Era extraño que la soledad absoluta experimentada en todas aquellas horas no lo hubiera perturbado tanto como una noche de soledad en Malacandra. Pensó que la diferencia residía en eso: que la simple casualidad, o lo que él tomaba por casualidad, lo había abandonado en Marte, mientras que aquí sabía que formaba parte de un plan. Ya no estaba despegado, ya no estaba fuera.