Roma soy yo: La verdadera historia de Julio César (Julio César, #1)
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Roma estaba partida en tres: populares, optimates y socii. Apareció entonces un joven romano, patricio de origen, pero sensible a las reclamaciones de los populares y de los socii, que se percató de que había un cuarto grupo en liza, al que nadie prestaba atención aún: los provinciales, los habitantes de las nuevas provincias que Roma iba anexionándose desde Hispania hasta Grecia y Macedonia, desde los Alpes hasta África.
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Dolabela se echó a reír cuando por fin le dijeron quién iba a ser el acusador, y continuó celebrando fiestas y banquetes, relajado y seguro de sí mismo, a la espera de un juicio que sabía ya ganado. El nombre del joven e inexperto fiscal era Cayo Julio César.
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—Lo que decida mi esposo... —empezó—, lo que decida mi esposo será lo correcto. Y yo estaré con él. Como siempre —lo miró a los ojos—, y como él siempre ha estado conmigo.
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La venganza no es cuestión de prisa. Es cuestión de determinación, de espera y de asestar un único y certero golpe en el momento adecuado. Ni un segundo antes, ni un segundo después.
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Inexperto, sí, pues, y éstos son datos contrastados e irrefutables, no sujetos ni a valoración ni a interpretación ni a tergiversación alguna, tan común en ocasiones entre estas paredes cuando un abogado y un fiscal retuercen la realidad con medias verdades, cuando no con mentiras completas. Y es que, ¿en cuántos juicios públicos, con iudices, en una basílica romana, ha intervenido el joven Cayo Julio César?
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Pero quizá, eso sí, haya un ansia poderosa de conseguir notoriedad que empuja a este inexperto abogado a adentrarse en un mar de aguas demasiado profundas en donde, con toda seguridad, haría naufragar sus argumentos y los derechos que pretende defender de los macedonios. —Se volvió un instante hacia ellos, hacia Pérdicas, Aéropo, Arquelao y otros provinciales allí presentes, pero de inmediato se giró para encarar los serios rostros de los cincuenta y dos jueces—. En definitiva y, por dar término a esta cuestión: Cayo Julio César no ha intervenido nunca antes en ningún juicio público, mientras ...more
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Lo único que los macedonios saben con certeza, como la mayoría de los habitantes de una de nuestras provincias, es que, al no ser ellos ciudadanos romanos, han de recurrir a uno de pleno derecho para que formule por ellos la acusación cuando a quien quieren llevar a juicio es, precisamente, otro ciudadano romano. Sólo saben eso: que ellos, sin tener la ciudadanía romana no pueden promover de forma directa una causa contra el senador y reciente gobernador Dolabela. Por eso han recurrido al joven César, el primero que han encontrado dispuesto a atenderlos y promover esta causa. Pero los ...more
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Si unos, los senadores más conservadores, percibieran que se conduce la acusación con artimañas y no con argumentos, pruebas y testimonios legítimos, podría provocar una reacción incluso violenta por parte de algunos de estos optimates; por el contrario, si la plebe percibiera que la acusación se lleva a cabo con mano torpe, sin diligencia y esmero adecuados, puede ser el pueblo el que termine promoviendo tumultos y desórdenes por las calles de Roma.
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Los jueces me han elegido como fiscal porque soy el peor —dijo Julio César. —Te han elegido porque creen que eres el peor
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«Puedes fingirte cobarde y no serlo, puedes fingirte torpe y no serlo. Lo único importante es la victoria final. Da igual que te llamen cobarde. No entres en combate hasta que creas que puedes ganar. Luego, pasado el tiempo, sólo se recuerda eso: al ganador. Todo lo que pasó antes queda borrado. Recuérdalo, muchacho, y no vuelvas a pelear si no puedes ganar».
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me tragué mi orgullo, esperé la ocasión adecuada y conseguí la victoria final, que, aprendedlo bien, en una guerra es la única victoria que cuenta: la última.
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Muchos que se autoproclaman líderes confunden lo superfluo con lo esencial, no se ocupan de lo que es en verdad importante y conducen a todos al fracaso absoluto.
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—A veces, muchacho —continuaba Cayo Mario mirando muy fijamente a los ojos a su sobrino—, una guerra no se gana el día de la batalla decisiva. Ese día se gana esa batalla, que, ciertamente, es muy importante, pero la guerra la ganaste todos esos otros días en los que tus enemigos te provocaron para que entraras en combate donde ellos querían, cuando ellos querían, pero que era cuando y donde a ti no te convenía.
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—Y no importa que te insulten. Puedes fingirte cobarde y no serlo, puedes fingirte torpe y no serlo. Lo único importante es la victoria final. Da igual que te llamen cobarde. No entres en combate hasta que creas que puedes ganar. Luego, pasado el tiempo, sólo se recuerda eso: al ganador. Todo lo que pasó antes queda borrado. Recuérdalo, muchacho, y no vuelvas a pelear si no puedes ganar.
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Cuando hay una crisis grave, no es momento de disputas políticas. Primero hay que resolver la crisis, luego ya habrá tiempo de política. Sólo los malvados o los imbéciles ponen la política por delante en tiempos de grave crisis.
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Políticos egoístas, corruptos y con frecuencia imbéciles, que se aprovechan de una grave crisis bélica o generada por una gran enfermedad, que buscan aprovecharse de esas terribles circunstancias para, o bien llegar al poder, o bien mantenerse en él sin importarles lo más mínimo las consecuencias que su ambición personal pueda tener en la población que gobiernan
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Aquí, en Roma, ahora, es como si se repitiera la historia: los senadores optimates piensan más en cómo controlar el poder que en el bien público. Pero Roma tiene la suerte de que yo, Cayo Mario, pienso más en el bien de todos, en resolver la crisis, antes que en mí mismo. Si fuera como ellos, como los optimates, me sentaría de brazos cruzados y no haría nada mientras los marsos y otros pueblos se alzan en armas contra nosotros y destrozan nuestras defensas. Y esperaría a que llegara la desesperación absoluta para hacerme con todo el poder en Roma. Sin embargo, yo no soy como los optimates. Yo ...more
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No entiendes la auténtica dimensión del problema al que te enfrentas, muchacho. Tus enemigos, que son los míos, te perdonarán cualquier cosa menos una: Sila no te perdonará nunca que seas mi sobrino, y Dolabela, su mano derecha, su perro de presa, aún menos. Lo siento, muchacho, tendrás que vivir con ello. Tendrás que intentar sobrevivir a ello.
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Aunque hoy has conseguido una pequeña gran victoria. —¿Una victoria? ¿Yo? —Hoy has hecho un amigo. Tú has conocido hoy a quien quizá sea lo que Cayo Lelio fue para Escipión. Me precio de conocer bien el carácter de las personas. —Miró a Labieno, que tenía los ojos abiertos y no parpadeaba—. No, este amigo tuyo no te traicionará nunca.
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es que ésa es la inclinación de las mujeres, incluso de las diosas: la mentira.
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En este juicio, Roma no es Dolabela, Roma no sois vosotros, jueces. Roma y el pueblo de Roma están representados por mí. Y es que hoy, aquí y ahora, Roma soy yo.