A la señora Wilkins le dio un ligero vuelco el corazón al ver su expresión. «Pobrecita —pensó—, con toda la soledad de los años, la soledad de haber sobrepasado el tiempo que le correspondía en el mundo, de seguir en él sólo para sufrir, la completa soledad de una anciana sin hijos que no conseguía hacer amigos. Parecía que la gente sólo podía ser realmente feliz en pareja, cualquier tipo de pareja, no necesariamente de amantes, sino parejas de amigos, parejas de madre e hijo, de hermano y hermana…, ¿y dónde estaba la otra mitad de la pareja de la señora Fisher?».