Roma soy yo: La verdadera historia de Julio César (Julio César, #1)
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Arx Tarpeia Capitolii proxima.[5]
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«Puedes fingirte cobarde y no serlo, puedes fingirte torpe y no serlo. Lo único importante es la victoria final. Da igual que te llamen cobarde. No entres en combate hasta que creas que puedes ganar. Luego, pasado el tiempo, sólo se recuerda eso: al ganador. Todo lo que pasó antes queda borrado. Recuérdalo, muchacho, y no vuelvas a pelear si no puedes ganar».
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Quien nace con autoridad nunca tiene por qué repetir una pregunta.
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Cuando hay una crisis grave, no es momento de disputas políticas. Primero hay que resolver la crisis, luego ya habrá tiempo de política. Sólo los malvados o los imbéciles ponen la política por delante en tiempos de grave crisis. Es como ocurrió en Atenas con aquella peste tan grave...
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ciudad de Pella: —Aquí también impartía clases Aristóteles. Aquí, en esta ciudad por la que paseamos, nació Alejandro Magno.
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Los lupercos eran jóvenes que durante la festividad de las Lupercalia sacrificaban unas cabras y con sus pieles hacían tiras a modo de látigos —unas correas que llamaban februa—, con los que luego iban por toda la ciudad de Roma fustigando a las doncellas que ya pudieran tener hijos, para promover, según creían, su fertilidad. Esta festividad tenía lugar el segundo mes del año y, por eso, por el nombre de estos látigos, se denominaba «febrero».
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Este santuario estaba dedicado en un principio a Gaia —explicó Sila—. Lo custodiaba una serpiente gigante llamada Pitón, hija de la diosa. Cuentan que Apolo mató a esa serpiente, ganando para sí el oráculo y el nombre de Apolo Pitio, y encomendó a las mujeres que fueran sus sacerdotisas llamándolas «pitonisas» o «pitias» en memoria del reptil destruido para controlar el templo.
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Zeus soltó dos águilas, ¿no es así? —preguntó Dolabela—. Una desde el extremo más oriental del mundo y otra desde el más occidental, y se cruzaron aquí marcando así Delfos como el ónfalos, el ombligo del mundo.
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En lo alto, en un lugar destacado, podían ver otra estatua de la esfinge y, a un lado, un viejo aforismo de los Siete Sabios del mundo antiguo en griego: Γνῶθι σεαυτὸν. «Conócete a ti mismo».
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Para Aristóteles sólo es un ser político, esto es, un auténtico gobernante, aquel que busca la virtud, el que está dispuesto a actuar por motivos universales.
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Cuantas más leyes, más corrupción. No se trata de legislar sin fin, sino de asegurarse de que se cumplen las leyes que ya tenemos.
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La derrota y la victoria es, en ocasiones, una cuestión de perspectiva.
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barrio Monti de Roma, donde aún podemos encontrar una piazza de la Subura.