Era tan grande como la de un caballo y se apoyó en la piedra, junto al estanque. Un ojo de color cerúleo giró desde el interior del cráneo y me miró. Agitó su párpado traslúcido. Tenía varios parches de pelo tupido, aunque en su mayor parte parecía que se le había caído. Tenía la cara de un gato, pero con un hocico más largo, y unos bigotes que se agitaban cuando espiraba. De su cráneo, justo por encima de las orejas, salían dos cuernos en espiral.