Creo que las experiencias no sirven de nada si uno no puede compartirlas, y que el valor personal que damos a las melodías y las letras que amamos siempre terminará por imponerse, más allá de los datos que puedan entregar los autores.
En los veranos el calor del pavimento se mezclaba con el olor a polvo y a neoprén.
Mi papá estudiaba guitarra clásica en Artistas del Acero, un centro cultural derivado de la siderúrgica Huachipato, donde trabajaba. Al final todos pasamos por ahí: mi mamá hizo un curso de análisis literario, yo estudié piano, y años más tarde también Francis tomaría clases de guitarra.
Fue una amiga quien nos contó que había escuchado “El detenido” en la radio. Por un lado, no lo podíamos creer. Habíamos leído un montón de historias de bandas de rock y sabíamos que la aparición en el dial era el momento clave en que se empezaba a torcer el destino.
El camino entre la ansiedad y la frustración se nos hizo muy corto. Acumulamos horas de falsa expectativa. Al fin, la medianoche de un domingo “El detenido” sonó por primera vez en la radio reloj Sony que teníamos en el velador.
La canción siempre busca por donde transitar. Está en su naturaleza.
Nuestro disco debut salió los primeros días de abril de 2001, bajo etiqueta Big Sur, un pequeño sello formado por dos exempleados de Sony Music,
Recibir las primeras copias del álbum fue muy especial. Ver tus canciones en un disco es alucinante.
Al cabo de unas semanas, Coyote también trajo su guitarra y su ampli de Osorno.
Mi parte favorita es donde aparece un borracho bailando mientras se peina con las manos.
La intimidad con ambos instrumentos no solo moldearía su temperamento quieto y reflexivo, sino también la alegría subterránea de quien a corta edad consigue adivinar su lugar en el mundo.
Por ejemplo, para explicar la naturalidad con que la melodía de “I’ll Cry Instead”, de los Beatles, transita por el puente para retornar al verso, decía “aquí John Lennon sale de su casa, deja la puerta abierta, va a comprar pan, y luego vuelve y entra de nuevo, como si nada”.
“Los obreros silban al pasar bajo el umbral / de su soledad”: cómo me gusta esta frase… Está inspirada en una imagen de la película Metrópolis, de Fritz Lang, y en el recuerdo de cuando éramos niños y pasaban a buscar a mi papá en un bus para ir a trabajar a Huachipato.
Parecía fácil de explicar y difícil de olvidar. Sería el video donde unos huevones tocan arriba de una micro. Le comenté la idea a Lozano y al resto de los muchachos, y les encantó.
Que alguien diera el asiento, las tomas de la cámara de seguridad, y por supuesto las naranjas, que eran una muestra de la admiración que sentía Lozano por El Padrino, película en la que cada vez que hay una muerte importante aparece la fruta en escena.
Sin embargo, el cénit de la noche fue “Miño”. Esa canción que había nacido de un hecho tan duro e individual, se manifestó por primera vez como una vigorosa y genuina expresión comunitaria. En un Teatro Providencia repleto, escuchamos a mil doscientas personas cantar nuestra canción. La cantaron fuerte, mucho más fuerte que nosotros, y eso abrigó el corazón del grupo para siempre.
Con ella también cerramos nuestra presentación en Plaza Dignidad, en diciembre del 2019.
Amaba sus particularidades y sentía que ella amaba las mías. Si lo lleváramos a la teoría de conjuntos, nuestro diagrama tenía una amplia zona de intersección.
Ceci, quien todos esos días había estado sirviendo los copetes, para nuestra sorpresa se acercó, nos entregó su tarjeta y nos dijo: “Chiquillos, me encantó conocerlos. Soy la encargada de artistas y repertorio de Sony Music. Los quiero firmar para la compañía, creo que juntos podemos hacer grandes cosas”.
