Siempre fue buena para huir, y mala para persistir en la huida. Porque durante mucho tiempo no pudo deshacerse de la otra, de la que quería complacer, de la que sentía lástima, como su hermana, de cualquiera que hiciera un gesto parecido al perdón, de la que ahogaba su sensación de atrapamiento en las burbujas de sus viajes y en la liberación de sus textos, pero que estoicamente regresaba y se reacomodaba en el tibio nido de su desdicha cotidiana.

