“Soy fuerte. Las costillas no se me están clavando como puñales en los pulmones. Cielos, sí que duele.” No. “No hay dolor.” Tenía que creérmelo, o de lo contrario no se lo creerían ellos. Dejé que mi postura hablase por mí. “Adelante. Ponedme a prueba.” —¿No os ha hablado Kafra de aquella ocasión en que me ordenó que diera el golpe en un monasterio? Philine entrecerró los ojos. —Tú no tienes corteza de enebro de copas redondeadas —dijo. Esa era la clave: dejar siempre que lo dijera el otro.