Bing Tai soltó un rugido. Y de pronto dejé de estar en el comedor. Estaba en la biblioteca, y a mi lado estaba Bing Tai, tendido. Mis manos se movían con voluntad propia. Era yo, pero no era yo. Estaba ordenando esquirlas en hileras, sobre un paño de seda extendido en el suelo. Me acerqué una a los ojos y examiné la orden. —Es bastante compleja. Reconocí la voz procedente de las estanterías. Una mano se apoyó en mi hombro, Shiyen.