—Bambina… —murmuró con un tono tan sensual que me removió el estómago. Me observó fijamente, sin pestañear ni una sola vez. Con una seriedad que jamás había visto en él, continuó—: ¿Quieres ser la luz de mi oscuridad, la salvación de mi muerte y mi ángel de la guarda? —enumeró; creí que asombrándose de sus propias palabras—. ¿Quieres ser la mujer perfecta en mi vida imperfecta?

