A través de los años, los hibakushas empezaron a temer la aparición de «puntos violetas», diminutas hemorragias superficiales sintomáticas de leucemia. Y después otras formas de cáncer, distintas de la leucemia y con períodos de latencia más largos, empezaron a revelarse a una velocidad mayor que la normal: carcinomas de la tiroides, los pulmones, los senos, las glándulas salivares, el estómago, el hígado, el tracto urinario y los órganos reproductivos, tanto del hombre como de la mujer. Algunos supervivientes —niños incluidos— desarrollaban lo que se llamó cataratas de la bomba atómica.
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