Nia Díaz

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A Carl no le resultaba fácil llorar. La última vez fue a los catorce años, cuando una chica le rompió el corazón. Él le había enviado una carta de amor perfumada con la exclusiva fragancia de su madre, y ella se la leyó en voz alta a sus amigas en el recreo y luego la arrojó a la papelera.
El hombre que paseaba con libros
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