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Durante años había sido capaz de ser feliz sólo olvidando la felicidad. Quería seguir así. Quería apartar todo cuanto la recordara las cosas bellas, todo lo que pudiera hacerla volver a sentir anhelo, deseo…
Tal ignorancia no sólo era lamentable, sino también, ahora se daban cuenta, definitivamente peligrosa.
Tanta belleza, y estar allí para verla. Tanta belleza, y estar viva para sentirla.
Se quedó mirando embelesada, con los labios entreabiertos. ¿Feliz? Qué palabra más pobre, corriente e incompleta. Pero ¿qué podía una decir, cómo describirlo? Era como si apenas pudiera permanecer dentro de sí misma, era como si estuviera inundada de luz.
—¿Alguna vez en tu vida fuiste más feliz? —preguntó la señora Wilkins cogiéndola del brazo. —No —dijo la señora Arbuthnot. Nunca lo había sido; ni siquiera en sus primeros días de amor con Frederick. Porque el dolor siempre había estado a mano en aquella otra felicidad, dispuesto a torturarla con dudas, a torturarla incluso con el exceso mismo de su amor; mientras que ésta era la simple felicidad de la completa armonía con el entorno, la felicidad que no pide nada, sólo acepta, sólo respira, sólo es.
No llevas la ropa a las fiestas: te lleva ella a ti. Era un error pensar que una mujer, una mujer realmente bien vestida, gastaba su ropa: era su ropa la que gastaba a la mujer, arrastrándola por ahí a todas horas del día y de la noche.
Marcharse sola ya era bastante malo; pensar era peor. Nada bueno podía salir de una hermosa joven pensando. De ahí podían surgir muchas complicaciones, pero nada bueno. Una hermosa joven pensando sólo podía dar lugar a dudas, a reticencias, a infelicidad general.
no tenía motivos para sonreír, pero las damas amables sonreían, con motivo o sin él. Sonreían, no porque fueran felices, sino porque deseaban hacer felices.
La propia experiencia de Rose era que la bondad, el estado de ser buena, sólo se alcanzaba con dificultad y dolor. Llevaba mucho tiempo llegar a él; en realidad, una nunca llegaba a él, o si se llegaba durante un instante fulgurante, era sólo durante un instante fulgurante. Se necesitaba una desesperada perseverancia para recorrer penosamente ese camino plagado de dudas.
¿Se ha fijado —le preguntó a la señora Fisher, que se esforzaba en fingir que no la oía— en lo difícil que resulta hacer algo impropio cuando no hay hombres delante?
Rose quería decir «No» otra vez. En su lugar, Lotty lo habría hecho, y habría expuesto sus razones además. Pero ella no podía volverse del revés de ese modo e invitar a todos y cada uno a mirar en su interior.
—Le debo tanto —dijo abrumada por la repentina comprensión de todo cuanto le debía, y avergonzada por su grosería de la tarde y de la cena. Por supuesto, él no supo que estaba siendo grosera. Por supuesto, su desagradable interior había quedado camuflado, como de costumbre, por la azarosa disposición de su exterior; pero ella lo sabía. Era grosera. Había sido grosera con todo el mundo durante años. Una mirada penetrante, pensó Scrap, una mirada realmente penetrante, la habría visto tal como era: una solterona mimada, agria, suspicaz y egoísta.
A la señora Wilkins le dio un ligero vuelco el corazón al ver su expresión. «Pobrecita —pensó—, con toda la soledad de los años, la soledad de haber sobrepasado el tiempo que le correspondía en el mundo, de seguir en él sólo para sufrir, la completa soledad de una anciana sin hijos que no conseguía hacer amigos. Parecía que la gente sólo podía ser realmente feliz en pareja, cualquier tipo de pareja, no necesariamente de amantes, sino parejas de amigos, parejas de madre e hijo, de hermano y hermana…, ¿y dónde estaba la otra mitad de la pareja de la señora Fisher?».