Recuerdo bien que, de pequeña, lo que más me impresionaba —o me arrebataba incluso en la historia de Pinocho— era la imagen del niño salvando al adulto, el hijo salvando al padre. También, como Paul Auster, asocié aquello con el relato bíblico de Jonás en el vientre de la ballena. Mi ballena eran treinta años de silencio, de mitos, de verdades a medias. Pero, sobre todo, treinta años de ausencia.