—Le debo tanto —dijo abrumada por la repentina comprensión de todo cuanto le debía, y avergonzada por su grosería de la tarde y de la cena. Por supuesto, él no supo que estaba siendo grosera. Por supuesto, su desagradable interior había quedado camuflado, como de costumbre, por la azarosa disposición de su exterior; pero ella lo sabía. Era grosera. Había sido grosera con todo el mundo durante años. Una mirada penetrante, pensó Scrap, una mirada realmente penetrante, la habría visto tal como era: una solterona mimada, agria, suspicaz y egoísta.