Hay que sonreír, sonreír sin que duela. Hay que reír, reír sin llorar. Hay que llorar, llorar sin temor. Y hay que temer, pero temer sin callar. Porque está bien, porque de todo eso se trata vivir, sentirse fuerte un día como Sansón y al otro tan débil que hasta respirar sea una tortura. Algunos creerán que es patético todo eso, sin embargo, no importa.