No bueno —me dijo con una voz gutural, temblorosa. Me acarició la pierna y repitió—: No bueno. Yo podía soportar una paliza del Ioph Carn, podía soportar que me persiguieran cuando intentaba salir del puerto, podía soportar haber perdido lo que me quedaba de rocasabia; todo ello no parecía exceder mi capacidad. ¿Pero esto? Mi cerebro no tardó en sucumbir.