Y cuántas veces le habría gustado romper con su marido, sobre todo con él, pero le había ganado la inercia, la misma falta de fe en la felicidad que tuvieron sus padres, y un insólito sentido de lo pragmático, que a veces se le antojaba cobardía, a veces egoísmo y a veces puro sentido común, lúcida certeza de que, en efecto, la vida siempre está en otra parte.

