Tarea nada fácil, pues los romanos dividían los días en dies fasti, aptos para celebrar una boda o emprender un gran proyecto, y dies nefasti, en los que ni se debían celebrar matrimonios ni emprender empresas importantes. Los romanos eran muy supersticiosos, y los tiempos, convulsos, de modo que encontrar un día adecuado, pese al interés de ambas partes, fue costoso.