La fecha que más recuerdo fue la que hicimos en el Teatro Municipal de Iquique. Los cinco, más nuestra mánager y tres técnicos, nos subimos a un pequeño furgón conducido por don Manuel, un chofer que compartíamos con la banda de cumbia argentina Garras de Amor, y a quien habíamos bautizado como “El rey del metro cuadrado” por su habilidad de estacionarse en espacios
Cuando llegó la hora de los MTV Music Awards, ya nadie tenía ganas de ir. Nos queríamos quedar encerrados en el departamento de Arturo tocando las guitarras nuevas.
Cada línea debía tener su propio carácter y constituir en sí misma lo que Stanley Kubrick llamaba una unidad insumergible.
Recuerdo que me llamó la atención la frase “solicitar una visa para no morir”. Yo pensé de inmediato en la palabra “visa”, en su acepción de “permiso”. Sin embargo, Mauro me aclaró que se refería a la tarjeta de crédito que su papá le había prestado durante un tiempo. Curiosamente, hasta el día de hoy no puedo pensar en la tarjeta, sino que sigo interpretando la letra a mi manera.
Si hay algo que la historia ha demostrado, es que cuando un argentino está a cargo, solo le interesan los proyectos argentinos. Si no viene una orden de más arriba, el resto les importa una soberana raja.
A veces el Ale y yo nos juntábamos con unos hermanos evangélicos que tocaban en la iglesia. Tratábamos de tocar “Boys Don’t Cry”. Ellos tocaban mejor que nosotros. Porque uno puede decir muchas cosas de los canutos, pero de que tocan bien, tocan bien.
Me fui a acostar fantaseando con la idea de un hombre que de tanto ser tratado como un perro terminaba creyéndose uno. Desperté a las cuatro de la mañana, bajé al comedor y preparé un té. Agarré lápiz y papel y comencé a escribir “Vida de perros”.
Salió un niño, con suerte de cinco o seis años, que se puso a cantar “Llueve sobre la ciudad”. Yo estaba fascinado, hasta que cantó: “La muerte es mi felicidad / lo sé muy bien / hoy voy a considerarla una vez más / y más que ayer”. Sentí una especie de golpe en el pecho. Una mezcla de incomodidad y tristeza que tuve que disimular por buena educación.
las ideas y formas quedan en una capa de nuestra humanidad en formación.
En una entrevista, el director de televisión Daniel Sagüés, amigo de Camiroaga, dijo que “Ángel para un final” no solo era la canción favorita del animador sino también la que quería que tocaran en su funeral. El tema comenzó a sonar por todas partes, y nuestra versión también. Era una coincidencia realmente lamentable.
Cuando terminó de escuchar, preguntó: “¿Quieren que les dé la versión larga o corta de lo que opino?”. “La larga”, dijimos nosotros. Habló más de una hora sin parar. Partió en el Siglo de Oro español y terminó con Radiohead, pasando por Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui y Black Sabbath. Conocedor profundo de la obra de Silvio, Manuel estaba realmente emocionado.
“Bailando solo” es una canción que trata sobre las drogas. Si “Cura de espanto” está inspirada en la marihuana, “Bailando solo” en el éxtasis. Trata sobre dejarse llevar por la música en un trip de aquellos. Sé que al revelar esto echo abajo cualquier idealización relacionada con el estupendo video que dirigió Pascal Krumm.
entre “Dancing With Myself”, de Billy Idol, y “Dancing in The Dark”, de Bruce Springsteen, salió lo de “bailando solo / en la oscuridad”.
Aunque Chile es un país conservador, a lo largo de dos años la canción chilena que más sonaba en las radios trataba sobre un viaje de drogas. Y nadie se dio por enterado.
A esa altura todos veíamos en blanco y negro. Los autoritarios de mierda y los flojos culiaos. Todos fuimos responsables.
Nuestras canciones siempre hablaron, principalmente, de anhelar un mejor modo de vivir en comunidad y de sentirnos capaces y merecedores del amor verdadero.

