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Lo peor del viernes fue que, a pesar de saber que él no iba a estar presente, aún albergaba esperanzas.
Estaba totalmente segura de tres cosas. Primera, Edward era un vampiro. Segunda, una parte de él, y no sabía lo potente que podía ser esa parte, tenía sed de mi sangre. Y tercera, estaba incondicional e irrevocablemente enamorada de él.
Cuando estaba a su lado, el tiempo y el espacio se desdibujaban de tal manera que perdía la noción de ambos.
—Te lo dije, no te ves a ti misma con ninguna claridad. No te pareces a nadie que haya conocido. Me fascinas.
Era la primera vez que me decía que me quería, al menos con tantas palabras. Tal vez no se hubiera dado cuenta, pero yo ya lo creo que sí.
Y también sellé cuidadosamente mi corazón.

