Sara R.

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Hasta con su hija le habría gustado romper. Pero su hija era otra cosa. Su hija, en su perfección de hielo, era una herida. O, más bien, la cicatriz de una herida que ya no dolía pero que de vez en cuando supuraba, como si algo inflamado latiera debajo de la piel.
Qué hacer con estos pedazos
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