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Deolinda Correa es una santa popular que una noche, antes de obrar milagros, acosada por un matón y borracho del pueblo, tuvo que huir con su hijo de pocos meses en brazos.
Encontraron a Deolinda Correa muerta y a su bebé prendido del pecho, amamantándose, ignorando la fatalidad que lo cercaba.
¿Qué fueron a hacer Don Sosa y La Grace a ese lugar, después de atravesar un desierto completo en un descascarado Renault 18, casi a finales del 2008? Fueron a pedir que su hija travesti encontrara un mejor trabajo. ¿En qué trabajaba su hija travesti? Era prostituta, por supuesto.
Don Sosa y La Grace
Dicen por ahí que las madres saben todo. Pero La Grace no estaba preparada para saber nada.
¿Qué fue del hijo de la Difunta Correa? Se lo encontraron las travestis del Parque Sarmiento.
Supo el nombre del perro el día que su papá les dio la noticia: —La mami se ha ido, se llevó las cosas de ella y nos dejó.
Los niños merecen una soledad así a veces, un silencio materno, un silencio paterno que les permita codearse con sus pensamientos, mirando una tarde como esta, junto a su perro que de a ratos resopla marcando el tiempo.
Ricardo no le gustaba nada la amistad que tenía doña Rita con su hijo. Ya la había mal influenciado a su esposa y lo haría con él. Le prestaba libros.
Era cierto el asunto ese de que la niña se parecía a su mamá, Antonia Charras.
Y cada noche, como una cebolla, iba quitándose capas y capas de vestidos hasta dejar al descubierto una semilla herida y sangrante, su corazón, su nombre secreto.
Me puse triste porque tenía un cuerpo, un cuerpo que no me pertenecía, que no podía vestir como quería, ni perfumar como quería, ni nombrar como quería. Estaba ahí, con mi cuerpo de hombre, vestida como tal, junto a Mamma Mercy y Ava, que tenía los ojos celestes ahogados de lágrimas, y me sentí triste.
Abuela… ¿Por qué somos marrones? La abuela interrumpe la limpieza de los rifles.
Cuando lleguen, si alguno de esos hijos de puta se baja de la camioneta, le apuntás a la cabeza. Que no te tiemble la mano —le dice la abuela, y la nieta acomoda el hombro, el dedo sobre el gatillo, traba los pies en el polvo y respira hondo. Como le han enseñado.
Nunca se sabe qué barbaridades pueden cometer los padres con nuestra nostalgia.
¿Quién va a cuidar de mí si mi hija se muere?
¿Qué hacen allí como frutos de perfumes baratos, pelo escaso y el maquillaje grueso que relumbra bajo la luna?
Tienen terror de la policía, por eso trepan a los árboles como felinas del fin del mundo».
Voy a buscar huevos todas las semanas al rancho de Sulisén. Huevos fresquitos que ella misma pone en los patios, agarrada de un palenque improvisado que dejara su gran amor para atar los caballos.
Qué hermosa es, tiene patas de gallina.
Y es cierto, me hice vegetariana desde que a mi hijo se lo comió el zorro.
Tiempo después, mi zorro amante, el que alivia la amargura de haber perdido a un hijo, me lleva hasta su cueva. En un rincón veo la ropa de mi hijo ensangrentada.
La abuela está un poco más calmada, resignada a que su hija se haya embarazado. Lilith reposa junto a la niña y la calma a caricia pura.

