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Desde entonces la «muerte» no me ha inspirado ningún temor. Sin embargo, la experiencia me ha legado cierta tendencia a «implicarme» menos en la vida, como si tan solo estuviera «dejando pasar el tiempo». No es algo triste, pero me siento desapegada, feliz por ser solitaria y resistirme a los intentos por mantenerme en situaciones «permanentes» que puedan «anclarme» a la tierra, emocional y prácticamente (como la maternidad o relaciones a largo plazo).
En los días anteriores a su muerte, recuerdo que solía señalar a una puerta y susurrar: «Mira quién ha venido, están en la puerta». A mi abuela no le gustaba que dijera estas cosas y solía salir de la habitación. Él le dijo que el difunto padre de ella estaba allí, junto a él.
No está claro por qué es necesario aprender de nuestras acciones pasadas si la conciencia se extingue con la muerte del cuerpo físico. De hecho, después de un estudio sistemático de las ECM desde el punto de vista del examen vital, se ha sugerido que este último solo es comprensible si consideramos que la vida continúa de algún modo; hasta tal punto sus consecuencias son trascendentales.
Hay una saturación de tratamientos, que normalmente provocan un gran malestar, con la esperanza de engañar a la muerte: cirugía con resultados inciertos y prolongadas estancias en la UCI cuando la situación es inútil. En nuestra sociedad creemos que, si nos equivocamos en el tratamiento, el error ha de ser por exceso y no por defecto, y despojamos al paciente de su dignidad.278
