Y, pese a lo mucho que deseaba ser yo misma, una parte de su identidad era mía. Bing Tai estaba gruñendo, pero alcé una mano. Reprimí todo el miedo y toda la incertidumbre. Le toqué el hocico, y se tranquilizó. —Te conozco, Bing Tai. Eres mío. Le sostuve la mirada a mi padre mientras mis constructos de guerra derribaban a Tirang y lo hacían pedazos. —Mata a Shiyen.