Su padre la llevó consigo a pescar desde los pilotes cercanos a la orilla, y ella estuvo mirándome un rato. Yo me agarré a los comentarios habituales: “¿Eres de aquí?”, “¿Sabes hablar el idioma empíreo?”, “¿Qué eres?”. Pero Emahla buscó un palo y empezó a escarbar conmigo. “Te apuesto a que encuentro más almejas que tú”, me dijo. A partir de ese momento, nos hicimos amigos.