A veces cinco, a veces siete, a veces nueve, responde ella, pero lo que quisiera decir es nunca uno, nunca dos, nunca menos de cinco. Dolor siempre. Otras veces el dolor es quemante, agudo. Como un clavo caliente. O profundo, como una espátula que raspa el hueso. Pero ella hace rato que abolió la queja. Porque esta pide un oído, palabras, compasión. Y en cambio puede encontrar sólo silencio, un gesto fastidiado, una acusación. Cuando es insoportable o constante el dolor nos aísla.

