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El cariño se cultiva, Camilo, hay que regarlo como a una planta, pero nosotros dejamos que se secara.
A fin de año solía enviarme por correo un saludo de Navidad, una de esas circulares que algunos extranjeros les mandan a las amistades con las noticias domésticas y fotografías de la familia triunfante. En esas cartas
colectivas se cuentan sólo los éxitos, viajes, nacimientos y bodas, nadie sufre bancarrota, cárcel o cáncer, nadie se suicida ni se divorcia. Por suerte esa estúpida tradición no existe entre nosotros.
Estoy de acuerdo contigo en que la confesión no debiera ser un hábito, bastaría confesarse un par de veces en la vida, cuando hay necesidad imperiosa de descargar el alma de culpa.
Después de vivir un siglo, siento que se me escurrió el tiempo entre los dedos. ¿Adónde se fueron estos cien años?