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Kindle Notes & Highlights
Dios puede castigarte porque sabe todo de ti, incluso lo que no le cuentas a nadie y lo que haces cuando nadie te ve. Qué determinante es no tener privacidad mental cuando se está construyendo la psique,
Qué forma tan violenta de erosionar el mundo interior.
Qué modo de arruinarle el despertar sexual a una persona. Otro desfalco vital con cargo a la religión.
Pero sé que mis traiciones liberan, que abren paso a la conformación de otros vínculos, especialmente para los de las generaciones de abajo. Los que crecerán. Los que vendrán.
Algo esencial cambió cuando fui capaz de comprender que esa mujer no era sólo mi madre, sino que primero era mujer. Una suave y áspera, enamoradiza y deseante, furiosa y arrepentida, bellísima, sexual, cansada, recelosa. Esa mujer era todo eso. Y
el viaje de los años. Adorar a la madre, luego odiarla, quererla lejos, volver a amarla, comprenderla. Ese viaje.
Y es necesario nombrar a la ansiedad para que ese estribillo que cantan los “cálmate, no va a pasar nada” deje de repetirse porque es un sinsentido. Porque el hecho es que sí ocurre algo, pero ocurre dentro. Una tormenta, el pánico, la locura, un tiroteo. Un león que te persigue, un abismo que se abre, la sensación de que estás sin estar, de que la realidad, por más palpable y presente que sea, para ti es brumosa, lejana, desenfocada.
Esa hipersensibilidad que rayaba en lo físico cobró sentido cuando leí La mujer temblorosa o la historia de mis nervios de Siri Hustvedt, donde ella aborda y explica, científicamente, cómo funcionan las células espejo propiciando el fenómeno: “Yo parezco traducirlo todo a sentimientos y sensaciones corporales (…) hay una sinestesia llamada ‘tacto-espejo’, que se produce cuando alguien experimenta en su propio cuerpo sensaciones táctiles o de dolor sólo con observar a otra persona. Pero esta forma de sinestesia no fue descrita ni identificada hasta el año 2005. Mi madre solía decirme de niña
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Más de veinte años después puedo decir que mi alma ansiosa es también una aliada para la creatividad, para no estancarse, para no olvidar que estamos hechos de membrana humana, he aprendido a aceptarlo y he aprendido que, con la ansiedad, como quizá diría Quevedo, no queda sino batirnos —sabiendo que unas veces vas a ganar y muchas veces vas a perder.
Cuando leí Apegos feroces resentí aquello que tantas veces pensé de niña: todos los juicios recaen sobre el vínculo con la madre, sobre los patrones de conducta que ella promueve, sobre la profunda huella emocional que la madre deja.
Yo escribo para que mis padres no desaparezcan. Y me tatúo para que cuando yo desaparezca, me acompañen en el viaje de la descomposición de la carne, para saber que somos uno. Otra liturgia personal, otra herejía.
Hacerse adulto implica cometer una larga lista de asesinatos psicológicos: hay que dar muerte a parejas, amigos, creencias de origen. Es un recorrido ineludible pero no por ello menos doloroso.
Habremos perdido hasta la memoria de nuestro encuentro… Sin embargo nos reuniremos, para separarnos y reunimos de nuevo. Allí donde se reúnen los hombres difuntos: en los labios de los vivos.